Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Caminar entre aquellos seres era aterrador: las caras sin ojos, ocultas bajo las capuchas, se giraban al pasar junto a ellos, y el chico tuvo la certeza de que los
dementores
lo detectaban, o tal vez percibían una presencia humana que todavía conservaba algo de esperanza, algo de entereza.
De repente, en medio de aquel silencio sepulcral, se abrió de par en par la puerta de una de las mazmorras que había a la izquierda del pasillo y que se utilizaban como salas de tribunal, y se oyeron unos gritos:
—¡No, no! ¡Yo soy un sangre mestiza, soy un sangre mestiza, de verdad! ¡Mi padre era mago, se lo aseguro, compruébenlo! ¡Se llamaba Arkie Alderton, célebre diseñador de escobas; verifíquenlo, les aseguro que no miento! ¡Dígales que me quiten las manos de encima! ¡Que me quiten las manos…!
—Se lo advierto por última vez —dijo la melosa voz de Umbridge, amplificada mediante magia para que se oyera con claridad a pesar de los desgarradores gritos del acusado—. Si opone resistencia, tendrá que someterse al beso de los
dementores
.
El hombre dejó de gritar, pero unos sollozos contenidos resonaron por el pasillo.
—Llévenselo —ordenó Umbridge.
Dos
dementores
salieron por la puerta de la sala del tribunal; sujetaban por los brazos a un mago, a punto de desmayarse, hincándole las manos podridas y costrosas. Lo condujeron por el pasillo, deslizándose por él, y se perdieron de vista envueltos en la oscuridad que dejaban a su paso.
—¡El siguiente! ¡Mary Cattermole! —anunció Umbridge.
Temblando de pies a cabeza, se levantó una mujer menuda, pálida como la cera, de cabello castaño oscuro recogido en un moño y ataviada con una sencilla túnica larga. Harry advirtió que la desdichada se estremecía al pasar por delante de los
dementores
.
Y actuó instintivamente, sin haberlo planeado, porque no soportaba ver entrar a aquella mujer sola en la mazmorra, de modo que cuando la puerta empezó a girar sobre sus goznes, se coló en la sala del tribunal detrás de ella.
No se trataba, sin embargo, de la misma sala en que una vez lo habían interrogado por uso indebido de la magia; ésta era mucho más pequeña, aunque de techo muy alto, y producía una desagradable claustrofobia, pues se tenía la impresión de estar atrapado en el fondo de un profundo pozo.
Dentro había más
dementores
expandiendo su gélida aura por la estancia; se alzaban como centinelas sin rostro en los rincones más alejados de una tarima bastante elevada. En ésta, tras una barandilla, se hallaba Umbridge, sentada entre Yaxley y Hermione, casi tan pálida como la señora Cattermole. Al pie de la tarima, un gato de pelaje largo y plateado se paseaba arriba y abajo; Harry supuso que estaba allí para proteger a los interrogadores de la desesperanza que emanaban los
dementores
; eran los acusados, no los acusadores, quienes tenían que sentir esa sensación.
—Siéntese —ordenó Umbridge con su meliflua y sedosa voz.
La señora Cattermole fue tambaleándose hasta el único asiento que había en medio de la sala, bajo la tarima. En cuanto se hubo sentado, unas cadenas surgieron de los brazos de la silla y la sujetaron a ella.
—¿Es usted Mary Elizabeth Cattermole? —preguntó Umbridge.
La mujer dio una débil cabezada.
—¿Está usted casada con Reginald Cattermole, del Departamento de Mantenimiento Mágico?
La mujer rompió a llorar y exclamó:
—¡No sé dónde está mi esposo, teníamos que encontrarnos aquí!
Umbridge hizo caso omiso y continuó preguntando:
—¿Es usted la madre de Maisie, Ellie y Alfred Cattermole?
Los sollozos de la mujer eran cada vez más angustiados.
—Están asustados, temen que no vuelva a casa…
—Ahórrese esos detalles —le espetó Yaxley—. Los críos de los sangre sucia no nos inspiran simpatía.
Los lamentos de la pobre mujer enmascararon los pasos de Harry, que avanzó con cautela hacia los escalones de la tarima. Nada más dejar atrás la línea por la que patrullaba el
patronus
con forma de gato, apreció el cambio de temperatura: allí se estaba cómodo y caliente. Seguro que el
patronus
era de Umbridge y resplandecía tanto porque la bruja se sentía muy feliz allí, en su elemento, ejerciendo las retorcidas leyes que ella misma había ayudado a redactar. Poco a poco y con mucha cautela, Harry avanzó por la tarima, por detrás de Umbridge, Yaxley y Hermione, y se sentó detrás de su amiga. No quería asustarla y que diera un respingo. Pensó en hacerles un encantamiento
muffliato
a los otros dos, pero, aunque pronunciara el conjuro en voz muy baja, alarmaría a Hermione. Entonces Umbridge se dirigió una vez más a la señora Cattermole, y el chico aprovechó la oportunidad.
—Estoy aquí —le susurró a Hermione al oído.
Como suponía, ésta dio tal respingo que casi derramó la tinta que tenía que servirle para registrar el interrogatorio, pero Umbridge y Yaxley, concentrados en la señora Cattermole, no lo notaron.
—Esta mañana, cuando ha llegado usted al ministerio —iba diciendo Umbridge—, le han confiscado una varita mágica de veintidós centímetros, cerezo y núcleo central de pelo de unicornio. ¿Reconoce esa descripción?
Mary Cattermole asintió con la cabeza y se enjugó las lágrimas con la manga.
—¿Sería tan amable de decirnos a qué bruja o mago le robó esa varita?
—¿Ro… robar? —balbuceó la mujer entre gemidos—. No se la robé a nadie. La co… compré cuando tenía once años. Esa va… varita me eligió. —Y rompió a llorar con más ímpetu que antes.
Umbridge emitió una débil e infantil risita, y a Harry le dieron ganas de abalanzarse sobre ella; a continuación la arpía se inclinó sobre la barandilla para observar mejor a su víctima, y entonces un objeto dorado que le colgaba del cuello osciló y quedó suspendido en el aire: el guardapelo.
Al verlo, Hermione soltó un gritito, aunque a Umbridge y Yaxley, que seguían mirando fijamente a su presa, también les pasó inadvertido.
—Me parece que se equivoca, señora Cattermole —dijo Umbridge—. Las varitas mágicas sólo eligen a los magos y las brujas. Y usted no es bruja. Tengo aquí sus respuestas al cuestionario que le enviaron… Pásamelas, Mafalda. —Y tendió una de sus pequeñas manos.
Su parecido con un sapo era tan marcado que en ese momento a Harry le sorprendió no ver unas membranas entre sus regordetes dedos. Aunque a Hermione le temblaban las manos, se puso a revolver en una montaña de documentos que se mantenían en equilibrio en la silla de al lado, y finalmente sacó un fajo de pergaminos con el nombre de la señora Cattermole.
—Qué… qué bonito, Dolores —observó la chica señalando el colgante que relucía entre los volantes de la blusa de Umbridge.
—¿Qué dices? —repuso Umbridge con brusquedad y agachó la cabeza—. ¡Ah, sí! Es una antigua joya familiar —añadió dando unos golpecitos al guardapelo que reposaba sobre su voluminoso pecho—. La «S» es de Selwyn. Es que estoy emparentada con ellos, ¿sabes? De hecho, son pocas las familias de sangre limpia con las que no tengo parentesco… Es una lástima —y fue subiendo el tono mientras hojeaba el cuestionario de Mary Cattermole— que no pueda decirse lo mismo de usted. Profesión de los padres: verduleros.
Yaxley rió burlonamente. Delante de la tarima, el gato de pelaje sedoso y plateado continuaba yendo de un lado a otro, y los
dementores
montaban guardia en los rincones.
La mentira de Umbridge provocó que la sangre entrara a chorro en el cerebro de Harry y destruyera por completo su sentido de la precaución: era indignante que aquella mujer utilizara el guardapelo que había conseguido sobornando a un ladronzuelo para reforzar su presunta pureza de sangre. El muchacho enarboló la varita, sin molestarse siquiera en seguir escondido bajo la capa invisible, y exclamó:
—¡
Desmaius
!
Hubo un destello de luz roja, y Umbridge se encorvó y dio con la frente en el borde de la barandilla. El cuestionario de la señora Cattermole resbaló de su regazo y cayó al suelo, y el gato se esfumó sin dejar rastro. De inmediato un aire gélido los golpeó como una ráfaga de viento; Yaxley, mirando desconcertado, trató de discernir qué había originado aquel trastorno, y entonces vio la mano de Harry empuñando la varita. También él intentó sacar su varita, pero ya era tarde.
—¡
Desmaius
!
El mago resbaló de la silla y quedó hecho un ovillo en el suelo.
—¡Harry!
—Mira, Hermione, si creías que iba a quedarme aquí sentado y dejar que esa mujer se las diera de…
—¡Harry! ¡La señora Cattermole!
El muchacho giró en redondo desprendiéndose de la capa invisible. Los
dementores
de los rincones se deslizaban hacia la mujer, encadenada a la silla; ya fuera porque el
patronus
había desaparecido o porque habían advertido que sus amos no controlaban la situación, actuaban por su cuenta sin contenerse. Mary Cattermole dio un grito de terror cuando una mano viscosa y cubierta de postillas la agarró por la barbilla y le echó la cabeza hacia atrás.
—
¡Expecto patronum!
El ciervo plateado surgió de la varita de Harry y se abalanzó sobre los
dementores
, que retrocedieron rápidamente hacia la oscuridad. El ciervo trotaba de una punta a otra de la mazmorra y su luz, más poderosa y más cálida que la del gato, iluminó la estancia por completo.
—Coge el
Horrocrux
—le indicó Harry a Hermione.
Luego bajó los escalones presuroso, se guardó la capa invisible en la bolsa y se acercó a la señora Cattermole.
—¿Usted? —susurró la mujer mirándolo a los ojos—. ¡Pero… pero si Reg dijo que fue usted quien les sugirió que me interrogaran!
—¿Ah, sí? —masculló Harry mientras tiraba de las cadenas que le sujetaban los brazos de la silla—. Bueno, pues he cambiado de opinión.
¡Diffindo!
—No pasó nada—. Hermione, ¿qué hago para soltar estas cadenas?
—Espera, estoy haciendo algo aquí arriba…
—¡Estamos rodeados de
dementores
, Hermione!
—Ya lo sé, Harry, pero si Umbridge despierta y ve que le falta el guardapelo… Tengo que duplicarlo.
¡Geminio!
Ya está, esto la engañará… —Bajó corriendo los escalones—. A ver…
¡Relashio!
Las cadenas tintinearon y se introdujeron en los brazos de la silla. La señora Cattermole, más asustada que nunca, susurró:
—No lo entiendo.
—Vamos a sacarla de aquí —dijo Harry ayudándola a levantarse—. Vaya a su casa, coja a sus hijos y márchese. Si es necesario, salgan del país. Disfrácense y huyan. Ya ha visto cómo funciona esto: aquí nunca tendrá un juicio justo.
—Harry —murmuró Hermione—, ¿cómo vamos a salir de aquí con todos esos
dementores
que hay detrás de la puerta?
—Con nuestros
patronus
—contestó apuntando al suyo con la varita. El ciervo dejó de trotar y, al paso, desprendiendo todavía un intenso resplandor, se dirigió hacia la puerta—. Necesitamos reunir todos los que podamos. Haz aparecer el tuyo, Hermione.
—
Expec… ¡Expecto patronum!
—invocó Hermione, pero no lo logró.
—Es el único hechizo que se le resiste —le explicó Harry a la señora Cattermole, que no salía de su asombro—. Vaya mala suerte, la verdad. ¡Animo, Hermione!
—
¡Expecto patronum!
Una nutria plateada salió de la varita de la chica y, flotando con elegancia como si nadara en el aire, fue a reunirse con el ciervo.
—¡Vamos, vamos! —urgió Harry, y ambos condujeron a la anonadada mujer hasta la puerta.
Cuando los
patronus
salieron al pasillo, los que esperaban fuera profirieron gritos de asombro. Harry echó un vistazo: los
dementores
se desplazaron de inmediato hacia ambos lados del pasillo, apartándose de las criaturas plateadas y ocultándose en la oscuridad.
—Hemos decidido que se marchen todos a sus casas; reúnan a sus familias y escóndanse con ellas —aconsejó Harry a los hijos de
muggles
que esperaban allí; la luz de los
patronus
los deslumbraba y todavía estaban asustados—. Si pueden, váyanse al extranjero, o aléjense cuanto puedan del ministerio. Esa es la… la nueva política oficial. Y ahora, sigan a los
patronus
y podrán salir del Atrio.
Consiguieron subir la escalera de piedra sin que los interceptaran, pero cuando se acercaban a los ascensores, a Harry lo acosaron las dudas. Si aparecían en el Atrio con un ciervo plateado y una nutria flotando a su lado, acompañados además de una veintena de personas (la mitad de ellas acusadas de ser hijos de
muggles
), atraerían una atención que no les interesaba. Acababa de llegar a esa desagradable conclusión cuando el ascensor se detuvo con un traqueteo frente a ellos.
—¡Reg! —gritó la señora Cattermole, y se lanzó a los brazos de Ron—. Runcorn me ha liberado, ha atacado a Umbridge y Yaxley y nos ha ordenado a todos que salgamos del país. Será mejor que le hagamos caso, Reg, en serio. Vamos a casa, cojamos a los niños y… ¿Por qué estás tan mojado?
—Es agua —musitó Ron soltándose de los brazos de la mujer—. Harry, ya saben que hay intrusos en el ministerio, y he oído no sé qué de un agujero en la puerta del despacho de Umbridge. Calculo que tenemos cinco minutos si…
El
patronus
de Hermione se esfumó con un «¡paf!» y ella miró a Harry, horrorizada.
—¡Harry, si nos quedamos atrapados aquí…!
—Si nos damos prisa no ocurrirá —replicó. Y dirigiéndose al grupo de gente que tenían detrás, que lo miraba boquiabierta y en silencio, inquirió—: ¿Quién tiene una varita mágica? —Cerca de la mitad de los presentes levantaron la mano—. Bien. Los que no tengan varita, que vayan con alguien que sí tenga. Debemos darnos prisa, o nos cerrarán el paso. ¡Vamos!
Lograron meterse en dos ascensores. El
patronus
de Harry se quedó montando guardia frente a las rejas doradas y, cuando éstas se cerraron, los ascensores iniciaron el ascenso.
—Octava planta, Atrio —dijo la impasible voz femenina.
Harry comprendió al instante que estaban en apuros, porque el Atrio estaba lleno de gente que iba de una chimenea a otra, sellándolas todas.
—¡Harry! —chilló Hermione—. ¿Qué vamos a…?
—¡¡Alto!! —bramó el chico, y la potente voz de Runcorn resonó en toda la estancia; los magos que sellaban las chimeneas se quedaron inmóviles—. Síganme —les susurró a los aterrados hijos de
muggles
, que avanzaron en grupo conducidos por Ron y Hermione.