Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¡Oh! —exclamó Slughorn conteniendo un eructo—. ¡Oh, lo siento! Sí, fue… terrible, es cierto. Terrible, terrible… —Como no sabía qué decir, optó por rellenar las tazas—. Supongo que… que no lo recordarás, ¿verdad, Harry? —preguntó con vacilación.
—No… Yo sólo tenía un año cuando ellos murieron —contestó el chico contemplando la vela, que parpadeaba por los aparatosos ronquidos del guardabosques—. Pero sé cómo pasó. Me he enterado de muchas cosas. Mi padre murió primero, ¿lo sabía usted?
—Pues… no, no lo sabía —respondió Slughorn con un hilo de voz.
—Sí. Voldemort lo mató primero a él, y luego pasó por encima de su cadáver y atacó a mi madre.
Slughorn se estremeció aparatosamente sin apartar la mirada del muchacho.
—Le ordenó que se retirara —continuó Harry—. El propio Voldemort me dijo que ella no tenía por qué morir. Él me quería a mí. Mi madre habría podido huir.
—¡Oh, querido muchacho! —susurró Slughorn—. Ella habría podido… podría no haber… Es tremendo…
—Sí, lo es —coincidió Harry con voz apenas audible—. Pero no se movió. Mi padre ya estaba muerto, y ella no quería que Voldemort me matara también a mí. Intentó suplicarle, pero él se rió de ella…
—¡Basta! —dijo de pronto Slughorn agitando una mano—. De verdad, hijo mío, no sigas… Soy muy mayor y no necesito oír… no quiero oír…
—Claro, no me acordaba —mintió Harry dejándose guiar por el
Felix Felicis
—. Ella le caía bien, ¿verdad?
—¿Si me caía bien? —dijo Slughorn, y los ojos se le llenaron de lágrimas—. Dudo mucho que no cayera bien a alguien. Era valiente, divertida… Fue espantoso, espantoso…
—Y ahora usted se niega a ayudar a su hijo —arremetió Harry—. Ella entregó su vida por mí, pero usted no quiere darme un recuerdo.
Los ronquidos de Hagrid resonaban en la cabaña. Harry y Slughorn seguían mirándose fijamente a los ojos, los de este último anegados en lágrimas.
—No digas eso —susurró—. No se trata de que… Si fuera para ayudarte, por supuesto que… Pero no serviría de nada.
—Sí serviría —replicó Harry, tajante—. Dumbledore necesita información. Yo necesito información.
El muchacho se sabía a salvo: el
Felix Felicis
le aseguraba que por la mañana Slughorn no recordaría ni una palabra de esa conversación. Así que, sin dejar de mirar al profesor, se inclinó un poco hacia delante y dijo:
—Soy el Elegido. Tengo que matar a Voldemort. Necesito ese recuerdo.
Slughorn palideció aún más; tenía la frente perlada de brillantes gotitas de sudor.
—¿De verdad eres el Elegido?
—Claro que sí —confirmó Harry.
—Pero entonces… Hijo mío, me pides mucho… De hecho, me pides que te ayude a destruir…
—¿No quiere acabar con el mago que mató a Lily Evans?
—Claro que quiero, Harry, claro que quiero, pero…
—¿Teme que él averigüe que me ayudó? —Slughorn no respondió; estaba aterrado—. Sea valiente como mi madre, profesor…
Slughorn alzó una rechoncha y temblorosa mano y apoyó los dedos en los labios; durante un momento pareció un bebé gigantesco.
—No me siento nada orgulloso… —susurró—. Me avergüenzo de… de lo que ese recuerdo muestra. Me temo que ese día causé un gran daño…
—Si me entrega ese recuerdo compensará todo el mal que hizo —le aseguró Harry—. Sería un acto muy noble y muy valiente.
Hagrid, dormido, se estremeció y siguió roncando. Slughorn y Harry continuaron mirándose a los ojos por encima de la parpadeante vela. Hubo un largo silencio, pero el
Felix Felicis
recomendó a Harry que no lo rompiera, que esperara.
Por fin, muy despacio, el profesor extrajo del bolsillo su varita. Introdujo la otra mano en la capa y sacó una botellita vacía. Sin dejar de mirar a Harry, se tocó la sien con la punta de la varita. Luego la retiró poco a poco, tirando de un largo y plateado hilo de memoria que se le había adherido. El recuerdo se estiró y se estiró hasta romperse y quedar colgando de la varita, plateado y reluciente. Slughorn lo acercó entonces a la botella, donde se enroscó y luego se extendió formando remolinos, como si fuera un gas. A continuación, el profesor puso el tapón en la botella con mano trémula y se la acercó a Harry por encima de la mesa.
—Muchas gracias, profesor.
—Eres un buen chico —dijo Slughorn. Las lágrimas resbalaban por sus rechonchas mejillas y se perdían en su bigote de morsa—. Y tienes los ojos de tu madre… Sólo te pido que no pienses muy mal de mí cuando lo hayas visto…
Y a continuación apoyó la cabeza en los brazos, dio un hondo suspiro y se quedó dormido.
Mientras caminaba lentamente en dirección al castillo, Harry notaba cómo se le iba pasando el efecto del
Felix Felicis
. La puerta de entrada había permanecido abierta para él, pero en el tercer piso encontró a Peeves y tuvo que tomar un atajo para evitar que el
poltergeist
lo detectara. Cuando llegó ante el retrato de la Señora Gorda y se quitó la capa invisible, no le sorprendió que ella no se mostrara dispuesta a ayudarlo.
—¿Qué horas son éstas de llegar?
—Lo siento. Tuve que salir a hacer un recado muy importante.
—Pues mira, la contraseña cambió a medianoche, así que tendrás que dormir en el pasillo. ¿Qué te parece?
—No lo dirá en serio, ¿verdad? ¿A santo de qué ha cambiado la contraseña a medianoche?
—Esto es lo que hay —repuso la Señora Gorda—. Si no te gusta, ve y cuéntaselo al director. El es quien ha endurecido las medidas de seguridad.
—Fantástico —dijo Harry mirando el duro suelo del pasillo—. Genial, de verdad. Y por supuesto que iría a contárselo a Dumbledore si estuviera en su despacho, porque él fue quien quiso que yo…
—Está aquí —confirmó una voz a su espalda—. El profesor Dumbledore regresó al colegio hace una hora.
Nick Casi Decapitado se deslizaba hacia Harry mientras la cabeza le bamboleaba sobre la gorguera, como de costumbre.
—Lo sé por el Barón Sanguinario, que lo vio llegar —añadió—. Según me dijo, parecía de buen humor aunque un poco cansado.
—¿Dónde está? —preguntó Harry con el corazón acelerado.
—Pues gimiendo y haciendo ruido de cadenas en la torre de Astronomía. Es su pasatiempo favorito.
—¡Dónde está Dumbledore, no el Barón Sanguinario!
—Ah… En su despacho. Por lo que dijo el Barón, creo que tenía unos asuntos que atender antes de acostarse.
—Sí, ya lo creo —dijo Harry, emocionado ante la perspectiva de contarle al director que había conseguido el bendito recuerdo. Se dio la vuelta y salió a todo correr ignorando a la Señora Gorda, que le gritó:
—¡Vuelve! ¡Está bien, era mentira! ¡Me ha fastidiado que me despertaras! ¡La contraseña sigue siendo «Lombriz intestinal»!
Pero Harry ya corría por el pasillo y pocos minutos más tarde decía «¡Bombas de tofee!» ante la gárgola de Dumbledore, que se apartó y dejó que se montara en la escalera de caracol.
—Adelante —dijo el director cuando Harry llamó a la puerta. Su voz denotaba agotamiento.
Harry entró en el despacho, que estaba igual que siempre, aunque con un cielo negro y salpicado de estrellas detrás de las ventanas.
—Caramba, Harry —se sorprendió Dumbledore—. ¿A qué debo el honor de esta tardía visita?
—¡Lo tengo, señor! Tengo el recuerdo de Slughorn.
Sacó la botellita de cristal y se la mostró al anciano profesor, que por un instante se quedó atónito, pero enseguida esbozó una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Qué gran noticia, Harry! ¡Te felicito, muchacho! ¡Sabía que lo lograrías!
Y, olvidándose de la hora que era, el director de Hogwarts bordeó su escritorio, cogió la botellita con la mano ilesa y fue derecho hacia el armario donde guardaba el
pensadero
.
—Por fin podremos verlo —se regocijó mientras colocaba la vasija de piedra encima de su mesa y vaciaba en ella el contenido de la botella—. Rápido, Harry…
El muchacho, obediente, se inclinó sobre el
pensadero
y notó cómo los pies se le separaban del suelo… Una vez más, se precipitó en la oscuridad y aterrizó en el despacho de Horace Slughorn muchos años atrás.
Allí estaba Slughorn, mucho más joven, con su tupido y brillante cabello rubio oscuro y bigote rojizo, sentado en el cómodo sillón de orejas, con los pies apoyados en un puf de terciopelo y una copita de vino en una mano mientras con la otra rebuscaba en una caja de piña confitada. Lo rodeaban media docena de adolescentes, también sentados, entre los cuales se hallaba Tom Ryddle, en uno de cuyos dedos relucía el anillo de oro con la piedra negra de Sorvolo.
Dumbledore aterrizó junto a Harry en el preciso instante en que Ryddle preguntaba:
—¿Es cierto que la profesora Merrythought se retira, señor?
—¡Ay, Tom! Aunque lo supiera no podría decírtelo —contestó Slughorn, e hizo un gesto reprobatorio con el dedo índice, aunque al mismo tiempo le guiñó un ojo—. Desde luego, me gustaría saber de dónde obtienes la información, chico; estás más enterado que la mitad del profesorado, te lo aseguro. —Ryddle sonrió y los otros muchachos rieron y le lanzaron miradas de admiración—. Claro, con tu asombrosa habilidad para saber cosas que no deberías saber y con tus meticulosos halagos a la gente importante… Por cierto, gracias por la piña; has acertado, es mi golosina favorita. —Varios alumnos rieron disimuladamente—. No me extrañaría nada que dentro de veinte años fueras ministro de Magia. O más bien quince, si sigues enviándome piña. Tengo excelentes contactos en el ministerio.
Tom Ryddle se limitó a sonreír de nuevo mientras sus compañeros reían otra vez. Pese a que Ryddle no era el mayor del grupo, Harry se fijó en que los demás lo miraban como si fuera el líder.
—No creo que sirva para la política, señor —dijo cuando las risitas cesaron—. Para empezar, no tengo los orígenes adecuados.
Un par de muchachos se lanzaron miradas de complicidad; al parecer daban por sentado, o al menos creían, que el cabecilla de su grupo tenía un antepasado famoso, y por eso interpretaban las palabras de Ryddle como un chiste.
—No digas bobadas —dijo Slughorn con brío—, está más claro que el agua que procedes de una estirpe de magos decente; de lo contrario, no tendrías esas habilidades. No, Tom, tú llegarás lejos. ¡Y nunca me he equivocado con ningún alumno!
El pequeño reloj dorado que había encima de la mesa dio las once, y el profesor se volvió para mirarlo.
—Madre mía, ¿ya es tan tarde? Será mejor que os marchéis, chicos, o tendremos problemas. Lestrange, si no me entregas tu redacción mañana, no me quedará más remedio que castigarte. Y lo mismo te digo a ti, Avery.
Los muchachos salieron uno a uno de la habitación. Slughorn se levantó con dificultad del sillón y llevó su copa, ya vacía, a la mesa. Entonces notó que algo se movía detrás de él y se giró: Ryddle seguía allí plantado.
—Date prisa, Tom. No conviene que te sorprendan levantado a estas horas porque, además, eres prefecto…
—Quería preguntarle una cosa, señor.
—Pregunta lo que quieras, muchacho, pregunta…
—¿Sabe usted algo acerca de los
Horrocruxes
, señor?
Slughorn lo miró con fijeza mientras, distraídamente, acariciaba con sus gruesos dedos el pie de la copa de vino.
—Es para un trabajo de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no?
Pero Harry advirtió que Slughorn sabía muy bien que aquella cuestión no tenía nada que ver con un trabajo escolar.
—No exactamente, señor —respondió Ryddle—. Encontré ese término mientras leía y no lo entendí del todo.
—Ya, claro… Es que no creo que sea fácil hallar en Hogwarts ningún libro que ofrezca detalles sobre los
Horrocruxes
, Tom. Eso es magia muy, pero que muy oscura —explicó Slughorn.
—Pero estoy seguro de que usted sabe todo lo que hay que saber de ellos, ¿verdad, señor? Sin duda alguna, un mago como usted… Disculpe, si no puede contarme nada es evidente que… En fin, estaba convencido de que si alguien podía hablarme de ellos, ése era usted, y por eso se me ocurrió preguntárselo.
Harry se admiró de la habilidad de Ryddle: el titubeo, el tono despreocupado, el prudente halago, todo en la dosis adecuada. Harry tenía la suficiente experiencia en sonsacar información a sujetos reacios para reconocer a un maestro en acción. Además, Ryddle daba mucha importancia a la información que pretendía obtener; quizá llevara semanas preparando ese momento.
—Bueno —murmuró Slughorn sin dirigirle la mirada y jugueteando con el lazo de la caja de piña confitada—, no va a pasar nada si te doy una idea general, desde luego. Sólo para que entiendas el significado de esa palabra.
Horrocrux
es la palabra que designa un objeto en el que una persona ha escondido parte de su alma.
—Ya, pero no acabo de entender el proceso, señor —insistió Ryddle; a pesar de que controlaba rigurosamente su voz, Harry se dio cuenta de que estaba emocionado.
—Pues mira, divides tu alma y escondes una parte de ella en un objeto externo a tu cuerpo. De ese modo, aunque tu cuerpo sea atacado o destruido, no puedes morir porque parte de tu alma sigue en este mundo, ilesa. Pero, como es lógico, una existencia así…
El rostro de Slughorn se contrajo y Harry recordó unas palabras que había oído casi dos años atrás: «Fui arrancado del cuerpo, quedé convertido en algo que era menos que espíritu, menos que el más sutil de los fantasmas… y, sin embargo, seguía vivo.»
—… pocos la desearían, Tom, muy pocos. Sería preferible la muerte.
Pero Ryddle no quedó satisfecho: su expresión era de avidez, ya no podía seguir ocultando sus vehementes ansias.
—¿Qué hay que hacer para dividir el alma?
—Verás —dijo Slughorn, incómodo—, has de tener en cuenta que el alma debe permanecer intacta y entera. Dividirla es una violación, es algo antinatural.
—Sí, pero ¿cómo se hace?
—Mediante un acto maligno. El acto maligno por excelencia: matar. Cuando uno mata, el alma se desgarra. El mago que pretende crear un
Horrocrux
aprovecha esa rotura y encierra la parte desgarrada…
—¿La encierra? Pero ¿cómo?
—Hay un hechizo… ¡Pero no me preguntes cuál es porque no lo sé! —Slughorn negó con la cabeza; parecía un elefante viejo acosado por una nube de mosquitos—. ¿Acaso tengo aspecto de haberlo intentado? ¿Tengo aspecto de asesino?