Fuego mágico (48 page)

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Authors: Ed Greenwood

BOOK: Fuego mágico
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—¿El joven señor y la señora se van a casar? ¡Los mejores deseos de los dioses sean con ellos! Créeme, Baerth, ¡yo vi las llamas salir de su propia mano! «Fuego mágico», lo llaman, ¡pero jamás he visto lanzar a nadie magia como ésa! Ningún bailoteo ni canturreo; simplemente frunció un poco el entrecejo, como hace Delmath antes de levantar un barril lleno, ¡y allí estaba! Sí, ¿te gustaría a ti casarte con algo así?

Malark, bajo la forma de un búho encaramado en una rama por encima de ellos, sonrió agriamente para sí en medio del caudal de roncas risotadas y pensó en la manera de matar a Shandril. Todo aquel furtivo merodear lo ponía furioso. La muchacha y su joven mago se hallaban juntos en todo momento, y en todo momento iban acompañados al menos por un experto en el arte o uno de los caballeros armados con poderosos artículos de magia..., con otros siempre cerca de ellos.

Malark no olvidaba por cierto la desolación causada en la guarida de Rauglothgor. Un error en este asunto podría ser el último para él. Volvió sus cansados ojos hacia la Torre Torcida. Incluso en aquel momento estaba custodiada ella. Sobre todo en aquel momento.

La ceremonia nupcial sería una oportunidad para acercarse a Shandril-la-del-Fuego-Mágico, pero no una buena oportunidad. Todos los más poderosos protectores del Valle de las Sombras estarían reunidos allí. Tal vez más tarde..., esos dos tendrían que abandonar el valle tarde o temprano. Malark tenía la inquietante sensación de que otros estaban esperando también a que eso sucediera y que probablemente tendría que combatir con rivales aspirantes al fuego mágico, tal vez incluso con el mismo Oumrath.

Malark gruñó para sí y levantó el vuelo intranquilo, dirigiéndose hacia el sur a través de la carretera. Pronto, Shandril de Luna Alta. Pronto sentirás mi arte...

El día amaneció frío y con niebla. Shandril y Narm habían dormido separados tal como exigía la costumbre; Shandril en el Templo de Tymora con Eressea, y Narm en la Torre Torcida con Rathan. Ambos estaban despiertos y levantados antes del alba para recibir el baño de agua sagrada y la bendición. La noticia se había propagado por todo el valle y pronto empezó a congregarse la gente junto a las orillas del Ashaba.

Rathan llenó un vaso de una jarra de cristal y lo sostuvo en alto.

—Por la Señora —dijo, y lo vació dentro del baño. Después, volvió la cabeza para mirar a Narm y sonrió—: ése es todo el vino que voy a tocar hoy.

Narm se levantó chorreando agua.

—¿Quieres decir que vas a perderte todo el copeo de festejo, más tarde?

Rathan se encogió de hombros.

—¿De qué otro modo puedo hacer de ésta una ocasión especial? Eressea y yo iremos juntos a alguna parte, cuando todo esté hecho, y compartiremos un vaso de agua bendita —y se quedó mirando al vacío por un momento. Luego parpadeó y dijo con aspereza—: ¡Vamos, anda! Sal y sécate. ¡Como ahora te descuides y cojas frío, puede que Shandril acabe casándose con un cadáver andante!

—Qué alegre, ¿no? —observó Narm mientras Rathan desenvolvía unas ropas blancas calentadas con piedras calientes entre gruñidos y soplidos en los dedos y se las entregaba a Narm.

—Si lo que quieres es un payaso, mando llamar al instante a Torm —replicó Rathan—. Pero luego no me culpes si terminas tan borracho y distraído que te olvidas de acudir a la boda... ¡o si él te encierra en algún baúl para darse el gusto de desposar a tu Shandril en tu lugar!

—¿Torm?

—Sí. Y si él está ocupado haciendo de las suyas por ahí, yo mismo podría reemplazarlo en esa clase de aventuras.

Eressea besó ceremoniosamente a Shandril en la frente y, después, la abrazó con afecto.

—Debemos darnos prisa —dijo—. Tu futuro señor te espera. Todo el Valle de las Sombras te espera reunido, también. Así que, «volemos», como dice Elminster.

Shandril puso los ojos en blanco y, juntas, corrieron escaleras abajo.

Un cuerno solitario sonó desde donde había estado antes la cabaña de Sylune y resonó por el valle como señal de que Narm esperaba con Rathan. De inmediato otro le respondió desde las almenas de la torre de Ashaba mientras la novia y la Precepta Eressea emprendían el largo paseo en dirección sur.

Storm Mano de Plata caminaba tras ellas, con la espada desenvainada, como guardia de honor. Cualesquiera ojos hostiles que estuviesen observando y planeando un ataque contra la doncella que manejaba el fuego mágico no podían dejar de apreciar los numerosos resplandores de magia que flotaban en torno a la persona de la barda. Iba armada con poder y preparada para enfrentar cualquier contratiempo. No fueron pocas las boquiabiertas exclamaciones y murmullos entre la gente del valle ante aquel despliegue.

A bastante distancia por delante de ellos caminaba Mourngrym, señor del Valle de las Sombras, con la cabeza descubierta pero con armadura completa. Llevaba las armas del lugar sobre su pecho y una gran espada en el cinturón.

Los trompeteros que jalonaban el camino lo saludaban a su paso, pero no hicieron sonar sus cuernos hasta que Shandril se encontró a su altura. Una a una, sus llamadas resonaron a medida que la novia se aproximaba.

Mourngrym saludó a Narm y, luego, se situó a un lado. Unas cuantas losas de piedra desnudas entre la todavía chamuscada hierba marcaban el lugar donde se había levantado antes la cabaña de Sylune. Cuando ella vivía y era señora del Valle, no había ningún templo en el Valle de las Sombras. Todas las parejas acudían allí a casarse ante ella. Ahora, al menos una pareja más volvería a casarse allí.

Rathan se erguía solemne sobre las piedras buscando con los ojos a Shandril. El disco de Tymora sobre su pecho comenzó a refulgir cuando lo rodeó con sus manos.

Shandril y Eressea estaban ya muy cerca, y el último cuerno emitió dos altas notas. Todos los demás cuernos respondieron en una resonante, larga y gloriosa fanfarria. Cuando, por fin, los estremecedores ecos terminaron de desvanecerse, Shandril se hallaba de pie ante Rathan.

El sacerdote le sonrió y lanzó al aire el disco de Tymora que hasta entonces había colgado de su cadena. Allí se quedó flotando a más de un metro por encima de sus cabezas, girando lentamente y despidiendo una luminosidad cada vez más intensa.

—Bajo la cara luminosa de Tymora, nos hemos reunido aquí para unir a este hombre, Narm Tamaraith, y a esta mujer, Shandril Shessair, como compañeros de por vida. Que sus caminos discurran siempre juntos, les deseo yo, un amigo. ¿Qué dice Tymora?

Eressea dio un paso adelante y dijo:

—Yo hablo en nombre de Tymora, y digo, también, que sus caminos discurran juntos.

Rathan inclinó la cabeza ante sus palabras.

—Estamos en el Valle de las Sombras —dijo entonces—. ¿Qué tiene que decir una buena mujer del valle?

Storm Mano de Plata se adelantó un paso y habló:

—Yo digo que sus caminos discurran juntos.

—Estamos aquí, en el Valle de las Sombras, y os escuchamos. ¿Qué tiene que decir un buen hombre del valle?

Bronn Selgard, el herrero, se destacó unos pasos de la multitud del valle allí congregada. Su gran rostro de duras facciones tenía un aspecto solemne y sus poderosos miembros iban engalanados con finos aunque viejos adornos cuidadosamente remendados. Su voz profunda retumbó sobre todos ellos:

—Yo digo que discurran juntos sus caminos.

—Estamos en el Valle de las Sombras, y os escuchamos —repitió Rathan—. ¿Qué dice el señor del Valle?

Mourngrym avanzó un paso:

—Yo digo que discurran juntos sus caminos.

—Estamos en el Valle de las Sombras, y os escuchamos —volvió a sonar la voz de Rathan que, de repente, se elevó hasta adquirir el tono de un ardiente desafío—. ¿Qué dice la gente del valle? ¿Opináis que los caminos de estos dos jóvenes, Narm y Shandril, han de discurrir juntos?

—¡Sííí! —fue el unísono grito de un centenar de gargantas.

—Bien. Os hemos oído. Hemos oído a todos, excepto a Narm y Shandril. ¿Qué decís vosotros dos? ¿Derramaréis vuestra sangre el uno por el otro?

—Sí —dijo Shandril primero, según la costumbre. De pronto se le había secado la garganta.

—Sí —dijo Narm con voz igual de baja.

—Entonces, unidos quedáis —dijo solemnemente Rathan y cogió la mano izquierda de ambos en cada una de las suyas.

Mourngrym se adelantó con su daga en la mano.

Cerca, entre la muchedumbre, Jhessail y Elminster miraban con tensa atención. En ese momento, la protección que ejercían sobre Mourngrym podría verse puesta a prueba por algún otro que intentase obligarlo a arremeter con su arma contra la joven pareja. También el rostro de Rathan estaba tenso mientras observaba.

Con aire grave, el señor del Valle de las Sombras levantó su daga y practicó con cuidado un ligero cortecito en los dorsos de ambas manos que estaban vueltos hacia arriba. Luego limpió la hoja en el suelo de turba delante de ellos, la besó y se la guardó. Después, retrocedió en silencio hasta donde estaba.

—Ahora, haced como os dijimos —les susurró Rathan, y retrocedió.

Narm y Shandril se llevaron recíprocamente sus manos sangrantes a la boca y, después, se abrazaron con frenesí y se besaron en medio de la aclamación general.

—Unidos, y de una sangre, están ahora Narm y Shandril —dijo Rathan—. Que ningún ser separe esta sagrada unión, o se enfrentará para siempre con la cara oscura de Tymora.

Por encima de sus cabezas, el disco rotatorio resplandeció de pronto con una luz intensa. Hubo gritos de admiración y sorpresa.

—¡Ved la señal de la diosa! —gritó Rathan—. ¡Ella bendice esta unión!

El disco se elevó, brillando con fuerza, mientras Narm y Shandril retrocedían unos pasos, con las manos cogidas, para contemplarlo. De él entonces brotaron dos haces de radiante luz blanca acompañados de un sonido como agudo y discordante, como el de un arpa. Ambos haces se extendieron hacia abajo hasta tocar, el uno a Narm y el otro a Shandril.

Narm se quedó inmóvil, sonriente y con unos ojos atónitos abiertos hasta más no poder cuando sintió su fuerza corriendo dentro de él, limpiándolo y fortaleciéndolo. Al contacto con la luz, Shandril estalló en llamas y, según se movía para abrazar a Narm en medio de una alegría salvaje, su fuego mágico se elevó por encima de los dos en una gran lágrima de llama viva. Las ropas de ambos se encendieron y desaparecieron, pero su cabello y su cuerpo estaban intactos.

Elminster gruñó con desaprobación y comenzó a mover sus manos en gestos conjuradores, al tiempo que murmuraba frases mágicas que nadie de cuantos lo rodeaban pudo oír. Al instante los Arpistas emergieron de entre los árboles, alrededor de ellos, para tocar
La Cabalgada del León
con numerosas arpas que brillaban y relucían a la luz de Tymora.

Por un momento pareció que había otra dama junto a Elminster y la pareja nupcial, sobre las losas marcadas por el fuego: una dama sonriente de pelo plateado. Sólo Jhessail vio la fantasmal figura antes de que se desvaneciera silenciosamente otra vez.

—¡Sylune! —susurró Jhessail, y las lágrimas brotaron de sus ojos.

Unas túnicas de ilusión arroparon a Narm y Shandril mientras las llamas se desvanecían. Rathan gritó:

—¡Está hecho! ¡Marchad con alegría! ¡Un festín os espera en la torre de Ashaba! ¡A bailar todos!

Jhessail se adelantó entre el feliz tumulto hasta donde Elminster, Mourngrym, Storm y los clérigos se hallaban montando guardia sonrientes en torno a la feliz pareja.

—Está hecho —dijo con dulzura, y los besó a los dos—. Es el momento de que os dé lo que a Merith y a mí se nos dio en el día de nuestra boda. En este mismo momento, los enemigos se agrupan en los bosques para venir en vuestra busca, y habrá batalla. Procurad volar bien alto y no toméis parte en ella bajo ningún concepto.

Elminster comenzó a formular un sortilegio de vuelo sobre Shandril, y Jhessail hizo lo mismo con Narm. Cuando hubieron terminado, Elminster dijo con su voz cascada:

—No os quedéis en las alturas más de lo que haga falta. Esta magia no dura eternamente. ¡Ahora, marchaos! —Y, empujando a uno a los brazos del otro, dio a Shandril unas torpes palmaditas en la espalda y les ordenó—: ¡Elevaos! ¡Antes de que la lucha nos alcance!

Shandril les dio las gracias a todos y, después, envuelta entre los brazos de Narm, despegaron lentamente de la tierra. Ambos estaban mudos de asombro mientras se elevaban juntos a través de un cielo claro. El luminoso disco de Tymora se elevó en silencio mientras Rathan los seguía con los ojos.

—Espero que Tymora vuelva a enviarme su santo símbolo —dijo mientras veía cómo la débil luz se alejaba hacia el este por encima del bosque.

—Y yo espero —dijo Storm— que tengan el juicio suficiente para mantenerse alejados de Myth Drannor.

—Yo me ocuparé de eso, hermana —dijo una suave voz desde arriba mientras un halcón negro emergía de la niebla y se alejaba de ellos volando en ascenso hacia el este.

Elminster gruñó:

—¡Vaya, creo que tendré que mantener los ojos bien abiertos a cuanto se le pueda ocurrir hacer a
ésta
para conseguir fuego mágico, también! —Y, transformándose a su vez en águila, desapareció rápidamente en el cielo.

Aquellos que permanecían todavía sobre el solar de la antigua cabaña de Sylune se miraron unos a otros, y luego a la gente del valle que regresaba a toda prisa hacia la torre mientras las espadas comenzaban a brillar entre los árboles. Los Arpistas y los guardias del valle estaban combatiendo con unos hombres vestidos con abigarrados atuendos de cuero; mercenarios, a juzgar por su aspecto.

Jhessail suspiró.

—Bien; vuelta a la lucha otra vez —dijo con resignación.

—Sí —asintió Storm—. Como siempre.

Y sacaron espadas, una varita y dos mazas y se zambulleron en la refriega. Como siempre.

14
La charla no evitó el peligro

Abrid la puerta, pequeños locos: esperamos fuera.

Naurglaur, el Dragón Verde

Dichos de un Dragón

Año del Gato que Escupe

—Deberíamos ir hacia abajo —susurró Shandril al viento. Los brazos de Narm la rodeaban y él y Shandril volaron durante un rato en silencio. La gran extensión verde de los bosques élficos se extendía por debajo de ellos.

—Sí —asintió él por fin de mala gana—. No olvidaré esto en mucho tiempo.

—Ni yo —murmuró ella—. ¡Y espero que tú tampoco!

Narm se rió de su suave indignación y, doblegando su voluntad para girar de nuevo hacia el noroeste, sobre los árboles de la Corte élfica que parecían no tener fin, se dirigieron de vuelta hacia el Valle de las Sombras.

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