—¡Parecemos dos tortolitos! —he gritado de placer.
Estoy con Zhang. Soy una empleada de la corporación G. Mi artículo ganó un premio en un periódico. Soy la subdirectora de la oficina. ¿Por qué nunca he sabido abrirme paso sin decir todas estas cosas? ¿Acaso sólo quería decírselas a los clientes? No, era algo más que eso. Tenía que decirlo porque, de lo contrario, sentía que se estaban burlando de mí. Debía ser la mejor en cualquier cosa que hiciera porque para mí, como mujer, era importante, y eso me hacía querer alardear, quería que los hombres me admiraran, me valoraran, quería que tuvieran una buena opinión de mí. Eso es lo que soy en el fondo: una chica dulce que necesitaba la aprobación de los demás.
—¿Qué estás murmurando? —me ha preguntado Zhang, inquieto, mirándome con unos ojos como platos.
—Hablaba conmigo misma. ¿Me has oído? —lo he interpelado, sorprendida por su pregunta.
Pero él ha negado con su cabeza cada vez más calva.
—¿Estás bien? Mentalmente, quiero decir.
¿A qué venía esa pregunta? ¡Pues claro que estoy bien! No hay ningún problema con mi capacidad mental. Me he levantado puntualmente esta mañana, he tomado el tren, he hecho transbordo en el metro y he puesto cuerpo y alma en mi trabajo en una de las mayores empresas del país. Por la noche me he transformado en la prostituta que los hombres desean. De repente, me he acordado de la discusión que he tenido con Arai y me he detenido de golpe. Trabajo en una empresa de día y de noche. O ¿acaso soy prostituta día y noche? ¿Cuál es? ¿Cuál soy yo? ¿La estatua de Jizo es mi despacho? Entonces, ¿la Bruja Marlboro era la jefa de operaciones hasta que yo la sustituí? Esa posibilidad me ha divertido tanto que me he echado a reír.
—¿Qué te pasa?
Zhang se ha vuelto para mirarme mientras yo estaba allí de pie y, al echar un vistazo a mi alrededor, me he dado cuenta de que ya estábamos delante de su edificio. He puesto los brazos en jarras.
—Oye, esta noche no estoy dispuesta a hacerlo con una horda de hombres.
—No te preocupes, tampoco ninguno de ellos quiere acostarse contigo —ha contestado—. Ninguno excepto yo, claro.
—¿Te gusto? —le he preguntado, emocionada por sus últimas palabras.
«¡Dilo! ¡Dilo!: “Me gustas.” Di: “Eres una buena mujer, eres atractiva.” ¡Dilo!»
Pero no ha dicho nada y se ha metido las manos en los bolsillos.
—¿Adónde vamos? ¿A la azotea?
Temía que allí hiciera demasiado frío. Me he apoyado en la pared y he mirado el cielo nocturno, y he pensado que, de todos modos, si Zhang iba a ser bueno conmigo, no me importaba el frío. Pero, de pronto, me ha asaltado una duda. ¿Qué significa para un hombre ser bueno con una mujer? ¿Significa que le da mucho dinero? Pero Zhang no tenía dinero, al contrario, todavía iba a querer regatearme los tres mil yenes. ¿Era algo que se sentía, entonces? A mí me daba miedo sentir. Soy prostituta, así que se supone que se trata de trabajo.
—¿Has oído lo que acabo de decirte?
Zhang ha seguido caminando hasta el bloque de al lado. Era un edificio extraño. Había un bar en el sótano y una luz anaranjada salía de las ventanas situadas al nivel del suelo. He visto a los clientes bebiendo, con sus cabezas a la altura de nuestros pies. El edificio tenía tres pisos aunque daba la impresión de tener sólo dos, ya que las ventanas del sótano estaban a la altura de la calle y el primer piso se encontraba justo encima. El bullicio que salía del bar contrastaba con el silencio y la quietud de los edificios de alrededor. Me ponía nerviosa. Aunque había ido varias veces al apartamento de Zhang, nunca me había fijado en el viejo edificio contiguo.
—¿Este bloque siempre ha estado aquí? —he preguntado.
Zhang se ha sorprendido al oír mi estúpida pregunta.
—Ha estado aquí todo el tiempo. Mira allí. —Ha señalado la parte alta del otro edificio—. Ésa es mi habitación. Desde la ventana veo este lugar.
He mirado al cuarto piso y he visto dos ventanas abiertas de par en par, una a oscuras y la otra iluminada con una luz fluorescente.
—Lo tienes justo delante.
—Sí, puedes ver si hay alguien o no. El conserje de este edificio a veces me deja la llave de alguno de los apartamentos vacíos.
—Entonces, si yo viviera aquí, podrías saber lo que hago en todo momento.
—Si quisiera, sí.
La idea me ha encantado. Zhang ha simulado marearse un poco por mirar tanto hacia arriba y luego ha dejado caer la cabeza. Ha ido hasta el apartamento número 103 del viejo edificio y se ha sacado una llave del bolsillo. El apartamento de al lado estaba a oscuras; no parecía que viviera nadie allí. También daba la impresión de que en la segunda planta hubiera pisos vacíos. En la pared de cartón piedra del vestíbulo había tres buzones sucios y, justo encima, se podía leer «Apartamentos Green Villa». Había condones y folletos publicitarios tirados en el suelo de hormigón. He sentido un escalofrío. Toda aquella porquería me recordaba a la basura en la azotea de Zhang y al hedor de su baño. De repente he sentido que aquél era un lugar que no tenía que ver, en el que no tenía que estar. No tenía que hacer eso.
—Oye, quizá esté haciendo algo que no deba —le he dicho a Zhang.
—No creo que haya nada en el mundo que pueda incluirse en esa categoría —ha contestado mientras abría la puerta.
He echado un vistazo al interior. El apartamento olía como el aliento de un viejo y estaba completamente a oscuras; el olor parecía provenir de un vacío absoluto. Podríamos hacerlo allí y nadie lo sabría nunca, he pensado. Zhang me ha dejado sola y ha desaparecido en la oscuridad. Parecía conocer el lugar. Seguramente ya había llevado allí a varias mujeres. No estaba dispuesta a permitir que me superaran, he pensado, así que me he quitado los zapatos con rapidez y los he arrojado a los lados.
—No hay luz, vigila dónde pisas.
Como me han educado para ser una mujer distinguida, he recogido los zapatos y los he dejado bien alineados junto al escalón de la entrada. El escalón estaba frío, lo sentía en la planta de los pies, y, aunque llevara medias, notaba que estaba lleno de polvo. Zhang ya estaba sentado en el tatami de la habitación del fondo.
—No veo nada, tengo miedo —he dicho con una voz empalagosa.
Zhang me ha alargado la mano, pero yo quería que viniera hacia mí. He caminado a tientas hasta la habitación. No había absolutamente nada en el apartamento, así que no había por qué tener miedo de tropezar con algo. Mis ojos se han acostumbrado enseguida a la oscuridad; además, entraba un poco de luz por la ventana de la cocina. Era un apartamento pequeño y, al fondo, podía distinguir la silueta de Zhang, sentado con las piernas cruzadas. Tenía la mano levantada y la agitaba para que me acercara a él.
—Ven aquí y quítate la ropa.
Me he deshecho de la gabardina temblando de frío, y luego del traje azul y de la ropa interior. Zhang estaba sentado completamente vestido, envuelto en su chaqueta de piel, y yo me he tumbado sobre el tatami mirando al techo. Zhang me ha mirado desde arriba.
—¿No te olvidas de algo?
—¿De qué? —he dicho rechinando los dientes.
—¿Por qué te quitas la ropa antes de tener el dinero? Eres una prostituta, ¿no? Yo estoy aquí para pagarte, así que deberías asegurarte de que te doy el dinero antes.
—Pues dámelo.
Zhang ha dejado tres mil yenes sobre mi cuerpo. Un billete en mi pecho, otro en el estómago y otro en la entrepierna. Tres mil míseros yenes. Quería gritar: «¡Quiero más!» Aunque, por otro lado, no me habría importado hacerlo con él gratis. Quería sentir lo que era el sexo normal. Quería que me abrazaran con ternura. Quería hacer el amor.
—No vales más de tres mil yenes —ha dicho Zhang como si me leyera la mente—. ¿Qué te parece? ¿Quieres el dinero? Si no lo quieres, te convertirás en una mujer normal, dejarás de ser prostituta. Pero sabes que a mí no me interesan las mujeres normales, no me acuesto con ellas. Así que, ¿qué prefieres?, ¿una puta que no vale más de tres mil yenes o una mujer normal a la que no tocaría por nada del mundo?
He recogido los billetes de mil yenes de mi cuerpo y los he apretado en la mano: todavía quería que me abrazara. He visto a Zhang bajarse la cremallera de los vaqueros y, en la luz tenue, he podido distinguir su pene erecto. Me lo ha metido en la boca y ha empezado a mover las caderas adelante y atrás mientras respiraba con dificultad.
—No puedo hacerlo con una mujer a menos que me cobre. Aunque sólo sean tres mil miserables yenes.
Luego se ha tumbado encima de mí y me ha penetrado. Todavía iba vestido, y sólo al penetrarme he sentido su calor. Ha sido raro. Notaba la chaqueta fría, y cada vez que se movía me dolía el roce de sus tejanos contra mis piernas.
—¿Te gustan las prostitutas porque tu hermana lo era?
—No es por eso. —Ha negado con la cabeza—. Es justo lo contrario. Me gustaban las prostitutas, así que obligué a mi hermana a que lo fuera. No lo hice porque quisiera acostarme con ella, sino porque quería acostarme con mi hermana prostituta. No hay un tabú más grande que ése, pero muchas personas no lo entenderían nunca.
Zhang ha soltado una risa aguda. Ha empezado a moverse encima de mí. Yo quería besarlo. He acercado mi cara a la suya, pero él la ha apartado para evitar mis labios. Sólo se tocaban las partes bajas de nuestros cuerpos, como máquinas, metódicamente. ¿En eso consistía el sexo de verdad? Me he sentido tan vacía como si estuviera al borde de la locura. La otra vez había sido amable conmigo y me había sentido como nunca antes. ¿Qué iba a ocurrir hoy? Zhang se ha reído, se estaba excitando, y jadeaba. Estaba completamente solo, ¿no? Eso era el sexo.
Entonces he oído la voz de Yuriko. Estaba sentada a mi izquierda y llevaba una peluca con el cabello que le caía hasta la cintura. Tenía los párpados pintados de azul, los labios de rojo vivo. Una prostituta vestida igual que yo. Ha empezado a hacerme cosquillas con sus dedos esbeltos en el muslo izquierdo.
—¡Venga, te echaré una mano! Te ayudaré a correrte.
Lentamente, con suavidad, ha empezado a masajearme la pierna.
—Gracias, eres tan buena conmigo… Lamento haberte acosado en el instituto.
—No seas tonta. De ti abusaron más que de mí. ¿Cómo no te dabas cuenta? Nunca fuiste capaz de ver tus propias debilidades —ha dicho con tristeza—. Si hubieras sido consciente, tal vez habrías sido feliz.
—Tal vez.
Zhang ha empezado a penetrarme con violencia, cada vez con más fuerza. Me apretaba tanto el pecho que casi no podía respirar. No parecía darse cuenta de que había una mujer soportando su peso. La mayoría de mis clientes son iguales. ¿Acaso pensaban que yo no notaría nunca su desprecio? El truco del dinero había dejado las cosas claras. ¿Realmente era ése mi valor? En absoluto. No para una empleada de la Corporación G que ganaba cien millones de yenes al año.
—Hay clientes a los que les atrae una mujer como yo, una mujer a la que le falta un pecho. Es raro, ¿no crees?
Recordaba esa voz. Al volverme a la derecha he visto a la Bruja Marlboro sentada a mi lado. Llevaba un sujetador negro con un ovillo de tela donde debería haber estado su pecho, que le habían extirpado a causa de un cáncer. Se podía distinguir el sostén a través de la ligera chaqueta de nailon. La Bruja Marlboro me masajeaba el muslo derecho, con sus manos secas y llenas de callosidades, aunque fuertes. Me sentaba bien el masaje. Era como cuando lo había hecho con Chen-yi en el apartamento de Zhang, con Dragón y Zhang a cada lado masajeándome los muslos.
—No pienses en nada, das demasiadas vueltas a las cosas. Siente tu cuerpo, relájate, disfruta de la vida. —La Bruja Marlboro se ha reído—. Te dejé mi puesto delante de la estatua de Jizo porque pensé que harías un buen trabajo…, al menos, algo mejor de lo que lo has hecho.
—¡Eso no es cierto! —ha gritado Yuriko—. Sabías que Kazue acabaría de este modo.
Ellas han seguido hablando, ignorándonos a Zhang y a mí, pero no dejaban de mover las manos, acariciándome. Zhang estaba a punto de llegar al orgasmo. Ha soltado un grito. Yo también quería correrme, pero entonces he oído una voz encima de mi cabeza:
—Tu estupidez me hiere profundamente.
Era la loca de la biblia. Ya no sabía qué creer, estaba tan confundida que he empezado a gritar en la oscuridad:
—¡Sálvame!
Zhang se ha corrido justo en ese momento. Jadeando con fuerza, finalmente se ha apartado de mí. Al mismo tiempo,
Yuriko ha desaparecido, y también la Bruja Marlboro, y yo me he quedado sola, tumbada desnuda en la oscuridad.
—¡Vuelves a hablar sola!
Zhang ha abierto mi bolso, ha sacado un paquete de pañuelos y los ha usado todos. Entonces ha visto el billete arrugado de diez mil yenes que había cobrado de Arai.
—Ni te atrevas a tocarlo. Es mío.
—No voy a cogerlo —ha dicho, riéndose, y ha cerrado de nuevo el bolso—. A las prostitutas no les robo.
Mentiroso. ¿No había dicho que no había nada en el mundo que él no pudiera hacer? De repente he sentido frío y me he levantado para vestirme. Los faros de un coche que pasaba han iluminado las paredes de la habitación. Entonces he visto que éstas estaban llenas de manchas y que el papel pintado estaba roto. Qué raro que alguien que ha tenido una educación tan buena como la mía pueda haber acabado en una habitación semejante. He ladeado la cabeza. Zhang ha abierto la ventana de la cocina y ha tirado el condón usado a través de ella. Luego se ha vuelto para mirarme.
—Encontrémonos aquí otro día.
Ahora estoy en casa. He abierto mi cuaderno. No creo que tarde mucho en acabar este diario. Se supone que es un registro de mis actividades como prostituta, pero cada vez tengo menos clientes. Por tanto, Kijima-kun, estas notas son para ti. Por favor, no me devuelvas el diario como hiciste con las cartas de amor que te envié porque, como ves, en él muestro otra parte de mí.
OCTAVA PARTE
El rumor de la cascada en la distancia:
el último capítulo
1E
stoy llegando al final de este relato largo y enrevesado. Por favor, soportadme un poco más hasta que ate los últimos cabos.
He intentado contaros todo lo que he podido sobre la trágica muerte de Yuriko, mi hermana pequeña, cuya belleza impresionaba a cuantos la veían; también sobre mi vida diaria en el Instituto Q para Chicas, un claro ejemplo de la sociedad clasista tan firmemente arraigada en Japón; sobre la vida de Kazue Sato, una antigua alumna de ese instituto; los éxitos y los reveses de Mitsuru y de Takashi Kijima, que también fueron a esa misma escuela, y que acabaron encontrándose años más tarde; y sobre el canalla de Zhang, que cruzó el mar para conocer, por extraño que parezca, a Yuriko y a Kazue. Con este propósito, he hecho públicos los documentos, los diarios y las cartas que obran en mi poder. Y me he empeñado en contarlo para que al menos podáis entender una mínima parte de mi historia. Pero, aun así —y con esto es con lo que he tenido que vérmelas—, ¿qué es exactamente lo que quiero que entendáis? Ni siquiera ahora estoy segura.