Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
En ese instante Dumbledore cruzaba con aire resuelto y sereno la habitación; llevaba una larga túnica de color azul marino y la expresión de su rostro era de absoluta tranquilidad. Su barba y su melena, largas y plateadas, relucían a la luz de las antorchas; cuando llegó junto a Harry miró a Fudge a través de sus gafas de media luna, que reposaban hacia la mitad de su torcida nariz.
Los miembros del Wizengamot murmuraban, y todas las miradas se dirigieron hacia Dumbledore. Algunos parecían enfadados, otros un poco asustados; dos de las brujas más ancianas de la fila del fondo, sin embargo, levantaron una mano y lo saludaron.
Al ver a Dumbledore, una profunda emoción surgió en el pecho de Harry, un reforzado y esperanzador sentimiento parecido al que le había producido la canción del fénix. Estaba deseando mirar a Dumbledore a los ojos, pero éste no lo miraba a él: tenía la vista clavada en Fudge, que no podía disimular su nerviosismo.
—¡Ah! —exclamó el ministro, que parecía sumamente desconcertado—. Dumbledore. Sí. Veo que…, que… recibió nuestro mensaje… de que habíamos cambiado el lugar y la hora de la vista…
—Pues no, no lo he recibido —contestó Dumbledore con tono alegre—. Sin embargo, debido a un providencial error, llegué al Ministerio con tres horas de antelación, de modo que no ha habido ningún problema.
—Sí…, bueno… Supongo que necesitaremos otra silla… Esto…, Weasley, ¿podría…?
—No se moleste, no se moleste —dijo Dumbledore con amabilidad; sacó su varita mágica, la sacudió levemente y una mullida butaca de chintz apareció de la nada junto a la silla de Harry.
Dumbledore se sentó, juntó las yemas de sus largos dedos y miró a Fudge por encima de ellos con una expresión de educado interés. Los miembros del Wizengamot seguían murmurando y moviéndose inquietos en los bancos; solo se calmaron cuando Fudge volvió a hablar.
—Sí —repitió éste moviendo sus notas de un sitio para otro—. Bueno. Está bien. Los cargos. Sí… —Separó una hoja de pergamino del montón que tenía delante, respiró hondo y leyó en voz alta—: Los cargos contra el acusado son los siguientes: que a sabiendas, deliberadamente y consciente de la ilegalidad de sus actos, tras haber recibido una anterior advertencia por escrito del Ministerio de Magia por un delito similar, realizó un encantamiento
patronus
en una zona habitada por
muggles
, en presencia de un
muggle
, el dos de agosto a las nueve y veintitrés minutos, lo cual constituye una violación del Párrafo C del Decreto para la moderada limitación de la brujería en menores de edad, mil ochocientos setenta y cinco, y también de la Sección Trece de la Confederación Internacional del Estatuto del Secreto de los Brujos. ¿Es usted Harry James Potter, residente en el número cuatro de Privet Drive, Little Whinging, Surrey? —preguntó Fudge, fulminando a Harry con la mirada por encima del pergamino.
—Sí —respondió él.
—Recibió una advertencia oficial del Ministerio por utilizar magia ilegal hace tres años, ¿no es cierto?
—Sí, pero…
—Y aun así, ¿conjuró usted un
patronus
la noche del dos de agosto? —inquirió Fudge.
—Sí —contestó Harry—, pero…
—¿A sabiendas de que no le está permitido utilizar la magia fuera de la escuela hasta que haya cumplido diecisiete años?
—Sí, pero…
—¿A sabiendas de que se encontraba en una zona llena de
muggles
?
—Sí, pero…
—¿Completamente consciente de que estaba muy cerca de un
muggle
en ese momento?
—¡Sí! —exclamó Harry con enojo—. Pero sólo lo hice porque estábamos…
La bruja del monóculo lo interrumpió con una voz retumbante:
—¿Hizo aparecer un
patronus
hecho y derecho?
—Sí —afirmó Harry—, porque…
—¿Un
patronus
corpóreo?
—Un… ¿qué? —preguntó Harry.
—¿Su
patronus
tenía una forma bien definida? Es decir, ¿no era simplemente vapor o humo?
—Sí, tenía forma —asintió Harry impaciente y, a la vez, un poco desesperado—. Es un ciervo. Siempre es un ciervo.
—¿Siempre? —bramó Madame Bones.
—¡Sí! —dijo Harry—. Hace más de un año que lo hago.
—¿Y tiene usted quince años?
—Sí, y…
—¿Dónde aprendió a hacer eso? ¿En el colegio?
—Sí, el profesor Lupin me enseñó en mi tercer año porque…
—Impresionante —opinó Madame Bones mirándolo con atención—, un verdadero
patronus
a esa edad… Francamente impresionante.
Algunos de los magos y de las brujas que la rodeaban se pusieron a murmurar de nuevo; unos cuantos movían la cabeza afirmativamente, mientras que otros la movían negativamente y fruncían el entrecejo.
—¡No se trata de lo impresionante que fuera el conjuro! —advirtió Fudge con voz de mal genio—. ¡De hecho, yo diría que cuanto más impresionante, peor, dado que el chico lo hizo delante de un
muggle
!
Los que habían fruncido el entrecejo murmuraron en señal de aprobación, pero fue el mojigato movimiento que Percy hizo con la cabeza lo que incitó a hablar a Harry:
—¡Lo hice por los
dementores
! —exclamó en voz alta antes de que alguien volviera a interrumpirlo.
Se había imaginado que habría más murmullos, pero el silencio que se apoderó de la sala le pareció incluso más denso que el anterior.
—
¿Dementores?
—se extrañó Madame Bones tras una pausa, y alzó sus tupidas cejas hasta que estuvo a punto de caérsele el monóculo—. ¿Qué quieres decir, muchacho?
—¡Quiero decir que había dos
dementores
en aquel callejón y que nos atacaron a mi primo y a mí!
—¡Ah! —dijo Fudge sonriendo con suficiencia mientras recorría con la mirada a los miembros del Wizengamot, como invitándolos a compartir el chiste—. Sí. Sí, ya me imaginaba que escucharíamos algo semejante.
—¿
Dementores
en Little Whinging? —preguntó Madame Bones con profunda sorpresa—. No entiendo…
—¿No entiendes, Amelia? —dijo Fudge sin dejar de sonreír—. Déjame que te lo explique. Este chico ha estado pensándoselo bien y ha llegado a la conclusión de que los
dementores
le proporcionarían una bonita excusa, una excusa fenomenal. Los
muggles
no pueden ver a los
dementores
, ¿verdad que no, chico? Muy conveniente, muy conveniente… Así sólo cuenta tu palabra, sin testigos…
—¡No estoy mintiendo! —gritó Harry, y sus palabras ahogaron otro estallido de murmullos del tribunal—. Había dos
dementores
, que se nos acercaban desde los dos extremos del callejón; todo quedó a oscuras y hacía mucho frío, y mi primo los sintió y salió corriendo…
—¡Basta! ¡Basta! —ordenó Fudge con una expresión muy altanera en el rostro—. Lamento interrumpir lo que sin duda habría sido una historia muy bien ensayada…
Dumbledore carraspeó. El Wizengamot volvió a guardar silencio.
—De hecho, tenemos un testigo de la presencia de
dementores
en ese callejón —dijo Dumbledore—. Un testigo que no es Dudley Dursley, quiero decir.
El rostro regordete de Fudge pareció deshincharse, como si le hubieran quitado el aire. Clavó por un instante la mirada en Dumbledore y luego, recobrando la compostura, replicó:
—Me temo que no tenemos tiempo para escuchar más mentiras, Dumbledore. Quiero liquidar este asunto cuanto antes…
—Quizá me equivoque —repuso Dumbledore en tono agradable—, pero estoy seguro de que los Estatutos del Wizengamot contemplan el derecho del acusado a presentar testigos para defender su versión de los hechos, ¿no es así? ¿No es ésa la política del Departamento de Seguridad Mágica, Madame Bones? —continuó, dirigiéndose a la bruja del monóculo.
—Así es —contestó ésta—. Completamente cierto.
—Muy bien. ¡Muy bien! —exclamó Fudge con brusquedad—. ¿Dónde está esa persona?
—Ha venido conmigo —afirmó Dumbledore—. Está esperando fuera. ¿Quieres que…?
—¡No! Weasley, vaya usted —ordenó Fudge a Percy, quien se levantó de inmediato, bajó a toda prisa los escalones de piedra del estrado y pasó corriendo junto a Dumbledore y Harry sin mirarlos siquiera.
Percy regresó pasados unos momentos seguido de la señora Figg. Parecía asustada y más chiflada que nunca. Harry lamentó que no se hubiera quitado las zapatillas de tela escocesa.
Dumbledore se puso en pie y cedió su butaca a la señora Figg, y luego hizo aparecer otra para él.
—¿Nombre completo? —preguntó Fudge a voz en grito cuando la señora Figg, muy nerviosa, se hubo sentado en el borde de su asiento.
—Arabella Doreen Figg —respondió con su temblorosa voz.
—¿Y quién es usted exactamente? —siguió preguntando Fudge con una voz altiva que indicaba aburrimiento.
—Soy una vecina de Little Whinging. Vivo cerca de donde vive Harry Potter.
—No tenemos constancia de que en Little Whinging vivan más magos o brujas que Harry Potter —saltó Madame Bones—. Esa circunstancia siempre ha sido controlada con meticulosidad debido a…, debido a lo ocurrido en el pasado.
—Soy una
squib
—aclaró la señora Figg—. Quizá por eso no me tengan registrada.
—¿Una
squib
? —intervino Fudge escudriñando con recelo a la señora Figg—. Lo comprobaremos. Haga el favor de darle los detalles de su origen a mi ayudante, el señor Weasley. Por cierto —añadió mirando a derecha e izquierda—, ¿los
squib
s pueden ver a los
dementores
?
—¡Por supuesto! —exclamó la señora Figg con indignación.
Fudge la miró desde lo alto del banco mientras arqueaba las cejas.
—Muy bien —admitió con actitud distante—. ¿Qué tiene que contarnos?
—Había salido a comprar comida para gatos en la tienda de la esquina, al final del paseo Glicinia, a eso de las nueve, la noche del dos de agosto —contó la señora Figg, hablando atropelladamente, como si se hubiera aprendido de memoria lo que estaba diciendo—, cuando oí ruidos en el callejón que comunica la calle Magnolia con el paseo Glicinia. Al acercarme a la entrada del callejón, vi a unos
dementores
que corrían…
—¿Que corrían? —la interrumpió Madame Bones—. Los
dementores
no corren, se deslizan.
—Eso quería decir —se corrigió la señora Figg, y unas manchas rosas aparecieron en sus marchitas mejillas—. Se deslizaban por el callejón hacia lo que me pareció que eran dos chicos.
—¿Cómo eran? —preguntó Madame Bones entornando los ojos hasta que el borde del monóculo desapareció bajo la piel.
—Bueno, uno era muy gordo y el otro delgaducho…
—No, no —dijo Madame Bones impaciente—. Los
dementores
. Describa a los
dementores
.
—¡Ah! —exclamó la señora Figg con un suspiro, y las manchas rosas de sus mejillas empezaron a extenderse por el cuello—. Eran grandes, muy grandes. Y llevaban capas.
Harry notaba un espantoso vacío en el estómago. Dijera lo que dijese la señora Figg, él tenía la impresión de que, como máximo, habría visto un dibujo de un
dementor
, y era imposible que un dibujo transmitiera el verdadero aspecto de aquellos seres: su fantasmagórica forma de moverse, suspendidos unos centímetros por encima del suelo, el olor a podrido que desprendían y aquel horroroso estertor que emitían cuando absorbían el aire que los rodeaba…
En la segunda fila, un mago rechoncho con gran bigote negro se acercó a la oreja de su vecina, una bruja de pelo crespo, para susurrarle algo al oído.
—Grandes y con capas —repitió Madame Bones con voz cortante mientras Fudge resoplaba con sorna—. Entiendo. ¿Algo más?
—Sí —respondió la señora Figg—. Los sentí. Todo se quedó frío, y era una noche de verano muy calurosa, créame. Y sentí… como si no quedara ni una pizca de felicidad en el mundo… y recordé… cosas espantosas.
Su voz tembló un momento y se apagó.
Madame Bones abrió un poco los ojos. Harry vio unas marcas rojas debajo de su ceja, donde se le había clavado el monóculo.
—¿Qué hicieron los
dementores
? —preguntó Madame Bones, y Harry sintió una ráfaga de esperanza.
—Atacaron a los chicos —afirmó la señora Figg, que hablaba con una voz más fuerte y más segura mientras el rubor iba desapareciendo de su cara—. Uno de los muchachos había caído al suelo. El otro se echaba hacia atrás, intentando repeler al
dementor
. Ése era Harry. Sacudió dos veces la varita, pero sólo salió un vapor plateado. Al tercer intento consiguió un
patronus
que arremetió contra el primer
dementor
y luego, siguiendo las instrucciones de Harry, ahuyentó al que se había abalanzado sobre su primo. Eso fue…, eso fue lo que pasó —terminó la señora Figg de manera no muy convincente.
Madame Bones se quedó mirando a la mujer sin decir nada. Fudge no la miraba, sino que removía sus papeles. Finalmente, levantó la vista y, con tono agresivo, le espetó:
—Eso fue lo que usted vio, ¿no?
—Eso fue lo que pasó —repitió la señora Figg.
—Muy bien —dijo Fudge—. Ya puede irse.
La señora Figg, asustada, miró primero a Fudge y luego a Dumbledore; a continuación se levantó y se fue, arrastrando los pies hacia la puerta, que se cerró detrás de ella produciendo un ruido sordo.
—No es un testigo muy convincente —sentenció Fudge con altivez.
—No sé qué decir —replicó Madame Bones con su atronadora voz—. De hecho, ha descrito los efectos de un ataque de
dementores
con gran precisión. Y no sé por qué iba a decir que estaban allí si no estaban.
—¿Dos
dementores
deambulando por un barrio de
muggles
y tropezando por casualidad con un mago? —inquirió Fudge con sorna—. No hay muchas probabilidades de que eso ocurra. Ni siquiera Bagman se atrevería a apostar…
—¡Oh, no! Creo que ninguno de nosotros piensa que los
dementores
estuviesen allí por casualidad —lo interrumpió Dumbledore sin darle mucha importancia.
La bruja que estaba sentada a la derecha de Fudge, con la cara en sombras, se movió un poco, pero los demás permanecieron muy quietos y callados.
—¿Y qué se supone que significa eso? —preguntó Fudge con tono glacial.
—Significa que creo que les ordenaron ir allí —contestó Dumbledore.
—¡Me parece que si alguien hubiera ordenado a un par de
dementores
que fueran a pasearse por Little Whinging, habríamos tenido constancia de ello! —bramó Fudge.