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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (274 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡A desayunar! —dijo Sirius en voz alta y con regocijo mientras se levantaba—. ¿Dónde está ese maldito elfo doméstico?
¡KREACHER!
—Pero Kreacher no acudió a la llamada—. Bueno, da lo mismo —murmuró, y se puso a contar a las personas que tenía delante—. A ver, desayuno para… siete… Huevos con beicon, supongo, un poco de té, tostadas…

Harry fue rápidamente hacia los fogones para ayudar. No quería inmiscuirse en la felicidad de sus amigos, y temía el momento en que la señora Weasley le pidiese que relatara su visión. Sin embargo, cuando acababa de coger unos platos del aparador, la señora Weasley se los quitó de las manos y lo abrazó.

—No quiero ni pensar qué habría pasado si no llega a ser por ti, Harry —dijo con voz apagada—. Quizá hubieran tardado horas en encontrar a Arthur, y entonces habría sido demasiado tarde, pero gracias a ti él está vivo y Dumbledore ha podido inventarse un buen pretexto para explicar que estuviera donde estaba; no te puedes imaginar los problemas que habría tenido de no ser así; mira lo que le ha ocurrido al pobre Sturgis…

Harry se sentía abrumadísimo por la gratitud de la señora Weasley, pero por suerte ella lo soltó enseguida; entonces la mujer se volvió hacia Sirius y le dio las gracias por haber cuidado de los niños aquella noche. Él contestó que estaba encantado de haber podido ayudar, y que esperaba que se quedaran todos allí mientras el señor Weasley estuviera ingresado en el hospital.

—Oh, Sirius, te lo agradezco muchísimo… Dicen que tendrá que quedarse un tiempo, y sería maravilloso estar cerca de él… Aunque eso quizá signifique que tengamos que pasar las Navidades aquí.

—¡Cuantos más, mejor! —exclamó Sirius con una sinceridad tan evidente que la señora Weasley lo miró sonriendo; luego se puso un delantal y empezó a ayudar a preparar el desayuno.

—Sirius —dijo Harry en voz baja porque ya no podía aguantar ni un minuto más—, ¿podemos hablar un momento… en privado? ¿Ahora?

Fue hacia la oscura despensa y Sirius lo siguió. Harry, sin más preámbulos, le contó a su padrino todos los detalles de la visión que había tenido, incluido el hecho de que él era la serpiente que había atacado al señor Weasley. Cuando hizo una pausa para tomar aliento, Sirius le preguntó:

—¿Se lo has contado a Dumbledore?

—Sí —contestó Harry, impaciente—, pero él no me ha explicado qué significa. Bueno, la verdad es que ya no me explica nada.

—Estoy seguro de que si hubiera algo de lo que preocuparse te lo habría dicho —afirmó Sirius con determinación.

—Pero no se trata sólo de eso —murmuró Harry—. Sirius, creo…, creo que estoy volviéndome loco. En el despacho de Dumbledore, justo antes de que tomáramos el traslador…, durante un par de segundos me pareció que yo era una serpiente, me sentía como una serpiente. Me dolió muchísimo la cicatriz cuando miré a Dumbledore. ¡Quería atacarlo, Sirius!

Harry sólo veía una parte de la cara de su padrino; el resto quedaba en sombras.

—Debió de ser una secuela de la visión, nada más —opinó Sirius—. Todavía estabas pensando en el sueño o lo que fuera, y…

—No, no era eso —lo atajó Harry, y negó con la cabeza—, fue como si algo brotara en mi interior, como si hubiera una serpiente dentro de mí.

—Necesitas dormir —aseguró Sirius con firmeza—. Desayunarás, subirás a acostarte y después de comer podrás ir con los demás a ver a Arthur. Has sufrido una conmoción, Harry; te culpas por algo que sólo has presenciado, y es una gran suerte que lo presenciaras, porque si no Arthur podría haber muerto. Deja ya de preocuparte.

Y entonces le dio una palmada en el hombro y salió de la despensa, dejándolo solo en la oscuridad.

Todos excepto Harry pasaron el resto de la mañana durmiendo. Él subió al dormitorio que había compartido con Ron las últimas semanas del verano, pero mientras que su amigo se acostó y se durmió en cuestión de minutos, Harry se quedó sentado en la cama, vestido, y se apoyó en los fríos barrotes de metal del cabecero sin hacer nada por ponerse cómodo; estaba decidido a no dormir, pues temía volver a convertirse en serpiente si lo hacía, y descubrir, al despertar, que había atacado a Ron o que había ido deslizándose por la casa para atacar a alguien más…

Cuando Ron despertó, Harry fingió haber disfrutado también de un sueño reparador. Sus baúles habían llegado desde Hogwarts mientras ellos comían, así que pudieron vestirse de
muggles
para ir a San Mungo. Todos, de nuevo excepto Harry, estaban muy contentos y parlanchines mientras se quitaban las túnicas y se ponían vaqueros y sudaderas. Cuando llegaron Tonks y
Ojoloco
para escoltarlos por Londres, los recibieron con regocijo y se rieron del bombín que
Ojoloco
llevaba torcido para que le tapara el ojo mágico, y le aseguraron sinceramente que Tonks, que volvía a llevar el cabello muy corto y de color rosa chillón, llamaría la atención en el metro menos que él.

Tonks mostró un gran interés por la visión de Harry del ataque que había sufrido el señor Weasley, pero a él no le interesaba hablar sobre eso ni lo más mínimo.

—En tu familia no hay antepasados videntes, ¿verdad? —inquirió con curiosidad cuando se sentaron juntos en el tren que traqueteaba hacia el centro de la ciudad.

—No —contestó Harry, que se acordó de la profesora Trelawney y se sintió insultado.

—No —repitió Tonks, pensativa—. No, claro, supongo que lo que tú haces no es profetizar, ¿verdad? Es decir, tú no ves el futuro, sino el presente… Es extraño, ¿no? Pero útil…

Harry no respondió; por fortuna, se apearon en la siguiente parada, una estación del centro de Londres, y gracias al lío que se produjo al salir del tren, se las ingenió para que Fred y George se colocaran entre él y Tonks, que marchaba en cabeza. La siguieron hasta la escalera mecánica; Moody cerraba el grupo; llevaba el bombín calado, y una de sus nudosas manos, metida entre los botones del abrigo, sujetaba con fuerza la varita. Harry tenía la sensación de que el ojo que Moody llevaba tapado lo miraba constantemente. Intentando evitar nuevos interrogatorios sobre su sueño, le preguntó a
Ojoloco
dónde estaba escondido San Mungo.

—No está lejos de aquí —gruñó Moody cuando salieron al frío invernal de una calle ancha, llena de tiendas y de gente que hacía las compras navideñas. Empujó con suavidad a Harry para que se adelantara un poco y lo siguió de cerca; Harry sabía que el ojo de Moody giraba en todas direcciones bajo el torcido sombrero—. No resultó fácil encontrar un buen emplazamiento para un hospital. En el callejón Diagon no había ningún edificio lo bastante grande, y no podíamos ubicarlo bajo tierra, como el Ministerio, porque no habría sido saludable. Al final consiguieron un edificio por esta zona. La teoría era que así los magos podrían ir y venir y mezclarse con la muchedumbre.

Ojoloco
agarró a Harry por un hombro para impedir que lo separaran del grupo unos compradores que, evidentemente, no tenían otro objetivo que entrar en una tienda cercana llena de artilugios eléctricos.

—Ya estamos —anunció Moody un momento más tarde.

Habían llegado frente a unos grandes almacenes de ladrillo rojo, enormes y anticuados, cuyo letrero rezaba: «Purge y Dowse, S.A.» El edificio tenía un aspecto destartalado y deprimente; en los escaparates sólo había unos cuantos maniquíes viejos con las pelucas torcidas, colocados de pie al azar y vestidos con ropa de diez años atrás, como mínimo. En todas las puertas, cubiertas de polvo, había grandes letreros que decían: «Cerrado por reformas.» Harry oyó cómo una robusta mujer, que iba cargada de bolsas de plástico llenas de lo que había comprado, le comentaba a su amiga al pasar: «Nunca he visto esta tienda abierta…»

—Muy bien —dijo Tonks, y les hizo señas para que se acercaran a un escaparate donde sólo había un maniquí de mujer particularmente feo. Casi se le habían caído las pestañas postizas e iba vestido con un pichi de nailon verde—. ¿Estáis preparados?

Todos asintieron y formaron un corro alrededor de Tonks. Moody le dio otro empujón a Harry entre los omoplatos para que siguiera adelante, y Tonks se inclinó hacia el cristal del escaparate observando el desastroso maniquí. El cristal se empañó con el vaho que le salía por la boca.

—¿Qué hay? —preguntó Tonks—. Hemos venido a ver a Arthur Weasley.

Harry pensó que resultaba absurdo que Tonks esperara que el maniquí la oyera hablar tan bajito a través de un cristal, sobre todo teniendo en cuenta el gran estruendo que hacían los autobuses al circular por detrás de ella y el bullicio de la calle llena de gente. Entonces cayó en que, de todos modos, los maniquíes no podían oír. Pero al cabo de un segundo, abrió la boca, asombrado, al ver que el maniquí movía brevemente la cabeza y les hacía señas con un dedo articulado, y que Tonks agarraba a Ginny y a la señora Weasley por los codos, atravesaba el cristal y desaparecía de la vista.

Fred, George y Ron las siguieron. Harry echó un vistazo al gentío que había en la calle: nadie parecía tener el menor interés por unos escaparates tan feos como los de Purge y Dowse, S.A., y nadie pareció darse cuenta tampoco de que seis personas acababan de desaparecer ante sus narices.

—Vamos —gruñó Moody, y le dio otro empujón en la espalda; juntos atravesaron una especie de cortina de agua fría, y salieron, secos y calentitos, al otro lado.

No había ni rastro de aquel lamentable maniquí ni del sitio en que había estado momentos antes. Se encontraron en lo que parecía una abarrotada sala de recepción, donde varias hileras de magos y brujas estaban sentados en desvencijadas sillas de madera; algunos tenían un aspecto completamente normal y leían con atención ejemplares viejos de
Corazón de bruja;
otros presentaban truculentas desfiguraciones, como trompas de elefante o más manos de la cuenta que les salían del pecho. La sala no estaba mucho más tranquila que la calle porque varios pacientes hacían ruidos extraños: una bruja de cara sudorosa, que estaba sentada en el centro de la primera fila y que se abanicaba con fuerza con un ejemplar de
El Profeta,
soltaba constantemente un silbido agudo mientras expulsaba vapor por la boca, y un mago mugriento, sentado en un rincón, producía un tañido semejante al de una campana cada vez que se movía; con cada tañido, la cabeza le vibraba de una manera espantosa y tenía que sujetársela por las orejas para que se estuviera quieta.

Unos magos y algunas brujas, ataviados con túnicas de color verde lima, se paseaban por las hileras de pacientes haciendo preguntas y tomando notas en pergaminos que llevaban cogidos por unos sujetapapeles, como los de la profesora Umbridge. Harry se fijó en el emblema que llevaban bordado en el pecho: una varita mágica y un hueso cruzados.

—¿Son médicos? —le preguntó a Ron en voz baja.

—¿Médicos? —repitió Ron con asombro—. ¿Esos
muggles
chiflados que cortan a la gente en pedazos? No, son sanadores.

—¡Por aquí! —gritó la señora Weasley para que la oyeran por encima de los nuevos tañidos del mago del rincón, y todos la siguieron hasta la cola que había ante una bruja rubia y regordeta que estaba sentada detrás de un mostrador donde un letrero decía: «Información.»

La pared que había detrás de la bruja estaba cubierta de anuncios y avisos donde se leían cosas como:
«UN CALDERO LIMPIO IMPIDE QUE LAS POCIONES SE CONVIERTAN EN VENENOS»
y
«LOS ANTÍDOTOS PUEDEN SER PELIGROSOS SI NO ESTÁN APROBADOS POR UN SANADOR CUALIFICADO»
. También había un gran retrato de una bruja con tirabuzones plateados, con el rótulo:

Dilys Derwent
Sanadora de San Mungo 1722-1741
Directora del Colegio Hogwarts de Magia
y Hechicería 1741-1768

Dilys miraba con atención al grupo de los Weasley, como si los contara; cuando Harry levantó la vista, vio que ella le guiñaba discretamente un ojo, luego se iba hacia un lado de su retrato y desaparecía.

Entre tanto, en la cabecera de la cola un joven mago interpretaba una extraña danza e intentaba, entre gritos de dolor, explicar el apuro en que se encontraba a la bruja que había detrás del mostrador.

—Son estos…, ¡ay!…, zapatos que me regaló mi hermano… ¡Uy!… Me están comiendo los…,
¡AY!
…, pies, mire, deben de tener algún…,
¡AAAY!
…, embrujo, y no puedo,
¡UUUY!
, quitármelos —dijo saltando con un pie y luego con el otro, como si bailara sobre brasas ardiendo.

—Los zapatos no le impiden leer, ¿verdad? —dijo la bruja rubia señalando con fastidio un gran letrero que había a la izquierda de su mostrador—. Tiene que dirigirse a Daños Provocados por Hechizos, cuarta planta, como indica el directorio. ¡El siguiente!

El mago se apartó cojeando y brincando, y el grupo de los Weasley se acercó al mostrador. Harry leyó el directorio:

Planta baja

ACCIDENTES PROVOCADOS
POR ARTEFACTOS
Explosiones de calderos,
detonaciones de varitas,
accidentes de escoba, etc.

Primera planta

HERIDAS PROVOCADAS
POR CRIATURAS
Mordeduras, picaduras,
quemaduras, espinas clavadas, etc.

Segunda planta

VIRUS MÁGICOS
Enfermedades contagiosas
como viruela de dragón,
mal evanescente, escrofungulosis, etc.

Tercera planta

ENVENENAMIENTOS PROVOCADOS
POR POCIONES Y PLANTAS
Sarpullidos, regurgitaciones,
risas incontrolables, etc.

Cuarta planta

DAÑOS PROVOCADOS
POR HECHIZOS
Embrujos irreversibles, maleficios,
encantamientos mal realizados, etc.

Quinta planta

SALÓN DE TÉ PARA VISITAS
TIENDA DE REGALOS

SI NO ESTÁ SEGURO DE ADÓNDE DEBE DIRIGIRSE, NO PUEDE HABLAR CORRECTAMENTE O NO RECUERDA A QUÉ HA VENIDO, NUESTRA BRUJA RECEPCIONISTA SE ENCARGARÁ DE ORIENTARLO.

Un mago muy anciano y encorvado, que llevaba una trompetilla, se había colocado entonces en la cabecera de la cola.

—¡He venido a ver a Broderick Bode! —dijo casi sin aliento.

—Sala cuarenta y nueve, pero me temo que pierde el tiempo —respondió la bruja con desdén—. Está completamente loco. Sigue creyendo que es una tetera. ¡El siguiente!

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