Harry Potter. La colección completa (169 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Seguramente dice que no es un buen director de departamento —repuso Hermione—, y la verdad es que algo de razón sí que tiene, ¿no?

—Aun así preferiría trabajar para él que para Crouch —declaró Ron—. Al menos Bagman tiene sentido del humor.

—Que Percy no te oiga decir eso —le advirtió Hermione, sonriendo ligeramente.

—No, bueno, Percy no trabajaría para alguien que tuviera sentido del humor —dijo Ron, comenzando un relámpago de chocolate—. Percy no reconocería una broma aunque bailara desnuda delante de él llevando la cubretetera de Dobby.

22
Una prueba inesperada

—¡Potter!, ¡Weasley!, ¿queréis atender?

La irritada voz de la profesora McGonagall restalló como un látigo en la clase de Transformaciones del jueves, y tanto Harry como Ron se sobresaltaron.

La clase estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las gallinas de Guinea que habían estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula grande colocada sobre la mesa de la profesora McGonagall (el conejillo de Neville todavía tenía plumas), y habían copiado de la pizarra el enunciado de sus deberes («Describe, poniendo varios ejemplos, en qué deben modificarse los encantamientos transformadores al llevar a cabo cambios en especies híbridas»). La campana iba a sonar de un momento a otro. Cuando Harry y Ron, que habían estado luchando con dos de las varitas de pega de Fred y George a modo de espadas, levantaron la vista, Ron sujetaba un loro de hojalata, y Harry, una merluza de goma.

—Ahora que Potter y Weasley tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo con su edad —dijo la profesora McGonagall dirigiéndoles a los dos una mirada de enfado cuando la cabeza de la merluza de Harry cayó al suelo (súbitamente cortada por el pico del loro de hojalata de Ron) —, tengo que deciros algo a todos vosotros.

»Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo deseáis podéis invitar a un estudiante más joven...

Lavender Brown dejó escapar una risita estridente. Parvati Patil le dio un codazo en las costillas, haciendo un duro esfuerzo por no reírse también, y las dos miraron a Harry. La profesora McGonagall no les hizo caso, lo cual le pareció injusto a Harry, ya que a Ron y a él sí que los había regañado.

—Será obligatoria la túnica de gala —prosiguió la profesora McGonagall—. El baile tendrá lugar en el Gran Comedor, comenzará a las ocho en punto del día de Navidad y terminará a medianoche. Ahora bien... —La profesora McGonagall recorrió la clase muy despacio con la mirada—. El baile de Navidad es por supuesto una oportunidad para que todos echemos una cana al aire —dijo, en tono de desaprobación.

Lavender se rió más fuerte, poniéndose la mano en la boca para ahogar el sonido. Harry comprendió dónde estaba aquella vez lo divertido: la profesora McGonagall, que llevaba el pelo recogido en un moño muy apretado, no parecía haber echado nunca una cana al aire, en ningún sentido.

—Pero eso no quiere decir —prosiguió la profesora McGonagall— que vayamos a exigir menos del comportamiento que esperamos de los alumnos de Hogwarts. Me disgustaré muy seriamente si algún alumno de Gryffindor deja en mal lugar al colegio.

Sonó la campana, y se formó el habitual revuelo mientras recogían las cosas y se echaban las mochilas al hombro.

La profesora McGonagall llamó por encima del alboroto:

—Potter, por favor, quiero hablar contigo.

Dando por supuesto que aquello tenía algo que ver con su merluza de goma descabezada, Harry se acercó a la mesa de la profesora con expresión sombría.

La profesora McGonagall esperó a que se hubiera ido el resto de la clase, y luego le dijo:

—Potter, los campeones y sus parejas...

—¿Qué parejas? —preguntó Harry.

La profesora McGonagall lo miró recelosa, como si pensara que intentaba tomarle el pelo.

—Vuestras parejas para el baile de Navidad, Potter —dijo con frialdad—. Vuestras parejas de baile.

Harry sintió que se le encogían las tripas.

—¿Parejas de baile? —Notó cómo se ponía rojo—. Yo no bailo —se apresuró a decir.

—Sí, claro que bailas —replicó algo irritada la profesora McGonagall—. Eso era lo que quería decirte. Es tradición que los campeones y sus parejas abran el baile.

Harry se imaginó de repente a sí mismo con sombrero de copa y frac, acompañado de alguna chica ataviada con el tipo de vestido con volantes que tía Petunia se ponía siempre para ir a las fiestas del jefe de tío Vernon.

—Yo no bailo —insistió.

—Es la tradición —declaró con firmeza la profesora McGonagall—. Tú eres campeón de Hogwarts, y harás lo que se espera de ti como representante del colegio. Así que encárgate de encontrar pareja, Potter.

—Pero... yo no...

—Ya me has oído, Potter —dijo la profesora McGonagall en un tono que no admitía réplicas.

Una semana antes, Harry habría pensado que encontrar una pareja de baile era pan comido comparado con enfrentarse a un colacuerno húngaro. Pero, habiendo ya pasado esto último, y teniendo que afrontar la perspectiva de pedirle a una chica que bailara con él, le parecía que era preferible volver a pasar por lo del colacuerno.

Harry nunca había visto que se apuntara tanta gente para pasar las Navidades en Hogwarts. Él siempre lo hacía, claro, porque la alternativa que le quedaba era regresar a Privet Drive, pero siempre había formado parte de una exigua minoría. Aquel año, en cambio, daba la impresión de que todos los alumnos de cuarto para arriba se iban a quedar, y todos parecían también obsesionados con el baile que se acercaba, sobre todo las chicas. Y era sorprendente descubrir de pronto cuántas chicas parecía haber en Hogwarts. Nunca se había dado cuenta de eso. Chicas que reían y cuchicheaban por los corredores del castillo, chicas que estallaban en risas cuando los chicos pasaban por su lado, chicas emocionadas que cambiaban impresiones sobre lo que llevarían la noche de Navidad...

—¿Por qué van siempre en grupo? —se quejó Harry tras cruzarse con una docena aproximada de chicas que se reían y lo miraban—. ¿Cómo se supone que tiene que hacer uno para pedirle algo a una sola?

—¿Quieres echarle el lazo a una? —dijo Ron—. ¿Tienes alguna idea de con cuál lo vas a intentar?

Harry no respondió. Tenía muy claro a quién le hubiera gustado pedírselo, pero no conseguiría reunir el valor... Cho le llevaba un año, era preciosa, jugaba maravillosamente al
quidditch
y tenía mucho éxito entre la gente.

Ron parecía comprender qué era lo que le pasaba a Harry por la cabeza.

—Mira, no vas a tener ningún problema. Eres un campeón. Acabas de burlar al colacuerno húngaro. Me apuesto a que harían cola para bailar contigo.

En atención a su amistad recientemente reanudada, Ron redujo al mínimo la amargura de su voz. Y, para sorpresa de Harry, resultó que Ron tenía razón.

Al día siguiente, una chica de Hufflepuff con el pelo rizado que iba a tercero y con la que Harry no había hablado jamás le pidió que fuera al baile con ella. Harry se quedó tan sorprendido que dijo que no antes de pararse a pensarlo. La chica se fue bastante dolida, y Harry tuvo que soportar durante toda la clase de Historia de la Magia las burlas de Dean, Seamus y Ron a propósito de ella. Al día siguiente se lo pidieron otras dos, una de segundo y (para horror de Harry) otra de quinto que daba la impresión de que podría pegarle si se negaba.

—Pero si está muy bien —le dijo Ron cuando paró de reírse.

—Me saca treinta centímetros —contestó Harry, aún desconcertado—. ¿Te imaginas cómo será intentar bailar con ella?

Recordaba las palabras de Hermione sobre Krum: «¡Sólo les gusta porque es famoso!» Harry dudaba mucho que alguna de aquellas chicas que le habían pedido ser su pareja hubieran querido ir con él al baile si no hubiera sido campeón de Hogwarts. Luego se preguntó si eso le molestaría en caso de que se lo pidiera Cho.

En conjunto, Harry tenía que admitir que, incluso con la embarazosa perspectiva de tener que abrir el baile, su vida había mejorado mucho después de superar la primera prueba. Ya no le decían todas aquellas cosas tan desagradables por los corredores, y sospechaba que Cedric podía haber tenido algo que ver: tal vez hubiera dicho a sus compañeros de Hufflepuff que lo dejaran en paz, en agradecimiento a la advertencia de Harry. También parecía haber por todas partes menos insignias de «Apoya a
CEDRIC DIGGORY
». Por supuesto, Draco Malfoy seguía recitándole algún pasaje del artículo de Rita Skeeter a la menor oportunidad, pero cosechaba cada vez menos risas por ello. Y, como para no enturbiar la felicidad de Harry, en
El Profeta
no había aparecido ninguna historia sobre Hagrid.

—No parecía muy interesada en criaturas mágicas, en realidad —les contó Hagrid durante la última clase del trimestre, cuando Harry, Ron y Hermione le preguntaron cómo le había ido en la entrevista con Rita Skeeter.

Para alivio de ellos, Hagrid abandonó la idea del contacto directo con los
escregutos
, y aquel día se guarecieron simplemente tras la cabaña y se sentaron a una mesa de caballetes a preparar una selección de comida fresca con la que tentarlos.

—Sólo quería hablar de ti, Harry —continuó Hagrid en voz baja—. Bueno, yo le dije que somos amigos desde que fui a buscarte a casa de los Dursley. «¿Nunca ha tenido que regañarlo en cuatro años?», me preguntó. «¿Nunca le ha dado guerra en clase?» Yo le dije que no, y a ella no le hizo ninguna gracia. Creo que quería que le dijera que eres horrible, Harry.

—Claro que sí —corroboró Harry, echando unos cuantos trozos de hígado de dragón en una fuente de metal, y cogiendo el cuchillo para cortar un poco más—. No puede seguir pintándome como un héroe trágico, porque se hartarían.

—Ahora quiere un nuevo punto de vista, Hagrid —opinó Ron, mientras cascaba huevos de salamandra—. ¡Tendrías que haberle dicho que Harry era un criminal demente!

—¡Pero no lo es! —dijo Hagrid, realmente sorprendido.

—Debería haber ido a hablar con Snape —comentó Harry en tono sombrío—. Le puede decir lo que quiere oír sobre mí en cualquier momento: «Potter no ha hecho otra cosa que traspasar límites desde que llegó a este colegio...»

—¿Ha dicho eso? —se asombró Hagrid, mientras Ron y Hermione se reían—. Bueno, habrás desobedecido alguna norma, Harry, pero en realidad eres bueno.

—Gracias, Hagrid —le dijo Harry sonriendo.

—¿Vas a ir al baile de Navidad, Hagrid? —quiso saber Ron.

—Creo que me daré una vuelta por allí, sí —contestó Hagrid con voz ronca—. Será una buena fiesta, supongo. Tú vas a abrir el baile, ¿no, Harry? ¿Con quién vas a bailar?

—Aún no tengo con quién —contestó Harry, sintiéndose enrojecer de nuevo.

Hagrid no insistió.

Cada día de la última semana del trimestre fue más bullicioso que el anterior. Por todas partes corrían los rumores sobre el baile de Navidad, aunque Harry no daba crédito ni a la mitad de ellos. Por ejemplo, decían que Dumbledore le había comprado a la señora Rosmerta ochocientos barriles de hidromiel con especias. Parecía ser verdad, sin embargo, lo de que había contratado a Las Brujas de Macbeth. Harry no sabía quiénes eran exactamente porque nunca había tenido una radio mágica; pero, viendo el entusiasmo de los que habían crecido escuchando la
CM
(los Cuarenta Magistrales), suponía que debían de ser un grupo musical muy famoso.

Algunos profesores, como el pequeño Flitwick, desistieron de intentar enseñarles gran cosa al ver que sus mentes estaban tan claramente situadas en otro lugar. En la clase del miércoles los dejó jugar, y él se pasó la mayor parte de la hora comentando con Harry lo perfecto que le había salido el encantamiento convocador que había usado en la primera prueba del Torneo de los tres magos. Otros profesores no fueron tan generosos. Nada apartaría al profesor Binns, por ejemplo, de avanzar pesadamente a través de sus apuntes sobre las revueltas de los duendes. Dado que Binns no había permitido que su propia muerte alterara el programa, todos supusieron que una tontería como la Navidad no lo iba a distraer lo más mínimo. Era sorprendente cómo podía conseguir que incluso unos altercados sangrientos y fieros como las revueltas de los duendes sonaran igual de aburridos que el informe de Percy sobre los culos de los calderos. También McGonagall y Moody los hicieron trabajar hasta el último segundo de clase, y Snape antes hubiera adoptado a Harry que dejarlos jugar durante una lección. Con una mirada muy desagradable les informó de que dedicaría la última clase del trimestre a un examen sobre antídotos.

—Es un puñetero —dijo amargamente Ron aquella noche en la sala común de Gryffindor—. Colocarnos un examen el último día... Estropearnos el último cachito de trimestre con montones de cosas que repasar...

—Mmm... pero no veo que te estés agobiando mucho —replicó Hermione, mirándolo por encima de sus apuntes de Pociones.

Ron se entretenía levantando un castillo con los naipes explosivos, que era mucho más divertido que hacerlo con la baraja
muggle
porque el edificio entero podía estallar en cualquier momento.

—Es Navidad, Hermione —le recordó Harry. Estaba arrellanado en un butacón al lado de la chimenea, leyendo
Volando con los Cannons
por décima vez.

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