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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Escuela de malhechores (16 page)

BOOK: Escuela de malhechores
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El coronel señaló en el otro lado de la cueva una plataforma gemela, que se encontraba parcialmente tapada por los obstáculos interpuestos. El rostro de los estudiantes reflejaba una comprensible aprensión ante la perspectiva de tener que realizar ese trayecto. Todos ellos miraban con ojos recelosos la caída que había hasta las oscuras aguas del fondo.

Franz alzó una mano con nerviosismo.

—¡Sí! —ladró el coronel, haciendo que Franz pegara un bote.

—Eso parece bastante peligroso. ¿Y si nos caemos? —le preguntó, echando de nuevo un vistazo a las aguas que había abajo.

El coronel, hecho una furia, se acercó al lugar donde estaba Franz y se agachó hasta ponerse a su altura.

—¿Tengo aspecto de ser alguien que te pondría en una situación peligrosa? —gruñó con la nariz casi pegada a la de Franz.

Franz parecía un conejo deslumbrado por los faros de un coche. Estaba claro que esa era una pregunta para la que no existía una respuesta adecuada.

—Mmm… sí.

Franz eligió la respuesta que menos posibilidades tenía de provocar su inmediata defunción.

—Bien, porque eso es exactamente lo que soy y acabas de presentarte voluntario para ser el primero, maldito gusano —dijo el coronel con una sonrisa maligna.

Franz estaba horrorizado, pero se daba perfecta cuenta de que no tenía ningún sentido tratar de discutir con el coronel, así que se encaminó hacia el armero de los arpones con la misma expresión de un hombre que acabara de ser condenado a muerte.

El coronel escogió a toda prisa un par de arpones para Franz y se los puso en los brazos, mientras indicaba a los demás cómo tenían que atarse.

—Muy bien, vamos a ver de qué pasta estás hecho —dijo el coronel, indicando a Franz que se colocara al borde de la plataforma.

Franz se quedó quieto en el borde, mirando hacia abajo con expresión de terror.

—Espero que el agua sea profunda —masculló mientras alzaba lentamente el brazo para apuntar el arpón a un punto del techo que se encontraba a cierta distancia.

Pulsó uno de los botones, la saeta surcó el aire y se fijó al techo con un ruido sordo. Franz volvió a mirar hacia abajo y luego se giró hacia el coronel.

—Me parece que no soy capaz de hacerlo —dijo nervioso y con la cara pálida.

—Solo hay una manera de averiguarlo, gusano —repuso el coronel y, acto seguido, propinó a Franz un empujón que lo arrojó fuera de la plataforma.

—¡Aaaaaaaarrrrgggghhhhhhh! —aulló Franz mientras volaba por los aires, dando vueltas y retorciéndose como un pez atrapado en un anzuelo.

Frente a la demostración del coronel, que había sido un derroche de elegancia y agilidad, el primer intento de Franz parecía más bien un bailoteo ebrio y caótico. Era tal su pánico que ni siquiera había intentado disparar el segundo arpón y al cabo de unos segundos se quedó colgado verticalmente del extremo del cable, dando vueltas como una peonza y con los ojos bien apretados. El coronel no parecía nada satisfecho.

—¡Dispara el segundo arpón, inútil bola de sebo —le bramó al apurado Franz—, o te pasarás todo el día ahí colgado!

Franz alzó obedientemente la mano que tenía libre y, manteniendo un ojo cerrado, disparó el segundo gancho al tuntún con la esperanza de haber apuntado al techo. El gancho salió disparado, arrastrando tras de sí el cable, y se amarró a uno de los bloques de hormigón que colgaban del techo, dejando a Franz suspendido de dos cables.

—Ahora suelta el primer cable —le ordenó el coronel.

Franz hizo lo que le decía y volvió a balancearse hacia la mitad de la cueva. El proceso se prolongó durante varios minutos. A pesar de las instrucciones que le ladraba el coronel, Franz solo conseguía avanzar muy lentamente hacia la otra plataforma, deteniéndose y permaneciendo un rato oscilando antes de cada nuevo avance. Al ejecutar el último balanceo, Franz soltó el cable demasiado pronto, cayó a la plataforma desde un par de metros de altura y aterrizó en ella convertido en un indecoroso bulto.

—Bien, ¿quién es el siguiente? —los ojos del coronel repasaron el grupo para elegir a la próxima víctima—. Tú misma —gruñó, señalando a Shelby—. Veamos si puedes hacerlo algo mejor que el primer voluntario.

—Muy bien. No hay problema —respondió la chica.

Shelby no parecía demasiado alarmada ante la perspectiva de tener que cruzar así la cueva. Se acercó tranquilamente al armero, se ató un arpón en cada brazo y luego caminó hasta el borde de la plataforma. Cuando estuvo junto al precipicio, se volvió un instante, le guiñó un ojo al coronel y luego se lanzó de cabeza al vacío sin tan siquiera disparar el primer arpón. Al ver desaparecer a Shelby, el grupo prorrumpió en una exhalación colectiva. Una milésima de segundo después un cable salía disparado por debajo de la plataforma y Shelby se columpiaba a la velocidad de un cohete hacia el centro de la cueva. Se la veía totalmente relajada: no había ni un atisbo de las aterradas convulsiones que habían hecho que el intento de Franz resultara tan exasperantemente lento. Por el contrario, Shelby parecía sentirse muy a gusto con el reto. Soltaba un cable un instante antes de disparar el siguiente y aprovechaba la velocidad ganada en cada pequeña caída para impulsarse cada vez con más fuerza. Superó como una centella los obstáculos que había entre las dos plataformas, esquivándolos a veces por apenas unos milímetros, y finalmente aterrizó al otro lado con la suavidad de una pluma. No era fácil decidir a quién había asombrado más semejante exhibición, si a sus compañeros o al coronel, que se había quedado boquiabierto de la sorpresa.

—Bien… sí. Así se hace. Sí, muy bien.

Saltaba a la vista que el coronel no había visto nunca a nadie realizar un cruce así al primer intento. Otto le dio un codazo a Wing y le miró alzando una ceja. A Otto no le sorprendía que debajo de la exasperante fachada que Shelby mostraba a los demás hubiera otra cosa: ya había intuido que en su pasado había algo que trataba de mantener oculto. Tenía que averiguar cuál era ese secreto.

A lo largo de la media hora siguiente el resto de la clase intentó realizar el cruce. Como era de esperar, la exhibición de Shelby había hecho que a varios de ellos les subiera la moral, pero el ejercicio era más difícil de lo que podía parecer a simple vista. Más de uno tuvo que realizar una humillante y muy empapada ascensión por la escala que conducía desde el agua del fondo de la cueva hasta la plataforma. Uno de aquellos desafortunados fue Nigel, que se cayó tras estamparse de frente contra uno de los bloques de hormigón que había en el centro de la cueva. El crujido que produjo el impacto arrancó un «Oooh» de conmiseración entre el grupo de espectadores. Luego, el muchacho se quedó chorreando agua sobre la plataforma, con pinta de estar totalmente hundido y exhibiendo en una mejilla lo que prometía convertirse en un monumental moratón.

A Otto no le sorprendió en exceso que Wing cruzara al otro lado rápida y eficazmente, como si aquel demencial número de trapecio no tuviera secretos para él. Mientras avanzaba columpiándose por la cueva no se le veía tan suelto como a Shelby, pero tampoco parecía que le planteara ningún problema especial. A Otto, en cambio, la idea de tener que hacer el cruce le producía bastante inquietud. Sin embargo, una vez que inició el primer vaivén, le resultó sorprendentemente sencillo. Era como si pudiera ver el mapa de su trayectoria trazado en el aire delante de él. Al fin y al cabo, se dijo a sí mismo, era una simple cuestión de Física y él no era más que una especie de péndulo con pretensiones. Tal vez no tuviera la soltura de Shelby y de Wing, pero logró llegar sano y salvo al otro extremo sin unirse a las filas de los fracasados que se encontraban de pie en medio de sendos charcos de agua.

El coronel permanecía delante del grupo con una leve expresión de asco.

—Como cabía prever, con muy pocas excepciones lo habéis hecho rematadamente mal. Nada raro tratándose de Alfas —pasó revista con gesto ceñudo a la fila de alumnos y, al llegar a la altura de Shelby, se detuvo y la señaló con el dedo—. ¿Cómo te llamas, gusano? —inquirió con brusquedad.

—Shelby Trinity, señor —respondió ella.

—Tengo la impresión de que ya habías hecho esto antes, Trinity —dijo mirándola más de cerca.

—No, señor. Es la suerte del principiante, señor —respondió Shelby, mientras en sus labios se dibujaba la sombra de una sonrisa.

—Si eso es cierto, eres la principiante con más suerte que he visto en mi vida. Tu ejecución ha sido bastante aceptable. Sigue así.

Otto sabía que el comentario se quedaba muy corto. La ejecución de Shelby había sido igual de buena que la del coronel y, al parecer, era la primera vez que lo hacía. El coronel siguió avanzando por delante de la fila y se detuvo frente a Wing y a Otto.

—Vosotros dos también habéis mostrado una pizca de disposición natural. Es posible que con un poco de práctica no dé demasiada vergüenza veros —Otto supuso que, viniendo del coronel, aquello era poco menos que un elogio—. A diferencia del resto de vosotros, gusanos, cuya ejecución en conjunto ha estado a mitad de camino entre lo pésimo y lo horroroso. Para cuando haya terminado con vosotros espero que no haya ni un solo Alfa que no sea capaz de hacer este ejercicio en un abrir y cerrar de ojos y acabando completamente seco. ¿Queda claro?

—¡Sí, señor! —respondieron todos al unísono.

El coronel les lanzó una sonrisa maligna.

—Eso espero, por vuestro bien, porque la próxima vez puede que haya alguna criatura hambrienta en el agua. La clase ha terminado.

—Pero si cambias de lugar el inversor de fase cuántico, se provocará un bucle de retroalimentación catastrófico.

—No si se coloca delante de la matriz de inducción.

Otto contempló el diagrama del circuito que tenía delante; para su sorpresa, la conversación con Laura le estaba resultando la mar de interesante. Nunca había conocido a nadie con quien se pudiera mantener una charla inteligente sobre temas técnicos de gran complejidad, así que daba gusto hablar con alguien que comprendía los intríngulis de la electrónica digital. En un primer momento, cuando el profesor Pike le hizo saber que la iba a tener de compañera en la clase de Tecnología Aplicada, le preocupó que pudiera retrasarle, pero empezaba a darse cuenta de que sabía tanto como él, incluso tal vez más. La discusión que mantenían sobre la forma de mejorar el diagrama del circuito que les habían dado le estaba resultando entretenidísima. En realidad, la tarea que les habían puesto se limitaba a identificar los errores más obvios del diseño, pero eso ya lo habían resuelto a los dos minutos.

No podía decirse lo mismo de las demás parejas de estudiantes que se sentaban en las mesas distribuidas por el aula. A juzgar por su expresión, les estaba costando Dios y ayuda desentrañar el complejo diagrama que les había entregado el profesor Pike. De todos los profesores que habían conocido, era con mucho el más desorganizado; incluso había llegado cinco minutos tarde. Su aspecto astroso y desaliñado apenas había cambiado desde que Otto lo viera por primera vez en la mesa donde comían los profesores. De hecho, no le habría extrañado nada que llevara la misma ropa que el día anterior. Llevaba puesta una bata blanca, llena de manchas, encima de un desgastado traje de lana, y sus alborotados cabellos blancos no parecían estar demasiado familiarizados con el uso del peine. Había entrado a toda prisa, cargado con una pila de libros y papeles que, sin mayor ceremonia, había dejado caer en su mesa, aumentando así el desorden que ya reinaba en ella. Sin tan siquiera presentarse, se había puesto a repartir los diagramas del circuito defectuoso y luego había regresado a su mesa y se había enfrascado en los papeles que había llevado.

Otto tenía toda la impresión de que para aquel hombre los alumnos eran un incordio y que había elegido ese ejercicio porque les llevaría mucho tiempo resolverlo y no porque fuera especialmente instructivo. Pero a él, al menos, le había dado la oportunidad de entablar una interesante conversación con Laura. A Wing, por su parte, le había tocado Nigel de pareja, y todo parecía indicar que no estaban haciendo muchos progresos con el problema que les había entregado el profesor. Algunos alumnos habían protestado porque decían que el diagrama aquel les sonaba a chino, pero el profesor les había respondido que no deberían tener ningún problema para resolverlo y que lo hicieran lo mejor que pudieran. A Otto le parecía que el esquema debía formar parte de un sistema de focalización de un rayo energético, pero en ausencia del resto de los componentes resultaba imposible decir nada más sobre su posible función.

—A lo mejor forma parte de una de esas adormideras —caviló Laura en voz alta—, aunque me parece que tiene demasiada potencia para eso.

Otto asintió.

—Sea lo que sea, me huelo que no es buena idea estar delante cuando se active.

Laura sonrió.

—Puede que ni siquiera en el mismo continente.

Considerando algunas de las armas a las que se había hecho alusión en la clase de Estudios Criminales, aquel comentario no tenía nada de exagerado.

—Un ejercicio muy avanzado para una primera clase, ¿no te parece? —prosiguió Laura, mientras se fijaba en las expresiones de perplejidad de los compañeros que tenían a su alrededor.

—Puede ser, aunque no parece que a ti te suponga ningún problema —repuso Otto.

—No, pero es que esto es lo que se me da mejor: la informática, la electrónica, ese tipo de cosas. Aun así, es un diseño muy avanzado. Es como hacerle a alguien tocar a Rachmaninoff en su primera clase de piano, ¿no crees?

Otto asintió. No era normal que en una primera clase se planteara un reto tan complicado, sobre todo teniendo en cuenta que lo más probable era que muchos de sus compañeros jamás hubieran tenido contacto con una electrónica tan sofisticada como esa. Seguramente, era otra de las pruebas de HIVE, el equivalente técnico de columpiarse sobre un abismo.

El profesor seguía estudiando los papeles que había llevado consigo y apenas parecía darse cuenta de que la clase estaba teniendo lugar. El caos de su mesa se reflejaba también en el resto del aula. Parecía como si hasta el último hueco estuviera ocupado por una serie de artilugios estrambóticos e inidentificables o por pilas de papeles. Detrás de la mesa del profesor había una pizarra con la frase «NO BORRAR» escrita en la parte de arriba con grandes letras mayúsculas. Bajo aquella orden tan tajante, llenando la totalidad del encerado, había una ecuación increíblemente compleja cuyo hilo había perdido Otto tras leer las dos primeras líneas y toparse con unas áreas de las Matemáticas con las que no estaba familiarizado. Estaba claro que el profesor tenía muchas cosas en la cabeza.

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