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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #thriller

Espía de Dios (9 page)

BOOK: Espía de Dios
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—Las manos de un sacerdote son sagradas. Con ellas administra los sacramentos. Ello quedó muy metido en la cabeza de Karoski, como luego verán. En 1987 trabajó en un colegio en Pittsburg, dónde se produjeron sus primeros abusos. Sus víctimas eran varones entre 8 y 11 años. No se le conoce ningún tipo de relación adulta consentida, homosexual o heterosexual. Cuando comenzaron a llegar las quejas a sus superiores, éstos al principio no hicieron nada. Después lo trasladaron de parroquia en parroquia. Pronto hubo una queja por agresión a un feligrés, al que golpeó en la cara sin mayores consecuencias… Y finalmente llegó al Instituto.

—¿Cree que si hubieran empezado a ayudarle antes hubiera sido diferente?

Fowler torció el gesto, las manos crispadas, el cuerpo en tensión.

—Estimado subinspector, no le ayudamos ni lo más mínimo. Lo único que conseguimos fue sacar al asesino al exterior. Y finalmente dejar que se nos escapara.

—¿Tan grave fue?

—Peor. Cuando llegó, era un hombre abrumado, tanto por sus deseos descontrolados como por sus estallidos violentos. Tenía remordimientos por sus acciones, aunque las negase repetidas veces. Simplemente no era capaz de controlarse. Pero con el paso del tiempo, con las terapias equivocadas, con el contacto con los deshechos del sacerdocio que se juntaban en el Saint Matthew, Karoski se convirtió en algo mucho peor. Se volvió frío, irónico. Perdió el remordimiento. Verán, él había bloqueado los recuerdos más dolorosos de su infancia. Con ello
sólo
se convirtió en un pederasta. Pero tras la desastrosas terapias de regresión…

—¿Por qué desastrosas?

—Hubiera ido algo mejor si el objetivo hubiera sido llevar algo de paz a la mente del paciente. Pero mucho me temo que el doctor Conroy sentía una curiosidad morbosa por el caso de Karoski, hasta extremos inmorales. En casos similares, lo que el hipnotizador intenta es implantar de forma artificial recuerdos positivos en la memoria del paciente, recomendándole que olvide los peores hechos. Conroy prohibió esa línea de actuación. No sólo hizo recordar a Karoski sino que le obligó a escuchar las cintas en las que, con voz de falsete, pedía a su madre que le dejara en paz.

—¿Qué clase de Mengele tenían al frente de ese lugar? —se horrorizó Paola.

—Conroy estaba convencido de que Karoski debía aceptarse a sí mismo. Según él era la única solución. Debía reconocer que había tenido una infancia dura y que era homosexual. Como les dije antes, había realizado un diagnóstico previo y luego intentaba meter en él con calzador al paciente. Para colmo sometió a Karoski a un cóctel de hormonas, algunas de ellas experimentales, como una variante del anticonceptivo Depo-Covetán. Con éste fármaco, inyectado en dosis anormales, Conroy reducía el nivel de respuesta sexual de Karoski, pero potenciaba su agresividad. La terapia se alargaba más y más, y no había progresos positivos. Había épocas en que estaba más tranquilo, simplemente, pero Conroy lo interpretaba como éxitos de su terapia. Al final se produjo una castración química. Karoski es incapaz de tener una erección, y esa frustración le destruye.

—¿Cuándo entró usted en contacto con él por primera vez?

—A mi llegada al Instituto, en 1995. Hablé mucho con él. Entre ambos se estableció una relación de cierta confianza, que se dio al traste más adelante, como ahora les contaré. Pero no quiero adelantarme. Verán, a los quince días de la llegada de Karoski al instituto se le recomendó una pletismografía peneana. Se trata de una prueba en la que se conecta un aparato al pene mediante unos electrodos. Dicho aparato mide la respuesta sexual a determinados estímulos.

—Lo conozco —dijo Paola, como el que dice que ha oído hablar del virus Ébola.

—Bien… Se lo tomó muy mal. Durante la sesión se le mostraron imágenes terribles, extremas.

—¿Cómo de extremas?

—Relacionadas con pedofilia.

—Joder.

—Karoski reaccionó con violencia e hirió gravemente al especialista que controlaba la máquina. Los celadores consiguieron reducirle, de lo contrario le habría matado. A raíz de ese episodio Conroy debería haber reconocido que no estaba en condiciones de tratarle y haberle encaminado a un hospital mental. Pero no lo hizo. Contrató a dos celadores fuertes con el encargo de no quitarle ojo de encima y comenzó a someterle a terapia de regresión. Coincidió con mi llegada al Instituto. Con el paso de los meses, Karoski se fue retrayendo. Sus exabruptos de ira desaparecían. Conroy lo achacó a grandes mejoras en su personalidad. Levantaron bastante la vigilancia a su alrededor. Y una noche, Karoski forzó la cerradura de su habitación (que por precaución se solía cerrar por fuera a determinadas horas) y le cercenó las manos a un sacerdote que dormía en su misma ala. Dijo a todos que el sacerdote era un hombre impuro, y que él había visto como tocaba a otro sacerdote de manera «impropia». Mientras los celadores corrían hacia la habitación desde la que salían los aullidos del cura, Karoski lavaba las manos bajo el grifo de la ducha.

—El mismo
modus operandi
. Creo, padre Fowler, que no queda duda ninguna entonces —dijo Paola.

—Ante mi asombro y desesperación, Conroy no denunció el hecho a la policía. El sacerdote mutilado recibió una indemnización y unos médicos de California consiguieron volver a implantarle ambas manos, aunque con una movilidad muy reducida. Y entretanto Conroy mandó reforzar la seguridad y construyó una celda de aislamiento de tres por tres metros. Ese fue el alojamiento de Karoski hasta que se fugó del Instituto. Entrevista tras entrevista, terapia de grupo tras terapia de grupo, Conroy iba fracasando y Karoski iba evolucionando hacia el monstruo que es ahora. Yo escribí varias cartas al cardenal, explicándole el problema. No recibí respuesta. En 1999, Karoski escapó de la celda y cometió su primer asesinato conocido: el padre Peter Selznick.

—Oímos hablar de él aquí. Se dijo que se había suicidado.

—Pues no era cierto. Karoski se escapó de la celda forzando la cerradura con un bolígrafo y usó un trozo de metal que había afilado en su celda para arrancarle a Selznick la lengua y los labios. También le arrancó el pene y le obligó a morderlo. Tardó tres cuartos de hora en morirse, y no se enteró nadie hasta la mañana siguiente.

—¿Qué dijo Conroy?

—Oficialmente definió el episodio como un «contratiempo». Consiguió encubrirlo, y coaccionó al juez y al sheriff del condado para que dictaminaran suicidio.

—¿Y se avinieron a ello? ¿Sin más? —dijo Pontiero.

—Ambos eran católicos. Creo que Conroy les manipuló a ambos apelando a su deber como tales de proteger a la Iglesia. Pero aunque no quisiera reconocerlo, mi ex jefe estaba realmente muy asustado. Veía que la mente de Karoski se le escapaba, como si absorbiera su voluntad día a día. A pesar de ello se negó en repetidas ocasiones a denunciar los hechos a una instancia superior, por miedo sin duda a perder la custodia del interno. Yo escribí más cartas a la archidiócesis, pero no se me escuchó. Hablé con Karoski, pero no encontré en él ni rastro de remordimiento, y me di cuenta de que finalmente allí había otra persona. Ahí se rompió todo contacto entre ambos. Aquella fue la última vez que hablé con él. Sinceramente, aquella bestia encerrada en la celda me daba miedo. Y Karoski siguió en el Instituto. Se colocaron cámaras. Se contrató a más personal. Hasta que una noche de junio de 2000 se esfumó. Sin más.

—¿Y Conroy? ¿Cómo reaccionó?

—Estaba traumatizado. Se dio aún más a la bebida. A la tercera semana le explotó el hígado y murió. Una pena.

—No exagere —dijo Pontiero.

—Dejémoslo, mejor. Se me encargó la dirección temporal de la institución, mientras se buscaba un sustituto adecuado. La archidiócesis no confiaba en mí, supongo que por mis continuas quejas acerca de mi superior. Yo apenas estuve un mes en el cargo, pero lo aproveché lo mejor que pude. Reestructuré la plantilla a toda prisa, contando con personal profesional, y redacté nuevos programas para los internos. Muchos de esos cambios no llegaron a implantarse, pero otros sí, así que mereció la pena el esfuerzo. Envié un conciso informe a un antiguo contacto en el VICAP
[12]
, llamado Kelly Sanders. Se mostró preocupado por el perfil del sospechoso y por el crimen sin castigo del padre Selznick y dispuso un operativo para capturar a Karoski. Nada.

—¿Así, sin más? ¿Desapareció? —Paola estaba asombrada.

— Desapareció sin más. En 2001 se creyó que había reaparecido, ya que hubo un crimen con mutilación parcial en Albany. Pero no era él. Muchos le dieron por muerto, pero por suerte metieron su perfil en el ordenador. Yo, mientras, encontré hueco en un comedor de beneficencia del Harlem hispano, en Nueva York. Trabajé allí unos meses, hasta ayer mismo. Un antiguo jefe me reclamó para el servicio, así que supongo que vuelvo a ser un capellán castrense. Me comunicaron que había indicios de que Karoski había vuelto actuar, después de todo éste tiempo. Y aquí estoy. Les traigo un portafolio con la documentación más pertinente que reuní sobre Karoski en los cinco años que traté con él —dijo Fowler, tendiéndole el grueso expediente, de más de catorce centímetros de grosor—. Hay
e-mails
relacionados con la hormona de la que les he hablado, transcripciones de sus entrevistas, algún artículo de periódico en el que se le menciona, cartas de psiquiatras, informes… Es todo suyo,
dottora
Dicanti. Pregúnteme si tiene cualquier duda.

Paola alargó la mano a través de la mesa para coger el grueso legajo, y nada más abrirlo sintió una fuerte inquietud. Sujeta con un clip a la primera página había una fotografía de Karoski. Tenía un color de piel blanquecino, el pelo castaño liso y los ojos marrones. A lo largo de los años que había dedicado a investigar esas cáscaras vacías de sentimiento que eran los asesinos en serie había aprendido a reconocer esa mirada vacua en el fondo de los ojos de los depredadores, de los que matan con la misma naturalidad con la que comen. Sólo hay algo en la naturaleza remotamente parecido a esa mirada, y son los ojos de los tiburones blancos. Miran sin ver, de una forma única y aterradora.

Y allí estaba, reflejada de pleno en las pupilas del padre Karoski.

—¿Impresiona, verdad? —dijo Fowler, estudiando con la mirada a Paola —. Éste hombre tiene algo en su porte, en sus gestos. Algo indefinible. A simple vista pasa desapercibido, pero cuando, digamos, tiene toda su personalidad encendida… es terrible.

—Y cautivador, ¿verdad, padre?

—Si.

Dicanti le pasó la foto a Pontiero y a Boi, quienes se inclinaron a la vez sobre ella para escudriñar el rostro del asesino.

—¿Qué le daba más miedo, padre, el peligro físico o el mirar a aquel hombre directamente a los ojos y sentirse escrutado, desnudo? ¿Como si él fuera un miembro de una raza superior, que había roto todas nuestras convenciones?

Fowler la contempló, boquiabierto.

—Supongo,
dottora
, que usted ya sabe la respuesta.

—A lo largo de mi carrera he tenido oportunidad de entrevistarme con tres asesinos en serie. Los tres me produjeron esa sensación que le acabo de describir, y otros mucho mejores que usted y que yo la han sentido. Pero es una sensación falsa. No hay que olvidar una cosa, padre. Estas personas son fracasados, no profetas. Basura humana. No merecen ni un ápice de compasión.

Informe acerca de la hormona progesterona

sintética 1789 (depot-gestágeno inyectable).

Nombre comercial:
DEPO-Covetan.

Clasificación del informe:
Confidencial-Encriptado.

Para:
[email protected]

DE:
[email protected]

CC:
[email protected]

Asunto:
CONFIDENCIAL Informe #45 sobre la HPS 1789

Fecha:
17 de marzo de 1997. 11:43 AM

Archivos adjuntos:
Inf#45_HPS1789.pdf

Estimado Marcus:

Te adjunto el avance del informe que nos solicitaste.

Los análisis realizados en estudios de campo en zonas ALFA
[13]
han registrado irregularidades graves en el flujo menstrual, trastornos del sueño, vértigo y posibles hemorragias internas. Se han descrito casos graves de hipertensión, trombosis, enfermedades cardíacas. Ha surgido algún pequeño problema: el 1,3% de las pacientes ha desarrollado fibromialgia
[14]
, un efecto secundario no contemplado en la versión anterior.

Si contrastas el informe con el de la versión 1786, la que estamos comercializando actualmente en Estados Unidos y Europa, los efectos secundarios se han reducido un 3,9%. Si los analistas de riesgos no se equivocan, podemos cifrar en un máximo de 53 millones de dólares el gasto en daños y perjuicios. Por tanto lo mantenemos en la norma, es decir, inferior al 7% de los beneficios. No, no me des las gracias… ¡mándame una bonificación!

Por cierto, han llegado indicios hasta el laboratorio del uso de la 1789 en pacientes masculinos, con el objetivo de reprimir o eliminar su respuesta sexual. En la práctica, dosis suficientes han llegado a ejercer de castrador químico. De los informes y análisis examinados por éste laboratorio se deducen aumentos en la agresividad del sujeto en casos concretos, así como determinadas anomalías en la actividad cerebral. Recomendamos ampliar el marco investigador para dilucidar el porcentaje en que dicho efecto secundario podría presentarse. Sería interesante iniciar pruebas con sujetos Omega
[15]
, como pacientes psiquiátricamente desahuciados o presos en el corredor de la muerte.

Estaré encantada de dirigir personalmente dichas pruebas.

¿Comemos el viernes? He encontrado un sitio encantador cerca del Village. Tienen un pescado al vapor realmente divino.

Saludos,

Dra. Lorna Berr

Directora de Investigaciones

CONFIDENCIAL
. CONTIENE INFORMACIÓN RESERVADA SOLO A MIEMBROS DEL PERSONAL CON CLASIFICACIÓN A1. SI VD. HA TENIDO ACCESO A ESTE INFORME Y SU CLASIFICACIÓN NO SE CORRESPONDE CON EL MISMO SEPA QUE ESTÁ EN LA OBLIGACIÓN DE COMUNICAR DICHA VIOLACIÓN DE SEGURIDAD A SU INMEDIATO SUPERIOR SIN REVELAR EN NINGÚN CASO LA INFORMACIÓN CONTENIDA EN LOS PÁRRAFOS PRECEDENTES. EL INCUMPLIMIENTO PODRÍA ACARREARLE SEVERAS DEMANDAS LEGALES Y HASTA 35 AÑOS DE PRISIÓN O EL EQUIVALENTE MÁXIMO QUE ADMITA LA LEGISLACIÓN VIGENTE EN EEUU.

BOOK: Espía de Dios
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