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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (89 page)

BOOK: Festín de cuervos
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—Juré que no me cortaría el pelo hasta que vengara a mi padre. —Pese a su aspecto leonino, la voz de Daven Lannister tenía una extraña timidez—. Pero el Joven Lobo se encargó de Karstark antes que yo. Me arrebató la venganza. —Le tendió el yelmo a un escudero y se pasó los dedos por el cabello—. Está bien esto de tener barba. Las noches son cada vez más frías; un poco de follaje mantiene la cara caliente. Además, como decía la tía Genna, tengo un adoquín en lugar de barbilla. —Agarró a Jaime por los brazos—. Temimos por ti después de lo del bosque Susurrante. Se rumoreó que el lobo huargo de Stark te había desgarrado la garganta.

—¿Derramaste amargas lágrimas por mí, primo?

—La mitad de Lannisport te lloró. La mitad femenina. —La mirada de Daven se clavó en el muñón de Jaime—. Así que era verdad. Esos hijos de puta te cortaron la mano de la espada.

—Ahora tengo una nueva, de oro. Ser manco tiene sus ventajas. Bebo menos vino por temor a derramarlo, y rara vez siento la tentación de rascarme el culo en la corte.

—Bien pensado. A lo mejor me la corto yo también. —Su primo se echó a reír—. ¿Quién te lo hizo? ¿Catelyn Stark?

—Vargo Hoat.

«¿De dónde salen esas leyendas?»

—¿El qohoriense? —Ser Daven escupió—. Esto para él y para su Compañía Audaz. Le dije a tu padre que yo mismo me encargaría de conseguir provisiones, pero se negó. Me dijo que hay tareas adecuadas para los leones, y que el forrajeo se quedaba para las cabras y los perros.

Eran las palabras literales de Lord Tywin, Jaime lo sabía; casi le parecía oír la voz de su padre.

—Entra, primo. Tenemos que hablar.

Garrett había encendido los braseros, y las ascuas conferían a la carpa de Jaime un calor rojizo. Ser Daven se quitó la capa y se la tiró a Lew
el Pequeño
.

—¿Eres un Piper, chico? —le gruñó—. Pareces un tanto canijo.

—Soy Lewys Piper, si a mi señor le parece bien.

—Una vez le di una buena paliza a tu hermano en un cuerpo a cuerpo. El muy escuchimizado se ofendió cuando le pregunté si la que bailaba desnuda en su escudo era su hermana.

—Es el blasón de nuestra Casa. No tenemos ninguna hermana.

—Lástima. Vuestro blasón tiene unas tetas estupendas. Pero ¿qué clase de hombre se esconde detrás de una mujer desnuda? Cada vez que le daba un golpe en el escudo me sentía muy poco caballeroso.

—Ya basta —interrumpió Jaime entre risas—. Déjalo en paz. —Pia les estaba preparando vino especiado; removía el líquido con una cuchara—. Tengo que saber qué me voy a encontrar en Aguasdulces.

Su primo se encogió de hombros.

—El asedio continúa. El Pez Negro está cruzado de brazos en su castillo y nosotros en nuestros campamentos. La verdad, nos morimos de aburrimiento. —Ser Daven se sentó en un taburete de campaña—. Tully debería hacer alguna incursión para recordarnos que aún estamos en guerra. Y ya puestos, podría librarnos de unos cuantos Frey. De Ryman, para empezar. Se pasa la vida borracho. Ah, y de Edwyn. No es tan imbécil como su padre, pero está tan lleno de odio como un forúnculo de pus. Y nuestro Ser Emmon... Ay, no, Lord Emmon, los Siete nos amparen si se nos olvida su nuevo título... Nuestro Señor de Aguasdulces no para de decirme cómo tengo que llevar el asedio. Quiere que tome el castillo sin causar daños, porque ahora es su señorial asentamiento.

—¿Ya está caliente el vino? —preguntó Jaime a Pia.

—Sí, mi señor. —La chica se tapaba la boca al hablar.

Peck les sirvió el vino en una bandeja dorada. Ser Daven se quitó los guantes y cogió una copa.

—Gracias, chico. ¿Quién eres?

—Josmyn Peckledon, si a mi señor le parece bien.

—Peck fue todo un héroe en el Aguasnegras —dijo Jaime—. Mató a dos caballeros y capturó a otros dos.

—Debes de ser más aguerrido de lo que aparentas, chaval. ¿Eso que tienes en la cara es barba, o es que se te ha olvidado lavarte? La mujer de Stannis Baratheon tenía un bigote más poblado. ¿Cuántos años tienes?

—Quince, mi señor.

Ser Daven soltó un bufido.

—¿Sabes qué es lo mejor de los héroes, Jaime? Que como todos mueren jóvenes, los demás tocamos a más mujeres. —Tendió la copa al escudero—. Llénamela otra vez y yo también diré que eres un héroe. Tengo sed.

Jaime alzó su copa con la mano izquierda y bebió un trago. El calor se le extendió por el pecho.

—Estabas hablando de los Frey que querrías ver muertos. Ryman, Edwyn, Emmon...

—Y Walder Ríos —añadió Daven—. Menudo hijo de puta. Odia ser bastardo y odia a todo el que no lo es. Ser Perwyn, en cambio, parece buena persona; a ese, que no lo mate. Las mujeres tampoco están mal. Tengo entendido que me voy a casar con una. Por cierto, tu padre podría haber tenido la cortesía de consultarme lo de este matrimonio. Mi padre ya estaba en tratos con Paxter Redwyne antes de lo del Cruce de Bueyes, ¿lo sabías? Redwyne tiene una hija que viene con una buena dote...

—¿Desmera? —Jaime se echó a reír—. ¿Tanto te gustan las pecas?

—Si tengo que elegir entre los Frey y las pecas... Qué quieres que te diga, la mitad de los cachorros de Lord Walder tienen cara de comadreja.

—¿Sólo la mitad? Ya puedes dar las gracias. En Darry conocí a la esposa de Lancel.

—Ami
Torre de Entrada
, por los dioses. Cuando me enteré de que Lancel había elegido a esa, no me lo podía creer. ¿Qué le pasa a ese chico?

—Se ha vuelto devoto —replicó Jaime—. Pero la elección no fue cosa suya. La madre de Lady Amerei es una Darry. Nuestro tío pensó que esa esposa ayudaría a Lancel a ganarse a los campesinos.

—¿Cómo? ¿Follándoselos a uno detrás de otro? ¿Sabes por qué la llaman Ami
Torre de Entrada
? Porque levanta el rastrillo a cada caballero que pasa. Más vale que Lancel se busque un armero que le haga un yelmo con cuernos.

—No va a hacer falta. Nuestro primo vuelve a Desembarco del Rey para profesar los votos como espada del Septón Supremo.

Ser Daven no se habría quedado más atónito si Jaime le hubiera dicho que Lancel había decidido hacerse mono de titiritero.

—¡No puede ser verdad! Me estás tomando el pelo. Ami
Torre de Entrada
debe de tener aún más cara de comadreja de lo que se dice, para que el chico acabe así.

Cuando Jaime había ido a despedirse de Lady Amerei se la había encontrado sollozando por la disolución de su matrimonio, mientras Lyle Crakehall la consolaba. Sus lágrimas no lo habían preocupado ni la mitad que las miradas airadas que le lanzaron sus parientes en el patio.

—Espero que no estés pensando en profesar los votos tú también, primo —le dijo a Daven—. En cuestión de acuerdos matrimoniales, los Frey son muy quisquillosos. No me gustaría disgustarlos otra vez.

Ser Daven soltó un bufido.

—Me casaré y me llevaré a mi comadreja a la cama, no temas. Recuerdo lo que le pasó a Robb Stark. Pero por lo que me cuenta Edwyn, más vale que elija a una que todavía no haya florecido, o lo más probable es que me encuentre con que Walder
el Negro
ya ha pasado por mis tierras. Seguro que se ha tirado a Ami
Torre de Entrada
, y más de una vez. Puede que eso explique la santurronería de Lancel y el enfado de su padre.

—¿Has visto a Ser Kevan?

—Sí. Pasó por aquí de camino al oeste. Le pedí que nos ayudara a tomar el castillo, pero no quiso ni oír hablar del tema. Se pasó cavilando todo el tiempo que estuvo aquí. Cortés, desde luego, pero gélido. Le juré que yo no había pedido que me nombraran Guardián del Occidente, que ese honor debería haberle correspondido a él, y me dijo que no albergaba ningún resentimiento hacia mí, pero cualquiera lo habría dicho por su tono de voz. Estuvo tres días, y si me dirigió tres palabras, fueron muchas. Ojalá se hubiera quedado; me habría venido bien su consejo. Nuestros amigos Frey no se habrían atrevido a fastidiar a Ser Kevan tanto como a mí.

—Cuéntame —dijo Jaime.

—Te contaría, pero ¿por dónde empiezo? Mientras yo construía arietes y torres de asalto, Ryman se dedicaba a erigir un patíbulo. Todos los días, al amanecer, saca a Edmure Tully, le pone una soga al cuello y amenaza con ejecutarlo si el castillo no se rinde. El Pez Negro no hace ni caso de su pantomima, así que al anochecer vuelven a llevarse a Lord Edmure. Su esposa está embarazada, ¿lo sabías?

No se había enterado.

—¿Se acostó con ella después de la Boda Roja?

—Se estaba acostando con ella durante la Boda Roja. Roslin es una muchacha muy bonita, sin cara de comadreja, y por raro que parezca, le tiene cariño a Edmure. Perwyn me ha dicho que reza para que sea una niña.

Jaime meditó un instante sobre aquello.

—Cuando haya nacido el hijo de Edmure, Lord Walder ya no lo necesitará.

—Lo mismo me parece a mí. Nuestro tío político, Emmm... Perdón, quería decir Lord Emmon, quiere que ahorquemos a Edmure de inmediato. Que haya un Tully señor de Aguasdulces lo preocupa casi tanto como la perspectiva de que nazca otro. No pasa un día sin que me suplique que obligue a Ser Ryman a ahorcar a Tully, sea como sea. Y mientras, tengo a Lord Gawen Westerling tirándome de la otra manga. El Pez Negro tiene en su castillo a su señora esposa y a tres de sus mocosos. Su señoría tiene miedo de que Tully los mate si los Frey ahorcan a Edmure. Una de esos mocosos es la reina del Joven Lobo.

Jaime creía haber visto en alguna ocasión a Jeyne Westerling, pero no recordaba su aspecto.

«Debe de ser muy hermosa para valer un reino.»

—Ser Brynden no matará a ningún niño —le aseguró a su primo—. No es un pez tan negro. —Empezaba a comprender por qué Aguasdulces no había caído todavía—. Dime cómo lo has dispuesto todo, primo.

—Tenemos el castillo rodeado. Ser Ryman y los Frey están al norte del Piedra Caída. Al sur del Forca Roja se encuentra Lord Emmon, junto con Ser Forely Prester y lo que queda de tu antiguo ejército, además de los señores de los ríos que se nos unieron tras la Boda Roja. Siempre están de mal humor. Valen para sentarse enfurruñados en sus carpas y poco más. Mi campamento está entre los ríos, frente al foso y la puerta principal de Aguasdulces. Hemos tendido una barrera flotante que cruza el Forca Roja, río abajo. Manfryd Yew y Raynard Ruttiger están al mando de su defensa, así que nadie podrá escapar en barca. También les he dado redes para pescar. Así nos abastecemos.

—¿Se puede rendir el castillo por hambre?

Ser Daven negó con la cabeza.

—El Pez Negro echó de Aguasdulces a todas las bocas inútiles y limpió las tierras de provisiones. Tiene suficientes reservas para mantener dos años enteros a todos sus hombres y a sus caballos.

—¿Y cómo estamos nosotros de provisiones?

—Mientras haya peces en los ríos, no nos moriremos de hambre, aunque no sé cómo vamos a dar de comer a los caballos. Los Frey bajan comida y forraje desde Los Gemelos, pero Ser Ryman asegura que no tienen suficiente para compartir, así que tenemos que buscar comida por nuestra cuenta. La mitad de los hombres que envié en busca de alimentos no han vuelto. Unos han desertado; a otros los hemos encontrado colgados de los árboles como si fueran fruta madura.

—Ayer nos tropezamos con unos cuantos —asintió Jaime.

Los exploradores de Addam Marbrand los habían encontrado colgados de un manzano silvestre, con los rostros ennegrecidos. Los asesinos habían desnudado los cadáveres y le habían metido a cada uno una manzana entre los dientes. Ninguno presentaba heridas; era evidente que se habían rendido. Jabalí se había enfurecido, y había jurado una sangrienta venganza a quienes habían atado a unos guerreros para que murieran como cochinillos.

—Puede que fueran los bandidos —comentó Ser Daven tras escuchar a Jaime—. O no. Por aquí todavía quedan bandas de norteños. Y tal vez esos señores del Tridente hayan doblado la rodilla, pero me parece que en el fondo siguen siendo un poco... lobos.

Jaime observó a sus dos escuderos más jóvenes, que rondaban en torno a los braseros y hacían como que no escuchaban. Lewys Piper y Garrett Paege eran hijos de señores de los ríos. Les había cogido cariño; no le gustaría nada tener que entregárselos a Ser Ilyn.

—Las cuerdas son más propias de los Dondarrion.

—El señor del relámpago no es el único que sabe hacer un nudo corredizo. No empecemos con Lord Beric. Está aquí, está allí, está en todas partes, pero cuando se envían hombres a por él, se evapora como el rocío. Los señores de los ríos lo están ayudando, no me cabe duda. A un jodido señor marqueño, ¿qué te parece? Un día dicen que ha muerto, y al siguiente, que no puede morir. —Ser Daven dejó la copa de vino—. De noche, mis exploradores divisan hogueras en lugares elevados. Creen que son señales. Como si nos estuvieran vigilando. También hay hogueras en los pueblos. Algún dios nuevo...

«No, un dios antiguo.»

—Thoros, el sacerdote myriense, aquel gordo que bebía a veces con Robert, está con Dondarrion. —Su mano dorada estaba encima de la mesa. Jaime la rozó y observó el resplandor del oro a la escasa luz de los braseros—. Ya nos encargaremos de Dondarrion si hace falta, pero lo primero es el Pez Negro. Tiene que saber que no hay esperanza. ¿Has probado a hacer un trato con él?

—Ser Ryman lo intentó. Cabalgó hasta las puertas del castillo medio borracho, gritando fanfarronadas y amenazas. El Pez Negro se asomó a las almenas el tiempo justo para decirle que no pensaba desperdiciar palabras con un ser tan nauseabundo. Luego le disparó una flecha a la grupa del palafrén, que se encabritó, y Frey cayó al barro. Me reí tanto que estuve a punto de mearme encima. Si el del castillo hubiera sido yo, le habría clavado la flecha en esa boca mentirosa.

—Me pondré gorjal cuando vaya a tratar con ellos —replicó Jaime con una ligera sonrisa—. Tengo intención de ofrecerle unas condiciones muy generosas.

Si conseguía poner fin al asedio sin derramamiento de sangre, no se podría decir que hubiera esgrimido armas contra la Casa Tully.

—Inténtalo si quieres, mi señor, pero dudo mucho que consigamos nada hablando. Vamos a tener que atacar el castillo.

Hubo tiempos, y no tan remotos, en que Jaime habría tomado aquella misma decisión sin dudarlo. Sabía que no disponía de dos años para rendir por hambre al Pez Negro.

—Hagamos lo que hagamos, tendrá que ser deprisa —le dijo a Ser Daven—. Mi lugar está en Desembarco, con el rey.

—Claro —asintió su primo—. Comprendo que tu hermana te debe de necesitar. ¿Por qué envió fuera a Kevan? Yo creía que lo nombraría Mano.

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