—Hasta cuando vas a seguir…
—¡Haz lo que te digo, Sudjic!
Pero ésta ya estaba disparando, al igual que Kjarval. Con diez metros de separación, las tres estaban dirigiendo el fuego de sus trajes hacia el enemigo. Los pulsos antimateria acelerados eran simulados, por supuesto: si hubieran sido reales, poco habría quedado de la sala.
Hubo un destello, uno tan brillante que Khouri sintió que unos dedos provistos de garras se aproximaban a ella y se clavaban en sus ojos. La sensación fue demasiado intensa para que se tratara de una simulación. En comparación, el sonido de la explosión casi le pareció suave, aunque la sacudida le hizo perder el equilibrio y caer de rodillas sobre la moteada pared de la sala. El batacazo fue como rebotar sobre un colchón de la habitación de un hotel caro. Durante unos instantes su traje estuvo muy frío, y cuando la bruma de sus ojos empezó a dispersarse, pudo ver que las lecturas se habían desvanecido o se habían convertido en una críptica masa ilegible. Permanecieron en ese estado durante unos agónicos segundos, hasta que se activó el cerebro de reserva del traje y restableció todo aquello que le fue posible. Un monitor más sencillo (pero al menos comprensible) cobró vida, detallando qué había sido destruido y qué quedaba: había perdido la mayoría de las armas principales, la autonomía del traje se había reducido a un cincuenta por ciento y su capacidad de comunicación se había deteriorado. También se había producido una pérdida importante de servoasistencia en tres puntos de articulación. La capacidad de vuelo estaba dañada, al menos hasta que los protocolos de reparación pudieran ponerse en marcha, y necesitarían un mínimo de dos horas para encontrar una solución auxiliar.
Y según la lectura biomédica, le faltaba una extremidad superior, del hombro para abajo.
Logró sentarse y entonces, aunque todos sus instintos le decían que corriera a ponerse a salvo y comprobara sus alrededores, se vio obligada a observar la extremidad seccionada. Su brazo derecho acababa justo donde le había indicado la lectura médica. Ahora, su codo era una confusa masa de hueso chamuscado, carne y metal. El aire-gel debía de haberse comprimido por encima del muñón para evitar la pérdida de presión y sangre. No sentía ningún dolor, y éste era otro de los puntos en los que la simulación era sumamente realista, puesto que el traje habría ordenado al centro de dolor que se desactivara.
Comprueba tus alrededores, comprueba…
La explosión la había desorientado por completo. Intentó mirar a su alrededor, pero la articulación de la cabeza del traje estaba atascada. De pronto, todo se llenó de humo; se extendía en espiral por el aire, inundando la sala. La iluminación intermitente proporcionada por los zánganos aéreos ya no era más que un vacilante efecto estroboscópico. Allí estaban los restos de dos trajes, sufriendo el tipo de daño integral que indicaba que habían sido alcanzados por pulsos ack-am combinados, aunque demasiado destrozados para que pudiera saber si tenían o habían tenido ocupantes. Un tercer traje, menos dañado y, quizá, sólo aturdido (como le había ocurrido al suyo) descansaba a diez o quince metros de la gran curva de la cicatrizada pared de la sala. Los perros lobo habían desaparecido o habían sido destruidos; era imposible saberlo.
—¿Sudjic? ¿Kjarval? —preguntó, con voz apenas audible.
No recibió nada parecido a una respuesta, sólo silencio. En ese mismo momento advirtió que los intercomunicadores de los trajes estaban estropeados. Ése era un detalle del informe de daños que había ignorado hasta entonces. Mal, Khouri. Muy mal.
No tenía ni idea de quién era el enemigo.
El brazo seccionado del traje se estaba arreglando: las partes chamuscadas se precipitaban al suelo mientras la piel exterior se arrastraba hacia delante para cubrir el muñón. Era un espectáculo bastante desagradable, a pesar de que Khouri lo había presenciado cientos de veces en otros escenarios de simulación de Borde del Firmamento. Lo que más le repugnaba era saber que no existía ninguna reparación tan inmediata para sus propias heridas, que éstas tendrían que esperar a que fuera evacuada de la zona.
El otro traje, el que estaba menos dañado, empezó a incorporarse hasta quedar de pie, tal y como estaba haciendo Khouri. Conservaba todas sus extremidades y la mayoría de sus armas seguían desplegadas y asomaban por diversas aberturas. Apuntaban hacia Khouri, como una decena de víboras dispuestas a atacar.
—¿Quién eres? —preguntó, antes de recordar que los intercomunicadores se habían desconectado, posiblemente para siempre.
Por el rabillo del ojo vio que había otros dos trajes a un lado, emergiendo entre lánguidas columnas de humo de color carbón. ¿Quiénes eran? ¿Sus compañeras o lo que quedaba de los tres trajes que habían aparecido junto a los perros lobo?
El traje armado se estaba acercando a ella, muy despacio, como si Khouri fuera una bomba que pudiera explotar en cualquier momento. De pronto se detuvo y permaneció completamente inmóvil. Su piel intentaba imitar, con moderado éxito, el color de fondo de la pared y las pantallas ahumadas. Khouri se preguntó qué tal lo estaría haciendo su propio traje. ¿Su visor sería opaco o transparente? Era imposible saberlo desde dentro y las lecturas no revelaban nada. Si el traje armado veía su rostro, ¿la mataría o se negaría a disparar? Khouri estaba apuntando a la figura con las armas que podía utilizar, pero nada de lo que veía le decía si estaba apuntando a un enemigo o a una compañera muda.
Se movió para levantar el brazo bueno y señalar su rostro, pidiendo a su adversario que hiciera que su visor fuera transparente.
Su contrincante disparó.
Khouri salió despedida contra la pared, sintiendo un fuerte dolor en el estómago. Su traje empezó a gritar mientras un galimatías se desplazaba ante su visión. Antes de que golpeara la pared se produjo un rugido: el estallido de la frenética respuesta de sus propias armas.
Joder
, pensó Khouri. Eso dolía, y mucho. Por lo tanto, era imposible que se tratara de ninguna simulación.
Logró ponerse en pie justo cuando otra carga pasó rozando junto a ella y una tercera impactó contra su muslo. Empezó a retroceder, agitando frenéticamente ambos brazos en la periferia de su visión. En sus brazos había algo extraño… o, mejor dicho, no había nada raro allí donde debería haberlo habido. Estaban intactos. No había ningún indicio de que uno de ellos hubiera sido seccionado.
—Mierda —dijo—. ¿Qué cojones está pasando?
El ataque prosiguió. Los impactos que recibía la obligaban a retroceder.
—Os habla Volyova —dijo una voz en absoluto calmada—. ¡Escuchadme con atención! ¡Algo va mal en el escenario! Quiero que dejéis de disparar…
Khouri había vuelto a caer sobre la plataforma, esta vez con tanta fuerza que pudo sentirlo a través de los amortiguadores de aire-gel, como un manotazo en la columna. Tenía el muslo herido y el traje no estaba haciendo nada por mejorar su incomodidad.
Es una situación real
, pensó.
Las armas eran reales, o al menos lo eran aquellas que pertenecían al traje que la estaba atacando.
—Kjarval —dijo Volyova—. ¡Kjarval! ¡Deja de disparar! ¡Vas a matar a Khouri!
Pero Kjarval no la estaba escuchando, o era incapaz de escucharla o, lo que resultaba más aterrador, era incapaz de detenerse.
—¡Kjarval! —repitió la Triunviro—. ¡Si no te detienes, tendré que desarmarte!
Kjarval no se detuvo, sino que siguió disparando. Khouri sentía cada impacto como un latigazo. Retorciéndose de dolor, deseaba desesperadamente salir de aquella tortuosa sala metálica y acceder al santuario que había más allá.
Entonces Volyova empezó a descender. Al parecer, había permanecido en todo momento en el centro de la sala, sin ser vista. Mientras descendía, abrió fuego sobre Kjarval, primero con las armas más ligeras que poseía, pero aumentando progresivamente su intensidad. La mujer contraatacó dirigiendo parte de sus ataques hacia arriba, dejando cicatrices negras en la armadura de la Triunviro, desconchando fragmentos del tegumento flexible y destruyendo sus armas a medida que el traje las desplegaba e intentaba utilizarlas. De todos modos, Volyova dejó constancia de su superioridad. El traje de Kjarval empezó a marchitarse, a perder integridad, y sus armas se volvieron locas y empezaron a dispararse sin orden ni concierto por toda la sala.
Apenas un minuto después de que hubiera empezado a disparar a Khouri, Kjarval cayó al suelo. Su traje, allí donde no estaba ennegrecido por los ataques que había recibido, se había convertido en una colcha de colores psicodélicos mal emparejados y texturas hiper-geométricas que cambiaban con rapidez, de las que brotaban armas y mecanismos medio reales. Sus extremidades se agitaban frenéticas. Enloquecidos, los extremos de sus brazos moldeaban y desechaban manipuladores y toscas aproximaciones de manos humanas del tamaño de un bebé.
Khouri se levantó y tuvo que sofocar un grito de dolor cuando su muslo protestó por el movimiento. El traje era un rígido peso muerto que la envolvía pero, de alguna forma, logró caminar, o al menos tambalearse, hasta el lugar en donde yacía Kjarval.
Volyova y otra figura cubierta por un traje (sin duda alguna, Sudjic) ya estaban allí, inclinadas sobre lo que quedaba de ella e intentando encontrar alguna lógica al informe del diagnóstico médico.
—Está muerta —anunció Volyova.
Mantell, Nekhebet Septentrional, Resurgam, 2566
El día que los recién llegados anunciaron su presencia, una inclemente puñalada de luz blanca despertó a Sylveste. Éste sostuvo el brazo en alto, a modo de súplica, mientras esperaba a que sus ojos completaran las rutinas de inicialización. Era evidente que Sluka sabía que era inútil hablar con él en esos momentos. Como carecían de tantas de sus funciones originales, los ojos tardaban más que nunca en ser funcionales. Mientras analizaban los modos dañados, Sylveste experimentó una lenta rutina de errores y avisos, acompañada de pequeños pinchazos de dolor.
Apenas era consciente de que Pascale estaba sentada en la cama junto a él, cubriéndose el pecho con las sábanas.
—Será mejor que os levantéis —dijo Sluka—. Los dos. Esperaré fuera mientras os vestís.
Ambos se apresuraron en hacer lo que les había pedido. Sluka esperó pacientemente al otro lado de la puerta, acompañada por dos guardias que no iban visiblemente armados. Sylveste y su esposa fueron escoltados hasta el área común de Mantell, donde el relevo de la mañana de los Inundacionistas del Camino Verdadero se había reunido alrededor de una pantalla mural rectangular. Frascos de café y raciones de desayuno descansaban sobre la mesa común.
Sea lo que sea lo que está pasando
, pensó Sylveste,
ha logrado quitarles el apetito
. Al parecer, la razón se encontraba en la pantalla. Podía oír una voz amplificada y áspera, como la que se oiría por un megáfono, pero había tanto ruido de fondo que sólo entendía una palabra del discurso. Y por desgracia, esa palabra era su nombre, pronunciado a intervalos demasiado frecuentes.
Avanzó hasta situarse delante de la pantalla, consciente de que los observadores le mostraban más respeto ahora que el que habían sentido en décadas. ¿Podía tratarse simplemente de la compasión que se siente por un hombre condenado?
Pascale se detuvo a su lado.
—¿Reconoces a esa mujer? —preguntó.
—¿A qué mujer?
—La de la pantalla. La que tienes delante.
Sylveste sólo veía un rectángulo de píxeles puntillistas de color gris-plateado.
—Mis ojos no leen bien las señales de vídeo —explicó, dirigiéndose tanto a Sluka como a Pascale—. Y no oigo nada. Creo que será mejor que me cuentes qué me estoy perdiendo.
Falkender apareció entre la multitud.
—Si quieres, te pondré un parche neuronal. Sólo será un momento. —Falkender lo llevó hasta una pequeña alcoba situada en un rincón de la sala común, para alejarlo de los observadores. Pascale y Sluka los siguieron. Una vez allí, abrió su maletín y cogió algunos instrumentos relucientes.
—Ahora me dirás que no me dolerá nada —dijo Sylveste.
—Jamás se me ocurría hacer algo así —respondió Falkender—. Al fin y al cabo, no sería completamente cierto, ¿verdad? —Chasqueó los dedos, dirigiéndose a un ayudante o a Pascale. Sylveste no podía estar seguro y su campo visual era demasiado restringido para poder discriminar—. Tráele una taza de café. Eso le ayudará a pensar en otra cosa. Aunque supongo que cuando pueda ver la pantalla necesitará algo más fuerte.
—¿Tan malo es?
—Me temo que Falkender no está bromeando —dijo Sluka.
—¿Estáis disfrutando, verdad? —Sylveste se mordió el labio cuando sintió la primera oleada de dolor, aunque éste no se intensificó a medida que proseguía la operación—. ¿Vais a sacarme de mi ignorancia? No me habrías despertado si no se tratara de algo importante.
—Los Ultras han anunciado su presencia —explicó Sluka.
—Hasta ahí había podido llegar yo solito. ¿Qué han hecho? ¿Ha aterrizado una lanzadera en el centro de Cuvier?
—Nada tan directo… todavía. Pero puede que la situación empeore.
Alguien dejó una taza de café en sus manos. Falkender interrumpió su trabajo el tiempo suficiente para que Sylveste bebiera un trago. Era amargo y estaba bastante frío, pero le ayudó a despejarse un poco.
—Lo que aparece en la pantalla es un mensaje audiovisual repetido —anunció Sluka—. Llevan treinta minutos transmitiéndolo sin cesar.
—¿Lo trasmiten desde la nave?
—No. Al parecer, han manipulado nuestro sistema de satélites de comunicación para que nuestras transmisiones rutinarias transporten el mensaje.
Sylveste asintió, pero al instante lamentó haberse movido.
—Todavía les preocupa ser detectados.
O quizá, sólo deseaban reafirmar su absoluta superioridad tecnológica; su capacidad de infiltrarse y manipular sus sistemas de datos. Eso le parecía más probable: no sólo encajaba con la arrogante forma que tenían los Ultras de hacer las cosas, sino también con una tripulación en particular. ¿Para qué anunciar tu presencia de forma mundana, cuando puedes montar un gran espectáculo e impresionar a los nativos? No necesitaba ninguna confirmación para saber quiénes eran aquellas personas. Lo había sabido desde el mismo instante en que la nave entró en el sistema.
—Siguiente pregunta —continuó—. ¿A quién va dirigido el mensaje? ¿Aún piensan que hay algún tipo de autoridad planetaria con la que puedan negociar?