Eterna (20 page)

Read Eterna Online

Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

BOOK: Eterna
8.3Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Nora, ¿dónde estamos? —dijo.

—Shhh, mamá. Todo va bien. Vuelve a dormir.

—¿Estamos en un hospital? ¿Estoy enferma? —preguntó agitada.

—No, mamá. Todo va bien. No pasa nada.

Mariela apretó la mano de su hija con fuerza y se recostó en la cama. Le acarició la cabeza rapada.

—¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? —preguntó, visiblemente molesta.

—Nadie, mamá —le respondió Nora, besándole la mano—. Volverá a crecer. Ya lo verás.

Mariela la miró completamente lúcida, y después de una larga pausa, preguntó:

—¿Vamos a morir?

Nora no supo qué responderle. Comenzó a sollozar y su madre se calló, la abrazó y le besó la cabeza con suavidad.

—No llores, querida mía. No llores.

Luego le sostuvo la cabeza, y se quedó mirándola a los ojos.

—Mirando hacia atrás tu propia vida, verás que el amor es la respuesta a todo. Te quiero, Nora. Siempre lo haré. Y tendremos eso para siempre.

Se quedaron dormidas juntas y Nora perdió la noción del tiempo. Se despertó y vio que el cielo comenzaba a clarear.

¿Y ahora qué? Estaban atrapadas. Lejos de Fet, lejos de Eph. Sin posibilidad de escapar. Solo tenía un cuchillo de mantequilla afilado.

Nora lo examinó del derecho y del revés. Iría a ver a Barnes, lo utilizaría y luego… tal vez lo hundiría en su propio cuerpo.

De repente, no le pareció lo suficientemente afilado. Pulió el borde y la punta hasta el amanecer.

Planta de procesamiento de aguas residuales

LA PLANTA DE PROCESAMIENTO DE AGUAS RESIDUALES STANDFORD se hallaba ubicada debajo del edificio hexagonal de ladrillos rojos de la calle La Salle, entre Amsterdam y Broadway. Construida en 1906, la planta debía satisfacer las demandas y el crecimiento de la zona al menos durante un siglo. En su primera década de funcionamiento, procesaba ciento quince mil metros cúbicosde aguas residuales al día. Sin embargo, la afluencia de inmigrantes ocasionada por dos guerras mundiales consecutivas pronto hizo que la capacidad de la planta resultara insuficiente. Los vecinos también se quejaron de la falta de aire, de infecciones en los ojos y, en general, del olor sulfuroso que emanaba permanentemente el edificio. La planta cerró parcialmente en 1947, y cinco años después fue clausurada de manera definitiva.

El interior era inmenso, incluso majestuoso. Su arquitectura industrial de finales del siglo XIX poseía una nobleza que se había esfumado desde entonces. Las escaleras dobles de hierro forjado conducían a pasarelas elevadas, y las estructuras de hierro fundido que filtraban y procesaban las aguas residuales se habían visto escasamente afectadas con los actos de vandalismo. Los grafitis borrosos y un depósito de un metro de profundidad con sedimentos, hojas secas, excrementos de perro y palomas muertas eran las únicas señales de abandono. Un año antes, Gus Elizalde había tropezado con el depósito y había limpiado uno de los tanques, para convertirlo en su armería personal.

El único acceso era por medio de un túnel, y únicamente después de manipular una gran válvula de hierro asegurada con una gruesa cadena de acero. Gus quería mostrarles su arsenal, para que ellos pudieran equiparse para la incursión al campamento de extracción de sangre. Eph marchaba detrás, pues necesitaba pasar unos momentos a solas después de haber visto a su hijo tras dos años largos y a su madre vampira junto al Amo. Fet había renovado su solidaridad ante la situación excepcional de Eph, por el grave impacto que la cepa vampírica había tenido en su vida, y simpatizó por completo con su causa. Pero aun así, mientras se encaminaban a la improvisada sala de armas, Fet se quejó discretamente de Eph, acusándolo de haber perdido la perspectiva. Expresó su opinión en términos estrictamente prácticos, sin ningún asomo de malicia ni rencor. A lo sumo con una pizca de celos, ya que la presencia de Goodweather todavía podría interponerse entre él y Nora.

—No me gusta él —dijo Gus—. Nunca me ha gustado. El tipo ese reniega de lo que no tiene, se olvida de lo que tiene y nunca está contento. Es lo que se llama un…, ¿cómo es la palabra?

—¿Pesimista?

—Un cabrón.

—Ha pasado por muchas situaciones difíciles —aclaró Fet.

—Ah, realmente sí. ¡Ah, cuánto lo lamento! Yo siempre quise que mi madre estuviera desnuda en una celda con un casco de mierda pegado a su puta
cabeza
.

Fet casi sonrió. A decir verdad, Gus tenía razón. Nadie tendría que sufrir una experiencia similar a aquella que atravesaba Eph. Pero aun así, Fet necesitaba que fuera operativo y se dispusiera para la batalla. Sus tropas se estaban reduciendo, y era fundamental que cada uno de ellos se esforzara al máximo.

—Nunca está contento. ¿Su esposa lo molesta mucho? ¡Bam! ¡Desapareció! Y ahora él, bu-bu-buu, si pudiera recuperarla… ¡Bam! Ella es una muerta viviente bu-bu-buu, pobre de mí, mi esposa es un vampiro de mierda… ¡Bam! Se llevaron a su hijo, bu-bu-buu, si pudiera tenerlo de nuevo… La misma cantinela de siempre. A quién ames o a quién protejas es la única maldita cosa que cuenta. Por jodido que eso pueda ser. No me importa que mi madre parezca la Power Ranger porno más fea del mundo. Es todo lo que tengo. Tengo a mi madre. ¿Ves? No me doy por vencido —alegó Gus—. Y me importa una mierda. Cuando vaya, quiero luchar contra esos cabrones. Tal vez porque soy un signo de fuego.

—¿Eres qué?

—Géminis —dijo Gus—. En el zodiaco. Un signo de fuego.

—Géminis es un signo de aire, Gus —lo corrigió Fet.

—Lo que sea. Me importa una mierda —replicó Gus—. Si aún tuviéramos al viejo, estaríamos arriba —añadió, después de una larga pausa.

—Yo también pienso eso —admitió Fet.

Gus se detuvo al final del túnel y comenzó a abrir el candado.

—¿Qué pasa con Nora? —preguntó—. ¿Has…?

—No, no —respondió Fet, ruborizándose—. Yo… no.

Gus sonrió en la oscuridad.

—¿Ella ni siquiera lo sabe?

—Sí lo sabe —aclaró Fet—. Al menos, creo que sí. Pero no hemos hecho mucho al respecto.

—Lo harás, muchachote —sentenció Gus, abriendo la válvula de acceso al arsenal.


¡Bienvenido a Casa Elizalde!
—exclamó, extendiendo sus brazos y mostrando una amplia gama de armas automáticas, espadas y municiones de todos los calibres.

Fet le dio una palmadita en la espalda mientras asentía. Echó un vistazo a una caja de granadas de mano.

—¿De dónde diablos has sacado todo esto?

—Pfff. Un niño necesita sus juguetes, hombre. Y cuanto más grandes, mejor.

—¿Para algún uso específico? —indagó Fet.

—Muchos. Los guardo para algo especial. ¿Por qué? ¿Se te ocurre alguna cosa?

—¿Qué tal detonar una bomba nuclear? —sugirió Fet.

Gus se rio con aspereza.

—Eso suena realmente divertido.

—Me alegra que pienses así. Porque no vine de Islandia con las manos completamente vacías.

Fet le contó lo de la bomba de fabricación rusa que adquirió con el cargamento de plata.


¡No mames!
—dijo Gus—. ¿Tienes una bomba nuclear?

—Pero no tiene detonador. Esperaba que pudieras ayudarme con eso.

—¿No estás bromeando? —preguntó Gus, que no se había tomado muy en serio las palabras de Fet—. ¿Una bomba nuclear? ¡Cielos!

Fet asintió con modestia.

—Mucho respeto, Fet —dijo Gus—. Mucho respeto. Volemos la isla. Mejor dicho, que sea ahora.

—Sea lo que sea que hagamos con ella, solo tenemos una oportunidad. Necesitamos estar seguros.

—Sé quién puede conseguirnos el detonador, hombre. El único cabrón que todavía es capaz de conseguir algo sucio y turbio en toda la costa este: Alfonso Creem.

—¿Y cómo piensas ponerte en contacto con él? Cruzar hasta Jersey es como ir a Alemania Oriental.

—Tengo mis métodos —anotó Gus—. Simplemente déjaselo a Gusto. ¿Cómo crees que conseguí esas granadas de mierda?

Fet permaneció pensativo durante algunos momentos, y luego volvió a dirigirse a Gus:

—¿Confiarías en Quinlan? ¿Confiarías con el libro?

—¿El libro del viejo? ¿Eso de la
Plata
y algo más?

Fet asintió.

—¿Lo compartirías con él?

—Hombre, no sé —dijo Gus—. Es decir, claro; solo es un libro.

—El Amo quiere el libro por alguna razón. Setrakian sacrificó su vida por él. Contenga lo que contenga, debe de ser real e importante. Tu amigo Quinlan piensa lo mismo…

—¿Y tú qué? —inquirió Gus.

—¿Yo? —replicó Fet—. Tengo el libro, pero no puedo hacer mucho con él. ¿Sabes eso que se dice: «Es tan tonto que no puede encontrar una oración en la Biblia»? Bien, no puedo encontrar mucho. Tal vez tenga truco. Deberíamos estar muy cerca.

—Lo he visto a él, a Quinlan. Mierda, he grabado a ese hijo de puta limpiando un nido en Nueva York en menos de un minuto. Dos, tres docenas de vampiros.

Gus sonrió, acariciando sus recuerdos. A Fet le gustaba más Gus cuando sonreía.

—En la cárcel aprendes que hay dos tipos de personas en este mundo (y no me importa si son humanos o chupasangres): los que reciben y los que reparten. Y ese tipo…, ese tipo reparte como si fueran caramelos de mierda… Los caza. Le gusta cazarlos. Y tal vez sea el único otro huérfano que odia tanto al Amo como nosotros.

Fet asintió. El asunto estaba resuelto en su corazón.

Quinlan tendría el libro. Y Fet recibiría algunas respuestas.

Extracto del diario de Ephraim Goodweather

L
a mayoría de las crisis de los cuarenta no son así de malas. En el pasado, la gente veía que su juventud desaparecía, su matrimonio se terminaba y sus carreras profesionales entraban en un punto muerto. Esos eran los golpes, generalmente atenuados con un nuevo coche, un poco de Just for Man o una pluma Mont Blanc, dependiendo de tu presupuesto. Pero lo que yo he perdido no se puede compensar. Mi corazón se acelera cada vez que pienso en ello, cada vez que lo siento. Se ha terminado. O muy pronto lo hará. Todo lo que he tenido lo he despilfarrado, y aquello que esperé nunca se materializará. Lo que existe alrededor de mí ha adquirido su forma horrible, permanente y definitiva. Todas las promesas de mi vida, el graduado más joven de mi clase, el gran traslado al este, conocer a la chica perfecta…, todo eso se ha desvanecido. Las noches de pizza fría y una buena película. Cuando era un gigante a los ojos de mi hijo.

Cuando yo era niño, había un tipo en la televisión llamado Mr. Rogers, que solía cantar: «Nunca puedes ir abajo, / nunca puedes bajar, / nunca puedes bajar por el desagüe». ¡Qué mentira de mierda!

Hubo un tiempo en que pude haber reunido mi pasado para presentarlo como un currículum o como una lista de logros, pero ahora…, ahora parece un inventario de trivialidades, de todo aquello que podría haber sido pero no fue. Cuando aún era joven, yo sentía que el mundo y mi lugar en él formaban parte de un plan. Ese objetivo, sin importar lo que fuese, era algo que alcanzaría solo con concentrarme en mi trabajo, con ser bueno en «lo que hacía». Como un padre adicto al trabajo, sentía que la rutina del día a día era una forma de proveer, de seguir adelante mientras la vida adquiría su aspecto final. Y ahora…, ahora el mundo se ha convertido en un lugar insoportable, y todo lo que tengo es la náusea de los caminos erráticos y de las pérdidas que traen consigo. Ahora sé que este es mi verdadero yo. Mi yo permanente. La decepción cristalizada de la vida de ese joven —la sustracción de todos esos logros de la juventud—, el menos de un más que nunca fue contado. Este soy yo: débil, enfermo y desvaneciéndome. No me estoy rindiendo, porque nunca lo haré…, pero estoy viviendo sin fe en mí ni en mis circunstancias.

Mi corazón se agita ante la idea de no encontrar a Zack, ante la posibilidad de que haya desaparecido para siempre. No puedo aceptar eso. Nunca lo haré.

Sé que desvarío. Pero lo encontraré; sé que lo haré. Lo he visto en mis sueños. Sus ojos me miran, vuelven a hacer de mí un gigante y me llaman por el nombre más irrefutable al que pueda aspirar un hombre: «Papi».

He visto una luz que todo lo rodea. Que nos limpia. Que me absuelve del alcohol, de las pastillas y de los agujeros negros de mi corazón. He visto esa luz. La anhelo de nuevo en un mundo tan oscuro como este.

Debajo de la Universidad de Columbia

E
ph se aventuró a través de los túneles subterráneos del antiguo manicomio, debajo de la Universidad de Columbia. Lo único que quería hacer era hablar. Ver a Zack al lado de Kelly y del Amo en la cima del Castillo Belvedere lo había sacudido hasta la médula. De todos los destinos nefastos —que fuera asesinado o muriera de hambre en alguna mazmorra—, nunca se le había ocurrido que su hijo pudiera estar con el Amo.

¿Había sido Kelly el demonio que atrajo a su hijo al redil? ¿O acaso el Amo quería estar con Zack? Y en ese caso, ¿por qué?

Quizá el Amo había amenazado a Kelly, y Zack no tenía otra alternativa que seguir el juego. Eph quería aferrarse a esta hipótesis, pues la idea de que el niño se alineara con el Amo por voluntad propia le resultaba inimaginable. La corrupción de un hijo es el peor temor de un padre. Eph necesitaba creer que Zack era un niño perdido, no un hijo descarriado.

Pero su miedo no lo dejó fantasear. Eph se había apartado de la pantalla donde vio el vídeo como si fuera un fantasma.

Se metió la mano en el bolsillo en busca de dos tabletas de Vicodina. Resplandecieron en su mano con un fulgor blanquecino bajo la luz de la lámpara que llevaba en la cabeza. Se las metió en la boca y las tragó con saliva. Una de ellas se alojó en la base de su esófago, y tuvo que saltar varias veces para lograr que bajara.

Él es mío.

Eph se levantó con rapidez. La voz apagada y distante de Kelly, pero perfectamente nítida. Se dio la vuelta un par de veces, pero se encontró completamente solo en el pasaje subterráneo.

Él siempre ha sido mío.

Eph desenfundó la espada unos cuantos centímetros de su vaina. Empezó a caminar hacia delante, en dirección a un pequeño tramo de escaleras que bajaban. La voz estaba en su cabeza, pero un sexto sentido le indicaba en ese momento el camino.

Él se sienta a la diestra del Padre.

Eph corrió con furia, con la luz temblando en su cabeza, mientras doblaba por otro pasillo oscuro, hacia…

La mazmorra. Hacia la madre enjaulada de Gus.

Eph inspeccionó todo el lugar. Estaba vacío, salvo por el vampiro con casco que permanecía inmóvil en el centro de su jaula. La madre vampira permanecía inmóvil, y la luz de la lámpara de Eph proyectaba una sombra reticular sobre su cuerpo.

Other books

A Close Run Thing by Allan Mallinson
The Beautiful One by Emily Greenwood
Auschwitz by Laurence Rees
Gift of Revelation by Robert Fleming
An Evening At Gods by Stephen King