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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Aunque quizá haya tardado más de lo que imaginó el profesor Dippet —dijo Voldemort por fin—, he vuelto para solicitar por segunda vez lo que él me negó en su día por considerarme demasiado joven. He venido a pedirle que me deje enseñar en este castillo. Supongo que sabrá que he visto y hecho muchas cosas desde que me marché de aquí. Podría mostrar y explicar a sus alumnos cosas que ellos jamás aprenderán de ningún otro mago.
Antes de replicar, Dumbledore lo observó unos instantes por encima de su copa.
—Sí, desde luego, sé que has visto y hecho muchas cosas desde que nos dejaste —dijo con serenidad—. Los rumores de tus andanzas han llegado a tu antiguo colegio, Tom. Pero lamentaría que la mitad de ellos fueran ciertos.
Impertérrito, Voldemort declaró:
—La grandeza inspira envidia, la envidia engendra rencor y el rencor genera mentiras. Usted debería saberlo, Dumbledore.
—¿Llamas «grandeza» a eso que has estado haciendo? —repuso Dumbledore con delicadeza.
—Por supuesto —aseguró Voldemort, y dio la impresión de que sus ojos llameaban—. He experimentado. He forzado los límites de la magia como quizá nunca lo había hecho nadie…
—De cierta clase de magia —precisó Dumbledore sin alterarse—, de cierta clase. En cambio, de otras clases de magia exhibes (perdona que te lo diga) una deplorable ignorancia.
Voldemort sonrió por primera vez. Fue una sonrisa abyecta, un gesto maléfico, más amenazador que una mirada de cólera.
—La discusión de siempre —dijo en voz baja—. Pero nada de lo que he visto en el mundo confirma su famosa teoría de que el amor es más poderoso que la clase de magia que yo practico, Dumbledore.
—A lo mejor es que no has buscado donde debías.
—En ese caso, ¿dónde mejor que en Hogwarts podría empezar mis nuevas investigaciones? ¿Me dejará volver? ¿Me dejará compartir mis conocimientos con sus alumnos? Pongo mi talento y mi persona a su disposición. Estoy a sus órdenes.
—¿Y qué será de aquellos que están a tus órdenes? ¿Qué será de esos que se hacen llamar, según se rumorea, «
mortífagos
»? —preguntó Dumbledore arqueando las cejas.
Harry se percató de que a Voldemort le sorprendía que el director conociera ese nombre y observó cómo sus ojos volvían a emitir destellos rojos y los estrechos orificios nasales se le ensanchaban.
—Mis amigos se las arreglarán sin mí —dijo al fin—, estoy seguro.
—Me alegra oír que los consideras tus amigos. Me daba la impresión de que encajaban mejor en la categoría de sirvientes.
—Se equivoca.
—Entonces, si esta noche se me ocurriera ir a Cabeza de Puerco, ¿no me encontraría a algunos de ellos (Nott, Rosier, Mulciber, Dolohov) esperándote allí? Unos amigos muy fieles, he de reconocer, dispuestos a viajar hasta tan lejos en medio de la nevada, sólo para desearte buena suerte en tu intento de conseguir un puesto de profesor.
La precisa información de Dumbledore acerca de con quién viajaba le sentó aún peor a Voldemort; sin embargo, se repuso al instante.
—Está más omnisciente que nunca, Dumbledore.
—No, qué va. Es que me llevo bien con los camareros del pueblo —repuso el director sin darle importancia—. Y ahora, Tom… —Dejó su copa vacía encima de la mesa y se enderezó en el asiento al tiempo que juntaba la yema de los dedos componiendo un gesto muy suyo—. Ahora hablemos con franqueza. ¿Por qué has venido esta noche, rodeado de esbirros, a solicitar un empleo que ambos sabemos que no te interesa?
—¿Que no me interesa? —Voldemort se sorprendió sin alterarse—. Al contrario, Dumbledore, me interesa mucho.
—Mira, tú quieres volver a Hogwarts, pero no te interesa enseñar, ni te interesaba cuando tenías dieciocho años. ¿Qué buscas, Tom? ¿Por qué no lo pides abiertamente de una vez?
Voldemort sonrió con ironía.
—Si no quiere darme trabajo…
—Claro que no quiero. Y no creo que esperaras que te lo diera. A pesar de todo, has venido hasta aquí y me lo has pedido, y eso significa que tienes algún propósito.
Voldemort se levantó. La rabia que sentía se reflejaba en sus facciones y ya no se parecía en nada a Tom Ryddle.
—¿Es su última palabra?
—Sí —afirmó Dumbledore, y también se puso en pie.
—En ese caso, no tenemos nada más que decirnos.
—No, nada —convino Dumbledore, y una profunda tristeza se reflejó en su semblante—. Quedan muy lejos los tiempos en que podía asustarte con un armario en llamas y obligarte a pagar por tus delitos. Pero me gustaría poder hacerlo, Tom, me gustaría…
Creyendo que la mano de Voldemort se desplazaba hacia el bolsillo donde tenía la varita, Harry estuvo a punto de gritar una advertencia que habría resultado inútil, pero, antes de que lograse reaccionar, Voldemort había salido y la puerta se estaba cerrando tras él.
Harry volvió a notar la mano de Dumbledore alrededor de su brazo y poco después se encontraban de nuevo juntos, como si no se hubieran movido de su sitio. Sin embargo, no había nieve acumulándose en el alféizar y Dumbledore volvía a tener la mano ennegrecida y marchita.
—¿Por qué? —preguntó Harry mirándolo a los ojos—. ¿Por qué regresó? ¿Llegó a averiguarlo?
—Tengo algunas ideas —respondió el anciano profesor—, pero nada más.
—¿Qué ideas, señor?
—Te lo contaré cuando hayas recuperado ese recuerdo del profesor Slughorn. Confío en que cuando consigas esa última pieza del rompecabezas, todo quedará claro… para ambos.
Harry se moría de curiosidad, y aunque Dumbledore fue a abrir la puerta para indicarle que la clase había terminado y debía marcharse, aún hizo otra pregunta:
—¿Quería el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, como la vez anterior? En realidad no dijo…
—Sí, claro que quería ese puesto. Eso se demostró poco después de nuestra breve entrevista. Y desde que me negué a dárselo nunca hemos podido conservar el mismo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras más de un año.
Durante la semana siguiente, Harry se estrujó el cerebro buscando una manera de que Slughorn le entregara el auténtico recuerdo, pero no se le ocurrió ninguna idea genial y acabó recurriendo a lo que últimamente solía hacer cuando se sentía perdido: enfrascarse en su libro de Pociones con la esperanza de que el príncipe hubiera garabateado algún comentario útil en alguna página.
—Ahí no vas a encontrar nada —le dijo Hermione el domingo por la noche.
—No empieces, Hermione. Si no llega a ser por el príncipe, ahora Ron no estaría aquí sentado.
—Estaría aquí sentado si hubieras escuchado a Snape en primero —repuso ella con desdén.
Harry no le hizo caso. Acababa de encontrar un conjuro (
¡Sectumsempra!
) escrito en un margen, seguido de las intrigantes palabras «para enemigos», y se moría de ganas de probarlo. Pero no le pareció oportuno hacerlo delante de Hermione, así que dobló con disimulo la esquina de la hoja.
Estaban sentados delante del fuego en la sala común, donde aún quedaban unos pocos compañeros de sexto que pronto se irían a dormir. Un rato antes, al volver de cenar, hubo cierto alboroto porque en el tablón de anuncios habían puesto un letrero con la fecha del examen de Aparición. Los alumnos que el 21 de abril —fecha del primer examen— tuviesen diecisiete años podrían apuntarse a sesiones de prácticas complementarias. Se realizarían en Hogsmeade rodeadas de estrictas medidas de seguridad.
A Ron le entró pánico al leer la noticia porque todavía no había conseguido aparecerse y temía no estar preparado para aprobar el examen; Hermione, que ya había logrado aparecerse dos veces, se sentía un poco más confiada, pero Harry, que cumpliría los diecisiete años cuatro meses más tarde, no podría examinarse aunque estuviera lo bastante preparado.
—¡Pero tú al menos sabes aparecerte! —le dijo Ron con nerviosismo—. ¡Cuando llegue julio no tendrás ningún problema!
—Sólo lo he hecho una vez —le recordó Harry. Al fin, en la última clase, había conseguido desaparecerse y rematerializarse dentro de su aro.
Ron, que había perdido bastante tiempo hablando de sus preocupaciones respecto a la Aparición, se decidió a terminar una redacción condenadamente difícil, encargada por Snape, que Harry y Hermione ya habían acabado. Harry estaba convencido de que Snape iba a ponerle mala nota en ese trabajo por haber discrepado con él sobre la mejor forma de enfrentarse a los
dementores
, pero no le importaba: lo que más le interesaba en ese momento era el recuerdo de Slughorn.
—En serio, Harry, ese estúpido príncipe no te ayudará en esta misión —insistió Hermione—. Sólo hay una manera de obligar a alguien a hacer lo que uno quiera: la maldición
imperius
, pero es ilegal…
—Sí, ya lo sé, gracias —dijo Harry sin desviar la mirada del libro—. Por eso busco algo diferente. Dumbledore me advirtió que el
Veritaserum
no serviría, pero quizá encuentre otra cosa: alguna poción o algún hechizo…
—No estás enfocando bien este asunto —se obstinó su amiga—. Dumbledore afirma que eres el único que puede sonsacarle ese recuerdo. Eso da a entender que tú puedes convencerlo con algo que no está al alcance de nadie más. No se trata de hacerle beber una poción; eso podría hacerlo cualquiera…
—¿«Velijerante» va con uve? —dijo Ron, sacudiendo la pluma entre los dedos y sin desviar la vista de su hoja de pergamino—. Creía que iba con be.
—Va con be y ge —corrigió Hermione echando un vistazo a la redacción—. Y «augurio» se escribe sin hache. ¿Qué pluma estás utilizando?
—Una de las de Fred y George con corrector ortográfico incorporado. Pero me parece que el encantamiento está perdiendo su efecto.
—Ya lo creo —dijo Hermione, y le señaló el título de la redacción—, porque nos preguntaban cómo nos enfrentaríamos a un
dementor
, no a un
dugbog
, y que yo sepa tampoco te llamas Roonil Wazlib, a menos que te hayas cambiado el nombre.
—¡Ostras, no! —exclamó Ron contemplando horrorizado la hoja—. ¡No me digas que tengo que volver a escribirlo todo!
—No te preocupes, se puede arreglar —dijo ella; cogió la redacción y sacó su varita mágica.
—Te adoro, Hermione —murmuró él, y se recostó en la butaca frotándose los ojos, cansado.
Ella se ruborizó ligeramente, pero se limitó a comentar:
—Que Lavender no te oiga decir eso.
—No me oirá —masculló Ron—. O quizá sí… y entonces me dejará.
—Si lo que quieres es terminar esa relación, ¿por qué no la dejas tú a ella? —preguntó Harry.
—Nunca has dejado a nadie, ¿no? —repuso su amigo—. Cho y tú simplemente…
—Nos fuimos a pique, sí, es verdad —admitió Harry.
—¡Ojalá nos pasara eso a Lavender y a mí! —exclamó Ron mientras miraba cómo Hermione, sin decir nada, iba tocando con la punta de la varita cada una de las palabras mal escritas y las corregía—. Pero cuanto más le insinúo que quiero dejarlo, más se aferra ella a mí. Es como salir con el calamar gigante.
Unos veinte minutos más tarde, la chica le entregó la redacción.
—Aquí tienes —le dijo.
—Muchas gracias. ¿Me prestas tu pluma para escribir las conclusiones?
Harry, que no había vuelto a encontrar nada útil o sugerente en las notas del Príncipe Mestizo, levantó la vista del libro y vio que se habían quedado solos en la sala común, pues incluso Seamus había subido a acostarse maldiciendo a Snape y su redacción. Lo único que se oía era el chisporroteo del fuego y el rasgueo de Ron, que acababa su trabajo sobre los
dementores
con la pluma de Hermione. Cerró el libro del Príncipe Mestizo y empezó a bostezar cuando…
¡Crac!
Hermione soltó un gritito, Ron manchó de tinta la redacción y Harry exclamó:
—¡Kreacher!
El elfo doméstico hizo una exagerada reverencia y, con la nariz casi pegada a los deformados dedos de sus pies, dijo:
—El amo quería informes regulares sobre las actividades del pequeño Malfoy, y Kreacher ha venido a…
¡Crac!
Dobby, con un cubre tetera torcido a modo de gorro, se apareció al lado de Kreacher.
—¡Dobby también ha colaborado, Harry Potter! —exclamó, y le lanzó a Kreacher una mirada furibunda—. ¡Y Kreacher debería avisar a Dobby cuándo piensa ir a ver a Harry Potter para que así puedan presentar sus informes juntos!
—¿Qué significa esto? —preguntó Hermione, aún sorprendida por sus repentinas apariciones—. ¿Qué pasa, Harry?
Harry vaciló porque no le había contado que los dos elfos debían seguir a Malfoy por orden suya; su amiga era muy susceptible en todo lo relativo a los elfos domésticos.
—Es que… les pedí que siguieran a Malfoy —reconoció al fin.
—Noche y día —precisó Kreacher con un gruñido.
—¡Dobby lleva una semana sin pegar ojo, Harry Potter! —declaró Dobby con orgullo, y se tambaleó un poco.
Hermione se alarmó.
—¿No has dormido nada en todo ese tiempo, Dobby? Pero Harry, supongo que no le has ordenado que…
—No, claro que no —se apresuró a aclarar el muchacho—. Dobby, puedes dormir, ¿de acuerdo? A ver, ¿habéis averiguado algo? —preguntó antes de que Hermione volviera a intervenir.
—El amo Malfoy hace gala de la nobleza que corresponde a su sangre limpia —dijo Kreacher con voz ronca—. Sus facciones recuerdan la elegante fisonomía de mi ama y sus modales son los mismos que…
—¡Draco Malfoy es un niño malo! —chilló Dobby—. ¡Es un niño malo que… que…! —Un escalofrío lo sacudió desde la borla del cubre tetera hasta la punta de los calcetines, y de pronto echó a correr hacia la chimenea como si fuera a arrojarse al fuego.
Harry, a quien no sorprendió ese arranque, lo alcanzó enseguida y lo sujetó con fuerza por la cintura. El elfo forcejeó unos segundos y luego dejó de oponer resistencia.
—Gracias, Harry Potter —jadeó—. A Dobby todavía le cuesta hablar mal de sus antiguos amos…
Harry lo soltó. Entonces Dobby se colocó bien el cubre tetera y le dijo a Kreacher con tono desafiante:
—¡Pero Kreacher debería saber que Draco Malfoy no se porta bien con los elfos domésticos!
—Sí, no nos interesa que nos cuentes lo encantado que estás con Malfoy —terció Harry—. Ve al grano y explícanos qué ha estado tramando.
Kreacher, rabioso, volvió a hacer una reverencia y dijo:
—El amo Malfoy come en el Gran Comedor, duerme en un dormitorio de las mazmorras, asiste a clase en diversas…