Harry Potter. La colección completa (106 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione.

—Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré...

—¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry! —dijo Ron, furioso—. ¿Es que no has hecho ya bastante daño este curso?

Hermione abrió la boca para responder, pero
Crookshanks
saltó sobre su regazo con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, cogió a
Crookshanks
y se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas.

—Entonces ¿qué te parece? —preguntó Ron a Harry, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Venga, la última vez no viste nada. ¡Ni siquiera has estado todavía en Zonko!

Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír sus palabras:

—De acuerdo —dijo—. Pero esta vez cogeré la capa invisible.

El sábado por la mañana, Harry metió en la mochila la capa invisible, guardó en el bolsillo el mapa del merodeador y bajó a desayunar con los otros. Hermione no dejaba de mirarlo con suspicacia, pero él evitaba su mirada y se aseguró de que ella lo viera subir la escalera de mármol del vestíbulo mientras todos los demás se dirigían a las puertas principales.

—¡Adiós, Harry! —le dijo en voz alta—. ¡Hasta la vuelta!

Ron se sonrió y guiñó un ojo.

Harry subió al tercer piso a toda prisa, sacando el mapa del merodeador mientras corría. Se puso en cuclillas detrás de la bruja tuerta y extendió el mapa. Un puntito diminuto se movía hacia él. Harry lo examinó entornando los ojos. La minúscula inscripción que acompañaba al puntito decía:
«NEVILLE LONGBOTTOM.»

Harry sacó la varita rápidamente, musitó
«Dissendio» y
metió la mochila en la estatua, pero antes de que pudiera entrar por ella Neville apareció por la esquina:

—¡Harry! Había olvidado que tú tampoco ibas a Hogsmeade.

—Hola, Neville —dijo Harry, separándose rápidamente de la estatua y volviendo a meterse el mapa en el bolsillo—. ¿Qué haces?

—Nada —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. ¿Te apetece una partida de
snap explosivo
?

—Ahora no... Iba a la biblioteca a hacer el trabajo sobre los vampiros, para Lupin.

—¡Voy contigo! —dijo Neville con entusiasmo—. ¡Yo tampoco lo he hecho!

—Eh... ¡Pero si lo terminé anoche! ¡Se me había olvidado!

—¡Estupendo, entonces podrás ayudarme! —dijo Neville—. No me entra todo eso del ajo. ¿Se lo tienen que comer o...?

Neville se detuvo con un estremecimiento, mirando por encima del hombro de Harry.

Era Snape. Neville se puso rápidamente detrás de Harry.

—¿Qué hacéis aquí los dos? —dijo Snape, deteniéndose y mirando primero a uno y después al otro—. Un extraño lugar para reunirse...

Ante el desasosiego de Harry, los ojos negros de Snape miraron hacia las puertas que había a cada lado y luego a la bruja tuerta.

—No nos hemos reunido aquí —explicó Harry—. Sólo nos hemos encontrado por casualidad.

—¿De veras? —dijo Snape—. Tienes la costumbre de aparecer en lugares inesperados, Potter, y raramente te encuentras en ellos sin motivo. Os sugiero que volváis a la torre de Gryffindor, que es donde debéis estar.

Harry y Neville se pusieron en camino sin decir nada. Al doblar la esquina, Harry miró atrás. Snape pasaba una mano por la cabeza de la bruja tuerta, examinándola detenidamente. Harry se las arregló para deshacerse de Neville en el retrato de la señora gorda, diciendo la contraseña y simulando que se había dejado el trabajo sobre los vampiros en la biblioteca y que volvía por él. Después de perder de vista a los troles de seguridad, volvió a sacar el mapa.

El corredor del tercer piso parecía desierto. Harry examinó el mapa con detenimiento y vio con alivio que la minúscula mota con la inscripción «SEVERUS SNAPE» estaba otra vez en el despacho.

Echó una carrera hasta la estatua de la bruja, abrió la entrada de la joroba y se deslizó hasta encontrar la mochila al final de aquella especie de tobogán de piedra. Borró el mapa del merodeador y echó a correr.

Completamente oculto por la capa invisible, Harry salió a la luz del sol por la puerta de Honeydukes y dio un codazo a Ron en la espalda.

—Soy yo —susurro.

—¿Por qué has tardado tanto? —dijo Ron entre dientes.

—Snape rondaba por allí.

Echaron a andar por High Street.

—¿Dónde estás? —le preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura de la boca—. ¿Sigues ahí? Qué raro resulta esto...

Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una lechuza que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry pudo hartarse de curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, desde las grises grandes hasta las pequeñísimas
scops
(«Sólo entregas locales»), que cabían en la palma de la mano de Harry.

Luego visitaron la tienda de Zonko, que estaba tan llena de estudiantes de Hogwarts que Harry tuvo que tener mucho cuidado para no pisar a nadie y no provocar el pánico. Había artículos de broma para satisfacer hasta los sueños más descabellados de Fred y George. Harry susurró a Ron lo que quería que le comprara y le pasó un poco de oro por debajo de la capa. Salieron de Zonko con los monederos bastante más vacíos que cuando entraron, pero con los bolsillos abarrotados de bombas fétidas, dulces de hipotós, jabón de huevos de rana y una taza que mordía la nariz.

El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los dos le apetecía meterse dentro de ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron atrás Las Tres Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los Gritos, el edificio más embrujado de Gran Bretaña. Estaba un poco separada y más elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su jardín húmedo, sombrío y cuajado de maleza.

—Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan —explicó Ron, apoyado como Harry en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a Nick Casi Decapitado... Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas muy bestias. Nadie puede entrar. Fred y George lo intentaron, claro, pero todas las entradas están tapadas.

Harry, agotado por la subida, estaba pensando en quitarse la capa durante unos minutos cuando oyó voces cercanas. Alguien subía hacia la casa por el otro lado de la colina. Un momento después apareció Malfoy, seguido de cerca por Crabbe y Goyle. Malfoy decía:

—... en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir al juicio para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar que lo tuve inutilizado durante tres meses...

Crabbe y Goyle se rieron.

—Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es inofensivo, de verdad. Ese
hipogrifo
es tan bueno como un...» —Malfoy vio a Ron de repente. Hizo una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley? —Levantó la vista hacia la casa en ruinas que había detrás de Ron—: Supongo que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron? ¿Sueñas con tener un dormitorio para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos en una habitación, ¿es cierto?

Harry sujetó a Ron por la túnica para impedirle que saltara sobre Malfoy.

—Déjamelo a mí— le susurró al oído.

La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Harry se acercó sigilosamente a Malfoy, Crabbe y Goyle, por detrás; se agachó y cogió un puñado de barro del camino.

—Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid —dijo Malfoy a Ron—. Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. ¿Crees que llorará cuando al
hipogrifo
le corten...?

¡PLAF!

Al golpearle la bola de barro en la cabeza, Malfoy se inclinó hacia delante. Su pelo rubio platino chorreaba barro de repente.

—¿Qué demo...?

Ron se sujetó a la valla para no revolcarse en el suelo de la risa. Malfoy, Crabbe y Goyle se dieron la vuelta, mirando a todas partes. Malfoy se limpiaba el pelo.

—¿Qué ha sido? ¿Quién lo ha hecho?

—Esto está lleno de fantasmas, ¿verdad? —observó Ron, como quien comenta el tiempo que hace.

Crabbe y Goyle parecían asustados. Sus abultados músculos no les servían de mucho contra los fantasmas. Malfoy daba vueltas y miraba como loco el desierto paraje.

Harry se acercó a hurtadillas a un charco especialmente sucio sobre el que había una capa de fango verdoso de olor nauseabundo.

¡PATAPLAF!

Crabbe y Goyle recibieron algo esta vez. Goyle saltaba sin moverse del sitio, intentando quitarse el barro de sus ojos pequeños y apagados.

—¡Ha venido de allá! —dijo Malfoy, limpiándose la cara y señalando un punto que estaba unos dos metros a la izquierda de Harry

Crabbe fue hacia delante dando traspiés, estirando como un zombi sus largos brazos. Harry lo esquivó, cogió un palo y se lo tiró a Crabbe. Le acertó en la espalda. Harry retrocedió riendo en silencio mientras Crabbe ejecutaba en el aire una especie de pirueta para ver quién lo había arrojado. Como Ron era la única persona a la que Crabbe podía ver, fue a él a quien se dirigió. Pero Harry estiró la pierna. Crabbe tropezó, trastabilló y su pie grande y plano pisó la capa de Harry, que sintió un tirón y notó que la capa le resbalaba por la cara.

Durante una fracción de segundo, Malfoy lo miró fijamente.


¡AAAH!
—gritó, señalando la cabeza de Harry

Dio media vuelta y corrió colina abajo como alma que llevara el diablo, con Crabbe y Goyle detrás.

Harry se puso bien la capa, pero ya era demasiado tarde.

—Harry —dijo Ron, avanzando a trompicones y mirando hacia el lugar en que había aparecido la cabeza de su amigo—. Más vale que huyas. Si Malfoy se lo cuenta a alguien... lo mejor será que regreses rápidamente al castillo...

—¡Nos vemos más tarde! —le dijo Harry, y volvió hacia el pueblo a todo correr.

¿Creería Malfoy lo que había visto? ¿Creería alguien a Malfoy? Nadie sabía lo de la capa invisible. Nadie excepto Dumbledore. Harry sintió un retortijón en el estómago. Si Malfoy contaba algo, Dumbledore comprendería perfectamente lo ocurrido.

Volvió a Honeydukes, volvió a bajar a la bodega, por el suelo de piedra, volvió a meterse por la trampilla, se quitó la capa, se la puso debajo del brazo y corrió todo lo que pudo por el pasadizo... Malfoy llegaría antes. ¿Cuánto tiempo le costaría encontrar a un profesor? Jadeando, notando un pinchazo en el costado, Harry no dejó de correr hasta que alcanzó el tobogán de piedra. Tendría que dejar la capa donde antes. Era demasiado comprometida, en caso de que Malfoy se hubiera chivado a algún profesor. La ocultó en un rincón oscuro y empezó a escalar con rapidez. Sus manos sudorosas resbalaban en los flancos del tobogán. Llegó a la parte interior de la joroba de la bruja, le dio unos golpecitos con la varita, asomó la cabeza y salió. La joroba se cerró y precisamente cuando Harry salía por la estatua, oyó unos pasos ligeros que se aproximaban.

Era Snape. Se acercó a Harry con paso rápido, produciendo un frufrú con la toga negra, y se detuvo ante él.

—¿Y..? —preguntó.

Había en el profesor un aire contenido de triunfo. Harry trató de disimular, demasiado consciente de que tenía el rostro sudoroso y las manos manchadas de barro, que se apresuró a esconder en los bolsillos.

—Ven conmigo, Potter —dijo Snape.

Harry lo siguió escaleras abajo, limpiándose las manos en el interior de la túnica sin que Snape se diera cuenta. Bajaron hasta las mazmorras y entraron en el despacho de Snape. Harry sólo había entrado en aquel lugar en una ocasión y también entonces se había visto en un serio aprieto. Desde aquella vez, Snape había comprado más seres viscosos y repugnantes, y los había metido en tarros. Estaban todos en estanterías, detrás de la mesa, brillando a la luz del fuego de la chimenea y acentuando el aire amenazador de la situación.

—Siéntate —dijo Snape.

Harry se sentó. Snape, sin embargo, permaneció de pie.

—El señor Malfoy acaba de contarme algo muy extraño, Potter —dijo Snape.

Harry no abrió la boca.

—Me ha contado que se encontró con Weasley junto a la Casa de los Gritos. Al parecer, Weasley estaba solo.

Harry siguió sin decir nada.

—El señor Malfoy asegura que estaba hablando con Weasley cuando una gran cantidad de barro le golpeó en la parte posterior de la cabeza. ¿Cómo crees que pudo ocurrir?

Harry trató de parecer sorprendido:

—No lo sé, profesor.

Snape taladraba a Harry con los ojos. Era igual que mirar a los ojos a un
hipogrifo
: Harry hizo un gran esfuerzo para no parpadear.

—Entonces, el señor Malfoy presenció una extraordinaria aparición. ¿Se te ocurre qué pudo ser, Potter?

—No —contestó Harry, intentando aparentar una curiosidad inocente.

—Tu cabeza, Potter. Flotando en el aire.

Hubo un silencio prolongado.

—Tal vez debería acudir a la señora Pomfrey. Si ve cosas como...

—¿Qué estaría haciendo tu cabeza en Hogsmeade, Potter? —dijo Snape con voz suave—. Tu cabeza no tiene permiso para ir a Hogsmeade. Ninguna parte de tu cuerpo, en realidad.

—Lo sé —dijo Harry, haciendo un esfuerzo para que ni la culpa ni el miedo se reflejaran en su rostro—. Parece que Malfoy tiene alucina...

—Malfoy no tiene alucinaciones —gruñó Snape, y se inclinó hacia delante, apoyando las manos en los brazos del asiento de Harry, para que sus caras quedasen a un palmo de distancia—. Si tu cabeza estaba en Hogsmeade, también estaba el resto.

—He estado arriba, en la torre de Gryffindor —dijo Harry—. Como usted me mandó.

—¿Hay alguien que pueda testificarlo?

Harry no dijo nada. Los finos labios de Snape se torcieron en una horrible sonrisa.

—Bien —dijo, incorporándose—. Todo el mundo, desde el ministro de Magia para abajo, trata de proteger de Sirius Black al famoso Harry Potter. Pero el famoso Harry Potter hace lo que le da la gana. ¡Que la gente vulgar se preocupe de su seguridad! El famoso Harry Potter va donde le apetece sin pensar en las consecuencias.

Harry guardó silencio. Snape le provocaba para que revelara la verdad. Pero no iba a hacerlo. Snape aún no tenía pruebas.

—¡Cómo te pareces a tu padre! —dijo de repente Snape, con los ojos relampagueantes—. También él era muy arrogante. No era malo jugando al
quidditch
y eso le hacía creerse superior a los demás. Se pavoneaba por todas partes con sus amigos y admiradores. El parecido es asombroso.

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