Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
A Harry se le cayó la jarra de la mano, produciendo un fuerte ruido de metal. Ron le dio con el pie.
—Exactamente —dijo la profesora McGonagall—. Black y Potter. Cabecillas de su pandilla. Los dos eran muy inteligentes. Excepcionalmente inteligentes. Creo que nunca hemos tenido dos alborotadores como ellos.
—No sé —dijo Hagrid, riendo entre dientes—. Fred y George Weasley podrían dejarlos atrás.
—¡Cualquiera habría dicho que Black y Potter eran hermanos! —terció el profesor Flitwick—. ¡Inseparables!
—¡Por supuesto que lo eran! —dijo Fudge—. Potter confiaba en Black más que en ningún otro amigo. Nada cambió cuando dejaron el colegio. Black fue el padrino de boda cuando James se casó con Lily. Luego fue el padrino de Harry. Harry no sabe nada, claro. Ya te puedes imaginar cuánto se impresionaría si lo supiera.
—¿Porque Black se alió con Quien-ustedes-saben? —susurró la señora Rosmerta.
—Aún peor, querida... —Fudge bajó la voz y continuó en un susurro casi inaudible—. Los Potter no ignoraban que Quien-tú-sabes iba tras ellos. Dumbledore, que luchaba incansablemente contra Quien-tú-sabes, tenía cierto número de espías. Uno le dio el soplo y Dumbledore alertó inmediatamente a James y a Lily. Les aconsejó ocultarse. Bien, por supuesto que Quien-tú-sabes no era alguien de quien uno se pudiera ocultar fácilmente. Dumbledore les dijo que su mejor defensa era el encantamiento Fidelio.
—¿Cómo funciona eso? —preguntó la señora Rosmerta, muerta de curiosidad.
El profesor Flitwick carraspeó.
—Es un encantamiento tremendamente complicado —dijo con voz de pito— que supone el ocultamiento mágico de algo dentro de una sola mente. La información se oculta dentro de la persona elegida, que es el guardián secreto. Y en lo sucesivo es imposible encontrar lo que guarda, a menos que el guardián secreto opte por divulgarlo. Mientras el guardián secreto se negara a hablar, Quien-tú-sabes podía registrar el pueblo en que estaban James y Lily sin encontrarlos nunca, aunque tuviera la nariz pegada a la ventana de la salita de estar de la pareja.
—¿Así que Black era el guardián secreto de los Potter? —susurró la señora Rosmerta.
—Naturalmente —dijo la profesora McGonagall—. James Potter le dijo a Dumbledore que Black daría su vida antes de revelar dónde se ocultaban, y que Black estaba pensando en ocultarse él también... Y aun así, Dumbledore seguía preocupado. Él mismo se ofreció como guardián secreto de los Potter.
—¿Sospechaba de Black? —exclamó la señora Rosmerta.
—Dumbledore estaba convencido de que alguien cercano a los Potter había informado a Quien-tú-sabes de sus movimientos —dijo la profesora McGonagall con voz misteriosa—. De hecho, llevaba algún tiempo sospechando que en nuestro bando teníamos un traidor que pasaba información a Quien-tú-sabes.
—¿Y a pesar de todo James Potter insistió en que el guardián secreto fuera Black?
—Así es —confirmó Fudge—. Y apenas una semana después de que se hubiera llevado a cabo el encantamiento Fidelio...
—¿Black los traicionó? —musitó la señora Rosmerta.
—Desde luego. Black estaba cansado de su papel de espía. Estaba dispuesto a declarar abiertamente su apoyo a Quien-tú-sabes. Y parece que tenía la intención de hacerlo en el momento en que murieran los Potter. Pero como sabemos todos, Quien-tú-sabes sucumbió ante el pequeño Harry Potter. Con sus poderes destruidos, completamente debilitado, huyó. Y esto dejó a Black en una situación incómoda. Su amo había caído en el mismo momento en que Black había descubierto su juego. No tenía otra elección que escapar...
—Sucio y asqueroso traidor —dijo Hagrid, tan alto que la mitad del bar se quedó en silencio.
—Chist —dijo la profesora McGonagall.
—¡Me lo encontré —bramó Hagrid—, seguramente fui yo el último que lo vio antes de que matara a toda aquella gente! ¡Fui yo quien rescató a Harry de la casa de Lily y James, después de su asesinato! Lo saqué de entre las ruinas, pobrecito. Tenía una herida grande en la frente y sus padres habían muerto... Y Sirius Black apareció en aquella moto voladora que solía llevar. No se me ocurrió preguntarme lo que había ido a hacer allí. No sabía que él había sido el guardián secreto de Lily y James. Pensé que se había enterado del ataque de Quien-vosotros-sabéis y había acudido para ver en qué podía ayudar. Estaba pálido y tembloroso. ¿Y sabéis lo que hice?
¡ME PUSE A CONSOLAR A AQUEL TRAIDOR ASESINO!
—exclamó Hagrid.
—Hagrid, por favor —dijo la profesora McGonagall—, baja la voz.
—¿Cómo iba a saber yo que su turbación no se debía a lo que les había pasado a Lily y a James? ¡Lo que le turbaba era la suerte de Quien-vosotros-sabéis! Y entonces me dijo: «Dame a Harry, Hagrid. Soy su padrino. Yo cuidaré de él...» ¡Ja! ¡Pero yo tenía órdenes de Dumbledore y le dije a Black que no! Dumbledore me había dicho que Harry tenía que ir a casa de sus tíos. Black discutió, pero al final tuvo que ceder. Me dijo que cogiera su moto para llevar a Harry hasta la casa de los Dursley. «No la necesito ya», me dijo. Tendría que haberme dado cuenta de que había algo raro en todo aquello. Adoraba su moto. ¿Por qué me la daba? ¿Por qué decía que ya no la necesitaba? La verdad es que una moto deja demasiadas huellas, es muy fácil de seguir. Dumbledore sabía que él era el guardián de los Potter. Black tenía que huir aquella noche. Sabía que el Ministerio no tardaría en perseguirlo. Pero ¿y si le hubiera entregado a Harry, eh? Apuesto a que lo habría arrojado de la moto en alta mar. ¡Al hijo de su mejor amigo! Y es que cuando un mago se pasa al lado tenebroso, no hay nada ni nadie que le importe...
Tras la perorata de Hagrid hubo un largo silencio. Luego, la señora Rosmerta dijo con cierta satisfacción:
—Pero no consiguió huir, ¿verdad? El Ministerio de Magia lo atrapó al día siguiente.
—¡Ah, si lo hubiéramos encontrado nosotros...! —dijo Fudge con amargura—. No fuimos nosotros, fue el pequeño Peter Pettigrew: otro de los amigos de Potter. Enloquecido de dolor, sin duda, y sabiendo que Black era el guardián secreto de los Black, él mismo lo persiguió.
—¿Pettigrew...? ¿Aquel gordito que lo seguía a todas partes? —preguntó la señora Rosmerta.
—Adoraba a Black y a Potter. Eran sus héroes —dijo la profesora McGonagall—. No era tan inteligente como ellos y a menudo yo era brusca con él. Podéis imaginaros cómo me pesa ahora... —Su voz sonaba como si tuviera un resfriado repentino.
—Venga, venga, Minerva —le dijo Fudge amablemente—. Pettigrew murió como un héroe. Los testigos oculares (
muggles
, por supuesto, tuvimos que borrarles la memoria...) nos contaron que Pettigrew había arrinconado a Black. Dicen que sollozaba: «¡A Lily y a James, Sirius! ¿Cómo pudiste...?» Y entonces sacó la varita. Aunque, claro, Black fue más rápido. Hizo polvo a Pettigrew.
La profesora McGonagall se sonó la nariz y dijo con voz llorosa:
—¡Qué chico más alocado, qué bobo! Siempre fue muy malo en los duelos. Tenía que habérselo dejado al Ministerio...
—Os digo que si yo hubiera encontrado a Black antes que Pettigrew, no habría perdido el tiempo con varitas... Lo habría descuartizado, miembro por miembro —gruñó Hagrid.
—No sabes lo que dices, Hagrid —dijo Fudge con brusquedad—. Nadie salvo los muy preparados Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales habría tenido una oportunidad contra Black, después de haberlo acorralado. En aquel entonces yo era el subsecretario del Departamento de Catástrofes en el Mundo de la Magia, y fui uno de los primeros en personarse en el lugar de los hechos cuando Black mató a toda aquella gente. Nunca, nunca lo olvidaré. Todavía a veces sueño con ello. Un cráter en el centro de la calle, tan profundo que había reventado las alcantarillas. Había cadáveres por todas partes.
Muggles
gritando. Y Black allí, riéndose, con los restos de Pettigrew delante... Una túnica manchada de sangre y unos... unos trozos de su cuerpo.
La voz de Fudge se detuvo de repente. Cinco narices se sonaron.
—Bueno, ahí lo tienes, Rosmerta —dijo Fudge con la voz tomada—. A Black se lo llevaron veinte miembros del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, y Pettigrew fue investido Caballero de primera clase de la Orden de Merlín, que creo que fue de algún consuelo para su pobre madre. Black ha estado desde entonces en Azkaban.
La señora Rosmerta dio un largo suspiro.
—¿Es cierto que está loco, señor ministro?
—Me gustaría poder asegurar que lo estaba —dijo Fudge—. Ciertamente creo que la derrota de su amo lo trastornó durante algún tiempo. El asesinato de Pettigrew y de todos aquellos
muggles
fue la acción de un hombre acorralado y desesperado: cruel, inútil, sin sentido. Sin embargo, en mi última inspección de Azkaban pude ver a Black. La mayoría de los presos que hay allí hablan en la oscuridad consigo mismos. Han perdido el juicio... Pero me quedé sorprendido de lo normal que parecía Black. Estuvo hablando conmigo con total sensatez. Fue desconcertante. Me dio la impresión de que se aburría. Me preguntó si había acabado de leer el periódico. Tan sereno como os podáis imaginar, me dijo que echaba de menos los crucigramas. Sí, me quedé estupefacto al comprobar el escaso efecto que los
dementores
parecían tener sobre él. Y él era uno de los que estaban más vigilados en Azkaban, ¿sabéis? Tenía
dementores
ante la puerta día y noche.
—Pero ¿qué pretende al fugarse? —preguntó la señora Rosmerta—. ¡Dios mío, señor ministro! No intentará reunirse con Quien-usted-sabe, ¿verdad?
—Me atrevería a afirmar que es su... su... objetivo final —respondió Fudge evasivamente—. Pero esperamos atraparlo antes. Tengo que decir que Quien-tú-sabes, solo y sin amigos, es una cosa... pero con su más devoto seguidor, me estremezco al pensar lo poco que tardará en volver a alzarse...
Hubo un sonido hueco, como cuando el vidrio golpea la madera. Alguien había dejado su vaso.
—Si tiene que cenar con el director, Cornelius, lo mejor será que nos vayamos acercando al castillo.
Todos los pies que había ante Harry volvieron a soportar el cuerpo de sus propietarios. La parte inferior de las capas se balanceó y los llamativos tacones de la señora Rosmerta desaparecieron tras el mostrador. Volvió a abrirse la puerta de Las Tres Escobas, entró otra ráfaga de nieve y los profesores desaparecieron.
—¿Harry?
Las caras de Ron y Hermione se asomaron bajo la mesa. Los dos lo miraron fijamente, sin saber qué decir.
Harry no sabía muy bien cómo se las había apañado para regresar al sótano de Honeydukes, atravesar el pasadizo y entrar en el castillo. Lo único que sabía era que el viaje de vuelta parecía no haberle costado apenas tiempo y que no se daba muy clara cuenta de lo que hacía, porque en su cabeza aún resonaban las frases de la conversación que acababa de oír.
¿Por qué nadie le había explicado nada de aquello? Dumbledore, Hagrid, el señor Weasley, Cornelius Fudge... ¿Por qué nadie le había explicado nunca que sus padres habían muerto porque les había traicionado su mejor amigo?
Ron y Hermione observaron intranquilos a Harry durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca. Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas fétidas. Harry, que no quería que Fred y George le preguntaran si había ido o no a Hogsmeade, se fue a hurtadillas hasta el dormitorio vacío y abrió el armario. Echó todos los libros a un lado y rápidamente encontró lo que buscaba: el álbum de fotos encuadernado en piel que Hagrid le había regalado hacía dos años, que estaba lleno de fotos mágicas de sus padres. Se sentó en su cama, corrió las cortinas y comenzó a pasar las páginas hasta que...
Se detuvo en una foto de la boda de sus padres. Su padre saludaba con la mano, con una amplia sonrisa. El pelo negro y alborotado que Harry había heredado se levantaba en todas direcciones. Su madre, radiante de felicidad, estaba cogida del brazo de su padre. Y allí... aquél debía de ser. El padrino. Harry nunca le había prestado atención.
Si no hubiera sabido que era la misma persona no habría reconocido a Black en aquella vieja fotografía. Su rostro no estaba hundido y amarillento como la cera, sino que era hermoso y estaba lleno de alegría. ¿Trabajaría ya para Voldemort cuando sacaron aquella foto? ¿Planeaba ya la muerte de las dos personas que había a su lado? ¿Se daba cuenta de que tendría que pasar doce años en Azkaban, doce años que lo dejarían irreconocible?
«Pero los
dementores
no le afectan —pensó Harry, fijándose en aquel rostro agradable y risueño—. No tiene que oír los gritos de mi madre cuando se aproximan demasiado...»
Harry cerró de golpe el álbum y volvió a guardarlo en el armario. Se quitó la túnica y las gafas y se metió en la cama, asegurándose de que las cortinas lo ocultaban de la vista.
Se abrió la puerta del dormitorio.
—¿Harry? —preguntó la dubitativa voz de Ron.
Pero Harry se quedó quieto, simulando que dormía. Oyó a Ron que salía de nuevo y se dio la vuelta para ponerse boca arriba, con los ojos muy abiertos. Sintió correr a través de sus venas, como veneno, un odio que nunca había conocido. Podía ver a Black riéndose de él en la oscuridad, como si tuviera pegada a los ojos la foto del álbum. Veía, como en una película, a Sirius Black haciendo que Peter Pettigrew (que se parecía a Neville Longbottom) volara en mil pedazos. Oía (aunque no sabía cómo sería la voz de Black) un murmullo bajo y vehemente: «Ya está, Señor, los Potter me han hecho su guardián secreto...» Y entonces aparecía otra voz que se reía con un timbre muy agudo, la misma risa que Harry oía dentro de su cabeza cada vez que los
dementores
se le acercaban.