Eterna (6 page)

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Authors: Guillermo del Toro & Chuck Hogan

Tags: #Terror

BOOK: Eterna
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Vio la mochila de viaje de Nora en el rincón de una oficina. Estaba rota, con su ropa y artículos personales desparramados por el suelo. La lámpara Luma aún permanecía enchufada al cargador. Una cosa era dejar tirada su ropa, y otra muy distinta abandonar su lámpara ultravioleta. Nora nunca salía sin ella a menos que no le quedara otra opción. Sus armas tampoco se veían por ningún lado.

Desconectó la lámpara y la encendió. Advirtió de inmediato los parches de colores brillantes en la alfombra y manchas de excrementos a un lado del escritorio.

Los
strigoi
habían merodeado por allí, eso era evidente. Eph intentó mantener la calma y la concentración. Pensaba que estaba solo, al menos en ese piso; no había vampiros, lo cual era bueno, pero ni Nora ni su madre estaban allí, lo cual era muy preocupante.

¿Habría habido un enfrentamiento? No lo creía. Intentó constatarlo en las instalaciones, en las manchas y en la silla volcada. Recorrió el pasillo en busca de pruebas de violencia sin hallar ninguna. Combatir habría sido el último recurso de Nora, y si ella hubiera opuesto resistencia, el edificio ya estaría bajo el control de los vampiros. Eph concluyó que se había tratado de una especie de redada.

Regresó a la oficina e inspeccionó el escritorio; allí estaban la bolsa de las armas de Nora y su espada. Estaba claro que la habían pillado desprevenida. Si no había habido ninguna batalla —si los vampiros no habían sido repelidos por la plata—, sus posibilidades de sufrir una muerte violenta disminuían sensiblemente. Los
strigoi
ya no estaban interesados en víctimas; más bien buscaban llenar sus granjas.

¿La habían capturado? Era una posibilidad, pero Eph conocía bien a Nora: nunca se entregaría sin oponer resistencia, y él no había encontrado pruebas de lucha. A menos que… ¿Y si hubieran capturado a la señora Martínez? En tal caso, Nora podría haberse entregado para salvarle la vida.

De ser así, era poco probable que Nora hubiera sido convertida. Los
strigoi
, bajo el mando del Amo, eran reacios a aumentar sus filas: beber la sangre de un ser humano y contagiarlo con la cepa viral vampírica solo producía otra boca necesitada de sangre. No, lo más probable es que Nora hubiera sido conducida a un centro de detención en las afueras de la ciudad, donde le asignarían un oficio, o un castigo. No era mucho lo que se sabía acerca de esos campamentos; la mayoría de los que ingresaban allí no volvía a aparecer. La señora Martínez, que había sobrepasado su edad productiva, tendría un final más seguro.

Eph miró a su alrededor. Se sintió inquieto, tratando de averiguar qué hacer. Aquello parecía ser un incidente casual, pero ¿lo era? A veces, Eph tenía que mantenerse lejos de los demás y vigilar su camino de ida y vuelta a la OCME, pues Kelly lo buscaba de manera incansable. Ser descubierto podría conducir al Amo al corazón de la resistencia. ¿Algo había salido mal? ¿Fet también había sido hecho prisionero? ¿El Amo habría conseguido neutralizar a toda la célula?

Eph levantó la tapa del ordenador portátil sobre el escritorio. Estaba encendido, y oprimió la barra espaciadora para activar la pantalla. Todos los ordenadores del edificio estaban conectados a un servidor de red todavía en funcionamiento. El servicio de Internet había sufrido graves daños, y en términos generales era poco fiable. Era más probable recibir spam que poder abrir una página web. Las direcciones poco conocidas y con protocolo no autorizado eran particularmente susceptibles a virus y gusanos, y muchos ordenadores del edificio habían sido encriptados debido a los daños causados por el malware en los sistemas operativos, o iban tan lentos que ya no eran utilizables. La telefonía móvil ya no funcionaba, ni para telecomunicaciones ni para el acceso a Internet. ¿Por qué permitirle a la clase inferior humana acceder a una red de comunicaciones capaz de abarcar el mundo, algo que los vampiros poseían por vía telepática?

Eph y el resto operaban bajo el supuesto de que toda la actividad en Internet era controlada por los vampiros. La página que estaba viendo en ese momento —de la que Nora parecía haber salido súbitamente, sin tiempo para apagar el disco duro— era una especie de messenger, un chat en lenguaje taquigráfico.

«NMart» era obviamente Nora Martínez. Su compañero de conversación, «VFet», era Vasiliy Fet, el antiguo exterminador de la ciudad de Nueva York. Fet se había unido a la causa tras la invasión de ratas provocada por la llegada de los
strigoi
. Había demostrado un valor excepcional para la lucha, tanto por sus técnicas para matar bichos como por su conocimiento de la ciudad, particularmente de los túneles subterráneos de los diferentes distritos de Nueva York. Al igual que Eph, se había convertido en discípulo del difunto Abraham Setrakian, asumiendo el papel de cazador de vampiros del Nuevo Mundo. Actualmente, se encontraba en un buque de carga en algún lugar del océano Atlántico, regresando de Islandia de una misión muy importante.

El chat, poblado con las marcas gramaticales de Fet, había empezado el día anterior, y giraba principalmente en torno a Eph, que no podía dejar de leer esas palabras dolorosamente reveladoras:

NMart: E. no está aquí. No ha venido a la cita. Tenías razón. No debería haber confiado en él. Ahora lo único que puedo hacer es esperar…

VFet: No esperes ahí. Mantente en movimiento. Vuelve a Roosvlt.

NMart: No puedo. Mi madre está peor. Intentaré quedarme un día más como máximo. REALMENTE no puedo más. Él es peligroso. Se está convirtiendo en un riesgo para todos nosotros. Es solo cuestión de tiempo antes de que la zorra-vamp de Kelly le dé alcance o que él la traiga aquí.

VFet: Tienes razón. Pero lo necesitamos. Haz que esté cerca de ti.

NMart: Él actúa por su cuenta. No le importa nada más.

VFet: Él es muy importante. Para ellos. Para el A. Para nosotros.

NMart: Lo sé… Es solo que ya no puedo confiar en él. Ni siquiera sé quién es realmente…

VFet: Tenemos que evitar que toque fondo. Especialmente tú. Mantenlo a flote. Él no sabe dónde está el libro. Ese es nuestro doble ciego. Así no podrá hacernos daño.

NMart: Está de nuevo en casa de K. Lo sé. Buscando recuerdos de Z. Como un ladrón en medio de un sueño.

Y luego:

NMart: Sabes que te echo de menos. ¿Hasta cuándo?

VFet: Estoy volviendo. También te echo de menos.

Eph se quitó la bolsa de las armas, guardó de nuevo su espada, y se dejó caer en la silla.

Se quedó mirando los últimos mensajes, leyéndolos una y otra vez, escuchando la voz de Nora y el acento de Brooklyn de Fet.

También te echo de menos.

Se sintió sin peso al leerlo, como si su cuerpo no estuviera sujeto a la ley de la gravedad. Y sin embargo, aún seguía allí.

Debería haber sentido más rabia. Más ira justificada. ¡Traición! Un arrebato de celos. Sintió todo eso, pero no de una manera profunda ni aguda. Los sentimientos estaban ahí, y los reconoció, pero realmente eran… más de lo mismo. Su malestar era tan abrumador que ningún otro sabor, sin importar lo amargo que fuese, podría alterar su paladar emocional.

¿Cómo había sucedido eso? A veces, durante estos últimos dos años, Eph había mantenido las distancias frente a Nora de manera deliberada. Lo había hecho para protegerla a ella, a todos…, o al menos eso se decía a sí mismo, justificando su abandono.

Sin embargo, no alcanzaba a comprender. Volvió a leer el otro fragmento. Así que él era un «riesgo». Era «peligroso» y poco fiable. Ellos parecían creer que estaban cargando con él. Casi sintió alivio. Alivio por Nora —«bien por ella…»—,pero la mayor parte de su ser palpitó con furia creciente. ¿Qué era eso? ¿Se sentía celoso porque ya no podía estar con ella? Dios sabía que él no estaba alimentando esos sentimientos; ¿estaba enfadado porque alguien había encontrado su juguete olvidado y ahora quería que se lo devolviera? Él mismo sabía tan poco… La madre de Kelly solía decirle que siempre llegaba con diez minutos de retraso a todos los acontecimientos importantes de su vida. Llegó tarde a su boda, al nacimiento de Zack, e incluso cuando intentaron evitar que su matrimonio se desmoronara. Dios sabía que ya era tarde para salvar a Zack o al mundo; y ahora… esto.

¿Nora con Fet?

Ella se había ido. ¿Por qué él no había hecho algo antes? Curiosamente, en medio del dolor y de la sensación de pérdida, Eph también sintió alivio. Ya no necesitaba preocuparse más, no necesitaba compensar sus deficiencias, explicar su ausencia, ni apaciguar a Nora. Pero cuando la tenue ola de alivio estaba a punto de surgir, se dio la vuelta y se miró en el espejo.

Se vio más viejo. Y casi tan sucio como un vagabundo. Tenía el cabello adherido a la frente sudorosa y sus ropas tenían capas de mugre de varios meses. Sus ojos estaban hundidos y sus mejillas sobresalían, tirando de su piel tensa y delgada. «No es de extrañar —pensó—. No es de extrañar».

Se apartó del espejo, aturdido. Bajó cuatro tramos de escaleras y salió del edificio del forense en medio de la lluvia negra en dirección al Hospital Bellevue, que estaba cerca. Entró por una ventana rota y atravesó los pasillos oscuros y desiertos, guiándose por los letreros de la sala de urgencias. Esa zona había sido un centro traumatológico de nivel 1, lo cual significaba que había albergado a una amplia gama de especialistas que tenían acceso a las mejores instalaciones.

Y a las mejores drogas.

Llegó al control de enfermería: al armario de los medicamentos le habían arrancado la puerta. La nevera también había sido saqueada. Automedicándose, se embolsó un frasco de oxicodona y otros medicamentos contra la ansiedad envasados al vacío, y arrojó los envoltorios por encima del hombro. Se metió dos oxis blancas en la boca, las tragó con saliva y se quedó paralizado.

Se había desplazado con tanta rapidez y con tanto ruido que no oyó los pies descalzos acercándose. Vio sus movimientos con el rabillo del ojo y se incorporó.

Dos
strigoi
lo observaban fijamente. Eran vampiros completamente formados, pálidos y sin pelo ni ropa. Vio las arterias hinchadas sobresaliendo en sus cuellos y descendiendo por la clavícula hasta el pecho, como hiedras palpitantes. Uno de ellos había sido un hombre (el del cuerpo más grande) y el otro una mujer (con pechos arrugados y exangües).

Otro rasgo característico de estos vampiros maduros era su carúncula fungosa. Era una carnosidad dilatada y sumamente desagradable que colgaba como el cuello de un pavo, de un rojo pálido cuando necesitaban alimentarse y con un rubor carmesí cuando terminaban de hacerlo. Las barbillas de estos
strigoi
colgaban flácidas como escrotos y se balanceaban cuando movían la cabeza. Era una señal de rango, la marca de un cazador experimentado.

¿Eran los mismos que habían atacado a Nora y a su madre, o que las habían sacado de la OCME? No había manera de confirmarlo, pero algo le dijo a Eph que así era, lo cual, en caso de ser cierto, significaba que Nora podría haber escapado ilesa.

A Eph le pareció advertir un destello de reconocimiento en las pupilas rojas y ausentes. La mirada de un vampiro no solía denotar ninguna chispa o señal de actividad cerebral, pero Eph ya estaba familiarizado con esa mirada, y sabía que estos lo habían identificado. Los ojos sustitutos de esas criaturas le habían confirmado su hallazgo al Amo, cuya presencia inundaba sus cerebros con la fuerza de la posesión. La horda estaría allí en cuestión de minutos.

Doctor Goodweather…
, dijeron ambas criaturas con voz cantarina en una sincronía escalofriante. Sus cuerpos se irguieron como dos marionetas controladas por una cuerda invisible. Era el Amo.

Eph observó, fascinado y asqueado al mismo tiempo, la forma en que las pupilas vacías daban paso a la inteligencia y a la compostura de esas criaturas superiores, ondulándose, ahora atentas, como cuando un guante de cuero adquiere forma al introducir las manos, confiriéndole un aspecto y un propósito.

Los rostros pálidos y alargados de las criaturas se transformaron a medida que la voluntad del Amo se apoderaba de sus bocas flácidas y sus miradas ausentes…

Tienes… aspecto de cansado…
—modularon las dos marionetas, moviendo sus cuerpos al unísono—.
Creo que deberías descansar…, ¿no te parece? Únete a nosotros. Ríndete. Te daré lo que quieras…

A Eph se le llenaron los ojos de lágrimas. El monstruo tenía razón: estaba cansado, ¡ah, muy cansado!; y sí, le hubiera gustado entregarse. «¿Puedo hacerlo? —pensó—. ¿Puedo entregarme? ¡Por favor!».

Sintió que sus rodillas se doblaban —solo un poco— como si se dispusiera a sentarse.

Las personas que amas (las que echas de menos) viven en mis brazos
, expresaron los gemelos, transmitiendo el mensaje con sumo cuidado. Tan sugerente y ambiguo al mismo tiempo…

A Eph le temblaron las manos mientras agarraba las gastadas empuñaduras de cuero de sus dos espadas. Las sacó en línea recta para no cortar la bolsa. Tal vez el opiáceo estaba surtiendo efecto; lo cierto es que algo hizo clic en su cerebro, y asoció a aquellas dos monstruosidades con Nora y con Fet. Su amante y su amigo de confianza estaban conspirando contra él. Era como si ambos le hubieran sorprendido buscando en el armario como un drogadicto, viéndolo en su peor momento, del cual ellos eran directamente responsables.

—No —respondió, rechazando al Amo con un gemido entrecortado y la voz rota incluso en esa única sílaba. Y en lugar de dejar sus emociones a un lado, Eph las trajo a un primer plano y las revistió de ira.

Como quieras
—susurró el Amo—.
Te volveré a ver… muy pronto…

Y luego, la voluntad dio paso a los cazadores. Las bestias resoplaron y jadearon; abandonando su postura erguida, se pusieron a cuatro patas, listas para rodear a su presa. Eph no les dio la oportunidad de flanquearlo. Se abalanzó sobre el macho blandiendo las dos espadas. El vampiro se apartó de él en el último instante —eran ágiles y rápidos—, pero sin llegar a evitar que la punta de la espada se hundiera en su torso. El corte fue lo suficientemente profundo para que el vampiro perdiera el equilibrio, y su herida destiló sangre blanca. Los
strigoi
casi nunca sentían dolor en el cuerpo, salvo cuando el arma era de plata. La criatura se retorció y se cubrió la herida con las manos.

En ese lapso de indefensión, Eph giró y levantó la otra espada a la altura del hombro. Le arrancó la cabeza de un tajo, justo debajo de la mandíbula. El vampiro alzó los brazos en un acto reflejo de autoprotección antes de rodar por el suelo.

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