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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
La historia de «Babbitty Rabbitty y su cepa carcajeante» es, en muchos aspectos, el más «verídico» de los cuentos de Beedle, porque la magia descrita en ella se ajusta casi por completo a las leyes mágicas conocidas.
Gracias a esta historia, muchos de nosotros descubrimos que la magia no podía revivir a los muertos. Eso nos produjo un gran disgusto y una gran conmoción, pues de pequeños estábamos convencidos de que nuestros padres podrían resucitar a nuestras ratas y nuestros gatos muertos con una sacudida de sus varitas. Pese a que han transcurrido seis siglos desde que Beedle escribiera este cuento, y aunque hemos ideado innumerables maneras de mantener la ilusión de la permanencia de nuestros seres queridos,
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los magos todavía no han encontrado la forma de volver a unir el cuerpo y el alma después de la muerte. Como escribe el eminente filósofo mágico Bertrand de Pensées-Profondes en su famosa obra
Análisis de la posibilidad de invertir los efectos físicos y metafísicos de la muerte natural, con especial atención a la reintegración de la esencia y la materia
: «Olvidémoslo. Nunca lo conseguiremos.»
En el cuento de Babbitty Rabbitty, sin embargo, encontramos una de las más tempranas referencias literarias a un animago, ya que Babbitty posee la inusual habilidad mágica de transformarse en animal a su antojo.
Los animagos constituyen una pequeña parte de la población mágica. Conseguir una transformación perfecta y espontánea de humano a animal requiere mucho estudio y mucha paciencia, y la mayoría de los magos y brujas considera que hay cosas mejores en que emplear el tiempo. Por supuesto que la aplicación de ese talento está limitada a circunstancias en que uno tenga una gran necesidad de disfrazarse u ocultarse. Por ese motivo, el Ministerio de Magia ha insistido en crear un registro de animagos, pues no cabe duda de que esta clase de magia resulta de mucha más utilidad para las personas que se dedican a actividades subrepticias, clandestinas o incluso criminales.
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Podemos poner en duda que existiera alguna vez una lavandera que se transformara en conejo; sin embargo, algunos historiadores mágicos han sugerido que Beedle modeló a Babbitty inspirándose en la famosa hechicera Lisette de Lapin, condenada por brujería en París en 1422. Para gran perplejidad de sus guardianes muggles, que más tarde fueron juzgados por ayudarla a escapar, Lisette desapareció de su celda la noche antes de su ejecución. Pese a que nunca se ha demostrado que fuera una animaga ni que consiguiera escurrirse entre los barrotes de la ventana de su celda, posteriormente vieron a un conejo blanco cruzando el canal de la Mancha en un caldero al que le habían puesto una vela, y más tarde un conejo parecido se convirtió en leal consejero de la corte del rey Enrique
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El rey del cuento de Beedle es un muggle estúpido que codicia y teme la magia. Cree que podrá convertirse en mago simplemente aprendiendo conjuros y agitando una varita mágica.
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Ignora por completo la verdadera naturaleza de la magia y los magos, y por eso se traga las ridiculas sugerencias del charlatán y de Babbitty. Eso es típico, desde luego, de una particular forma de pensar de los muggles: en su ignorancia, están dispuestos a aceptar toda clase de imposibles acerca de la magia, incluida la proposición de que Babbitty se ha convertido en un árbol capaz de pensar y hablar. (Con todo, llegados a este punto conviene señalar que si bien Beedle utiliza el truco del árbol parlante para mostrarnos la ignorancia del rey muggle, también nos pide que creamos que Babbitty puede hablar cuando adopta forma de conejo. Podría tratarse de una licencia poética, pero creo que lo más probable es que Beedle sólo hubiera oído hablar de los animagos, sin haber conocido a ninguno, pues ésa es la única libertad que se toma con las leyes mágicas en su historia. Los animagos no conservan la capacidad del habla humana mientras tienen forma animal, aunque sí todo su pensamiento humano y su capacidad de razonar. Ésa, como saben todos los colegiales, es la diferencia fundamental entre ser un animago y transformarse en animal. En el caso de la Transformación, uno se convierte por completo en animal y, por consiguiente, no sabe magia alguna, no tiene conciencia de haber sido mago en otro momento y necesita que otra persona vuelva a transformarlo para devolverle su forma original.)
Es posible que cuando hizo que su heroína fingiera convertirse en árbol y amenazara al rey con infligirle un dolor comparable al de un hachazo en el costado, Beedle se inspirara en tradiciones y prácticas mágicas reales. Los árboles que producen madera para fabricar varitas mágicas siempre han estado celosamente protegidos por los fabricantes de varitas que los cultivan, y al talar uno de esos árboles para robar su madera uno se arriesgaría no sólo a provocar a los bowtruckles
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que suelen vivir en ellos, sino también a sufrir los efectos de las maldiciones protectoras colocadas alrededor por sus propietarios. En la época de Beedle, el Ministerio de Magia todavía no había ilegalizado la maldición
Cruciatus
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que habría podido producir precisamente los efectos con que Babbitty amenaza al rey.
Había una vez tres hermanos que viajaban a la hora del crepúsculo por una solitaria y sinuosa carretera. Los hermanos llegaron a un río demasiado profundo para vadearlo y demasiado peligroso para cruzarlo a nado. Pero como los tres hombres eran muy diestros en las artes mágicas, no tuvieron más que agitar sus varitas e hicieron aparecer un puente para salvar las traicioneras aguas. Cuando se hallaban hacia la mitad del puente, una figura encapuchada les cerró el paso.
Y la Muerte les habló. Estaba contrariada porque acababa de perder a tres posibles víctimas, ya que normalmente los viajeros se ahogaban en el río. Pero ella fue muy astuta y, fingiendo felicitar a los tres hermanos por sus poderes mágicos, les dijo que cada uno tenía opción a un premio por haber sido lo bastante listo para eludirla.
Así pues, el hermano mayor, que era un hombre muy combativo, pidió la varita mágica más poderosa que existiera, una varita capaz de hacerle ganar todos los duelos a su propietario; en definitiva, ¡una varita digna de un mago que había vencido a la Muerte! Ésta se encaminó hacia un saúco que había en la orilla del río, hizo una varita con una rama y se la entregó.
A continuación, el hermano mediano, que era muy arrogante, quiso humillar aún más a la Muerte, y pidió que le concediera el poder de devolver la vida a los muertos. La Muerte sacó una piedra de la orilla del río y se la entregó, diciéndole que la piedra tendría el poder de resucitar a los difuntos.
Por último, la Muerte le preguntó al hermano menor qué deseaba. Éste era el más humilde y también el más sensato de los tres, y no se fiaba un pelo. Así que le pidió algo que le permitiera marcharse de aquel lugar sin que ella pudiera seguirlo. Y la Muerte, de mala gana, le entregó su propia capa invisible.
Entonces la Muerte se apartó y dejó que los tres hermanos siguieran su camino. Y así lo hicieron ellos mientras comentaban, maravillados, la aventura que acababan de vivir y admiraban los regalos que les había dado la Muerte.
A su debido tiempo, se separaron y cada uno se dirigió hacia su propio destino.
El hermano mayor siguió viajando algo más de una semana, y al llegar a una lejana aldea buscó a un mago con el que mantenía una grave disputa. Naturalmente, armado con la Varita de Saúco, era inevitable que ganara el duelo que se produjo. Tras matar a su enemigo y dejarlo tendido en el suelo, se dirigió a una posada, donde se jactó por todo lo alto de la poderosa varita mágica que le había arrebatado a la propia Muerte, y de lo invencible que se había vuelto gracias a ella.
Esa misma noche, otro mago se acercó con sigilo mientras el hermano mayor yacía, borracho como una cuba, en su cama, le robó la varita y, por si acaso, le cortó el cuello.
Y así fue como la Muerte se llevó al hermano mayor.
Entretanto, el hermano mediano llegó a su casa, donde vivía solo. Una vez allí, tomó la piedra que tenía el poder de revivir a los muertos y la hizo girar tres veces en la mano. Para su asombro y placer, vio aparecer ante él la figura de la muchacha con quien se habría casado si ella no hubiera muerto prematuramente.
Pero la muchacha estaba triste y distante, separada de él por una especie de velo. Pese a que había regresado al mundo de los mortales, no pertenecía a él y por eso sufría. Al fin, el hombre enloqueció a causa de su desesperada nostalgia y se suicidó para reunirse de una vez por todas con su amada.
Y así fue como la Muerte se llevó al hermano mediano.
Después buscó al hermano menor durante años, pero nunca logró encontrarlo. Cuando éste tuvo una edad muy avanzada, se quitó por fin la capa invisible y se la regaló a su hijo. Y entonces recibió a la Muerte como si fuera una vieja amiga, y se marchó con ella de buen grado. Y así, como iguales, ambos se alejaron de la vida.
Esta historia me causó una profunda impresión en mi niñez. La oí por primera vez de boca de mi madre y no tardó en convertirse en el cuento que más a menudo pedía a la hora de acostarme. Eso solía provocar discusiones con mi hermano pequeño, Aberforth, cuya historia favorita era «Gruñona, la Cabra Mugrienta».