Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
El cobrador se interrumpió. Acababa de ver a Harry que seguía sentado en el suelo. Harry cogió de nuevo la varita y se levantó de un brinco. Al verlo de cerca, se dio cuenta de que Stan Shunpike era tan sólo unos años mayor que él: no tendría más de dieciocho o diecinueve. Tenía las orejas grandes y salidas, y un montón de granos.
—¿Qué hacías ahí? —dijo Stan, abandonando los buenos modales.
—Me caí —contestó Harry.
—¿Para qué? —preguntó Stan con risa burlona.
—No me caí a propósito —contestó Harry enfadado.
Se había hecho un agujero en la rodillera de los vaqueros y le sangraba la mano con que había amortiguado la caída. De pronto recordó por qué se había caído y se volvió para mirar en el callejón, entre el garaje y la valla. Los faros delanteros del
autobús noctámbulo
lo iluminaban y era evidente que estaba vacío.
—¿Qué miras? —preguntó Stan.
—Había algo grande y negro —explicó Harry, señalando dubitativo—. Como un perro enorme...
Se volvió hacia Stan, que tenía la boca ligeramente abierta. No le hizo gracia que se fijara en la cicatriz de su frente.
—¿Qué es lo que tienes en la frente? —preguntó Stan.
—Nada —contestó Harry, tapándose la cicatriz con el pelo. Si el Ministerio de Magia lo buscaba, no quería ponerles las cosas demasiado fáciles.
—¿Cómo te llamas? —insistió Stan.
—Neville Longbottom —respondió Harry, dando el primer nombre que le vino a la cabeza—. Así que... así que este autobús... —dijo con rapidez, esperando desviar la atención de Stan—. ¿Has dicho que va a donde yo quiera?
—Sí —dijo Stan con orgullo—. A donde quieras, siempre y cuando haya un camino por tierra. No podemos ir por debajo del agua. Nos has dado el alto, ¿verdad? —dijo, volviendo a ponerse suspicaz—. Sacaste la varita y... ¿verdad?
—Sí —respondió Harry con prontitud—. Escucha, ¿cuánto costaría ir a Londres?
—Once
sickles
—dijo Stan—. Pero por trece te damos además una taza de chocolate y por quince una bolsa de agua caliente y un cepillo de dientes del color que elijas.
Harry rebuscó otra vez en el baúl, sacó el monedero y entregó a Stan unas monedas de plata. Entre los dos cogieron el baúl, con la jaula de
Hedwig
encima, y lo subieron al autobús.
No había asientos; en su lugar, al lado de las ventanas con cortinas, había media docena de camas de hierro. A los lados de cada una había velas encendidas que iluminaban las paredes revestidas de madera.
Un brujo pequeño con gorro de dormir murmuró en la parte trasera:
—Ahora no, gracias: estoy escabechando babosas. —Y se dio la vuelta, sin dejar de dormir.
—La tuya es ésta —susurró Stan, metiendo el baúl de Harry bajo la cama que había detrás del conductor, que estaba sentado ante el volante—. Éste es nuestro conductor, Ernie Prang. Éste es Neville Longbottom, Ernie.
Ernie Prang, un brujo anciano que llevaba unas gafas muy gruesas, le hizo un ademán con la cabeza. Harry volvió a taparse la cicatriz con el flequillo y se sentó en la cama.
—Vámonos, Ernie —dijo Stan, sentándose en su asiento, al lado del conductor.
Se oyó otro estruendo y al momento Harry se encontró estirado en la cama, impelido hacia atrás por la aceleración del
autobús noctámbulo
. Al incorporarse miró por la ventana y vio, en medio de la oscuridad, que pasaban a velocidad tremenda por una calle irreconocible. Stan observaba con gozo la cara de sorpresa de Harry.
—Aquí estábamos antes de que nos dieras el alto —explicó—. ¿Dónde estamos, Ernie? ¿En Gales?
—Sí —respondió Ernie.
—¿Cómo es que los
muggles
no oyen el autobús? —preguntó Harry.
—¿Ésos? —respondió Stan con desdén—. No saben escuchar, ¿a que no? Tampoco saben mirar. Nunca ven nada.
—Vete a despertar a la señora Marsh —ordenó Ernie a Stan—. Llegaremos a Abergavenny en un minuto.
Stan pasó al lado de la cama de Harry y subió por una escalera estrecha de madera. Harry seguía mirando por la ventana, cada vez más nervioso. Ernie no parecía dominar el volante. El
autobús noctámbulo
invadía continuamente la acera, pero no chocaba contra nada. Cuando se aproximaba a ellos, los buzones, las farolas y las papeleras se apartaban y volvían a su sitio en cuanto pasaba.
Stan reapareció, seguido por una bruja ligeramente verde arropada en una capa de viaje.
—Hemos llegado, señora Marsh —dijo Stan con alegría, al mismo tiempo que Ernie pisaba a fondo el freno, haciendo que las camas se deslizaran medio metro hacia delante. La señora Marsh se tapó la boca con un pañuelo y se bajó del autobús tambaleándose. Stan le arrojó el equipaje y cerró las portezuelas con fuerza. Hubo otro estruendo y volvieron a encontrarse viajando a la velocidad del rayo, por un camino rural, entre árboles que se apartaban.
Harry no habría podido dormir aunque viajara en un autobús que no hiciera aquellos ruidos ni fuera a tal velocidad. Se le revolvía el estómago al pensar en lo que podía ocurrirle, y en si los Dursley habrían conseguido bajar del techo a tía Marge.
Stan había abierto un ejemplar de
El Profeta
y lo leía con la lengua entre los dientes. En la primera página, una gran fotografía de un hombre con rostro triste y pelo largo y enmarañado le guiñaba a Harry un ojo, lentamente. A Harry le resultaba extrañamente familiar.
—¡Ese hombre! —dijo Harry, olvidando por unos momentos sus problemas—. ¡Salió en el telediario de los
muggles
!
Stan volvió a la primera página y rió entre dientes.
—Es Sirius Black —asintió—. Por supuesto que ha salido en el telediario
muggle
, Neville. ¿Dónde has estado este tiempo?
Volvió a sonreír con aire de superioridad al ver la perplejidad de Harry. Desprendió la primera página del diario y se la entregó a Harry.
—Deberías leer más el periódico, Neville.
Harry acercó la página a la vela y leyó:
BLACK SIGUE SUELTO
El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado.
«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge. Fudge ha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos por haber informado del problema al Primer Ministro
muggle
. «No he tenido más remedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black está loco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya sea mago o
muggle
. He obtenido del Primer Ministro la promesa de que no revelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quién lo creería si lo hiciera?»
Mientras que a los
muggles
se les ha dicho que Black va armado con un revólver (una especie de varita de metal que los
muggles
utilizan para matarse entre ellos), la comunidad mágica vive con miedo de que se repita la matanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personas con un solo hechizo.
Harry observó los ojos ensombrecidos de Black, la única parte de su cara demacrada que parecía poseer algo de vida. Harry no había visto nunca a un vampiro, pero había visto fotos en sus clases de Defensa Contra las Artes Oscuras, y Black, con su piel blanca como la cera, parecía uno.
—Da miedo mirarlo, ¿verdad? —dijo Stan, que mientras leía el artículo se había estado fijando en Harry.
—¿Mató a trece personas —preguntó Harry, devolviéndole a Stan la página— con un hechizo?
—Sí —respondió Stan—. Delante de testigos y a plena luz del día. Causó conmoción, ¿no es verdad, Ernie?
—Sí —confirmó Ernie sombríamente.
Para ver mejor a Harry, Stan se volvió en el asiento, con las manos en el respaldo.
—Black era un gran partidario de Quien-tú-sabes —dijo.
—¿Quién? ¿Voldemort? —dijo Harry sin pensar.
Stan palideció hasta los granos. Ernie dio un giro tan brusco con el volante que tuvo que quitarse del camino una granja entera para esquivar el autobús.
—¿Te has vuelto loco? —gritó Stan—. ¿Por qué has mencionado su nombre?
—Lo siento —dijo Harry con prontitud—. Lo siento, se... se me olvidó.
—¡Que se te olvidó! —exclamó Stan con voz exánime—. ¡Caramba, el corazón me late a cien por hora!
—Entonces... entonces, ¿Black era seguidor de Quien-tú-sabes? —soltó Harry como disculpa.
—Sí —confirmó Stan, frotándose todavía el pecho—. Sí, exactamente. Muy próximo a Quien-tú-sabes, según dicen... De cualquier manera, cuando el pequeño Harry Potter acabó con Quien-tú-sabes (Harry volvió a aplastarse el pelo contra la cicatriz), todos los seguidores de Quien-tú-sabes fueron descubiertos, ¿verdad, Ernie? Casi todos sabían que la historia había terminado una vez vencido Quien-tú-sabes, y se volvieron muy prudentes. Pero no Sirius Black. Según he oído, pensaba ser el lugarteniente de Quien-tú-sabes cuando llegara al poder. El caso es que arrinconaron a Black en una calle llena de
muggles
, Black sacó la varita y de esa manera hizo saltar por los aires la mitad de la calle. Pilló a un mago y a doce
muggles
que pasaban por allí. Horrible, ¿no? ¿Y sabes lo que hizo Black entonces? —prosiguió Stan con un susurro teatral.
—¿Qué? —preguntó Harry
—Reírse —explicó Stan—. Se quedó allí riéndose. Y cuando llegaron los refuerzos del Ministerio de Magia, dejó que se lo llevaran como si tal cosa, sin parar de reír a mandíbula batiente. Porque está loco, ¿verdad, Ernie? ¿Verdad que está loco?
—Si no lo estaba cuando lo llevaron a Azkaban, lo estará ahora —dijo Ernie con voz pausada—. Yo me maldeciría a mí mismo si tuviera que pisar ese lugar, pero después de lo que hizo le estuvo bien empleado.
—Les dio mucho trabajo encubrirlo todo, ¿verdad, Ernie? —dijo Stan—. Toda la calle destruida y todos aquellos
muggles
muertos. ¿Cuál fue la versión oficial, Ernie?
—Una explosión de gas —gruñó Ernie.
—Y ahora está libre —dijo Stan volviendo a examinar la cara demacrada de Black, en la fotografía del periódico—. Es la primera vez que alguien se fuga de Azkaban, ¿verdad, Ernie? No entiendo cómo lo ha hecho. Da miedo, ¿no? No creo que los guardias de Azkaban se lo pusieran fácil, ¿verdad, Ernie?
Ernie se estremeció de repente.
—Sé buen chico y cambia de conversación. Los guardias de Azkaban me ponen los pelos de punta.
Stan retiró el periódico a regañadientes, y Harry se reclinó contra la ventana del
autobús noctámbulo
, sintiéndose peor que nunca. No podía dejar de imaginarse lo que Stan contaría a los pasajeros noches más tarde: «¿Has oído lo de ese Harry Potter? Hinchó a su tía como si fuera un globo. Lo tuvimos aquí, en el
autobús noctámbulo
, ¿verdad, Ernie? Trataba de huir...»
Harry había infringido las leyes mágicas, exactamente igual que Sirius Black. ¿Inflar a tía Marge sería considerado lo bastante grave para ir a Azkaban? Harry no sabía nada acerca de la prisión de los magos, aunque todos a cuantos había oído hablar sobre ella empleaban el mismo tono aterrador. Hagrid, el guardabosques de Hogwarts, había pasado allí dos meses el curso anterior. Tardaría en olvidar la expresión de terror que puso cuando le dijeron adónde lo llevaban, y Hagrid era una de las personas más valientes que conocía.
El
autobús noctámbulo
circulaba en la oscuridad echando a un lado los arbustos, las balizas, las cabinas de teléfono, los árboles, mientras Harry permanecía acostado en el colchón de plumas, deprimido. Después de un rato, Stan recordó que Harry había pagado una taza de chocolate caliente, pero lo derramó todo sobre la almohada de Harry con el brusco movimiento del autobús entre Anglesea y Aberdeen. Brujos y brujas en camisón y zapatillas descendieron uno por uno del piso superior, para abandonar el autobús. Todos parecían encantados de bajarse.
Al final sólo quedó Harry.
—Bien, Neville —dijo Stan, dando palmadas—, ¿a que parte de Londres?
—Al callejón Diagon —respondió Harry.
—De acuerdo —dijo Stan—, agárrate fuerte...
PRUMMMMBBB.
Circularon por Charing Cross como un rayo. Harry se incorporó en la cama, y vio edificios y bancos apretujándose para evitar al autobús. El cielo aclaraba. Reposaría un par de horas, llegaría a Gringotts a la hora de abrir y se iría, no sabía dónde.
Ernie pisó el freno, y el
autobús noctámbulo
derrapó hasta detenerse delante de una taberna vieja y algo sucia, el Caldero Chorreante, tras la cual estaba la entrada mágica al callejón Diagon.
—Gracias —le dijo a Ernie. Bajó de un salto y con la ayuda de Stan dejó en la acera el baúl y la jaula de
Hedwig
—. Bueno —dijo Harry—, entonces, ¡adiós!
Pero Stan no le prestaba atención. Todavía en la puerta del autobús, miraba con los ojos abiertos de par en par la entrada enigmática del Caldero Chorreante.
—Conque estás aquí, Harry —dijo una voz.
Antes de que Harry se pudiera dar la vuelta, notó una mano en el hombro. Al mismo tiempo, Stan gritó:
—¡Caray! ¡Ernie, ven aquí! ¡Ven aquí!
Harry miró hacia arriba para ver quién le había puesto la mano en el hombro y sintió como si le echaran un caldero de agua helada en el estómago. Estaba delante del mismísimo Cornelius Fudge, el ministro de Magia.
Stan saltó a la acera, tras ellos.
—¿Cómo ha llamado a Neville, señor ministro? —dijo nervioso.
Fudge, un hombre pequeño y corpulento vestido con una capa larga de rayas, parecía distante y cansado.
—¿Neville? —repitió frunciendo el entrecejo—. Es Harry Potter.
—¡Lo sabía! —gritó Stan con alegría—. ¡Ernie! ¡Ernie! ¡Adivina quién es Neville! ¡Es Harry Potter! ¡Veo su cicatriz!
—Sí —dijo Fudge irritado—. Bien, estoy muy orgulloso de que el
autobús noctámbulo
haya transportado a Harry Potter, pero ahora él y yo tenemos que entrar en el Caldero Chorreante...
Fudge apretó más fuerte el hombro de Harry, y Harry se vio conducido al interior de la taberna. Una figura encorvada, que portaba un farol, apareció por la puerta de detrás de la barra. Era Tom, el dueño desdentado y lleno de arrugas.