Read Fuera de la ley Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Fuera de la ley (13 page)

BOOK: Fuera de la ley
11.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—De acuerdo —dije lentamente, volcando un poco de café en una de las tazas—. ¿Tienes pensado alguno? ¡Maldita sea! ¡No quiero un tatuaje! ¡No veas lo que duele!

Claramente complacido, David agarró la taza que le ofrecí.

—Tras muchas deliberaciones, han tomado una decisión. Eso sí, teniéndote en cuenta.

En ese momento me vinieron a la mente imágenes de lunas crecientes y palos de escoba y deseé que la tierra me tragara.

El lobo se inclinó hacia delante desprendiendo un olor a almizcle que evi­denciaba su entusiasmo.

—Se trata de un diente de león, pero con la pelusa negra en vez de blanca.

¡
Oh
! ¡
Qué guay
!, pensé y, al ver mi reacción, David esbozó una sonrisa ladeada.

—Entonces ¿puedo interpretarlo como un sí? —preguntó soplándole al café.

—Supongo que yo también tendré que hacérmelo… —comenté, preocupada.

—Si no quieres quedar como una maleducada, sí —me reprendió con dul­zura—. Significaría mucho para ellas. Han pasado mucho tiempo intentando elegir el más adecuado.

Un sentimiento de culpa me invadió e intenté disimularlo dando un trago al café hirviendo. Nunca había pasado mucho tiempo con Serena y Kally ¡Oh, Dios mío! ¡Iba a cumplir ciento sesenta años con una flor en el culo!

—¡Por cierto! ¿Por qué dijiste que no, cuando te conté que había quedado para tomar café? —pregunté, cambiando de tema.

David señaló con la barbilla un trozo de papel que había encima de la mesa y yo lo agarré.

—Jenks me abrió la puerta antes de irse a dormir —explicó—. Matalina…

Yo levanté la cabeza, alarmada.

—¿Qué le pasa?

—Nada. Está bien —me tranquilizó David—. Es solo que se fue a la cama pronto, así que le— dije a Jenks que se acostara. Conmigo aquí, ya no hacía falta que estuviera pendiente de la puerta.

Yo asentí y volví a concentrarme en la nota, sin quitarme de la cabeza a Matalina, pero satisfecha de que Ivy y yo hubiéramos conseguido que Jenks dejara de contestar al teléfono sin dejar urna nota. Según lo que había escrito, habían aplazado la entrevista de Marshal Hasta esta mañana, y quería saber si podíamos vernos a las tres. Aquello me permitiría hacer muchas cosas antes. Al había empezado a perseguirme después del crepúsculo. Había un número, y no pude evitar sonreír. Debajo había escrito un segundo número, acompañado tan solo de la palabra «trabajo», y una frase para recordarme que había que pagar el alquiler el jueves uno, y no el vienes dos o el lunes cinco.

—Deberá irme a casa —dijo David poniéndose en pie y tomando un último trago de café. A continuación, con el sombrero en la mano, añadió—: Gracias por el café. Les diré a Serena y a Kally que te ha gustado la idea.

—Ummm… Una cosa más, David —dije notando que su frente se arrugaba al oír que Ivy empezaba a removerse—. ¿Crees que tendrían algún inconveniente en que las acompañara cuando vayan a hacerse los tatuajes?

Su rostro bronceado se iluminó con una sonrisa y la felicidad hizo que las leves arrugas que rodeaban sus ojos se hicieran ligeramente más profundas.

—Les preguntaré, pero estoy seguro de que les encantará.

—Gracias —le dije. Justo en ese momento dio un respingo al oír un golpe en la habitación de Ivy—. Será mejor que te vayas, a no ser que quieras estar aquí cuando se levante.

David no respondió a mi comentario, pero su rostro se ruborizó.

—Más tarde me pasaré por el trabajo y echaré un vistazo a las posibles recla­maciones por daños ocasionados por demonios. No tendré que dar explicaciones a nadie porque, teniendo en cuenta que faltan solo dos días para Halloween, la oficina estará vacía.

—No será ilegal, ¿verdad? —le pregunté de repente—. Ya te has metido en demasiados líos por mi culpa.

David esbozó una sonrisa tranquilizadora, aunque con un punto de picardía.

—No —dijo encogiéndose de hombros—, pero ¿qué necesidad hay de lla­mar la atención sobre ti? No te preocupes. Si alguien de Cincy está invocando demonios, las reclamaciones serán lo suficientemente extrañas como para jus­tificar una investigación. Al menos, si se trata de una amenaza local, lo sabrás. Te ayudará a descartar a algunos de tus sospechosos.

Acerqué un poco más mi café y me dejé caer sobre la rígida silla.

—Gracias, David. Eres muy amable. Si consigo detener al tipo que está invo­cando a Al, no tendré que aceptar la oferta de Minias. —No quería el nombre de invocación de ningún demonio, y mucho menos el de Al. Independientemente de que fuera inservible.

Una astilla de preocupación se deslizó entre mis pensamientos y mi razón y, a pesar de que intenté que mi sonrisa resultara despreocupada, David lo percibió. Luego se acercó y posó una de sus pequeñas pero poderosas manos sobre mi hombro.

—Lo cogeremos. Pero prométeme que no harás nada con ese demonio.

Mi boca se contrajo en una mueca de dolor, pero no dije nada. David sus­piró, pero justo en ese instante se oyó el chirrido de una puerta y, con un respingo, farfulló:

—Ummm, ya te devolveré el chándal de Jenks, ¿vale? —Seguidamente agarró el sombrero y salió disparado hacia la puerta de atrás, rojo como un tomate.

Casi sin poder contener la risa, me acerqué al teléfono con el número del cliente potencial en la mano. No pensaba trabajar hasta que pasara Halloween, pero no me venía mal tener algo apalabrado para el primer día del mes. Además, aquella tarde no tenía nada mejor que hacer aparte de surfear por la red en busca de avistamientos de demonios y molestar a Glenn para saber qué había averiguado.

Y eso
, pensé mientras agarraba el teléfono,
no haría más que entorpecer su trabajo
.

6.

Al entrar en la Carew Tower, el sonido apagado de la puerta giratoria dejó atrás el bullicio de la calle y dio paso a las conversaciones esporádicas del interior. La temperatura había subido considerablemente, así que había dejado el abrigo en el coche convencida de que los vaqueros y el jersey me bastarían hasta el cre­púsculo, y por entonces ya estaría de vuelta en la iglesia. Esperando no perder la señal, intenté captar lo que Marshal me estaba diciendo mientras sujetaba el móvil junto a la oreja y esperaba a que mis ojos se acostumbraran a la penumbra.

—Lo siento muchísimo, Rachel —dijo Marshal, claramente avergonzado—. Por lo visto alguien canceló su entrevista y me preguntaron si podía venir antes. No pude decir que no.

—No te preocupes —respondí alegrándome de ser mi propio jefe, a pesar de que, en ocasiones, también mi jefe se comportaba como un imbécil. Una vez dentro, me aparté a un lado para no estorbar al resto de personas y me quité las gafas de sol—. Casi mejor así, porque tengo algunos recados que hacer. ¿Qué te parece si nos tomamos un café en Fountain Square?

Las tres es la hora perfecta. Ni desayuno, ni comida. Una hora segura, que no creaba expectativas.

—El único problema es que tengo que estar de vuelta en terreno consagrado antes del anochecer —añadí, recordando mi situación personal—. Tengo un demonio pisándome los talones y no puedo relajarme hasta que no averigüe quién lo manda para matarme y le dé una buena paliza para ver si entra en razón.

Apenas terminé de decirlo, no pude evitar preguntarme si, en realidad, estaba intentando alejarlo de mí. Pero Marshal soltó una carcajada, aunque enseguida se puso serio cuando se dio cuenta de que no estaba bromeando.

—Umm, ¿y qué tal van las entrevistas? —pregunté intentando romper el incómodo silencio.

—Tendrás que preguntármelo dentro de un par de horas —refunfuñó—. Aún tengo que encontrarme con otras dos personas. No había lamido tantos culos desde aquel día que, accidentalmente, tiré a un cliente por la borda

Yo solté una carcajada mientras atravesaba el concurrido vestíbulo siguiendo con la vista los carteles que indicaban dónde se encontraban los ascensores. Oe repente, asaltada de nuevo por los remordimientos, dejé de sonreír, lo que me hizo cabrearme conmigo misma. Maldita sea, podía reírme si quería. Que me riera no significaba que Kisten me importara menos. A él le encantaba hacerme reír.

—Si quieres lo dejamos para mañana —dijo Marshal como si intuyera la razón de mi repentino silencio.

Escondiendo mis fantasmas en el bolso, me dirigí a los ascensores que con­ducían directamente a la azotea. Tenía que encontrarme con el señor Doemoe en la terraza del edificio. Alguna gente veía demasiadas películas de misterio.

—Hay un puesto de café en Fountain Square —sugerí con resolución, aunque no sin cierta amargura.
Sé que puedo hacerlo, maldita sea
. Estaba justo al lado de un puesto de perritos calientes. Entonces recordé que a Kisten le encantaban los perritos calientes y me asaltó una imagen suya, con el elegante traje de rayas que se ponía para trabajar, apoyado junto a míen los enormes maceteros de Fountain Square. Estaba sonriendo, con los ojos guiñados por culpa del sol, mientras se limpiaba una gota de mostaza que le corría por la comisura y el viento le alborotaba el cabello. El estómago se me hizo un nudo.

—Suena genial —interrumpió la voz de Marshal—. El primero que llegue, compra el café. Yo lo tomaré largo, con tres terrones de azúcar y un chorrito de nata líquida.

—Solo —añadí yo, medio atontada. Quedarme escondida en casa porque tenía el corazón roto era mucho peor que hacerlo por culpa de un demonio, y yo no quería convertirme en ese tipo de persona.

—Has dicho Fountain Square, ¿verdad? —dijo Marshal—. Entonces, nos vemos allí.

—Así es —respondí mientras pasaba el mostrador de seguridad—. ¡Ah! ¡Y buena suerte! —añadí recordando sus entrevistas.

—Gracias, Rachel. ¡Hasta luego!

Tras esperar a oír la señal de que había colgado, susurré un triste «Hasta luego», cerré el móvil y lo guardé. Estaba siendo mucho más difícil de lo que había pensado en un principio.

Mientras cruzaba el corto vestíbulo, la melancolía me siguió como si fuera una sombra. Entonces, lentamente, volví a concentrarme en la cita con el cliente potencial.
La terraza
, pensé poniendo los ojos en blanco. Honestamente, el supuesto señor Doemoe me había parecido un gallina cuando le había llamado por teléfono para concertar la cita. Se había negado a venir a la iglesia, y yo no había sido capaz de discernir si su nerviosismo se debía a que era un humano pidiendo ayuda a una bruja, o si simplemente estaba preocupado de que al­guien estuviera siguiéndolo. ¡Qué más daba! El trabajo no podía ser tan malo. Teniendo en cuenta que se trataba de una simple entrevista, le había dicho a Jenks que se quedara en casa. Además, tenía que hacer algunos recados, y obligar a Jenks a acompañarme a la oficina de correos y a la sede de la AF1 era una pérdida de tiempo.

Mi visita a la AFI había sido muy productiva, y en ese momento disponía de información sobre las primeras tres brujas y de una cuarta que había apare­cido en las esquelas del periódico matutino. Aparentemente, dos de las brujas muertas recientemente se conocían y, por lo visto, ambas habían sido detenidas con anterioridad por profanación de tumbas. Lo que más me llamó la atención era que el agente de la SI que las había arrestado era, ni más ni menos, que Tom Bansen, el mismo imbécil asqueroso que había intentado arrestarme la noche anterior.

Aquello parecía cada vez más sencillo. Tom tenía motivos más que suficientes para enviarme a Al, después de que el año anterior le hubiera dicho dónde podía meterse su club para invocar demonios. También disponía de los conocimien­tos necesarios para hacerlo, ya que tenía un puesto destacado en la división Arcano de la SI. Ese hecho, en sí mismo, habría dificultado seguirle el rastro de su afición de invocar demonios, y habría facilitado el reclutamiento pues, en su afán por hacer un pacto, habría aprendido todo tipo de magia negra de brujas. David todavía estaba examinando todas las reclamaciones que se habían realizado recientemente y, si alguna de ellas apuntaba a Tom, el agente de la SI y yo íbamos a tener unas palabritas. Es más, íbamos a tener unas palabritas de todos modos.

A decir verdad, no creía que fuera Nick el que estaba mandándome a Al para que me matara. Era posible que me hubiera equivocado de lleno al juzgar su carácter pero ¿hasta el punto de que estuviera enviando a un demonio para matarme? En ese momento recordé nuestra última conversación y, justo en el mismo instante en que doblaba la esquina, vi que la puerta de uno de los ascensores directos empezaba a cerrarse. Tal vez no debí ser tan mala con él. ¡Parecía tan desesperado!

En ese momento eché a correr hacia el ascensor pidiendo a quienquiera que estuviera en el interior que me esperara. Una mano curtida y robusta agarró la puerta en el último momento para evitar que se cerrara. Entonces me precipité en el interior y me giré jadeando hacia la única persona que lo ocupaba para darle las gracias. Sin embargo, las palabras se me atascaron en la garganta y me quedé paralizada.

—¡Quen! —exclamé al ver al elfo apoyado en una esquina. Él esbozó una sonrisa y la expresión divertida de su rostro plagado de cicatrices me permitió verlo todo con claridad—. ¡Maldita sea! —exclamé buscando los botones del ascensor, pero él se me había adelantado colocándose justo delante—. De ma­nera que el señor Doemoe eras tú. ¡Olvídalo! No pienso trabajar para Trent.

El anciano apretó el botón de subida, equilibró el peso de su cuerpo en las dos piernas y entrelazó las manos a la altura de las caderas.

—Quería hablar contigo, y esta era la mejor manera.

—Querrás decir, la única manera, porque sabes de sobra que te diré en qué orificio se puede meter Trent sus problemas.

—Tan profesional como siempre, señorita Morgan.

Su voz áspera sonaba burlona y, consciente de que estaba atrapada hasta que llegáramos al piso superior, me desplomé en la esquina sin importarme si las cámaras registraban mi abatimiento. Estaba abatida. No iba a utilizar una linea. De la misma manera que no se sacaba una pistola a menos que fueras a usarla, no te conectabas a una línea delante de un maestro de las líneas luminosas a menos que quisieras acabar estrellada contra la pared.

La sonrisa de Quen se desvaneció. Tenía un aspecto bastante inofensivo, con aquella camisa de manga larga y los pantalones negros a juego. Tan inofensivo como una mamba negra. Llevaba zapatos planos de suela blanda y me sacaba tan solo unos centímetros, pero se movía con una soltura y una gracilidad que me ponía los nervios de punta, como si fuera capaz de anticipar mi reacción. Estaba atrapada en una minúscula caja de metal con un elfo experto en artes marciales y en magia negra de líneas luminosas.
Quizá debería ser amable. Al menos hasta que se abran las puertas
.

BOOK: Fuera de la ley
11.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Song of David by Amy Harmon
The Chukchi Bible by Yuri Rytkheu
Highland Storm by Ranae Rose
Rubyfruit Jungle by Rita Mae Brown
If You Wrong Us by Dawn Klehr
Blott On The Landscape by Sharpe, Tom