Authors: J. H. Marks
Como el vendaje no le quedaba bien, se lo quitó y se lo volvió a hacer, para que le quedase igual que en la fotografía.
Estaba tan absorta y concentrada que tardó en oír que llamaban a la puerta. «No quiero ver a nadie», se dijo.
Pese a que llamaban con insistencia, Girl 6 no se levantó a abrir. Seguía ocupada con el vendaje y hacía muecas de dolor frente al espejo. El sufrimiento no se lo causaban los golpes que Jimmy daba en la puerta, sino Angela King. Hacía suyo su dolor.
Jimmy seguía en el rellano, cada vez más enojado y frustrado. No sólo le preocupaba que Girl 6 tirase el dinero con el alquiler de un apartamento tan caro, sino que no contestase nunca al teléfono. Es más: ni siquiera le abría la puerta. Era increíble.
—¿Por qué te gastas el dinero en este apartamento? —le gritó para ver si la hacía reaccionar—. ¿No pensabas ahorrar para ir a Los Ángeles?
Girl 6 no quería saber nada de desgraciados como Jimmy. Los tipos como él todo lo fiaban a un lejano futuro. Pero ella vivía el presente. Tenía un trabajo con el que ganaba bastante dinero; un trabajo que hacía bien. El futuro no le preocupaba.
—Los Ángeles sólo conduce... al Pacífico —le espetó ella sin moverse del tocador.
Girl 6 volvió a concentrar su atención en el vendaje. No reparó en que acababan de deslizarle una nota por debajo de la puerta.
Era ya muy tarde, pero aún no se veía amanecer por el este. Girl 6 estaba tumbada en la cama. Dejaba que la fresca brisa que entraba por la ventana la despejase.
Acababa de aceptar una llamada y examinaba las fichas de su archivador para recordar las características del cliente.
Cliente 30 no podía creer que no reconociese su voz.
—¿No me recuerdas?
Mal empezaba con aquél, pensó Girl 6. Una de las razones por las que llamaban algunos clientes era para sentirse reconocidos por alguien. A los solitarios les gustaba mucho que Girl 6 los reconociese a la primera.
La cosa ya no tenía remedio. La voz le sonaba familiar pero no recordaba quién era.
—Dime lo que te va. Y a lo mejor así te recuerdo.
Cliente 30 no contestó de inmediato. Girl 6 lo oyó jadear.
—Me va el porno duro —le dijo él al fin—. Mucha caña. ¿No me recuerdas, zorra? ¿No recuerdas al basurero? Tu basurero tiene muchos contactos. Te localizó.
Girl 6 se quitó los auriculares. Acababa de recordar a Cliente 30, el que le montó el número de meterle la cabeza en un contenedor de basura mientras la penetraba por detrás.
No sabía qué hacer. Casi había terminado su trabajo de por la noche y no quería saber nada de aquel imbécil.
—¡Eh! —le gritó él, seguro de que lo había reconocido. Estaba impaciente. Detestaba que le hiciesen esperar.
Girl 6 dudó. Estaba tan cansada que le resultaba más sencillo hablar con él que darle vueltas. ¡Qué puñeta! Sólo tenía que hablar. Ella no era monja. Aquél era su trabajo. Aunque Cliente 30 fuese repugnante, su dinero no lo era.
Girl 6 decidió aceptar la llamada. A lo mejor oía algo nuevo. Hasta puede que le gustase un poquito.
Volvió a ponerse los auriculares, dispuesta a trabajar. Pero el cliente había colgado, porque el teléfono daba señal de comunicar. No obstante, quiso asegurarse.
—Oiga. Oiga...
Nada. Cliente 30 se había hartado.
Girl 6 se dijo que no había cumplido con su trabajo. Llamó a la central para preguntarle a la operadora con quién le habían pasado.
—Hola. Soy Lovely. ¿Quién era el que me ha llamado?
—Nosotras no le hemos pasado ninguna llamada —dijo la operadora sin faltar a la verdad—. Ha debido de ser uno de esos que llama al azar, una casualidad.
—Supongo —dijo Girl 6, aunque nada convencida.
Aquello no le gustaba nada. ¿Quién tenía su número? No figuraba en el listín. Se lo había dado a muy pocas personas. ¿Cómo podía tenerlo aquel pervertido?
Girl 6 se echó en la cama y al poco la venció el sueño. Se quedó dormida sin darse cuenta.
Empezó a transitar por una pesadilla inquietante. Estaba en un rellano. Aguardaba el ascensor. No había nadie más que ella. No se oía ningún ruido procedente de los apartamentos. No le llegaba el aroma de los guisos de las cocinas. No había más rastro de vida que la propia conciencia de Girl 6.
Se abrió la puerta del ascensor. Fue a entrar de manera compulsiva, sin saber por qué. Permaneció unos instantes en el borde, entre el firme suelo del rellano y el vacío. El ascensor no estaba. No había nada que pudiese amortiguar su caída.
Y Girl 6 perdió pie y se precipitó al insidioso vacío.
Girl 6 fue de nuevo a visitar a Lil. En aquellos momentos casi todas sus ex compañeras estaban en los cubículos.
Girl 39, sin embargo, acababa de tomarse un descanso y veía una vieja película frente al televisor del salón.
Girl 39 se alegró de ver que Girl 6 tenía buen aspecto, pero le notó algo raro que la preocupó. No era dada a dar lecciones a nadie ni a aconsejar a quienes no deseaban ser aconsejados. De modo que optó por expresar indirectamente su preocupación.
—¿Trabajas esta noche? —le preguntó.
Girl 6 contaba con tener mucho trabajo aquella noche, aunque no pensaba empezar hasta las once.
—Sí. Sólo he subido un momento a saludaros.
—Trabajas demasiado —dijo Girl 39, convencida de que su ex compañera acabaría por destrozarse la vida.
—Quizá —dijo Girl 6. Puede que tuviese razón. La verdad era que no lo sabía.
Girl 6 sacó del bolso nueve billetes de veinte dólares, los cubrió con una hoja de papel doblada y los metió en un sobre. Girl 39 la vio escribir las señas: «Para Angela King. Hospital Mount Sinai.»
A Girl 39 le impresionó que Girl 6 pudiera permitirse ser tan caritativa. Sin embargo, no creía que ganar más dinero compensara a Girl 6 del precio que sin duda pagaba.
La mayoría de las personas que le enviaban algo a Angela le mandaban postales, muñecas o flores. Girl 6 le enviaba casi doscientos dólares. ¿Tanto le importaba
aquella niña que, al fin y al cabo, no era nada suyo? ¿Lo hacía para tranquilizarse la conciencia?
Aunque Girl 39 se interesase por las cosas de su ex compañera, no la conocía lo bastante bien para comprender la auténtica razón que la movía a enviar tanto dinero.
Girl 6 humedeció el cierre del sobre con la lengua y lo cerró. Listo.
Justo en aquel momento oyó sonar un teléfono en la nave del sexófono y se sobresaltó.
Girl 39 notó su reacción y trató de entretenerla un rato. Quizá si Girl 6 seguía allí de charla con ella, recordase el buen ambiente que allí se respiraba y renunciase a su solitario trabajo en casa.
—Quédate un poco más y tomamos café. Una hora es bien poca cosa.
—Bueno —accedió Girl 6 sin mucho entusiasmo.
Girl 39 notó que su ex compañera estaba como si la hubiesen vaciado. Se había entregado demasiado en su trabajo en las líneas. No quedaba nada de la vivaz y simpática joven que entró a trabajar en la empresa de Lil, hacía siete u ocho meses.
—Seguro que no paras en todo el día —la sonsacó Girl 39.
—No te equivocas, no —admitió Girl 6.
No hubo manera. Girl 6 dejó languidecer la conversación. Poco más podían decirse, aunque se apreciasen. Las palabras eran dinero y no iban a malgastarlas en una charla intrascendente.
Girl 39 no se equivocaba. Era como si a Girl 6 la hubiesen vaciado.
Lil le mostraba las dependencias de la oficina a una chica nueva —Girl 18— y, al entrar en el salón, vio a Girl 6 y a Girl 39 sentadas en silencio.
Girl 6 miró a Girl 18 y descubrió que era una chica muy joven, lozana y llena de vitalidad. La siguió con la mirada y le recordó a sí misma. ¿Tenía ella aquel aspecto cuando empezó a trabajar allí? No. Nunca tuvo aquel candor. No se imaginaba tan ingenua. ¿Habría sabido siempre, en su fuero interno, cuáles eran los más ocultos deseos de los hombres?
El inframundo de sus clientes había usurpado el suyo propio. Poco quedaba de lo que fue su vida.
Desde que Diane le dijo que no podía seguir en la Academia si no le pagaba, no asistía a sus clases de arte dramático. No había vuelto a ver a sus amistades pese a que la llamaban a menudo. Y a sus padres se limitó a dejarles un mensaje —que tenía que encerrarse a estudiar un papel para trabajar en
La bella y la bestia
con una compañía itinerante. Estaría de gira una temporada.
Girl 6 pensaba que, después de tantos meses, sus padres supondrían que les había mentido. De lo contrario, les habría enviado postales desde donde estuviese. Eran conscientes de que su hija quería que la dejasen tranquila. No sabían qué hacer para ayudarla.
De nada iba a servir ya.
Girl 6 se había aislado por completo de su vida anterior. Apenas existía más que en la jadeante y calenturienta imaginación de sus clientes. Así era, muy a su pesar y por más que le doliese reconocerlo.
Girl 6 observó a Lil mientras su ex jefa ponía a Girl 18 al corriente de las normas. Se le cayó el alma a los pies al comprender entonces que sí había sido como aquella jovencita. Le entraron ganas de echarse a llorar. ¿Qué le había pasado? ¿Dónde quedaba la joven que fue? ¿Volvería alguna vez a ser la misma? ¿Lo deseaba de verdad? No lo sabía.
Se quedó sin aliento, con la sensación de vivir una tragedia, de haber sufrido una pérdida irreparable.
Girl 39 observaba a Girl 6 mientras ésta escuchaba a Lil.
—Esto es el salón. Ahí está la máquina del café. Lo que recaudamos de la máquina lo damos a beneficencia todos los meses. La televisión hay que verla con auriculares y con el monitor encendido, para saber cuándo tiene que atender una llamada. Ah, y anótelo todo. Lleve una especie de diario. A los clientes les gusta que los recuerden.
Lil miró a Girl 6 y comprendió perfectamente lo que pasaba en su interior. Decidió lanzarle un salvavidas.
—Necesito más chicas —le dijo.
Pero Girl 6 ya había ido demasiado lejos para volver. No podía. Ya no era posible.
—No. No me interesa.
Lil no tenía tiempo —ni ganas— de insistir.
—Usted misma. Tómese un café si quiere.
Girl 6 fue a decir que acababa de tomar uno, pero en seguida cayó en la cuenta de que Lil se lo había dicho a Girl 18, y no a ella. Estaba tan absorta que aquel «usted misma» la había confundido.
—Gracias —le dijo Girl 18 a Lil—. Me llamo Darleen y tengo dieciocho años —añadió dirigiéndose a Girl 6.
—Yo soy Lovely.
Girl 6 fue a guardarse en el bolsillo el sobre para Angela. Girl 39 le sujetó el brazo. Quizá no debía hacerlo. No sabía cómo iba a reaccionar Girl 6. Tal vez su preocupación por Angela King fuese su último asidero en el mundo de las personas reales, un desesperado intento de aferrarse a la realidad.
Girl 39 no quería engañarse. Ganaba el dinero a base de fantasías, pero no creía que estuviese bien dejar que una amiga se dejase destrozar la vida por aquel mundo irreal.
—La han dado de alta hoy.
Como Girl 6 puso cara de no saber de qué hablaba, su ex compañera le señaló al sobre.
—¿Ah, sí? —exclamó Girl 6 sorprendida.
—Sí. Ha salido del hospital por su propio pie. Más... o menos.
Girl 18 no tuvo que pensar mucho para saber de quién hablaba. La noticia estaba en boca de todo Nueva York.
—Lo han dicho en el telediario de las seis —dijo Girl 18.
—¡Cuánto me alegro! —exclamó Girl 6 radiante.
—Pero, ¿en qué mundo vive? —exclamó Lil, casi alarmada por el despiste de Girl 6—. Bueno, Darleen, va a atender su primera llamada.
Lil se acercó un poco más a Girl 39 y le susurró al oído.
—Vaya a buscar la guirnalda, por favor —le dijo.
Aunque Lil le indicó a Girl 18 que la siguiera, la joven no se movió hasta que Girl 6 le dirigió un cariñoso mohín de despedida. Girl 18 le sonrió y siguió entonces a Lil hacia la nave del sexófono.
—Se la pondré yo —dijo Girl 6, que fue hacia el frigorífico a coger la guirnalda que simbolizaba el debut de la nueva empleada.
Girl 6 parecía haber levantado un poco el ánimo. Girl 39 no acababa de entender su reacción respecto de Angela, lo que no significaba que no se sintiese solidaria. ¿Cómo no iba a conmoverse por el desgraciado accidente de la niña? Lo que Girl 39 no comprendía era la desmedida vinculación emocional, la empatia de su ex compañera respecto de la pequeña.
Girl 39 no sabía nada de las pesadillas de Girl 6, en las que se veía caer a un abismo insondable. No cabía duda de que la caída de Girl 6 era tan real como la de la niña.
Al igual que Angela, Girl 6 había resultado gravemente herida; había sufrido un fuerte
shock
que la tenía inerte. Pero ahora Angela acababa de salir del hospital. Había superado la caída. Y, aunque sólo por un instante, Girl 6 se dijo que quizá ella también lograse superarlo. Tal vez también ella consiguiera sobrevivir. Sin embargo, al pensar en aquella joven, que iba a atender su primera llamada y a recibir la guirnalda de la iniciación, el atisbo de esperanza nacido de sus buenos deseos hacia Angela se esfumó.
Girl 6 abrió el frigorífico. Estaba atestado de cajas de cartón con comida china, refrescos y restos de pizza. Apartó las cajas y vio un montón de guirnaldas en sus fundas de plástico. Miró las flores casi estremecida por el frío del frigorífico. Cogió una guirnalda y cerró la puerta.
Girl 6 sudaba a mares en plena noche. El calor de agosto era sofocante.
Estaba sentada en un sillón frente al ventilador y con la ventana abierta. Pero no corría ni una pequeña brisa. No había nada que la aliviase de aquel bochorno. El calor, la humedad y el polvo se le pegaban a la piel. Le costaba respirar y, si se levantaba, apenas se tenía en pie. Tenía sensación de ahogo.
Girl 6 había tocado fondo. Se había bajado los tirantes del vestido hasta la cintura y remangado la falda hasta el ombligo. Hubiese sido mejor quitárselo. Pero no tenía ánimo ni para desnudarse.
La negra y crepada peluca de ama April que se puso a primera hora de la noche se le había ladeado.
El teléfono del rellano sonaba continuamente sin que nadie lo cogiese.
Girl 6 estaba a punto de satisfacer una de las alucinantes fantasías de Cliente 30, tan sarcástico como siempre.
—Hola, tú, soy el basurero.
—Ya lo sé —dijo Girl 6 en el más impersonal de los tonos, ni alegre ni triste; ni sensual ni risueño; ni vivaz ni apagado.