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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

Fénix Exultante (11 page)

BOOK: Fénix Exultante
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—La armadura es un inservible recuerdo de una vida a la cual ya no tienes acceso. No te sirve de nada. El pacto que has firmado es claro.

—Necesito la armadura para pilotar mi nave.

—No hay tal nave. No existe esa cosa. Es una quimera, un sueño.

—Esa nave no es una cosa. Y por cierto es un sueño. Un hermoso sueño. Entrega mi armadura. Es tu última oportunidad.

Ironjoy lo miró fijamente, sin siquiera una mueca.

—¡Alguacil Pursuivant! —exclamó Faetón—. ¿Estás alerta?

Uno de los pequeños remotos, suspendido sobre ocho barquillas minúsculas, se acercó zumbando desde el enjambre. Una voz diminuta, la misma que antes había usado el maniquí, declaró:

—No puedo efectuar un arresto a menos que aceptes atestiguar. El tribunal necesitará examinar la memoria de ambos para descubrir si tu embriaguez fue voluntaria, y si él tenía intención fraudulenta o no.

Faetón se volvió hacia Ironjoy. Ahora vendría la crisis. Ironjoy no podía saber que Faetón no se atrevía a conectarse con la Mentalidad, y no se atrevía a abrir un canal profundo para permitir un examen noético. ¿Podría engañarlo? Ironjoy vivía en una cultura donde se practicaba el engaño, como alguien de la antigüedad. Sin duda podría ver la maniobra de Faetón… No la vio.

Sin cambiar su expresión de insecto, Ironjoy tecleó un comando en la pizarra. Todas las figuras durmientes de la cubierta usaban túnicas publicitarias gris azulado. Esas túnicas despertaron a la vida con alaridos de color. Las figuras gruñeron rígidamente.

Ironjoy hizo un anuncio general. Hurañamente, con la mirada gacha, la gente se adelantó y arrojó fragmentos de admantio dorado a los pies de Faetón. Algunos le escupieron mientras arrojaban un brazal o greba. Barcas arrastradas por enredaderas navegaron hasta las casas cercanas; más personas regresaron y trajeron algunas piezas restantes de la armadura, un brazalete y una codera.

Hubo discusiones sobre trozos de la nanomaquinaria negra que la gente había transformado en otras sustancias pero aún no había consumido.

Ironjoy dio una orden lacónica y señaló. Le trajeron jarras, gorras y bolsas. Figuras hoscas arrojaron el material a los pies de Faetón, para formar un extenso charco negro. Oshenkyo había tragado una gran cantidad, pero lo almacenaba, sin digerir, como un material inerte, para que su estómago lo consumiera despacio, un gramo por vez. Con muchas befas y maldiciones, vomitó el material. Luego se derrumbó en cubierta, sollozando; esa sustancia habría bastado para sumirlo en alucinaciones agradables durante semanas, una riqueza casi inimaginable.

Todo terminó en menos de una hora. Toda la comunidad estaba en la cubierta de la barcaza, bajo los techos cristalinos de los pabellones, mirando a Faetón con el ceño fruncido. El charco negro que se extendía a sus pies temblaba mientras se sometía a su rutina de autolimpieza, restaurando cadenas de memoria y líneas de mando. Un cuarto del material se había consumido; el almacenaje de memoria del resto tenía masa suficiente para compilar las partes faltantes. El daño era reparable.

Faetón, con el corazón henchido de emoción, puso el pie en el charco. El revestimiento del traje reconoció su estructura celular. Como un sabueso leal al cabo de una larga ausencia, lo recordó. Hubo un torrente ascendente de movimiento. El revestimiento le cubrió el cuerpo y se instaló en los sitios adecuados. Una sensación de maravilloso bienestar lo inundó. Ironjoy hizo una seña a su gente.

—Y ahora, intruso, ya no eres bienvenido aquí. ¡No vuelvas a mostrar la cara!

La gente se agolpó para arrojar a Faetón al mar. Los alguaciles no intervinieron. Faetón cayó, chapoteó y se hundió como una piedra. Pero, debajo del yelmo, sonreía.

Mientras se hundía, Faetón dejó de sonreír y comenzó a comprender la magnitud de su error.

Arriba, la barcaza era una sombra cuadrada, rodeada por ondas de luz chispeante. A cada lado había sombras menores, las formas aracnoides de las casas muertas vistas desde abajo, con sus cápsulas de flotación enmarañadas con enredaderas, redes y quelpo. Se había equivocado. Pensando en su armadura, se había olvidado de su vida. ¿Qué haría ahora?

El obstáculo ineludible para cualquier intento de amasar otra fortuna, comprar un pasaje a Mercurio, llamar a su nave u organizar una protesta contra la decisión de los Exhortadores era, simple y absolutamente, que él no se atrevía a conectarse con la Mentalidad. El virus enemigo que esperaba al acecho cerraba todas sus opciones.

Irónicamente, si hubiera ido a una sencilla tienda mental antes del exilio, y hubiera comprado un tablero de mandos, u otro medio indirecto de comunicarse con la Mentalidad —incluso mediante un par de guantes baratos como los que usaban algunos de los desdichados costeros de Talaimannar— habría podido hallar maneras de enviar mensajes a los mercados oscuros de Ironjoy y realizar algún trabajo útil para ellos, pues al parecer los Exhortadores no podían cerrar esos mercados.

Para peor, era obvio que Ironjoy tenía algunos de esos dispositivos en venta. Si Faetón no se hubiera hecho exiliar por los exiliados, podría haber comenzado un largo, lento y doloroso proceso de reconstrucción de su vida, hasta llegar a su nave. Ahora ni siquiera tenía eso. Descendía.

El fondo de la bahía bajaba hacia los cauces más profundos en una serie de plataformas. Las bioformaciones que constituían el sistema nervioso de Madre-del-Mar se mezclaban entre las redes, el quelpo y las algas marinas que bordeaban el lodo y el sedimento. Faetón vio un lugar donde el quelpo parecía aplastado por un enorme cilindro. Intrigado, y renuente a regresar a la superficie, siguió la huella de destrucción.

Mientras avanzaba entre nubes de lodo, reflexionó. En ocasiones tropezaba.
Hacia tanto
tiempo que no
dormía
bien que sus sustitutos no
alcanzaban
a reparar todo el daño que sufría su sistema nervioso. Un chequeo de sus sistemas internos mostró otro desastre inminente. Si utilizaba su reducida provisión de nanomaterial para formar un entorno de reciclaje que le permitiera permanecer allí abajo, quizá no bastara para formar los tejidos neuréticos que necesitaba para reconstruir el tosco circuito de autoanálisis con que compensaba la privación de sueño. Además, algunos de sus recuerdos relacionados con estados oníricos, cadenas asociativas y equilibrio mental del pasado se habían perdido. Quizá no tuviera tiempo de reconstruir esa información.

Aun así, era reacio a emerger. Recelaba de los alguaciles. ¿Por qué habían tardado tanto en intervenir cuando le habían robado? ¿O cuando él luchaba con Ironjoy por el yelmo? Faetón recordó la promesa de los Exhortadores de que Nabucodonosor Sofotec se cercioraría de que Faetón no tuviera la menor oportunidad de hallar alimento ni ayuda. ¿Toda esa escena estaría preparada? ¿Tanto Ironjoy como Faetón habían sido engañados, manipulados, burlados?

Quizá hubiera sido una tontería creer que el sofotec de los Exhortadores no deduciría la fuga de Faetón a Talaimannar. El cíborg que se hacía llamar Composición Belígera quizá no tuviera una privacidad tan segura como había dicho. Quizá el cíborg, presa de una ilusión o de un sueño, fuera sólo un adicto a los recuerdos que se creía un Belígero con derechos de privacidad.

Además, había maneras de seguir los movimientos del aire, por ejemplo, señales que rebotaban en la parte inferior de la ciudad anular. Si Faetón podía pensar en una, un sofotec podía pensar en mil.

¿Nabucodonosor Sofotec había influido sobre los alguaciles para provocar una crisis entre Ironjoy y Faetón? Cualquiera que deseara destruir a Faetón se regocijaría en la hostilidad de Ironjoy hacia él. En la tienda de Ironjoy, Faetón podría haber comprado un circuito de autoanálisis que le permitiera programar sus ciclos de sueño para reparar, anexar, equilibrar y regenerar las agotadas sendas nerviosas del tejido de su cerebro artificial tal como el sueño natural restauraba el tejido natural. Si Faetón colaborase con Ironjoy, se salvaría de la locura.

Dentro de los límites de la ley, había cierto margen, algunas zonas grises, alguna flexibilidad de interpretación en cuanto al modo en que los alguaciles podían realizar su tarea. En tal caso, cabía presumir que usarían esa flexibilidad para causarle tanto daño como pudieran sin infringir el límite de lo permisible. En tal caso, era mejor no regresar a la superficie, donde los alguaciles revoloteaban.

Faetón no veía a ninguno ahí abajo.

Sin duda la privación de sueño era lo que había permitido que su furia estallara en su enfrentamiento con Ironjoy. Estaba afectando a su memoria cada vez más; sufría espasmos de fatiga, mareo, vértigo. Con el tiempo, moriría por ello.

Sin un circuito de autoanálisis para ayudar a organizar sus niveles cerebrales complejos, la degeneración neuronal se aceleraría.

Sólo podía tenderse a esperar la locura y la muerte. Era extraño. Que la falta de sueño pudiera matar a un hombre.

O quizá no tan extraño.

La línea de destrucción descendía por el borde de una larga cuesta. Un gran peso había dejado surcos en el lodo, y decoloración al pisotear el coral. Faetón avanzó cuesta abajo, internándose en la oscuridad verde.

Faetón estaba más fatigado de lo que sospechaba. Descendía cada vez más por la cuesta submarina, habiendo perdido el rastro de los restos que seguía y, en su aturdimiento, habiendo olvidado qué capricho o propósito lo llevaba allí.

La oscuridad aumentó; estaba a mucha profundidad, y lentas nubes de lodo aleteaban a cada paso.

Una punzada en el pecho lo despabiló. Era una señal de dolor de un órgano especial que le habían implantado en el pulmón. Era una de las primeras modificaciones de biotecnología espacial. Databa de la primera ciudad orbital, e indicaba al usuario una pérdida en los niveles de oxígeno (algo que el olfato de un hombre no modificado era incapaz de detectar) y advertía sobre hipnoxia, hiperventilación o anoxia. Sin notarlo, se estaba muriendo de asfixia.

Faetón activó obtusamente su espacio mental interno y pidió al traje un informe. Las jaquecas lo apuñalaron cuando se encendió el sistema; los iconos flotaban a la deriva y se borroneaban. El informe entró en sus pensamientos con saltos espasmódicos.

La nanomaquinaria de su traje estaba dañada. Pero Faetón no había comprendido que parte del daño había afectado las rutinas internas de control de daños y seguridad.

Uno de los floteros había borrado las fases de seguridad de la rutina de supervisión para reprogramar un jirón robado del traje con el propósito de usar el reciclador para hacer óxido nitroso en vez de oxígeno. Cuando esa sección se había reunido con el resto del traje, un error del reproductor había trasladado la orden de borrado a la rutina de mantenimiento. Así, cada vez que los pulmones de Faetón bombeaban bióxido de carbono a la visera del traje, la orden errónea desintegraba el bióxido de carbono para generar óxido nitroso.

El regulador de seguridad roto sabía que Faetón no debía respirar el gas hilarante, pero no sabía cómo eliminarlo ni cómo llamar la atención de Faetón. En cambio, desviaba el óxido nitroso hacia pequeños bolsillos de almacenaje destinados a las moléculas de oxígeno apiladas, y desechaba el oxígeno.

El traje contenía pequeños paquetes o burbujas de materia prima isomolecular, como diminutos almacenes de oro y carbono, cadenas de oxinitrógeno o hidrógeno para que los demás mecanismos del traje los combinaran y manipularan. Estos bolsillos estaban diseñados sólo para sostener pilas e hileras de moléculas en una orientación y rotación estándar; de lo contrario, los mecanismos del traje no podían aprehenderlos y manipularlos. El óxido nitroso que inundaba los bolsillos no tenía la temperatura, orientación ni composición correctas. Esto había dañado la mayoría de los elementos manipuladores del traje. Normalmente, habría sido un juego de niños extraer oxígeno de las moléculas de H
2
0 del agua que lo rodeaba, pero ahora todos los poros que habría usado para separar el oxígeno estaban taponados. Necesitaría por lo menos una hora para reparar el daño; Faetón dudaba que pudiera contener la respiración tanto tiempo.

Aunque abandonara la armadura, su cuerpo adaptado al espacio no flotaba, y no podría ascender a la superficie. Quizá pudiera sobrevivir a la acumulación de nitrógeno en la sangre; unas capas osmóticas especiales de sus venas, otra adaptación espacial, podían eliminar la mayor parte del nitrógeno acumulado. ¿Podría ascender a nado? No sabía a qué distancia estaba la superficie. ¿Y cómo encontraría su armadura si la abandonaba en el fondo del mar?

Sintió una punzada de autodesprecio y autocompasión. ¿Por qué no había revisado cada elemento, cada línea de mando de su armadura al recobrarla? De su armadura dependía su vida. ¿Por qué? Porque lo habían criado como un aristócrata mimado, con cien máquinas que cumplían sus órdenes, pensaban sus pensamientos y se anticipaban a sus antojos, así que había perdido la disciplina, la previsión y la meticulosidad, aptitudes básicas para la supervivencia.

Ahogándose en bilis, Faetón pensó la orden de escape, y los paneles de su armadura se desprendieron. Negras aguas le cubrieron el rostro, cegándolo. El revestimiento de nanomaquinaria negra se hinchó, formando bolsillos de hidrógeno a lo largo del pecho y los brazos, tratando de darle capacidad de flotación.

Su armadura, su bella armadura, que tanto había significado una hora atrás, se hundió rápidamente y desapareció.

Faetón se alejó del fondo de un puntapié, movió los brazos y las piernas y trató de elevar su pesado cuerpo.

Arriba. El agua helada le sorbió el calor del cuerpo en un instante. Sus extremidades se movían con mayor lentitud.

Arriba. Sus forcejeos se tornaron más frenéticos. Perdió el sentido del rumbo.

Arriba. Encontró una especie de quelpo o alga que se enroscaba sobre sus brazos movedizos, le envolvía las piernas con un abrazo blando.

Arriba. Hacia donde estaban las estrellas. Faetón no sabía dónde estaban. Estaba desorientado. Había perdido las estrellas.

¿Qué eran esas lucecillas que se aproximaban? ¿Eran lámparas de hadas que venían a saludarlo en la hora de su victoria? ¿O eran destellos metálicos en los ojos de un moribundo que estaba a punto de desmayarse?

De pronto, nada.

4 - La pesadilla

—Pequeño espíritu, ¿por qué estás vivo?

Las palabras subían flotando, como surgidas de un mito o de un sueño.
Una gran aflicción seria su destino, y actos de renombre sin par… Para los hombres pequeños, la altura era excesiva; para él, las estrellas estaban cerca…

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