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Authors: Ed Greenwood

Fuego mágico (40 page)

BOOK: Fuego mágico
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—¿Narm? —llamó ella volviéndose al tiempo que alcanzaba su puerta—. ¿Narm? ¿Dónde...?

Entonces vio a un guardia que se le venía encima, a todo correr, con una sonrisa en la cara, sosteniendo delante de sí la maza que había derribado a Narm. Shandril vio la sangre que había en ella y se dio cuenta de que no había tiempo para esquivar o luchar. Soltó la manilla de la puerta y echó a correr.

Huyó descalza por el largo y sombrío vestíbulo y vio al guardia Rold que, apostado más adelante bajo una vacilante antorcha, se volvía a mirarla. Una rabia salvaje comenzó a crecer en su interior estimulada por el miedo desesperado por la vida de Narm. Miró hacia atrás a través de su ondeante cabello y vio una mano enguantada a tan sólo unos centímetros de ella. Sin pensarlo, se arrojó con ímpetu sobre las alfombras del vestíbulo y rodó.

Unas botas la golpearon con saña una y otra vez por la espalda y el costado. Encima de ella se oyó una sorprendida maldición cuando su asaltante tropezó y aterrizó pesadamente sobre sus brazos con un gran estrépito de metal. Shandril rodó como pudo fuera de él y logró ponerse de rodillas al mismo tiempo que el guardia, rápido y bien entrenado, se daba la vuelta pataleando en el aire y lanzaba su maza hacia ella.

Sus ojos se encontraron en la cercanía, y el fuego comenzó a aflorar en la rabiosa mirada de Shandril. El guardia dio un chillido de pánico y lanzó su grande y oscura maza contra ella. El arma barrió hacia un lado los dedos que ella había levantado y golpeó con fuerza un lado de su cara. Shandril se sumió en una bruma amarilla de confusión y enseguida cayó en una oscuridad total.

Rold golpeó sin piedad a Culthar desde atrás, clavando su martillo de guerra en su yelmo mientras le preguntaba:

—¿Estás loco? ¡Has jurado protegerla!

Culthar se tambaleó fláccidamente hacia un lado sin decir nada, con la sangre manando de su boca y nariz. Luego cayó dando tumbos contra la pared y quedó allí olvidado mientras Rold pasaba por encima de él para llegar hasta Shandril. Recordaba que habían dicho que su tacto podía ser mortal cuando lanzaba fuego mágico, pero sus manos no vacilaron y, quitándose un guantelete, palpó su sien.

Restregó la sangre que tenía en la cara y se levantó maldiciendo y preparado para arrojar su guantelete a la menor alarma. Envolviendo los hombros de la joven con su media capa, la sostuvo cerca de sí y sacó de su cinturón un disco de plata colgado de una fina cadena.

—Lady Tymora —suplicó con voz ronca mientras el hueco tañido del gong se desvanecía—, tú que favoreces a aquellos condenados a ser diferentes de la mayoría de la gente, ayuda a esta pobre muchacha ahora. No ha hecho mal alguno dentro de estas paredes y necesita tu bendición encarecidamente. ¡Escúchame, Señora, te lo ruego! Vuelve tu luminoso rostro hacia Shandril. ¡Tymora, Luminosa Señora, escúchame por favor! —y el viejo soldado sostuvo a Shandril en sus brazos y, mientras esperaba que se acercaran los pasos que corrían, continuó rezando.

En una torreta que sobresalía del lado interior de las murallas de Zhentil había una pequeña habitación circular sin ventanas y, en ella, Ilthond esperaba con impaciencia. Había llegado la hora; Manshoon no había regresado aún a la ciudad de Zhentilar. Si Ilthond tuviese fuego mágico en sus manos y supiese cómo manejarlo, dicho regreso no tendría por qué causarle ningún temor.

El joven mago se paseaba ante su bola de cristal. Un águila estaba en aquel momento tomando tierra junto a la puerta de la pequeña torre donde habitaba el anciano mago. En un instante, el águila se convirtió en Elminster, con su pipa, su castigado sombrero y todo, y entró en la vieja y ligeramente inclinada torre de piedra gastada. Ilthond esperó un instante más y, entonces, sacó un rollo de pergamino de un tubo hecho con un hueso ahuecado del ala de un gran dragón. Se trataba de un conjuro de traslación escrito por el mago Haklisstyr de Selgaunt. Puesto que la espalda de éste se había encontrado un día con una daga cuidadosamente envenenada por el ambicioso Ilthond, ya no lo volvería a necesitar.

El mago desenrolló el pergamino sobre la mesa al lado de cristal y colocó monedas, una daga, un candelero y una calavera en sus esquinas para mantenerlo abierto. Fijó en su mente una imagen clara de cierto cuarto ropero situado en el tercer piso de la torre de Ashabam, en el Valle de las Sombras, y comenzó a ejecutar el conjuro.

Desde otra habitación de la torreta, debajo de él, llegó tenuemente la triste melodía de una vieja balada, ejecutada por un flautista:

La buena suerte, pasajera, viene y se va,

pero el corazón, pesado de llanto, debe continuar.

La mala suerte viene y se queda como la fría nieve invernal.

Siempre más de un golpe habrás de encajar...

Ilthond extendió sus manos en un ondulante ademán para rematar el conjuro, y desapareció. El globo de ojo flotante y desprovisto de cuerpo que, producto de un sortilegio ocular de brujo, había estado vigilándolo desde debajo de la mesa, también se desvaneció.

—¡Claro que vivirá, si te quitas de en medio de mi camino uno o dos minutos! —rugió Rathan—. ¡Lanseril, quédate aquí para aplicarle tu magia curativa! Rold, tú la salvaste; quédate junto a ella también. Florin, trae a Narm por aquí... ¿estará ya despierto? Todos los demás, ¡fuera de aquí! ¡Escaleras abajo, todos! Mourngrym, tú y Shaerl os podéis quedar, por supuesto. ¡Los demás... ahuecando! ¡Vamos, que es para hoy!

—Narm se mueve —informó Jhessail concisamente—. Cogeremos a este guardia, si Rold no ha acabado con él, y nos enteraremos del porqué de todo esto. —Y, tras hacer un gesto con la cabeza a los guardias allí congregados para que retirasen el cuerpo de Culthar, añadió—: Los demás, volved a vuestros puestos, por favor. Gracias por vuestra prontitud en acudir.

Los guardias saludaron y se fueron. Un grupo de embobados sirvientes y pajes retrocedieron uno o dos pasos a instancias de Rathan, pero se quedaron a mirar. Florin tendió a Narm con suavidad sobre una piel rápidamente conseguida y, tras depositar con mucho cuidados su contusionada cabeza, levantó los ojos hacia los asistentes. Ante su dura mirada, los mirones comenzaron a retirarse.

—¿Cómo está? —preguntó observando a Shandril.

—No está mal —dijo Rathan—, considerando el golpe en la cabeza que ha recibido. Sólo espero que éste no haya dañado en modo alguno su capacidad para manejar el fuego mágico, ahora que medio Faerun parece estar al acecho para ganársela —y él y Florin intercambiaron una grave mirada.

—¿Por qué la atacaría un simple guardia, y solo? —murmuró Mourngrym frunciendo el entrecejo.

—Pues aun siendo uno solo parece habérselas arreglado bastante bien —respondió Shaerl señalando con la cabeza a las dos figuras yacientes que tenía a sus pies.

—No, querida; lo que quiero decir es que yo habría esperado encontrar a otros atacantes por los alrededores.

El señor del Valle de las Sombras se volvió:

—Rold, quiero que registren esta torre en el acto, empezando por este piso. Jhessail, ¿quieres despertar a Illistyl y montar guardia con ella aquí, junto a nuestros dos invitados? Yo también me quedaré. —Sacó su delgada espada con joyas incrustadas y, colocándola delante de sí con la punta hacia abajo, se apoyó sobre ella.

Shaerl se arrodilló junto a Narm, que había comenzado a emitir apagados gemidos. Florin se arrodilló también a su lado y sus fuertes brazos ya estaban preparados cuando el joven mago se levantó de pronto agitando sus brazos:

—¿Dónde es...? ¡Shandril! ¡Peligro! ¡Cuidado! ¡Peligro!

—Está bien, está bien —lo tranquilizó Florin sosteniéndolo—. Peligro había, desde luego. Ahora quédate quieto y nosotros cuidaremos de tu prometida.

—¿Shandril? ¿Cómo...?

—Cálmate. Si escuchas, lo sabrás. Está detrás de ti. Rathan y Lanseril la están atendiendo.

—Eh... sí, lo haré. —Narm volvió a acostarse, haciendo una mueca de dolor al apoyar de nuevo su cabeza sobre la piel—. ¿Qué ha ocurrido?

—Que Narm permanece tumbado tranquilo y silencioso, tal como se le ha ordenado —dijo con aire severo lady Shaerl.

Narm frunció el entrecejo y, entonces, oyó a Shandril decir con voz apagada:

—Gracias, gracias. Han herido a Narm; ¿lo habéis visto ya?

El corazón de Narm encontró de nuevo la paz y el joven se quedó dormido en un respiro, sin oír siquiera la respuesta de Rathan.

El estrecho cuarto ropero estaba completamente oscuro y olía a sustancias aromáticas contra las polillas. Ilthond tuvo que contener un estornudo; luego movió la cabeza con satisfacción ante su exacta traslación y escuchó. No se oía nada. Estupendo. A trabajar, entonces.

El mago manipuló un sortilegio para hacerse invisible y, después, abrió con cautela una rendija y miró. El corredor parecía vacío. Salió y volvió a mirar a su alrededor.

Mejor que mejor, pensó. Ilthond murmuró entonces un sortilegio de vuelo y se elevó por el aire para volar y espiar invisible a lo largo del corredor. Ningún guardia... ¿cómo es eso? ¿Era de verdad el Valle de las Sombras un lugar tan tranquilo y despreocupado como para eso? No, debía de haber algún conflicto o alarma...

Doce guardias doblaron la esquina con las espadas desenvainadas y miradas vigilantes. Ilthond pasó por encima de ellos sin hacer el menor ruido. ¿Dónde podía estar la joven doncella? La argamasa de las paredes de la torre contenía ciertas sustancias para impedir todo espionaje, pero él estaba seguro de que la encontraría de todas maneras.

Tal vez se encontraba arriba, en las más sencillas pero también más seguras habitaciones de los niveles superiores, o abajo, como correspondía a un invitado de gran importancia. El mayor riesgo probablemente residía abajo... pero también casi todas las posibilidades de saber quiénes había allí y qué hacían. Y, después de todo, dicen que un camino corto y arriesgado conduce antes a la cumbre...

Ilthond alcanzó las escaleras y comenzó a descender, manteniéndose siempre cerca del inclinado techo de piedra. Avanzó con sumo cuidado y en silencio, como una sombra. Buscó por todas partes, atisbando en habitaciones y vestíbulos, revoloteando de un lado a otro con paciente cautela para no rozarse con nadie ni ser descubierto por aquellos que pudieran detectarlo.

Había llegado a un largo vestíbulo donde ardían antorchas cada veinte pasos y, allí, en un extremo, vio a unos hombres y mujeres con ricos atuendos, de pie o arrodillados al lado de dos que yacían juntos en el suelo. Ilthond se acercó muy despacio, esforzándose por oír desde lejos lo que decían.

—¿Cómo te sientes? —rugió Rathan—. ¿Mejor, confío?

Shandril asintió:

—Mi cabeza, todavía duele. Pero muchas gracias, buen Rathan. Otra vez estoy en deuda contigo por curarme cuando estoy herida.

—En deuda conmigo no —corrigió Rathan—. Es a la Señora a quien se lo debes— y trazó un círculo con el dedo índice de su mano derecha en torno al disco que colgaba de su pecho.

—Sí, nunca olvidaré el favor de la Dama Fortuna —respondió Shandril—. ¿Cómo está Narm?

Rathan echó una mirada a Narm:

—Duerme. Mejor dejar que siga durmiendo. Pero tú debes probar tu fuego mágico —le dijo con tono suave.

Shandril se había incorporado ligeramente apoyándose sobre sus codos. Después recogió sus piernas por debajo de sí y extendió la mano. El fuego brotó de sus dedos y tronó a lo largo del vestíbulo como una larga lengua de llama. Lo detuvo casi de inmediato, y el fuego se extinguió enroscándose en el aire hasta desaparecer.

—Como antes —dijo ella—. Todavía puedo...

Un quejido de dolor desgarrado surgió de pronto del aire, en alguna parte del vestíbulo. Florin y Mourngrym sacaron al instante sus espadas y se colocaron delante de Shandril para escudarla ante lo que fuese. Shaerl sacó su daga y estiró el brazo para hacer sonar con su pomo un gong que había a mano.

Apenas se habían desvanecido sus ecos cuando la figura de un hombre con hábito, de facciones aguileñas y brillante pelo negro se hizo visible en medio del aire. Su rostro aparecía desencajado por el dolor, su atuendo chamuscado y el pecho y un hombro completamente pelados. El hombre susurró la palabra que liberaba el poder de la varita que llevaba en su mano.

De ella salió un rayo bifurcado que tocó a Florin y Mourngrym. El señor del Valle de las Sombras se tambaleó hacia un lado y cayó pesadamente mientras su espada botaba con gran estruendo contra el suelo. Shaerl dio un grito y corrió hacia él. Florin cayó también de rodillas empujado por la energía arrojada contra él, pero luchó por levantarse y volver débilmente a la carga con la cara roja por el dolor y el esfuerzo. Shandril se puso en pie y dejó salir su fuego mágico con arrebatada cólera.

—¡Dondequiera que vaya! —clamó con amargura al borde del llanto—. ¡Siempre asediada! ¡Siempre amigos y compañeros heridos! ¿Vienes en busca de fuego mágico? Bien, ¡pues tómalo!

El fuego salió rugiendo de su mano en un turbulento infierno que duró apenas unos segundos, pero que se precipitó por el vestíbulo en una cortina abrasadora que barrió sin contemplación al mago volador como una ola que se estrellara contra las rocas en una tormenta marina.

Narm se había despertado y miraba deslumbrado. Con esfuerzo se puso de rodillas y se dispuso a ejecutar su arte para proteger a su compañera contra esta nueva amenaza. Sus manos se detuvieron en medio del aire cuando vio aquel bulto mutilado y ennegrecido que el fuego mágico había dejado atrás sobre las chamuscadas alfombras del vestíbulo.

Shandril levantó de nuevo una mano mientras Ilthond se movía débilmente y torcía sus abrasados labios en un susurro de palabras mágicas, pero ella no disparó sus llamas. La cabeza se hundió entre dos hombros humeantes que temblaban de dolor. El mago desapareció, como si jamás hubiese estado allí. Sólo las alfombras quemadas mostraban dónde había yacido.

—Dondequiera que vayamos —dijo Shandril cansada volviéndose hacia Rathan—, necesitamos tus servicios curativos. Espero que no te canses de ello antes de que todo esto termine.

—Señora —dijo Rathan mientras se apresuraba hacia donde yacía Mourngrym—. Esto nunca se acaba, me temo. No te preocupes por mi paciencia... Es por eso por lo que recorro estos reinos una y otra vez —y, arrodillándose junto al señor del Valle de las Sombras, volvió la cabeza y la miró por encima de su hombro—. Debo decir que haces un trabajo verdaderamente impresionante —añadió con la mínima expresión de una sonrisa.

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