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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (12 page)

BOOK: Entre sombras
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Creo que nuestras vidas están ahora más conectadas que nunca. Si algo le pasara a uno de nosotros, dudo que el otro pudiera sobrevivir
.

Lo sé
.

—¿En qué sentido puede decirse que la gente de diferentes culturas piensa de modo diferente? —le preguntó la doctora Hayne.

Acacia abrió la boca y respondió sin vacilar mientras la profesora la escuchaba con atención, asintiendo sonriente.

—¡Excelente! —la alabó cuando concluyó—. Veo que dominas la bibliografía y que has elaborado tu propio punto de vista.

Acacia bajó la mirada tratando de ocultar su confusión. No estaba muy segura de cómo había articulado una respuesta tan compleja sin siquiera pensarlo. La doctora Hayne se dirigió al resto del grupo.

—Este es el tipo de respuesta que buscamos: una combinación de hechos, teoría y argumentos. Es importante que, como Acacia, demostréis una perspectiva amplia y que conectéis lo específico con lo general.

Desde la noche en que Enstel se había introducido en su interior había notado cambios en el modo en que funcionaba su cerebro y percibía el mundo. En ocasiones sus sentidos eran más agudos, los colores más brillantes y nítidos. Otras veces, podía percibir las sutiles diferencias en los campos energéticos de las cosas y las personas, y leer sus emociones y pensamientos con tanta claridad como si estuvieran impresos en carteles. Y era capaz de acceder prácticamente a cualquier tipo de información en su cerebro, incluso conocimientos que no sabía que poseía, establecer conexiones a gran velocidad y expresarse en palabras con fluidez inmediata.

Por su parte, Enstel le había confesado sentirse «más humano», aunque no supiera decirle qué quería decir exactamente con eso, y también había notado que necesitaba alimentarse con menor frecuencia.

Acacia tenía que poner un cuidado especial en responder a las palabras y no a los pensamientos de las personas con las que interactuaba. Por suerte, después de unos días comenzó a separarlos con claridad. Le habían intranquilizado bastante las miradas de extrañeza que había recibido.

14

Cuando sus padres fueron a recogerla al final del trimestre, disfrutaron con el concierto de la Sociedad Musical y después almorzaron con Acacia y algunos de sus amigos en el imponente comedor del siglo
XV
de Magdalen.

Por muy absorta que estuviera en su trabajo, Acacia era consciente de lo mucho que Bill y Lillian la echaban de menos. Los había encontrado extrañamente envejecidos en su última visita y se había dado cuenta de lo importante que era dedicarles tiempo mientras tuviera oportunidad. Pese a numerosas invitaciones, había decidido pasar sus vacaciones de Pascua con ellos en Devon, donde además podría empezar a estudiar para los exámenes y terminar de preparar los documentos necesarios para los trabajos de campo que debía llevar a cabo durante el verano. El curso requería que completara dos proyectos, uno de dos semanas determinado por el comité universitario y otro elegido por ella misma de tres semanas de duración. A su tutor le había parecido buena idea su intención de viajar al norte de España, pero el proyecto tenía que ser aprobado por el comité en el último trimestre.

Disfrutó saliendo a montar a caballo con su padre, jugando con King, paseando entre las esponjosas ovejas con sus corderitos, conociendo a las nuevas terneras. Cuando Andy y Lorraine fueron a visitarlos, pasaron un día fabuloso explorando todos juntos la belleza natural del Parque Nacional de Dartmoor.

Cantó en el centro de la tercera edad en el que su madre todavía era voluntaria cada miércoles acompañándose con la guitarra y, como en cada una de sus visitas, no olvidó los bombones de licor favoritos de la señora Robinson, con la que tomó té y charló durante horas.

Una mañana, mientras ayudaba a su madre en el huerto, levantó la cabeza y se quedó mirándola. Habían estado recogiendo brócoli, rábanos y las últimas coles de Bruselas de la temporada y ahora estaban ocupadas sembrando berenjenas, pimientos, tomates y zanahorias.

—Mamá, ¿sabes lo que necesitamos?

—¿Umm?

—Un día tú y yo solas. Una visita al salón de belleza con limpieza facial, corte de pelo, manicura, lo que te apetezca. Y luego un almuerzo especial, compras y cine. ¿Qué te parece? Aún me queda un montón de dinero de mi cumpleaños.

—¡Suena fantástico, princesa! —exclamó Lillian encantada.

Poco antes de regresar a Oxford, Acacia tuvo oportunidad de ver a Millie, recién llegada de Suiza donde había estado esquiando con su nuevo novio, un chico de California que estudiaba Ingeniería Electrónica en Edimburgo. Al final se había cansado de que Mike le dedicara mucho más tiempo a los entrenamientos que a ella y, después de superar la ruptura y lograr salvar la amistad entre ellos, estaba más feliz que nunca. Hablaron de los viejos y nuevos tiempos mientras tomaban café, intercambiando historias y las últimas noticias de James y Robbie, quien se las había arreglado para que lo expulsaran de la Escuela de Gestión de Empresas.

—Te noto distinta —dijo Millie de repente entrecerrando sus vivaces ojos claros.

—Nuevo corte de pelo.

—No, es otra cosa… Pareces más serena y tu piel resplandece como si tuvieras una luz interior.

Acacia le devolvió la mirada sin atreverse a comentar nada.

—Siempre has sido guapísima, pero ahora estás radiante —continuó su amiga.

—Gracias, Millie —respondió Acacia buscando desesperadamente un tema con el que desviar la conversación.

—Hemos sido amigas desde que teníamos dos años y, aunque te quiero muchísimo, siempre he sabido que eras diferente.

—¿Cómo diferente? —se encontró preguntando con un hilo de voz.

—Ya sabes, especial. Cuando me contaste que eras adoptada, de alguna forma pareció tener sentido. Nunca has sido una de nosotros. Desde pequeña sospeché que podías ver y oír cosas que a los demás nos estaban vedadas. A veces te quedabas contemplando el vacío o le sonreías a la nada y tu expresión adquiría una suavidad y una luminosidad como la que tienes ahora, como si estuvieras frente a una imagen divina.

—No soy una iluminada, si es eso lo que quieres decir, ni una santa.

—No, claro que no —respondió Millie apretándole la mano—. No te molestes, por favor. Te lo digo con la mejor intención. Es algo bueno, como si estuvieras floreciendo.

De nuevo en Oxford, el recuerdo de la conversación con Millie todavía la atormentaba. Aunque había sido cuidadosa toda su vida, era evidente que no siempre podía dominar sus reacciones, sobre todo cuando Enstel se encontraba alrededor. Sabía que algunos de sus profesores, sobre todo cuando era niña y no siempre ocultaba sus conversaciones con él, habían hablado con sus padres acerca de las peculiaridades de la pequeña Acacia. Lillian y Bill jamás le dieron mayor importancia y nunca le habían comentado nada directamente, pero los había sorprendido intercambiando una mirada en más de una ocasión.

Ahora la conexión con Enstel era más fuerte que nunca y algo le decía que las cosas estaban, de alguna forma, a punto de cambiar. Sentía que no siempre podía mantener un control total y eso la aterrorizaba más de lo que se atrevía a admitir.

El público de Jericho Tavern recibió el final de la última canción de Acacia con una ovación estruendosa. Jonas le sonrió orgulloso, se aproximó al escenario y le tendió una mano. Acacia se levantó, miró sonriente a su alrededor y saludó a su audiencia. Jonas se inclinó para besarla y los vítores se incrementaron.

Cuando su habitación resultó ser demasiado pequeña para acomodar a todos los que se agolpaban en ella cuando tocaba algunas noches, la convencieron para que se trasladara a una de las salas comunes. A veces, otros estudiantes se unían a ella con sus instrumentos o cantando. Su reputación fue creciendo y cuando Jonas, uno de los chicos con los que salía, la convenció para que grabara algunas de sus canciones y se las hizo escuchar al encargado del pub donde trabajaba los fines de semana, no sospechaba que las cosas iban a llegar tan lejos.

En su época dorada, Jericho Tavern, en la calle Walton, había sido el lugar en el que Radiohead debutó a mediados de los ochenta. La primera actuación de Acacia atrajo tal interés y entusiasmo que el encargado le pidió que regresara la semana siguiente. Sin ningún tipo de premeditación, Acacia se había convertido en una pequeña celebridad.

Tomó el zumo de arándano que le tendía Jonas y bebió un sorbo, agradecida, antes de empezar a atender a los que se habían aproximado a felicitarla y hablar con ella. Después de un rato, algo la empujó a alzar la cabeza y se encontró con la mirada fija de un chico. Aunque sabía que era la primera vez que lo veía, había en él algo extrañamente familiar y se encontró a sí misma incapaz de desligar la mirada. Su constitución era mediana y tenía una masa de rizos castaños y profundos ojos azules que la observaban con intensidad. No sonreía, pero su expresión tampoco era hostil. Entonces, algo a su espalda pareció capturar su atención y, cuando el chico desvió la mirada, su expresión atónita hizo que el corazón dejara de latirle por un momento. Se giró despacio y, efectivamente, allí estaba Enstel, vibrando con gloriosa luminosidad y consciente de la escena que se estaba desarrollando ante él. El terror le subió por el estómago hasta llegar a la garganta, ahogándola, pero al girarse para enfrentarse al desconocido solo alcanzó a verlo desaparecer entre la gente. Acacia se tambaleó y al estirar el brazo en busca de un punto de sujeción se encontró con Jonas, que acababa de regresar a su lado.

—¿Qué te pasa? —le preguntó el joven sosteniéndola por la cintura—. ¿Estás bien? Te has puesto palidísima.

—No es nada. Solo estoy un poco cansada.

—¡Dímelo a mí! Los exámenes finales están a la vuelta de la esquina, ¿eh?

Desde la señora Robinson, nadie había parecido ser capaz de ver a Enstel y Acacia no lograba conciliar el sueño pensando en las posibles consecuencias. ¿Quién sería ese chico y qué era exactamente lo que había visto? Intentaba tranquilizarse diciéndose que quizás solo había percibido un resplandor, un cambio en la luz. Pero, si no era así, si había visto efectivamente a Enstel y lo había reconocido como un ser sobrenatural, ¿iba a hacer algo al respecto?

Tras varios días enferma de preocupación, incapaz de dormir, de concentrarse o de comer, decidió pedirle a Enstel que averiguara quién era.

—Sé discreto —le rogó—. Mantente invisible.

Enstel regresó solo con un nombre: Eric Mumford.

—¿Estás seguro de que no me ocultas nada? —le preguntó de nuevo—. Me lo prometiste…

—No he conseguido acercarme a él. Algo le protege.

—¿Qué quieres decir?

—Hay algo en él —respondió con vaguedad.

Acacia lo miró intentando contener su angustia y frustración, sabiendo que Enstel no podía darle una respuesta más satisfactoria.

—¿Crees que estamos en peligro? —se atrevió a preguntar.

—No lo sé.

A Acacia le costó seguir introduciendo aire en los pulmones.

Tres días después, al salir de una clase práctica sobre las variaciones y similitudes entre los huesos de los homínidos hallados en las excavaciones arqueológicas, reconoció a Eric caminando delante de ella a unos cincuenta metros. Ni siquiera se paró a pensar cómo lo había reconocido de espaldas y a esa distancia mientras seguía sus pasos con sigilo.

Las pesadillas relacionadas con su madre se habían reanudado con virulencia al mismo tiempo que Eric había hecho acto de presencia y, aunque desconocía cuál podía ser la conexión, estaba convencida de que no se trataba de una coincidencia. Y también de que no era un chico ordinario.

Lo vio entrar en una de las bibliotecas de Magdalen reservadas a los posgraduados. ¿Era posible que, de todos los
colleges
de Oxford, estudiaran en el mismo?

Acacia observó su campo energético, mucho más fuerte y definido que en la mayoría de las personas, aunque no sabía qué podía significar. Intentó sin éxito leer su mente, un viejo truco que siempre le había resultado fácil, aunque casi nunca lo utilizara de modo intencionado. Enstel tenía razón. Algo lo protegía y lo mantenía inmune a cualquier interferencia.

Pese a sus precauciones, después de presentar su identificación en el mostrador, Eric se giró hacia ella y la miró directamente a los ojos, haciéndole saber que se había percatado de su presencia y de lo que había pretendido hacer. Acacia se quedó petrificada.

El chico escaneó con rapidez el espacio que la rodeaba y le lanzó una última mirada antes de darse la vuelta y desaparecer en el interior de la biblioteca. Acacia no pudo interpretar la expresión de su rostro, ni condena ni reconocimiento. Enstel no estaba con ella en ese momento y ahora sabía con absoluta certeza que Eric había percibido algo la noche de su actuación en el pub.

Cuando le contó lo ocurrido, Enstel mostró interés, pero ni una décima parte de la inquietud que ella sentía. ¿Es que no comprendía lo que eso podía significar para ellos? ¿Y si Eric era un brujo? ¿O pertenecía a unos de esos grupos religiosos que se dedicaban a perseguir fanáticamente el mal? E incluso si no poseía el poder de dañarlos directamente, podía buscar ayuda. Imágenes de exorcismos y rituales satánicos desfilaron por la mente de Acacia.

Finalmente, cuando los días transcurrieron sin novedades ni nuevos encuentros, se convenció a sí misma de que de nada servía continuar preocupándose por algo que no podía controlar y decidió concentrarse en los exámenes.

Volvió a verlo una semana más tarde, en su última actuación en Jericho Tavern. El pub se encontraba tan atestado como de costumbre y, cuando lo descubrió en medio de la audiencia, solamente logró continuar con la canción invocando todo su autocontrol.

Enstel se encontraba al fondo de la sala. Muy a su pesar, los ojos de Acacia fueron hacia él y lo encontraron tranquilo, aunque alertado de la presencia de Eric. Esta vez, el joven no buscó a Enstel. La contempló un momento con algo parecido a una vaga curiosidad mientras Acacia recibía los aplausos intentando mantener la compostura. Luego desapareció, dejándola confusa y aterrorizada, a pesar de que no había logrado encontrar ni la más mínima señal de animadversión en él.

Le pidió a Jonas que hiciera algunas averiguaciones y pronto supo que Eric Mumford estaba estudiando un máster en Arqueología. Acababa de regresar a Oxford tras permanecer varios meses en las islas Orkney, al norte de Escocia, donde había estado ayudando al profesor Weber en su investigación sobre los círculos de piedras de Brodgar y el impresionante monumento funerario Maes Howe. Weber era un catedrático legendario en el campo de la investigación del Neolítico y ser su ayudante representaba un honor reservado a unos pocos elegidos. Al parecer, Eric Mumford era un alumno superdotado y se rumoreaba que contaba con la protección del mismísimo rector.

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