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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

Hablaré cuando esté muerto (18 page)

BOOK: Hablaré cuando esté muerto
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Hartman esperó un momento y continuó con el análisis del caso.

—Centrémonos en la hipótesis de un único autor. Creo que no todos están al tanto de las últimas informaciones sobre el incendio. No hemos encontrado el cuerpo de Frida Norrby, lo que puede significar que esté viva y a salvo, que alguien haya acabado con ella en otro lugar, o deambulara sin destino, se rompiera algo y esté inmovilizada en alguna parte. Tenemos agentes intentando recabar información en las casa de Hunninge, en la zona de Klintehamn. Dado que existe una posible vinculación, el fiscal responsable de la instrucción ha decidido incluir el incendio y los asesinatos dentro de la misma investigación, lo cual puede resultar engorroso, pero también tener sus ventajas sí se demuestra que detrás de todos los crímenes se hallaba la misma persona. Como ya se ha mencionado, Ingrid Nilsson fue asesinada aquí, en Móllebos, entre las 19.00 y las 21.00 horas del jueves —recordó Hartman al tiempo que clavaba un marcador sobre el mapa que había colocado en el caballete—. Aquí, al lado de la iglesia, está la casa de Frida Norrby, donde se declaró un fuego entre las 2.30 y 4.00 de esa misma noche, o sea, en la madrugada del jueves al viernes. Frida desapareció de su casa en un taxi a las doce de la noche. Podría haber provocado ella misma el incendio. No es una posibilidad remota. Sin embargo, tenemos testigos que pasaron en coche junto a ese lugar a las 2.30. Se trata de una joven pareja con un bebé que sufría cólicos y tenían que pasearlo cada dos horas para calmarlo. Pobre gente… —Hartman suspiró—. Ni vieron fuego ni olieron a quemado. Tal vez el incendio al principio evolucionó lentamente. Posteriormente en la casa se halló el esqueleto de un bebé… —Hartman se volvió hacia Erika a la espera de que lo relevara.

—Son restos antiguos, no de un niño que hubiera muerto en el incendio. Todavía no podemos pronunciarnos sobre la fecha del fallecimiento del pequeño. Sería interesante saber de dónde sacó Frida ese esqueleto. ¿Lo desenterró del cementerio por algún motivo que se nos escapa? ¿Ha mantenido ocultos esos restos durante décadas? Datar el hallazgo nos llevará tiempo, pero cuando conozcamos su antigüedad podremos comprobar en el registro civil qué personas han muerto o desaparecido de la localidad en esa fecha concreta.

—Si la vieja provocó el incendio para sacar algún provecho, reaparecerá para exigir el dinero del seguro —dijo Erilcsson cambiando incómodo de posición. Ese caso, unido a la ausencia de pruebas, se le antojaba bastante desagradable. Bromear al respecto era una forma de establecer cierta distancia.

—Tal vez su grado de confusión fuera tal que no supiera lo que estaba haciendo —intervino Maria—. Varios testigos han declarado que no se encontraba en su sano juicio.

—Luego tenemos lo de Camilla Ekstrom. —Hartman puso otro marcador en el mapa, sobre la casa de baños de Roma—. Creemos que falleció de un ataque de asma el lunes entre las 21.00 y las 23.00 horas. Según sus padres, era alérgica al polen de abedul; alguien colocó hojas de ese árbol en la sauna y a continuación bloqueó la puerta con unas cuñas metálicas que impedían abrirla hacia afuera.

—De las personas incluidas en la investigación, ¿quiénes conocían su intolerancia al polen de abedul? ¿Habéis comprobado ese punto? —Erika dirigió la pregunta a Maria.

—Su amiga Stina, que fue con ella a la casa de baños, la enfermera Ingrid… Aunque si se pasaba el día en la caja del supermercado sorbiéndose los mocos, seguro que a pocas personas se les escaparía que era alérgica. Gun, una alumna del curso de acuarela, lo mencionó. La pregunta es si Joakim lo sabía. —Maria intercambió una rápida mirada con Hartman.

—En resumen, cronológicamente es posible que una misma persona cometiera todos los crímenes. Esta mañana hemos citado a Joakim Rydberg para un nuevo interrogatorio. Según el resultado, decidiremos sí retenerlo o dejarlo ir.

—¿Qué motivos podría tener? —se preguntó Maria; trató de evocar su imagen: un joven musculoso de mirada profunda y sonrisa devastadoramente atractiva incluso tras una noche de vigilia y borrachera. No tenía pinta de delincuente, sino más bien de estrella de cine. Se dice que los presos bien parecidos cumplen condenas más cortas. ¿Tan influenciables somos?—. ¿Conocía él a la enfermera Ingrid? —prosiguió Maria.

—Las enfermeras que realizan visitas a domicilio pueden ocultar innumerables secretos —dijo Hartman—, aunque no me cuadra que él prendiera fuego a la casa de Frida Norrby. Lleva a la anciana y enciende la mecha… No, eso no encaja —dijo Hartman frotándose las sienes—. Imaginaos que lo hiciera ella: Joakim la recogió en contra de su voluntad y ella prendió fuego para llamar la atención.

—Es de lo más enrevesado —intervino Erika—. Además, ella llamó personalmente al taxi, ¿no?

—¿Sabemos que Frida hizo la llamada? Tal vez debiéramos solicitar registros telefónicos y hablar con la centralita de la compañía de taxis.—Hartman se aflojó la corbata y tomó aire. El ambiente estaba muy cargado a pesar de que la ventana de la habitación estaba abierta.

—Ya lo hemos hecho —repuso Eriksson tendiéndole unos papeles—. También hemos recibido información de otra compañía de taxis. Taxi Kurir llevó a casa a Frida Norrby esa noche. Llegó a eso de las tres, es decir, poco más de una hora antes de que se detectara el incendio. El taxista la ayudó a entrar en casa. Parecía cansada y débil, y estaba muy sucia. Eso fue lo que el conductor dijo: «sucia». Estaba manchada de barro, así que él colocó un periódico sobre el asiento para que no le estropeara la tapicería. Declaró que apenas era capaz de sacar la llave del bolso. Tuvo que ayudarla a entrar en la cocina para que pudiera sentarse en una silla. Me temo que se halle entre los escombros del incendio. Nadie ha examinado el sótano todavía, ¿verdad?

—Es posible que buscara refugio en el sótano. Si es así, lo sabremos en el plazo de un día, pero no parece muy creíble porque en realidad se trata de un falso sótano. Es imposible estar de pie ahí abajo —aclaró Erika Lund pasándose las manos por su oscura cabellera—. La puerta del sótano estaba cerrada con llave; eso sí que lo hemos constatado. Su cuerpo podría hallarse bajo el suelo derrumbado. Todavía nos queda un poco por excavar.

—Eso significa que Joakim Rydberg no fue el último que vio a Frida con vida, ¿no es cierto? Es decir, él no es más sospechoso que cualquier otro… —dijo Maria Wern observando a Hartman pero sin realmente esperar respuesta.

—Su conexión con Camilla Ekstróm es aún más clara —lanzó Eriksson—. Según el personal del supermercado y el de la casa de baños, fue a los dos sitios a preguntar por ella. Estuvo en la recepción de los baños justo antes de que cerraran y, según ellos, se mostró impaciente y maleducado. Si no se lo hubieran impedido, habría entrado en la sección de mujeres a buscarla.

—En lo que respecta a Sebastian Sverkersson —intervino Haraldsson—, el encargado de la limpieza en la casa de baños, que fue quien encontró a la muchacha en la sauna, tengo nuevos datos. Según su madre, sufre una alteración de la personalidad y se encuentra fuera del centro que le atiende a modo de prueba, pero en el pasado nunca se comportó violentamente. Siempre que lo han internado ha sido por lesiones que se había causado a sí mismo, nunca a otros. —Haraldsson se quitó la chaqueta y la colgó sobre el respaldo de su asiento. Con el sol primaveral que penetraba por los ventanales, la temperatura de la sala subía rápidamente—. Fue la madre quien se puso en contacto conmigo. Tenía miedo de que durante el interrogatorio Sebastian confesara cosas que no había hecho. Según ella, sufre lo que se llama «locura de la duda» y necesita aprobación en todo lo que hace, por lo que pocas veces está completamente seguro de recordar bien las cosas o de haber actuado correctamente.

—¿Y las tarjetas de visita con las que atrae a las mujeres para hacerles masajes? ¿Las ha imprimido él mismo? —preguntó Erika con renovado interés.

—Ahí aparece de nuevo Joakim Rydberg. Según la madre de Sebastian, es Joakim quien lo ha hecho. Joakim y Sebastian compartieron clase en la escuela de Sódervarn. A Joakim no se le veía mucho por allí, pero realizaba bastantes trapicheos comerciales con sus compañeros. Al parecer, sigue haciéndolo y no da cuenta de ello a las autoridades tributarias. Eso ya es motivo suficiente para interrogarlo.

—¿Sabemos de alguna conexión entre Sebastian y Frida Norrby o la enfermera? —preguntó Hartman ajustando los marcadores del tablero. Luego metió las manos en los bolsillos del pantalón y empezó a balancearse adelante y atrás sobre los talones. Si en ese momento se hubiera sentado, se habría quedado dormido ipso facto.

—No hemos encontrado nada que lo relacione con Frida Norrby. En cambio, Ingrid atendía a menudo a Sebastian, controlaba que recibiera su dosis de fármacos y que acudiera al hospital cuando su estado empeoraba. En otras palabras, existe un vínculo —señaló Eriksson; acto seguido se acercó a la ventana abierta. En el aparcamiento había un coche de uno de los periódicos vespertinos, dos de la prensa de la mañana, y otro con el logotipo del canal televisivo de noticias—. Parece que a Hartman le esperan un montón de seguidores. Quieren tenerte para el desayuno, Tomas.

—Por el momento, lo que tenemos no es suficiente para empapelar a Joakim Rydberg. Eriksson, encárgate tú de comunicarle que debe mantenerse localizable —refunfuñó Hartman.

22

Simón Bergvall se encontraba en La rosquilla de Espegard tomando un café cuando recibió la llamada de la policía. Aunque la esperaba, no pudo evitar sobresaltarse. Acababa de terminar su segunda taza y pensaba ir en coche a la granja Ejmund para comprar algo que asar en la parrilla durante la celebración del final del curso de acuarela. Las brochetas y la mantequilla a la trufa las adquiriría en Björke, además de unas cuantas patatas. En ese sentido, la llamada de la policía llegó en un momento de lo más inoportuno. Después de ciertas vacilaciones, se citó con ellos frente a la tienda de la granja. Por un momento había temido que quisieran ver su apartamento. Por principio, nunca dejaba entrar a nadie en casa. Era una zona franca, un lugar donde deseaba estar a solas con sus pensamientos y su propio orden de las cosas, y que nadie se inmiscuyera. Cuando era más joven había hecho algunos intentos, no demasiado entusiastas, de vivir en pareja, pero siempre habían desembocado en enfado por ambas partes, peleas sobre la distribución de las tareas, llantos y ruptura. Había decidido que no dejaría entrar a ninguna mujer más en su vida. No valía la pena. Aunque a veces se sentía muy solo, sus noches eran tranquilas y armoniosas en comparación con aquellas veladas de gritos y broncas con su pareja de turno. Entonces conoció a Ingrid. Al pensar en ella se le humedecían los ojos. Cuando llamó a Maria y esta le contó que había hallado el cuerpo sin vida de Ingrid en la antigua casa de piedra de Móllebos, aunque había llorado, no había asimilado realmente lo ocurrido. Solo ahora comprendía lo que aquello significaba. Ingrid y él nunca más volverían a verse, jamás… Nunca más podría besar el hoyito de su cuello. En un principio hubo sobre todo la necesidad de contacto físico y de aprobación por parte de él, pero luego su relación evolucionó en amor. En mayor medida de lo que él había creído. Las muestras de atención que recibía de otras mujeres por internet no eran nada en comparación con aquello. Carecían completamente de importancia, no eran más que un mero pasatiempo.

Tras conversar con Mirja esa misma noche, estaba esperando que la policía lo llamara. No era tan inocente. Sabía que escudriñarían el ordenador de Ingrid, hurgarían en lo más íntimo y sagrado. El recuerdo de ciertos mensajes bastaba para incrementar el grado de rubor de sus mejillas. Pero ¡qué demonios!, él era una persona normal con necesidades normales. Lo que uno escribe en la embriaguez del enamoramiento parecen meras majaderías bajo el tubo fluorescente del análisis clínico. Analizarían con lupa las hermosas palabras de Ingrid, su calidez y su capacidad de comprensión. Esa idea le daba asco. Ingrid había entendido incluso su necesidad vital de estar solo a veces, algo que a las anteriores mujeres que había habido en su vida les parecía antinatural; lo que hacían, en cambio, era pegarse a él hasta que Simón ya no las soportaba. Pero Ingrid lo comprendía. Ella necesitaba tanto como él estar sola de vez en cuando, y eso ejercía entre ellos una evidente fascinación. Cuando te aíslas para pensar, luego tienes más que compartir con la persona amada, un paisaje interior digno de estudio. En cuanto vio las acuarelas de Ingrid comprendió que detrás de esa apariencia corriente había una mujer llena de pasión y de lúcido intelecto. Sus pinceladas no reflejaban dudas, ni imitaciones ni trazos de lápiz vacilantes en busca de un rumbo, pese a lo cual se preguntaba de dónde sacó el valor para enseñarle lo que escondía a todos los demás.

Se había atrevido a confiar en él, y eso le llenó de orgullo, pero también temió no estar a la altura del semidiós que ella había imaginado que era. La había visto internarse en el huerto al caer la noche, cuando los demás alumnos ya se habían marchado a sus respectivos hogares. Entonces Ingrid volvió y le mostró la carpeta con las ilustraciones de él que había dibujado en secreto. Era una declaración de amor. La más hermosa que nunca le habían hecho.

Fuera de la tienda de la granja Ejmund, Maria Wern se divertía con el perro rastreador de trufas, un labrador muy juguetón que perseguía con tal afán una pelota pinchada que no podían más que reírse. Erika Lund degustaba un helado sentada con las piernas en alto. Después de esperarle un buen rato, Simón Bergvall hizo acto de presencia. Lo que a primera vista parecía una situación distendida se transformó rápidamente en eficaz formalidad. Maria se frotó los restos de barro que las enormes patas del perro habían dejado en su ropa.

—Supongo que imaginabas que nos pondríamos en contacto contigo. —Maria se sentó a la mesa y señaló con un gesto la silla de jardín vacía frente a ella—. Por favor, siéntate.

Simón echó un rápido vistazo a su alrededor. No había nadie más cerca. Se encogió de hombros y tomó asiento. Maria le tomó los datos personales, mera rutina.

—¿Dónde te encontrabas la tarde del jueves y la noche del jueves al viernes?

—El jueves por la tarde… —mientras reflexionaba, Simón se pasó la parte plana del puño por la barba— estuve todo el día en Kungsgárd. El establecimiento acaba de inaugurar la temporada y fui a echar una mano para ordenar y limpiar la cafetería. Lo mejor sería abrir el muro hacia el jardín, pero es un edificio histórico protegido. Elaboramos un borrador para solicitarlo a los organismos competentes. Creo que eran poco más de las ocho cuando volví a casa. Vivo encima de La rosquilla de Espegard, entre los dos supermercados. Acababan de cerrar, así que no me dio tiempo de comprar comida para la cena y tuve que conformarme con unas gachas de avena. Esa noche me acosté temprano. No, nadie puede confirmarlo, estaba solo en casa. Así son las cosas cuando uno es soltero.

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