Espacio revelación (56 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Espacio revelación
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—Bien hecho —dijo Sylveste, inyectando en su voz toda la insinceridad que fue capaz de amasar—. Pero como científico, debes respetar mi impulso de experimentar, de tantear los límites de tu tolerancia. —Sacó un brazo del abrigo y mostró algo que sujetaba con fuerza entre dos dedos de su mano enguantada. Había esperado que la persona armada le disparara en ese momento, pensando que estaba sacando un arma, pero consideraba que era un riesgo razonable que debía correr. Lo que tenía en la mano no era ningún arma, sino un diminuto trozo de memoria cuántica.

—¿Ves esto? —preguntó—. Es lo que me pediste que trajera. La simulación de nivel beta de Calvin. La necesitas, ¿verdad? La necesitas con todas tus fuerzas.

Sajaki lo observó, sin decir nada,

—Pues que te jodan —espetó, aplastando la simulación hasta que su polvo fue barrido por la tormenta.

Dieciocho

Órbita de Resurgam, 2566

Ascendieron con rapidez hacia los despejados cielos que descansaban sobre la tormenta abandonando Resurgam. Por fin, Sylveste pudo ver algo encima de su cabeza, algo tan pequeño que sólo era visible porque ocultaba las estrellas que tenía detrás. Era como un trozo de carbón, pero crecía sin parar, hasta que su contorno cónico quedó de manifiesto y lo que en un principio había parecido una silueta de oscuridad total empezó a mostrar detalles de su forma, iluminada siniestramente por el planeta alrededor del cual orbitaba. La bordeadora lumínica siguió creciendo; era imposiblemente grande, ocupaba la mitad del cielo y seguía aumentado de tamaño. No había cambiado demasiado desde la última vez que estuvo a bordo. Sylveste sabía que este tipo de naves se rediseñaban continuamente, aunque esos cambios solían ser sutiles modificaciones del interior, no reformas radicales del diseño exterior (aunque esto también ocurría, aproximadamente, cada dos siglos). Por unos instantes se inquietó al pensar que podía carecer de la capacidad que él necesitaba… pero entonces recordó qué había hecho con Phoenix. De hecho, resultaba difícil olvidarlo, puesto que las pruebas del ataque continuaban a sus pies: una floración de destrucción gris en el rostro de Resurgam.

En el oscuro casco de la nave se abrió una puerta que parecía demasiado pequeña para que pasaran por ella los trajes, aunque a medida que se acercaban, Sylveste descubrió que medía tantos metros de ancho que podrían cruzarla todos a la vez. Él, Pascale y los otros dos Ultras de la nave, uno de los cuales cargaba con el cuerpo inconsciente de Volyova, se desvanecieron en el interior de la nave y la puerta se cerró tras ellos.

Sajaki los condujo hasta una zona de carga en la que se quitaron los trajes y pudieron respirar con normalidad. El aire le hizo recordar su última visita a bordo. Había olvidado cómo olía la nave.

—Esperad aquí —dijo Sajaki, mientras los trajes se retiraban hacia la pared—. Tengo que ocuparme de mi colega.

Se arrodilló y empezó a forcejear con la armadura de Volyova. Sylveste acarició la idea de decirle que no se esforzara demasiado en ayudar a la Triunviro, pero decidió que no sería prudente: al destruir la simulación de Cal, era posible que ya hubiera empujado a Sajaki hasta el límite de su paciencia.

—¿Qué ocurrió exactamente allí abajo?

—No lo sé. —Típica de Sajaki: como todas las personas genuinamente inteligentes que Sylveste había conocido, no intentaba fingir comprensión cuándo ésta no existía—. No lo sé y, de momento, no me importa. —Analizó una lectura del traje de Volyova—. Sus lesiones, aunque graves, no parecen mortales. Pero necesitará tiempo para curarse. Ahora que estás aquí, todo lo demás son simples detalles. —Levantó la cabeza hacia la otra mujer, que se había despojado de su traje—. Sin embargo, hay algo que me preocupa, Khouri…

—¿Qué? —preguntó ésta.

—Es igual. De momento no importa. —Volvió a mirar a Sylveste—. Por cierto, respecto a la bromita de la simulación, no creas ni por un instante que me has impresionado.

—Pues debería. ¿Cómo pretendes que arregle ahora al Capitán?

—Con la ayuda de Calvin, por supuesto. ¿Acaso no recuerdas que tengo una copia de seguridad de la última vez que lo trajiste a bordo? Seguramente estará un poco desfasada, pero los conocimientos quirúrgicos siguen ahí.

Esun buen farol
, pensó Sylveste,
pero sólo eso
. Sin embargo, existía una copia de seguridad pues, de otro modo, jamás se habría atrevido a destruir la simulación.

—Por cierto… ¿el Capitán está tan grave que no puede reunirse conmigo en persona?

—Te reunirás con él en su momento —respondió Sajaki.

La mujer y Sajaki estaban retirando postillas de tejido herido del traje de Volyova, un proceso similar a retirar el caparazón de un cangrejo. Poco después, el Triunviro murmuró algo a su compañera y ambos interrumpieron su trabajo, como si hubieran llegado a la conclusión de que era demasiado delicado y debían buscar un lugar más adecuado para continuar. Al instante aparecieron tres criados. Dos de ellos levantaron a Volyova y se la llevaron de la sala, acompañados de Sajaki y la otra mujer. Sylveste no la había visto durante su última visita a bordo, pero parecía haber asumido un puesto bastante elevado en la jerarquía de la nave. La tercera máquina se acuclilló y observó a Sylveste y a Pascale con un siniestro ojo cámara.

—Ni siquiera me ha pedido que me quite la máscara y las gafas —dijo Sylveste—. Es como si no le importara en absoluto tenerme a bordo.

Pascale asintió. Estaba pasándose la mano por la ropa, como si estuviera convencida de que el aire-gel del traje había dejado algún residuo pegajoso en ella.

—Sea lo que sea lo que ha ocurrido allí abajo, debe de haber desbaratado por completo sus planes. Puede que se sintiera más victorioso si las cosas hubieran salido como había planeado.

—Ése no es su estilo. Sin embargo, esperaba que pasara unos minutos regodeándose de su suerte.

—Puede que el hecho de que destruyeras la simulación…

—Sí, eso lo habrá molestado. Puede que la copia que hizo de Cal tenga cierta funcionalidad residual, incluso en lo referente a las rutinas de autodestrucción, pero es muy probable que no baste para poder llevar a cabo ningún tipo de canalización, ni siquiera con una congruencia neuronal perfecta entre la simulación y el receptor. —Sylveste dijo esto con la certeza de que su conversación estaba siendo grabada. Encontró un par de cajones de embalaje y los giró para usarlos como asiento—. De todos modos, estoy seguro de que ya ha intentado utilizar la simulación con el cuerpo de algún pobre desgraciado.

—Y debe de haber fracasado.

—Probablemente. Supongo que espera que yo pueda trabajar con la copia dañada sin recurrir a la canalización, confiando tan sólo en mi conocimiento de los instintos y las metodologías de Cal.

Pascale asintió. Era lo bastante astuta como para no preguntarle qué planes tendría Sajaki si su copia estaba demasiado dañada, de modo que prefirió desviar la conversación.

—¿Tienes idea de lo que ha ocurrido allí abajo? —preguntó.

—No… y creo que Sajaki decía la verdad cuando dijo lo mismo. Fuera lo que fuera, no estaba planeado. Puede que se tratara de una lucha de fuerzas entre los miembros de la tripulación, desarrollada en la superficie para que quienquiera que estuviera implicado no tuviera ninguna oportunidad de sobrevivir.

Aunque esta idea le parecía plausible, no tenía nada que ver con lo que pensaba que había ocurrido en realidad. Incluso dentro del marco de referencia de Sajaki, había transcurrido demasiado tiempo para que Sylveste confiara en sus procesos de comprensión, por lo general infalibles.

Tendría que moverse con sumo cuidado hasta que comprendiera la dinámica de la actual tripulación… asumiendo que le concedieran el tiempo necesario…

Pascale se arrodilló junto a su marido. Ambos se habían quitado las máscaras, pero sólo ella se había desembarazado de las gafas de protección.

—Estamos en peligro, ¿verdad? Si Sajaki decide que no le sirves para nada…

—Nos volverá a dejar en la superficie sanos y salvos. —Sylveste cogió sus manos. Hileras de trajes vacíos se alzaban a su alrededor, como si ambos fueran los indeseables ladrones de una tumba egipcia y los trajes fueran las momias—. Sajaki no puede descartar que en el futuro pueda volver a serle útil.

—Espero que tengas razón, porque has asumido un riesgo demasiado grande. —Lo miró con una expresión que no había visto nunca, una de silenciosa y calmada advertencia—. Tanto para tu vida como para la mía.

—Sajaki no es mi jefe. Sólo me limité a recordárselo. Simplemente le hice saber que, por muy astuto que sea, siempre estaré por delante de él.

—Pero ahora es tu jefe, ¿no lo entiendes? Puede que no tenga la simulación, pero estás en sus manos. En mi opinión, eso lo pone por delante de ti.

Sylveste sonrió y buscó una respuesta que fuera cierta y, al mismo tiempo, la que Sajaki podía esperar de él.

—Pero no tanto como él cree.

Sajaki y la otra mujer regresaron aproximadamente una hora después, acompañados por un quimérico enorme. De su estancia previa en la nave, Sylveste sabía que era el Triunviro Hegazi, aunque apenas lo conocía. Hegazi era un ejemplo extremo de los de su especie: a pesar de estar tan cibernetizado como su Capitán, había sumergido a mayor profundidad su humanidad central en suplementos mecánicos, cambiando diversas partes protésicas por sustitutos más nuevos o más elegantes. Además, había adquirido un entorno totalmente nuevo de entópticos, la mayoría de los cuales habían sido diseñados para interactuar con el movimiento de sus partes corporales, creando una cascada de extremidades fantasma de los colores del arco iris que se demoraban en el aire durante un segundo antes de desvanecerse. Sajaki vestía el humilde traje de la nave, carente de galones o adornos, que enfatizaba la liviandad de su constitución, pero Sylveste sabía que no debía juzgarlo por su falta de masa o la ausencia de armas protésicas visibles. No le cabía duda de que dichas máquinas borbollaban bajo su piel, proporcionándole una velocidad y una fuerza inhumanas. Estaba seguro de que era tan peligroso como Hegazi, y mucho más rápido.

—No puedo decir que sea un placer —dijo Sylveste, dirigiéndose a Hegazi—. Pero reconozco que he experimentado una leve sorpresa ante el hecho de que no hayas implosionado bajo el peso de tus prótesis, Triunviro.

—Te sugiero que te lo tomes como un cumplido —comentó Sajaki a su compañero—. Es lo más parecido que podrás conseguir de él.

Hegazi se acarició el bigote que seguía cultivando, a pesar de las prótesis invasoras que cubrían su cráneo.

—Ya veremos lo ingenioso que es cuando le hayas enseñado al Capitán, Sajaki-san. Eso le borrará la sonrisa de la cara.

—Sin duda alguna. Y hablando de caras… ¿por qué no nos la enseñas un poco, Dan? —Sajaki acarició el mango de la pistola que descansaba en su cartuchera.

—Con mucho gusto —respondió Sylveste. Acercó la mano a su rostro, se quitó las gafas anti-polvo y las dejó caer al suelo, observando las expresiones (o lo que podían considerarse expresiones) de sus secuestradores. Por primera vez estaban viendo lo que había sido de sus ojos. Puede que ya lo supieran, pero la sorpresa que se dibujó en sus rostros fue considerable. Los ojos de Sylveste no eran impecables mejoras de los originales, sino brutales sustitutos que sólo se aproximaban en funcionalidad a los ojos humanos. Unos ojos que sólo se considerarían sofisticados en los libros de texto médicos de la antigüedad, junto con las piernas de madera.

—Supongo que ya sabíais que había perdido la visión —dijo, observándolos de uno en uno con su mirada vacía, ciega—. En Resurgam era del dominio público… así que no merecía la pena mencionarlo.

—¿Qué tipo de resolución obtienes con éstos? —preguntó Hegazi, con un tono que parecía de genuino interés—. Sé que no son de tecnología punta, pero apuesto lo que sea a que poseen una buena sensibilidad electromagnética, desde infrarrojos a ultravioletas, ¿verdad? Puede que incluso digitalización acústica. ¿Tienen zoom?

Sylveste miró a Hegazi largo y tendido antes de responder.

—Tienes que comprender una cosa, Triunviro: sólo soy capaz de reconocer a mi esposa bajo la luz correcta y si está lo bastante cerca.

—Qué bien… —Hegazi lo siguió mirando, fascinado.

Fueron escoltados hacia las profundidades de la nave. La última vez que había estado a bordo, lo habían llevado directamente al centro médico. En aquel entonces, el Capitán había sido más o menos capaz de caminar, al menos distancias cortas. Ahora no lo estaban llevando a ningún lugar que reconociera, pero eso no significaba que se encontraran lejos del centro médico, pues la nave era tan imbricada como una ciudad pequeña y sumamente difícil de memorizar, a pesar de que había pasado todo un mes en su interior. De todos modos, tenía la sensación de encontrarse en una zona completamente nueva, de estar pasado por secciones de la nave (Sajaki y la tripulación las llamaban distritos) que no le habían mostrado antes. Si sus suposiciones eran ciertas, el ascensor los estaba alejando de la brillante proa y llevándolos hacia el punto en el que el casco cónico adquiría su máxima amplitud.

—No me importan los defectos técnicos menores que puedas tener en los ojos —dijo Sajaki—. Podremos repararlos sin ningún problema.

—¿Sin una versión operativa de Calvin? Lo dudo.

—Entonces te arrancaremos los ojos y los sustituiremos por algo mejor.

—Yo no lo haría. Además… seguiríais sin tener a Calvin. ¿De qué os serviría?

Sajaki dijo algo entre dientes y el ascensor se detuvo.

—¿No me creíste cuando te dije que teníamos una copia de seguridad? Bueno, estás en tu derecho, por supuesto. Nuestra copia posee algunos defectos extraños. Dejó de tener utilidad mucho antes de que le exigiéramos nada.

—Eso es software para vosotros.

—Sí. De hecho, es posible que te mate. —Con un suave movimiento, sacó la pistola del cargador, permitiéndole ver la serpiente de bronce que giraba en espiral alrededor del cañón. La forma de matar del arma no era obvia; podría ser una pistola de rayos o de fuego. Sin embargo, a Sylveste no le cabía duda de que se encontraba dentro de su campo letal.

—No puedes matarme ahora; no después de todo el tiempo que has invertido en mi búsqueda.

El dedo de Sajaki se cerró alrededor del gatillo.

—Infravaloras mi capacidad de actuar por impulso, Dan. Podría matarte por la simple perversidad cósmica de hacerlo.

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