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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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En la red se conservan los vídeos de los noticiarios de las cadenas de televisión tradicionales emitidos durante los inicios del Levantamiento. Pese a las protestas de los grandes grupos de medios de comunicación, que de vez en cuando ganan alguna demanda y logran que se retiren, siempre hay alguien que vuelve a subirlos. Nunca olvidaremos la sarta de mentiras que nos contaron. La gente moría en las calles mientras los presentadores de los noticiarios hacían chistes sobre la gente que se tomaba demasiado en serio las películas de zombies y mostraban imágenes que describían como de «alborotadores» adolescentes con disfraces de látex y maquillaje cutre.

Según la fecha de esos reportajes, el primero salió en antena el mismo día en que el doctor Matras, investigador del Centro de Control y Prevención de las Enfermedades, el CDC, violó los protocolos de la seguridad nacional para publicar detalles sobre la infección en el blog de su hija de once años. Veinticinco años después, sus palabras, sencillas, crudas e implacables, sobre un fondo de ositos de peluche sonrientes, todavía me producen escalofríos. Había estallado una guerra, y quienes tenían la responsabilidad de informarnos ni siquiera querían admitir que estábamos luchando en ella.

Aun así, había gente que lo sabía y que se lanzó a vociferarlo a los cuatro vientos a través de la red. Sí, los muertos estaban levantándose de sus tumbas, decían los blogueros; sí, estaban atacando a la gente; sí, se trataba de un virus, y sí, existía la posibilidad de que nos derrotaran, porque para cuando entendiéramos lo que estaba sucediendo, todo el maldito mundo estaría infectado. En cuanto la cura del doctor Kellis se propagó por el aire, ya no tuvimos más opción que luchar.

Luchamos con todas nuestras fuerzas. Entonces nació el Muro. Todos los blogueros muertos durante el verano de 2014 tienen su hueco en él, desde los políticos hasta las mamás de clase media-alta de las zonas residenciales. Hemos recopilado las últimas entradas de sus blogs en uno colectivo, para honrarlos y para que nunca se olvide el precio que tuvieron que pagar por contar la verdad. Probablemente, algún día tenga que añadir el nombre de Shaun junto con alguna de sus desenfadadas entradas que terminan con un «hasta luego».

Todos los métodos para matar zombies se han probado en algún lugar. Casi siempre, la gente que los probaba acababa muerta poco después, pero antes publicaban una entrada con los resultados. Aprendimos qué era lo que funcionaba, cómo actuar y en qué fijarnos de la gente que nos rodeaba. Se trató de una revolución desde las bases a partir de dos simples preceptos: emplear cualquier medio para la supervivencia e informar de todo lo que se había aprendido, ya que eso podría salvar la vida de otras personas. Se dice que todo lo que uno necesita saber se aprende en la guardería. Durante ese verano, el mundo aprendió a «compartir».

Las cosas cambiaron cuando amainó la tormenta. Habrá quien considere una nimiedad decir que «sobre todo en lo que respecta a la manera de difundir la información», pero, si queréis saber mi opinión, ése fue el verdadero cambio. La gente dejó de creer en lo que decían los medios de información tradicionales; estaba confundida y asustada y volvió la vista hacia los blogs, que tal vez no pasaban ningún filtro y podían estar llenos de basura, pero que eran rápidos, prolíficos y ofrecían diferentes puntos de vista de la realidad. Si uno contrasta la información de seis o nueve fuentes distintas, normalmente no tendrá problema en discernir qué son tonterías y qué es verdad. Y si eso os supone un trabajo farragoso siempre encontraréis a algún bloguero que lo haga por vosotros. No hay razón para preocuparse de que otra invasión zombie pase desapercibida, porque siempre habrá alguien en algún lugar informando de ella en la red.

Como reacción a la proliferación de blogs y a los cambios que se operaban en la sociedad, durante los primeros años del Levantamiento, la comunidad de blogueros se dividió en una serie de secciones que continúan vigentes en la actualidad. Por un lado estamos los reporteros, que informamos de los hechos de una manera tan despojada de opinión como nos es posible, y nuestros primos, los stewarts, que ofrecen la parte de opinión sobre los hechos. Por otro lado están los irwins, que se lanzan a la aventura y corren riesgos en aras de proporcionar un poco de emoción a la gran parte de la población que vive recluida en casa, y sus homólogas más reposadas, las abuelitas, que comparten experiencias vitales, recetas y todo tipo de contenidos para mantener a la gente feliz y relajada. Y por supuesto están los ficcionistas, que llenan la red de poemas, cuentos y fantasía; estos se dividen a su vez en miles de grupos, cada uno con un nombre y un estilo propio, que no significa nada para cualquiera fuera de su mundo.

Somos el inevitable opio del nuevo milenio. Damos información, protagonizamos la información y proporcionamos una vía de escape cuando alguien se ve superado por la dureza de la información.

Extraído de
Las imágenes pueden herir tu sensibilidad
,

blog de
Georgia Mason
,

6 de agosto de 2039

Cuatro

L

as campañas presidenciales han sido cubiertas tradicionalmente por periodistas «domesticados», escogidos a dedo para seguir la campaña e informar ininterrumpidamente desde el esplendoroso inicio hasta el, en ocasiones, amargo final. El Levantamiento no había cambiado esa costumbre. Los candidatos anunciaban sus intenciones de optar a la jefatura del gobierno, elegían su camarilla de periodistas de televisiones, radio y prensa, y se lanzaban a la carretera.

Las elecciones de este año son distintas, en buena parte debido a que uno de los candidatos más populares, el senador Peter Ryman, nacido, criado y elegido en Wisconsin, es la primera persona que se presenta al cargo que aún era menor de edad en el verano de 2014. El senador conserva el recuerdo del sentimiento de traición que le produjeron los medios de comunicación, aún conserva en la retina las imágenes de la gente que moría porque confiaba en que los medios estaban contando la verdad. De modo que, cuando anunció su candidatura, dejó claro que no se limitaría a invitar a la prensa de siempre, sino que extendería su invitación a un grupo de blogueros para que lo acompañaran en el camino hacia la presidencia, desde antes de las elecciones primarias hasta la elección final, en el caso de que llegara a ella.

Se trataba de una decisión atrevida, y supuso un espaldarazo en la legitimación de las noticias difundidas a través de la red. Tal vez seamos periodistas con licencia, con todos los costes en seguros y las restricciones que eso implica, pero todavía sufrimos el desprecio de ciertas asociaciones y encontramos dificultades a la hora de obtener información de un buen número de agencias pertenecientes a la «corriente dominante». El reconocimiento de un candidato a la presidencia fue para nosotros un increíble paso adelante. Por supuesto, el número de blogueros sería reducido, sólo tres obtendrían el permiso para acompañarlo durante la campaña. Un requisito imprescindible para poder siquiera presentar la solicitud era contar con una licencia de clase A—15; si la petición de la licencia todavía se hallaba en trámite, la solicitud no se tenía en cuenta y se arrojaba directamente a la basura.

La mayoría de los blogueros que conocemos presentaron una solicitud, ya fuera individualmente o en grupo, y todos deseábamos tanto el trabajo que se nos hacía agua la boca sólo de pensar en él. Era nuestro billete hacia la primera fila del periodismo. Durante años, Buffy había trabajado con una licencia de clase B—20; como Accionista no necesitaba los permisos para el trabajo de campo, la información política o para entrar en zonas de peligro biológico, así que nunca había pensado que valiera la pena pagar por otra licencia o hacer los exámenes. Shaun y yo le hicimos pasar a tal velocidad los exámenes y las pruebas para las licencias de clase A que cuando le entregaron la nueva licencia todavía tenía cara de no haberse enterado de nada. Al día siguiente enviamos nuestra solicitud.

Shaun estaba seguro de que nos elegirían. Y yo de que no. Todavía con la mirada fija en el monitor, Shaun se dirigió a mí:

—¿George?

—¿Sí?

—Me debes veinte pavos.

—Sí —acepté antes de levantarme y echarle los brazos al cuello. Shaun se puso a gritar, me cogió por la cintura y me levantó del suelo para pasearme en volandas por toda la habitación.

—¡Hemos conseguido el trabajo! —exclamó.

—¡Hemos conseguido el trabajo! —repetí yo.

Y seguimos gritándolo a coro, con Shaun todavía zarandeándome en el aire, hasta que el interfono de la habitación crepitó y se oyó la voz de papá.

—¿Tenéis algún motivo para armar ese jaleo?

—¡Hemos conseguido el trabajo! —respondimos gritando al unísono.

—¿Qué trabajo?

—¡El supertrabajo! —respondió Shaun, mientras me dejaba en el suelo y se volvía hacia el interfono con una gran sonrisa, como si pensara que el aparato pudiera verlo—. ¡El supertrabajo más súper de todos los supertrabajos!

—La campaña —añadí yo, consciente de que la sonrisa dibujada en mi rostro seguramente era tan amplia y estúpida como la de Shaun—. Hemos conseguido la plaza para seguir la campaña presidencial.

El interfono tardó unos instantes en volver a crepitar.

—Vestíos, chicos, mientras yo voy a buscar a mamá. Salimos.

—¿Y la cena?

—La guardaremos en la nevera. Si vais a estar acosando a políticos por todo el país, antes tenemos que salir a cenar para celebrarlo. Llamad a Buffy y preguntadle si le apetece acompañarnos. Y es una orden.

—¡Sí, señor! —respondió Shaun, dedicando un saludo militar al interfono. Se oyó el clic del aparato al apagarse, y Shaun me tendió la mano derecha—. Págame.

—¡Largo de aquí! —le espeté señalándole la puerta—. Está a punto de aparecer un cuerpo desnudo, y tú sólo complicarías las cosas.

—¡Por fin un poco de contenido adulto! ¿Quieres que encienda la cámara web? Estaríamos en la página principal en menos que canta un… —Agarré mi grabadora de bolsillo y se la tiré a la cabeza. Él se agachó y, de nuevo con la sonrisita en los labios, concluyó—:… gallo. Voy a ponerme guapo. ¡Tú llamas a Buffy!

—¡Fuera! —rugí, con los labios temblorosos al tratar de contener una sonrisa.

Shaun enfiló hacia la puerta que comunicaba nuestras habitaciones y la cruzó.

—¡Si te pones falda te perdono la deuda! —gritó desde el otro lado.

Y se las arregló para cerrar la puerta antes de que yo tuviera tiempo de encontrar otro objeto arrojadizo.

Fui hacia el tocador sacudiendo la cabeza.

—Teléfono —dije en voz alta—. Llama a Buffy Meissonier. A casa. Insiste hasta que conteste.

Buffy tiene tendencia a dejar su móvil en el modo vibrador y no prestarle atención mientras ella «se deja llevar por las musas», lo que básicamente es una forma pomposa de decir que «hace el tonto en la red, escribe un poema o un relato corto terriblemente deprimente, lo cuelga y gana tres veces más de lo que saco yo, sólo por los ingresos por cliqueo de banners y la venta de camisetas». No soy una amargada ni nada de eso. «La verdad te hará libre», pero no te hará especialmente rica. Ya lo sabía cuando elegí mi profesión.

Juguetear con cosas muertas es un poco más lucrativo, pero Shaun no gana lo suficiente como para mantenernos a ambos —al menos de momento—, y él no quiere irse de casa sin mí. Toda una vida juntos y ser el uno la primera persona a la que recurre el otro nos ha hecho un poco dependientes. En una época anterior, sin zombies, se habría llamado «codependencia», y habría supuesto años de terapia, que habrían culminado con un atroz odio recíproco. Se supone que los hermanos adoptivos no deben tratarse como si fueran el centro del mundo.

Por suerte o por desgracia, dependiendo del punto de vista de cada uno, ésa era la actitud de otro mundo. En las actuales circunstancias, estar cerca de la gente que mejor te conoce es la mejor garantía para seguir vivo. Shaun no se marchará de casa hasta que no lo haga yo, y cuando nos vayamos, nos iremos juntos.

Para cuando Buffy respondió al teléfono, yo ya había conseguido encontrar una falda de tweed de un oscuro color gris que no sólo me cabía sino que estaba dispuesta a lucir en público. Estaba rebuscando un top entre la ropa cuando oí un clic seguido de la voz de Buffy.

—Estaba escribiendo —refunfuñó.

—Siempre estás escribiendo, a no ser que estés leyendo, toqueteando algún aparato mecánico o masturbándote —respondí—. ¿Estás vestida?

—Como de costumbre —respondió; la irritación inicial de su voz cedía paso a la confusión—. ¿Georgia? ¿Eres tú?

—No, soy Shaun. —Me puse una blusa blanca y me la metí por dentro de la falda—. Te pasaremos a recoger en quince minutos. El plural incluye a Shaun, a mí y a mis viejos. Nos llevan a toda la plantilla de cena. Quieren utilizarnos como reclamo publicitario para subir unos puntos en las mediciones de audiencia, pero ahora mismo no voy a dejar que eso me amargue la fiesta.

Buffy no es tan lenta pillando las cosas como pueda parecer a veces.

—¿Lo conseguimos? —preguntó con una voz repentinamente temblorosa.

—Lo conseguimos —aseveré. Me estremecí con su estridente grito de alegría, pese a que había sido amortiguado por los filtros de volumen del teléfono. Sonriente, saqué del cajón un blazer negro arrugado, me lo eché sobre los hombros y cogí un par de gafas de sol nuevas del montón del tocador—. Así que te recogemos en quince minutos, ¿trato hecho?

—¡Hecho! ¡Sí, sí, aleluya, sí! —balbuceó—. ¡Tengo que cambiarme! ¡Y que contárselo a mis compañeros de piso! ¡Y cambiarme! ¡Y, y…! ¡Hasta luego! ¡Adiós!

Sonó otro clic.

—Llamada finalizada —anunció mi teléfono—. ¿Desea realizar otra llamada?

—No, ya está.

—Llamada finalizada —repitió el teléfono—. ¿Desea realizar…? Dejé escapar un suspiro.

—No, gracias. Apagar.

El teléfono emitió unos pitidos y se apagó. Con los avances que se han realizado en los programas de reconocimiento de voz, uno esperaría que por lo menos les hubieran enseñado a reconocer el lenguaje coloquial. Todo se andará, supongo.

Mamá, papá y Shaun ya estaban en el salón cuando bajé por la escalera mientras me colgaba la minigrabadora de mp3 del cinturón. La grabadora de emergencia de mi reloj sólo tiene una capacidad de almacenamiento de treinta megas, y con eso apenas llega para grabar una buena entrevista. La minigrabadora llega a los cinco teras de memoria. Si necesito más antes de poder llegar a un servidor donde descargar el contenido, significará que estoy detrás de algo que podría darme el Pulitzer.

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