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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

Eterna (38 page)

BOOK: Eterna
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La criatura estaba allí, en cuclillas, agarrada del borde liso del lavabo, con sus rodillas a la altura de la cabeza, observándolo. Eph logró verlo con claridad por medio de la luz verde de su binocular. Era un niño. De diez o doce años, de ascendencia afroamericana, con algo semejante a un destello de cristal puro en sus ojos.

Un niño ciego. Uno de los exploradores.

El labio superior de la criatura estaba enroscado en lo que parecía ser una sonrisa escrutadora a la luz de la lente de visión nocturna. Los dedos de sus manos y de sus pies estaban agarrados del borde del lavabo, como si estuviera a punto de saltar.

Eph mantuvo la punta de su espada dirigida a la zona intermedia del explorador.

—¿Te han enviado a buscarme? —le preguntó Eph.

Sí.

Eph se sintió consternado. No por la respuesta, sino por la voz.

Era la voz de Kelly. Pronunciando las palabras del Amo.

Eph se preguntó si Kelly era la responsable de los exploradores. Si sería por casualidad su capataz, por decirlo de alguna forma. Su encargada. Y si así fuera, si de hecho esos niños vampiros ciegos y psíquicos habían sido puestos bajo su mando, resultaba algo muy apropiado y tristemente irónico al mismo tiempo. Kelly Goodweather todavía era madre, incluso en la muerte.

—¿Por qué ha sido tan fácil esta vez?

Querías ser encontrado.

El explorador se abalanzó, pero no hacia Eph. El niño saltó del lavabo a la pared, y luego se posó a cuatro patas en las baldosas del suelo.

Eph lo siguió con la punta de su espada. La criatura permaneció allí acuclillada, mirándolo.

¿Vas a matarme, Ephraim?

La voz burlona de Kelly. ¿Había sido idea suya enviar a un niño de la edad de Zack?

—¿Por qué me atormentas así?

Podría enviar a un centenar de vampiros sedientos en cuestión de segundos, para que te rodearan. Dime por qué no habría de hacerlo.

—Porque el libro no está aquí. Y más importante aún, si violaras nuestro trato, me cortaría la garganta antes de permitir que tuvieras acceso a mi mente.

Mientes.

Eph se abalanzó sobre el muchacho, quien se deslizó hacia atrás, chocando contra la puerta de uno de los cubículos y deteniéndose allí.

—¿Cómo pretendes negociar así? —dijo Eph—. Estas amenazas no me dan mucha confianza de que vas a mantener tu parte del trato.

Reza para que lo haga.

—Interesante elección de palabras: «rezar».

Eph estaba ahora en la puerta del inodoro; el rincón del cubículo rezumaba abandono.

—Oziriel, sí, he estado leyendo el libro que tanto ambicionas. Y hablando con el señor Quinlan, el Nacido.

Entonces debes saber que realmente no soy Oziriel.

—No, eres los gusanos que salieron de las venas del ángel asesino. Después de que Dios lo despedazara como a un pollo desplumado.

Compartimos la misma naturaleza rebelde. Al igual que tu hijo, supongo.

Eph ignoró el comentario, decidido a no seguir siendo un blanco fácil para el abuso del Amo.

—Mi hijo no es como tú.

No estés tan seguro. ¿Dónde está el libro?

—Por si te lo has preguntado, ha permanecido oculto todo este tiempo en los estantes del sótano de la biblioteca pública de Nueva York. Se supone que ahora mismo debo conseguir que ganen un poco de tiempo.

Supongo que el Nacido lo estudia con avidez.

—Correcto. ¿No te preocupa eso?

Ante ojos indignos, tardaría años en ser descifrado.

—Bien. Así que no tienes ninguna prisa. Tal vez yo debería dar un paso atrás. Y esperar una oferta mejor por tu parte.

Y tal vez yo debería hacer lo mismo y descuartizar a tu hijo.

Eph sintió deseos de atravesar la garganta de aquel pequeño muerto viviente con su espada. Hacer esperar al Amo un poco más. Pero, al mismo tiempo, tampoco quería presionar demasiado a la criatura. No con la vida de Zack de por medio.

—Tú eres el impostor ahora. Estás preocupado y finges lo contrario. Necesitas desesperadamente ese libro, cueste lo que cueste. ¿Por qué tanto afán?

El Amo no respondió.

—No hay otro traidor. Estás lleno de mentiras.

El explorador se mantuvo agazapado, la espalda contra la pared.

—Está bien —dijo Eph—. Juega tus cartas como mejor te convenga.

Mi padre está muerto.

Eph sintió un vuelco en el corazón, como si se detuviera, inerte, durante un lapso prolongado. Tal fue el impacto de oír, tan clara como si estuviera allí con él, la voz de su hijo Zack.

Eph temblaba. Se esforzó para evitar que un grito furioso escapara de su garganta.

—Maldito…

El Amo recurrió de nuevo a la voz de Kelly:

Traerás el libro tan pronto como sea posible.

Eph temió que Zack hubiera sido convertido. Pero no, el Amo estaba emitiendo simplemente la voz de su hijo para doblegarlo a través de aquel explorador.

—Maldito seas —dijo Eph.

Dios lo intentó. ¿Y dónde está ahora?

—No está aquí —dijo Eph, bajando un poco su espada—. No está aquí.

No, no en el baño de los hombres de un local de Macy’s abandonado. ¿Por qué no liberas a este pobre niño, Ephraim? Mira sus ojos ciegos. ¿No te daría una gran satisfacción abatirlo?

Eph miró los ojos vidriosos desprovistos de párpados. Eph contemplaba al vampiro…, pero también al niño que alguna vez fue.

Tengo miles de hijos. Todos ellos absolutamente leales.

—Solo tienes un hijo de verdad. El Nacido. Y lo único que él quiere es destruirte.

El explorador cayó de rodillas y levantó el mentón, descubriéndole el cuello a Eph, con los brazos colgando a los lados.

Mátalo, Ephraim, y termina con esto.

Los ojos ciegos de la criatura miraron hacia la nada, como un suplicante aguardando la merced de su señor. El Amo quería que ejecutara al niño. ¿Por qué?

Eph acercó la punta de su espada al cuello expuesto del niño.

—Aquí —dijo—. Empújalo contra mi espada si quieres liberarlo.

¿No sientes deseos de matarlo?

—Sí. Pero no tengo una buena razón para hacerlo.

El niño permaneció inmóvil, y Eph dio un paso atrás, retirando su espada. Había algo que no encajaba en aquella situación.

No eres capaz de matar al niño. Te escudas detrás de tu debilidad, llamándola fortaleza

—La debilidad sería ceder a la tentación. La fortaleza consiste en resistir —sentenció Eph.

Miró a la criatura, el eco de la voz de Kelly resonaba en su cabeza. Sin Kelly, la criatura no tenía ninguna conexión psíquica con Eph. Y su voz estaba siendo proyectada por el Amo, en un intento por distraerlo y debilitarlo, pero «ella» podría estar en cualquier lugar en ese momento. En cualquier sitio.

Eph salió del lavabo y echó a correr hacia las escaleras, para subir y reunirse con Nora.

K
elly avanzó sigilosamente por los expositores de ropa, pegada a la pared. El aroma de la mujer invadía la zona detrás del estante de los zapatos…, pero el latido de su sangre vibraba en el suelo. Kelly se acercó a la puerta del vestuario. Nora Martínez la aguardaba con una espada de plata.

—Eh, zorra —la saludó Nora.

La mente de Kelly bullía, llamando a los gemelos exploradores para que se acercaran. No tenía un ángulo definido para atacar. El arma de plata flameaba en su visión vampírica, mientras la mujer calva se acercaba hacia ella.

—Vamos, anda —dijo Nora, dando vueltas alrededor de una caja registradora—. Por cierto, los cosméticos se encuentran en la primera planta. Y tal vez encuentres un jersey de cuello alto para cubrirte ese cuello de pavo tan desagradable.

La niña exploradora acudió saltando por las escaleras y se detuvo cerca de Kelly.

—El día de compras de madre e hija —apuntó Nora—. Qué bonito. Tengo algunas joyas de plata y me encantaría que vosotras dos os las probarais.

Nora fingió un golpe; Kelly y la niña se limitaron a mirarla.

—Antes me dabas miedo —señaló Nora—. En el túnel del tren, sentía miedo cerca de ti. Pero ya no.

Nora sacó la lámpara Luma que colgaba de su mochila, y encendió la luz negra accionada con baterías. La niña exploradora gruñó, repelida por los rayos ultravioleta, retrocediendo a cuatro patas. Kelly permaneció inmóvil, y solo se movió cuando Nora se alejó en dirección a las escaleras. Se valió de los espejos para cubrir su espalda, y fue así como vio la figura borrosa del otro explorador lanzándose desde el pasamanos.

Nora miró hacia atrás e insertó su espada en la garganta del explorador; la plata ardiente lo liberó casi de inmediato. Sacó la hoja y se dio la vuelta, lista para atacar.

Kelly y la niña exploradora habían desaparecido; aunque en realidad nunca estuvieron allí.

—¡Nora!

Eph la llamó desde la planta de abajo.

—¡Estoy bajando! —gritó ella, descendiendo por los escalones de madera.

Él salió a su encuentro, ansioso, después de haber temido lo peor. Vio la mancha de sangre blanca en la hoja.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Ella asintió, agarrando una bufanda de un escaparate para limpiar su espada.

—Me encontré con Kelly arriba. Te manda un saludo.

Eph miró la espada.

—¿Has…?

—No, por desgracia. Solo a uno de sus pequeños monstruos adoptivos.

—Salgamos de aquí —dijo Eph.

Ella supuso que un enjambre de vampiros les daría la bienvenida fuera.

Pero no. Eran humanos normales, desplazándose entre el trabajo y su casa, con sus espaldas encorvadas bajo la lluvia.

—¿Cómo te ha ido? —preguntó Nora.

—Es un hijo de puta —le respondió Eph—. Un verdadero hijo de puta.

—Pero ¿piensas que ha mordido el señuelo?

Eph no podía mirarla a los ojos.

—Sí —dijo—. Me ha creído.

Eph estaba alerta a los vampiros, vigilando las aceras mientras avanzaban.

—¿Adónde vamos? —preguntó ella.

—Sigue adelante —le indicó él.

Se detuvo en el cruce de la calle 36, y se escondió bajo la marquesina de un supermercado cerrado. Miró hacia arriba a través de la lluvia, observando los tejados.

Allí, en lo alto de la calle de enfrente, un explorador saltó desde el borde de un edificio a otro.

—Nos vienen siguiendo —advirtió Eph—. Vamos. —Caminaron, tratando de confundirse con los transeúntes—. Tenemos que esperar hasta la hora del meridiano.

Universidad de Columbia

EPH Y NORA REGRESARON AL CAMPUS DESOLADO de la universidad poco después de la primera luz, confiados en que nadie los seguía. Eph dio por sentado que el señor Quinlan se encontraba en el sótano, seguramente estudiando el
Lumen
. Iba en esa dirección cuando Gus los interceptó, o para ser más exactos, interceptó a Nora, que aún estaba con Eph.

—¿Tienes los medicamentos? —preguntó Gus.

Nora le mostró una bolsa llena con el botín.

—Es Joaquín —explicó Gus.

Nora dedujo que los vampiros tenían algo que ver.

—¿Qué ha pasado?

—Necesito que vayas a verlo. Está muy mal.

Eph y Nora lo siguieron a una de las aulas, donde vieron a Joaquín recostado sobre un escritorio, con la pernera del pantalón enrollada. Su rodilla tenía dos protuberancias y estaba completamente hinchada. El pandillero procuraba sobreponerse al dolor. Gus se situó al otro lado de la mesa, confiado en la intervención de la doctora Martínez.

—¿Desde cuándo estás así? —le preguntó Nora.

—No lo sé. Hace un par de días —respondió Joaquín con un gesto de dolor.

—Voy a tocarte aquí.

Joaquín se aferró al borde del escritorio. Nora examinó las áreas inflamadas alrededor de la rodilla. Descubrió una herida pequeña y curvada debajo de la rótula, de menos de tres centímetros de largo, rodeada por una costra incipiente de bordes amarillentos.

—¿Cuándo te hiciste este corte?

—No estoy seguro —dijo Joaquín—. Creo que en el campamento de extracción de sangre. No lo noté hasta mucho después.

—Has estado saliendo por tu cuenta —repuso Eph—. ¿Has atacado hospitales o asilos de ancianos?

—Uh…, probablemente. El Saint Luke sí, con seguridad.

Eph miró a Nora; su silencio dejaba al descubierto la gravedad de la infección.

—¿Penicilina? —preguntó Nora.

—Tal vez —dijo Eph—. Vamos a pensarlo. —Luego se volvió hacia Joaquín—, Acuéstate. Ya volveremos.

—Espera, doc. Eso no suena bien.

—Obviamente, se trata de una infección. Controlarla en un hospital sería un asunto de rutina. El problema es que ya no contamos con hospitales. Un ser humano enfermo es eliminado sin miramientos. Así que tenemos que discutir la forma de curarte esa herida —señaló Eph.

Joaquín asintió sin mucho convencimiento y volvió a recostarse en la mesa. Gus los siguió por el pasillo sin pronunciar palabra.

—No quiero mentiras —dijo Gus al cabo de un momento, dirigiéndose a Nora.

—Una bacteria multirresistente —le explicó ella, con un gesto de preocupación—. Es probable que se haya hecho el corte en el campamento, pero se trata de algo que pilló en un centro médico. El bicho puede vivir mucho tiempo en los instrumentos y en diferentes superficies. Es desagradable y agudo.

—Eso suena mal —dijo Gus—. ¿Qué necesitas?

—Algo que ya no podemos conseguir y que fuimos a buscar: vancomicina.

La vancomicina era muy codiciada durante los últimos días de la epidemia. Los especialistas, profesionales que supuestamente debían asegurar algo mejor que alimentar el pánico, sugerían en su confusión, ante la audiencia de los telediarios, esa droga —de último recurso— como tratamiento para la cepa no identificada que se propagaba por todo el país a una velocidad inusitada.

—Pero incluso si pudiéramos encontrar un poco de vancomicina —continuó Nora—, sería necesaria una fuerte dosis de antibióticos y de otros medicamentos para eliminar la infección. No es una picadura de vampiro, pero, si hablamos de esperanza de vida, no hay mucha diferencia.

—Incluso aunque inyectemos algunos fluidos por vía intravenosa —dijo Eph—, no le hará ningún bien, salvo prolongar lo inevitable.

Gus miró a Eph, como si fuera a pegarle.

—Tiene que haber otra manera. Mierda, vosotros sois médicos…

—En asuntos médicos, ahora estamos en plena regresión, de vuelta a la Edad Media —explicó Nora—. Como no se fabrican nuevos medicamentos, todas las enfermedades que creíamos haber controlado han regresado, y nos están liquidando con rapidez. Tal vez podamos buscar y encontrar algo para hacer que él se sienta más cómodo…

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