»Podrías haberte dado cuenta de que se trataba de proyecciones de un solidógrafo, pero me tocaste a mí y viste que era real. Yo me había situado de forma que fuera a mí a quien tocaras. Mis vestidos estaban empapados y mi piel cubierta con un preparado ligeramente brillante para que me pareciera a los demás.
»Notaste que era real y sabías que no podía serlo porque tú mismo me habías destruido con el rayo de la ira. Aquél era el punto más sutil del plan de Asmodeo; él lo decidió todo. Cuando me viste por primera vez, en tu habitación, viste una proyección telesolidográfica y eso fue lo que destruiste. Habíamos preparado una secuencia que mostraba cómo me carbonizaba antes de caer fulminada y el operador la activó en cuanto vio que utilizabas el rayo de la ira. Tú debes de acordarte de aquel lapsus de tiempo.
»Si, por alguna razón o algún error de sincronización, el plan hubiera fallado, te habríamos matado instantáneamente y habríamos adoptado otro plan alternativo, pero era mejor dejarte vivir y utilizar el poder que tienes en la Jerarquía, para poder derrotarla. Eso era mejor que matarte, porque en caso contrario, y tal vez gracias a esa acción, tus amedrentados subordinados podrían haberse liberado de sus temores y haberte sucedido en tus funciones y en el mando supremo. Asmodeo ha muerto, pero la Brujería ha triunfado porque había en ella gentes para reemplazarle. Precisamente lo contrario de lo que ha ocurrido con la Jerarquía.
Goniface no respondió. Una vez más su rostro era una máscara. Esta vez para esconder el amargo desprecio que sentía de sí mismo. Sin embargo había un consuelo. Sabía que la Jerarquía todavía podía vencer, aunque él no obtuviera ninguna gloria por ello. Casi furtivamente volvió la cabeza para mirar al otro lado de las paredes del Santuario. Allí, lejos de los barrios de los fieles, estaba el Brezal Condenado, una árida extensión gris de muchos acres, en la que no crecía ninguna vegetación. Goniface la contempló con aire pensativo.
—Toda mi vida he estado esperando este momento —oyó que decía Sharlson Naurya. Había un aparente cansancio en su voz—. Toda mi vida he estado cayendo del puente y al mirar hacia arriba veía tu cara y deseaba ver llegar el momento maravilloso en que te podría alcanzar y tirar de ti para que cayeras conmigo. Ahora el momento ha llegado, y no me parece tan importante.
La silueta deformada de un hombre entró en el campo de visión de la muchacha. Ella levantó los ojos. El Hombre Negro alzó la mano en un gesto de saludo. Dickon era el responsable de la deformación en su silueta. Sentado en el hombro de su hermano, imitó el saludo de éste. Su pelaje brillaba en maravillosos tonos rojizos a la luz del sol.
—Acabo de llegar del Centro de Comunicaciones —explicó el Hombre Negro—. Hemos establecido contacto con nuestras fuerzas en la mayoría de ciudades principales. Sólo nos queda terminar con la resistencia de algunas ciudades pequeñas y de algunos santuarios rurales.
Sin ninguna animosidad, pero con franca curiosidad, el Hombre Negro miró a Goniface, que desvió lentamente los ojos del Brezal Condenado. Las miradas de los dos líderes se encontraron.
En ese momento se oyó un rugido distante que iba creciendo sin cesar. Una vibración extraña y violenta parecía hacer temblar el cielo. Los que estaban en la terraza miraron rápidamente en dirección a la cabeza del Gran Dios y hacia los hombres que seguían trabajando en torno al cuello. Pero el ruido era demasiado fuerte para venir de allí…
De pronto, un gran estruendo resonó en el cielo. Procedente del Sol avanzaba un objeto que lo oscurecía.
Una expresión insolente de triunfo brilló en los ojos de Goniface, que seguían enfrentados a los del Hombre Negro.
—Habíais vencido —dijo—, pero ahora vais a perder. Con retraso, pero no demasiado tarde, llega la ayuda que habíamos solicitado al Cielo. Nos trae bastantes armas y máquinas militares para invertir el sentido de las cosas y reconquistar la Tierra tan escasamente armada.
El estruendo llegó a su demoledor apogeo y una sombra inmensa oscureció el Santuario. Un ingenio elipsoidal gigantesco apareció en lo alto, proveniente del Sol y se posó en el Brezal Condenado. Sus potentes haces repulsores roturaron el suelo gris como enormes arados y cavaron grandes hoyos. Mientras todavía se balanceaba en el aire, se abrían en su superficie de reflejos mate unas portillas circulares.
Goniface esperaba que la consternación se reflejara en la cara de su adversario, pero no fue así.
Cuando el estruendo cesó, el Hombre Negro sonrió amigablemente y comentó con indiferencia:
—Oh, ya conocía la llegada de la nave de refuerzo que venía de Luciferópolis. He salido para ver cómo aterrizaba. Goniface, lo que dices es cierto. También sé que Lucifer es el nombre de la Estrella de la Mañana, Venus. Desgraciadamente para la Jerarquía, es también uno de los nombres de Satán. Por supuesto que es comprensible que no supieras nada de los últimos acontecimientos que han ocurrido allí. Las comunicaciones con Venus han sido muy defectuosas, ¿no es cierto? Y no es porque se esté moviendo hacia el lado opuesto del Sol, me temo. Sin embargo, me había imaginado que ya habríais adivinado que la Brujería también actuaba en Venus y que las cosas irían más de prisa en las pequeñas colonias que en el planeta madre. Supongo también que habrá ocurrido lo mismo en Marte, pero como ahora Marte está al otro lado del Sol, tardaremos unos dos meses en de saberlo con seguridad.
El Hombre Negro dio la vuelta y miró hacia arriba. De las portillas abiertas de la nave espacial, surgían escuadrones negros, para gran sorpresa y terror de los que paseaban por las terrazas que parecían estar a punto de huir, presos del pánico.
—Supongo que se trata de ángeles —comentó el Hombre Negro— pintados de negro y un poco modificados. Excepto los de mayor tamaño. Creo que los llamáis arcángeles y serafines. ¿No es así?
»Ya lo veis. En realidad se trataba de nuestra nave de apoyo —prosiguió con aire pensativo—. Imagino que Asmodeo comprendió desde el primer momento que cualquier rebelión contra la Jerarquía debía ser multiplanetaria. Además, la Jerarquía siempre ha tenido bases menos sólidas en las colonias y me han dicho que las colonias superior elegir mejor su bando durante la guerra interplanetaria que propició la llegada de la Jerarquía. Y para someterlas habría sido necesaria una gran guerra como la Interplanetaria que destruyó la Edad de Oro, ¿no es cierto? El mismo Brezal Condenado es uno de los restos de esa guerra, ¿no es así? ¡Qué armas tan diabólicas se utilizaron entonces! Las nuestras parecen simples juguetes en comparación con aquéllas.
El Hombre negro miro de reojo a Goniface y con un cierto humor lleno de malicia continuó:
—Los sacerdotes debíais sentir un cierto alivio al pensar que siempre podíais solicitar la ayuda del Cielo, o, refugiaros allí en caso necesario. Y también un placer irónico, al saber que el mito de la Humanidad que toma el Cielo por asalto era literalmente exacto. Bueno, por el momento tenemos un poco del Cielo en la Tierra, para cambiar.
Goniface ya no intentaba esconder el desprecio que sentía hacia sí mismo.
—No tengo que recordaros —dijo fríamente— que sería mejor y más prudente que ordenaseis mi ejecución inmediata. A menos que deseéis divertiros un rato a mi costa todavía.
El Hombre Negro rió abiertamente.
—Esto sí que me divierte, en efecto. Creo que soy una de las pocas personas que se divierten con esta clase de cosas.
Las últimas palabras las dijo echando una rápida mirada a Sharlson Naurya. Después miró a Goniface y su voz se hizo más grave.
—No. Me temo que no podamos permitirnos el lujo de este tipo de venganza. Estamos demasiado escasos de personal para desperdiciarlo. La Jerarquía estaba muy ocupada gobernando a los fieles; nuestras dificultades deberían ser evidentes para ti. No podemos desperdiciar mentes como la tuya. Me parece que el hermano Dhomas pronto reconstruirá personalidades, en una dirección u otra, porque en el fondo, lo único que le interesa son las propias transformaciones. Por supuesto que podría no tener éxito. Jarles, por ejemplo, ha sido un éxito que ha resultado un poco caro, ¿no es cierto? Y, sin embargo, tomando las precauciones necesarias, vale la pena hacer la prueba.
Más tarde, una vez que el antiguo Jerarca del Mundo hubo sido conducido a otro recinto, el Hombre Negro y Sharlson Naurya contemplaban a la multitud agitada que asistía al aterrizaje de una escuadrilla de negros demonios, desde las terrazas inferiores. Aparecieron los colonos de Venus que los pilotaban y se volvieron hacia la Catedral para comprobar que los que trabajaban allí ya casi habían completado la vuelta en torno al cuello del Gran Dios.
El Hombre Negro le confió en voz baja a la muchacha:
—Me siento más impaciente de lo que nunca hubiera admitido por hacer trabajar a nuestro lado a las mejores mentes de la Jerarquía. Hablaba en serio cuando le decía a Goniface que estamos escasos de personal, especialmente si tenemos en cuenta lo que queremos hacer. Asmodeo está muerto. ¡Descanse en paz! ¡Cuando pienso en lo que va a suceder! La situación estará tranquila durante unos días, pero después… En primer lugar, los fieles querrán matar a todos los sacerdotes. Algo de eso debe estar ocurriendo ya. Somos la única protección de que disponen. Además, los fieles siguen todavía impregnados de lo sobrenatural y están convencidos de que la Brujería se erigirá en una nueva religión. Esperan realmente ir a la iglesia y encontrarse una estatua de Satanás encima del altar. Probablemente ya están decepcionados de que no haya habido muchos más milagros satánicos. Cuando vean que consideramos que la Brujería ya se ha acabado, algunos de ellos intentarán revivirla en contra de nosotros mismos. Otros, algo más tarde, intentarán revivir el culto al Gran Dios. Y, por encima de todo eso, ¡habrá intentos de contrarrevoluciones jerárquicas! Me temo que todos nosotros vamos a tener una vejez muy atareada, si llegamos a viejos… Piensa en todo el trabajo que nos espera para educar a los fieles, reconstruir el sistema social y llevarlo gradualmente a una economía jerárquica —¡quiero decir científica!—, ya que, al principio, tendremos que mantener ambas economías, la feudal y la jerárquica, lo que llevará a algunos de nuestros colegas procedentes de la Jerarquía, un tanto desequilibrados psicológicamente, a pensar que podría ser conveniente resucitar a la Jerarquía bajo un nuevo nombre, con túnicas negras en lugar de las de color escarlata. ¡Oh! No tengas miedo, nos espera un porvenir cargado de trabajo.
El Hombre Negro calló al darse cuenta de que un sacerdote bajo y regordete les contemplaba, a él y a Sharlson Naurya. Llevaba un brazalete negro y aguardaba a cierta distancia con timidez, como si tuviera dudas de presentarse o, tal vez, solicitar un favor. Al parecer, las miradas que obtuvo como respuesta le asustaron más que animarle, ya que se dio la vuelta y desapareció rápidamente.
—Conozco a ese sacerdote —dijo Sharlson Naurya—. Era uno de los que…
—Yo le conozco todavía mejor —interrumpió el Hombre Negro—. El hermano Chulian. El querido hermano Chulian. Apacible, gentil, lleno de buenas intenciones, pero un completo egoísta; un caso perfectamente representativo de la inmensa mayoría. Cuando pienso que tendremos que reintegrar a tipos como ése en sus familias o, por lo menos, en la sociedad de los fieles… Y recuerda que los fieles no son precisamente, como ya sabes muy bien, un dechado de amabilidad y generosidad. Siglos de trabajo inútil y agotador les han hecho duros y fríos. ¡Oh! Bueno, ya hemos hablado de todo esto en otras ocasiones. Pero, ¿no te parece que necesitaré a alguien que me reconforte durante esos años exasperantes, llenos de trabajo ingrato?
El Hombre Negro miró abiertamente a los ojos de Sharlson Naurya.
Ella le devolvió la mirada y por un momento los rasgos cansados y graves de su rostro se suavizaron con una leve sonrisa. Después, volvió lentamente la cabeza y desvió los ojos. El Hombre Negro siguió la dirección de su mirada.
Estaba en el extremo de la terraza más elevada, de espaldas a ellos, mirando a los lejos y todavía llevaba la túnica escarlata de sacerdote del Cuarto Círculo.
—¡Oh!, probablemente tengas razón —admitió el Hombre Negro de mala gana, después de un momento—. Supongo que él también tiene algún derecho, también después de todo lo que ha pasado. Y no creo que el gobierno provisional quiera ejecutarle por el asesinato de Asmodeo. Sí, te comprendo. ¡De acuerdo! —Concluyó con voz amarga.
Naurya asintió.
—He vivido para vengarme —dijo la muchacha con lentitud—. He sufrido el mismo infierno que él está pasando ahora. Cuando todo terminó, esta mañana, intentó quitarse la vida. Le he prometido…
Cuando el Hombre Negro empezaba a darse la vuelta para marcharse, Sharlson Naurya continuó:
—Después de todo, tú al menos tienes un gran sentido del humor para consolarte.
—Sí —admitió el Hombre Negro—, pero hay situaciones en las que el sentido del humor no es demasiado divertido.
Y dicho esto, terminó de dar la vuelta para irse. Pero por la terraza venía corriendo y cojeando una silueta encorvada y vestida de harapos, con un sombrero puntiagudo y acompañada de una gata negra. La silueta levantó el bastón para hacer señal al Hombre Negro de que se detuviera. A su paso, los fieles se apartaban, se inclinaban ante ella y le hacían reverencias con gran respeto. Parecían más bien aliviados al ver a alguien que era evidentemente y sin duda una bruja. Se sentían satisfechos porque aquello encajaba con la situación.
—¡Estúpidos bobos! —fue el término despreciativo que la Madre Jujy les aplicó cuando llegó, jadeante, a la terraza superior—. ¡Todos me hacen reverencias y se inclinan ante mí como si fuera un arcipreste o alguna monstruosidad! Pocos días antes todos querían quemar a la Madre Jujy, pero ¡ya no les oigo hablar de eso ahora!
—Saludos, honorable precursora —dijo el Hombre Negro—. ¿No te gustan los homenajes que te has merecido? ¿Hay algo más que desees? Sólo tienes que pedirlo.
—Quizá, haya venido a recuperar mi sangre —sugirió la vieja con voz sombría.
—Oh, Madre Jujy —replicó el Hombre Negro, haciendo que Dickon finalizara con sus floridos cumplidos—. Esa sangre es la más preciosa del mundo. Si pensásemos volver a utilizar la Catedral para su anterior uso, esa sangre la guardaríamos en una urna como la más sagrada de las reliquias.
—¡Tonterías! —respondió la Madre Jujy —. Soy una vieja perversa y me gustan las sensaciones viles. Esa es la única razón por la que le dejé que jugara a los vampiros. —Miró con malicia a Dickon—. No, no he venido para que me cubráis de flores. Quiero saber qué va a ocurrir conmigo.