Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—Bueno, sí y no… Pero ¿significa eso que no hay víctimas mortales?
—Sí las hay —dijo Malfoy con voz más aguda—. Uno de los suyos. No sé quién es porque estaba oscuro, pero he pasado por encima de un cadáver. Yo tenía que estar esperándolo aquí arriba cuando usted llegara, pero ese bicho suyo, el fénix, se interpuso en mi camino…
—Sí, tiene esa mala costumbre.
Entonces se oyó un fuerte estrépito, seguido de gritos cada vez más fuertes procedentes del interior de la torre; era como si hubiera gente peleando en la misma escalera de caracol que conducía a la azotea, donde se encontraban ellos. El corazón de Harry, inaudible, latía con violencia en su invisible pecho. Malfoy había pasado por encima de un cadáver… había muerto alguien… pero ¿quién?
—Sea como sea, nos queda poco tiempo —dijo Dumbledore—. Es hora de que hablemos de nuestras opciones, Draco.
—¿Opciones? ¿Qué opciones? —gritó Malfoy—. Tengo mi varita y estoy a punto de matarlo…
—Amigo mío, no tiene sentido que sigamos fingiendo. Si pensaras matarme lo habrías hecho en cuanto me desarmaste, en lugar de entablar una agradable conversación sobre los métodos de que dispones para hacerlo.
—¡Yo no tengo opciones! —dijo Malfoy, que se había puesto tan pálido como Dumbledore—. ¡Tengo que liquidarlo! ¡Si no lo hago, él me matará! ¡Matará a mi familia!
—Me hago cargo de lo comprometido de tu posición. ¿Por qué, si no, crees que no te planté cara antes? Porque sabía que lord Voldemort te mataría si se daba cuenta de que yo sospechaba de ti.
Malfoy hizo una mueca de dolor al oír el nombre de su amo.
—No me atreví a hablar contigo de la misión que sabía que te habían asignado, por si él utilizaba la Legeremancia contra ti —continuó Dumbledore—. Pero ahora, por fin, podemos hablar sin necesidad de andarnos con tapujos… Todavía no has cometido ningún crimen, ni le has causado ningún daño irreparable a nadie, aunque has tenido suerte de que tus víctimas indirectas hayan sobrevivido… Yo puedo ayudarte, Draco.
—No, no puede. —La mano de la varita le temblaba cada vez más—. Nadie puede ayudarme. Él me dijo que si no lo hacía me mataría. No tengo alternativa.
—Pásate a nuestro bando, Draco, y nosotros nos encargaremos de esconderte. Es más, esta misma noche puedo enviar miembros de la Orden a casa de tu madre y esconderla también a ella. Tu padre, por ahora, está a salvo en Azkaban… Cuando llegue el momento también podremos protegerlo a él. Pásate a nuestro bando, Draco… Tú no eres ningún asesino.
—He llegado hasta aquí, ¿no? —dijo despacio Malfoy, mirando fijamente a Dumbledore—. Ellos pensaron que moriría en el intento, pero aquí estoy… Y ahora su vida depende de mí… Soy yo el que tiene la varita… Su suerte está en mis manos…
—No, Draco —corrigió Dumbledore—. Soy yo el que tiene tu suerte en las manos.
Malfoy no respondió. Tenía la boca entreabierta y la mano seguía temblándole. A Harry le pareció que bajaba un poco la varita…
En ese momento se oyeron unos pasos que subían atropelladamente la escalera, y un segundo más tarde cuatro personas ataviadas con túnicas negras irrumpieron por la puerta de la azotea y apartaron a Malfoy de en medio.
Harry contempló aterrado a los cuatro desconocidos con los ojos muy abiertos y sin poder parpadear siquiera. Por lo visto, los
mortífagos
habían ganado la pelea librada en la torre.
Un individuo contrahecho que no paraba de mirar de reojo en torno a sí soltó una risita espasmódica.
—¡Ha acorralado a Dumbledore! —exclamó, y se volvió hacia una mujer achaparrada que parecía su hermana y sonreía con entusiasmo—. ¡Lo ha desarmado! ¡Dumbledore está solo! ¡Te felicito, Draco, te felicito!
—Buenas noches, Amycus —lo saludó Dumbledore con calma, como si lo recibiera en su casa para tomar el té—. Y también has traído a Alecto… qué bien…
La mujer soltó una risita ahogada y le espetó:
—¿Acaso crees que tus estúpidas bromitas te van a ayudar en el lecho de muerte?
—¿Bromitas? Esto no son bromitas, son buenos modales —replicó Dumbledore.
—¡Hazlo! —dijo el desconocido más cercano a Harry, un tipo alto y delgado de abundante pelo canoso y grandes patillas que llevaba una túnica negra de
mortífago
muy ceñida.
Harry jamás había oído una voz semejante, una especie de áspero rugido. El individuo despedía un intenso hedor, una mezcla de olor a mugre, sudor y algo inconfundible: sangre. Sus sucias manos lucían uñas largas y amarillentas.
—¿Eres tú, Fenrir? —preguntó Dumbledore.
—Exacto —contestó el otro con su ronca voz—. ¿A mí también te alegras de verme, Dumbledore?
—No, la verdad es que no…
Fenrir Greyback sonrió burlón, exhibiendo unos dientes muy afilados. Le goteaba sangre de la barbilla y se relamió despacio, con impudicia.
—Pero sabes cómo me gustan los niños, Dumbledore.
—¿Significa eso que ahora atacas aunque no haya luna llena? Eso es muy inusual… ¿Tanto te gusta la carne humana que no tienes suficiente con saciarte una vez al mes?
—Así es. Eso te impresiona, ¿verdad, Dumbledore? ¿Te asusta?
—Bueno, no voy a negar que me disgusta un poco. Y debo admitir que me sorprende que Draco te haya invitado precisamente a ti a venir al colegio donde viven sus amigos…
—Yo no lo invité —murmuró Malfoy. No miraba a Greyback, y daba la impresión de que ni siquiera se atrevía a hacerlo de reojo—. No sabía que iba a venir…
—No me perdería un viaje a Hogwarts por nada del mundo, Dumbledore —declaró Greyback—. Con la cantidad de gargantas que hay aquí para morder… Será delicioso, delicioso… —Levantó una amarillenta uña y se tocó los dientes mirando al anciano con avidez—. Podría reservarte a ti para el postre, Dumbledore…
—No —intervino el cuarto
mortífago
, de toscas facciones y expresión brutal—. Tenemos órdenes. Tiene que hacerlo Draco. ¡Ahora, Draco, y deprisa!
Malfoy parecía más indeciso que antes. Miraba fijamente a Dumbledore, pero el terror se reflejaba en su cara; el director de Hogwarts, más pálido que nunca, había ido resbalando por el muro casi hasta quedar sentado en el suelo.
—¡Bah, si de todos modos ya tiene un pie en la tumba! —dijo el
mortífago
contrahecho, y fue coreado por las jadeantes risitas de su hermana—. Miradlo… ¿Qué te ha pasado, Dumby?
—Ya no tengo tanta resistencia, ni tantos reflejos, Amycus —contestó Dumbledore—. Son cosas de la edad… Algún día quizá te pase a ti, si tienes suerte…
—¿Qué quieres decir con eso, eh? ¿Qué quieres decir? —chilló el
mortífago
poniéndose violento de repente—. Siempre igual, ¿no, Dumby? ¡Hablas mucho pero no haces nada, nada! ¡Ni siquiera sé por qué el Señor Tenebroso se molesta en matarte! ¡Vamos, Draco, hazlo de una vez!
Pero en ese momento volvieron a oírse ruidos y correteos en la torre y una voz gritó:
—¡Han bloqueado la escalera!
¡Reducto!
¡¡Reducto!!
A Harry le dio un vuelco el corazón: esas palabras significaban que los cuatro
mortífagos
no habían eliminado toda la oposición que habían encontrado, sino que se las habían arreglado de momento para llegar a lo alto de la torre; por lo visto, al subir habían levantado una barrera a sus espaldas.
—¡Ahora, Draco, rápido! —lo urgió con brusquedad el más salvaje de los cuatro.
Pero a Malfoy le temblaba tanto la varita que apenas podía apuntar con ella.
—Ya me encargo yo —gruñó Greyback, y avanzó hacia Dumbledore con los brazos estirados y enseñando los dientes.
—¡He dicho que no! —gritó el otro.
A continuación hubo un destello y el hombre lobo salió despedido hacia un lado; dio contra el parapeto y se tambaleó, encolerizado. A Harry, aprisionado por el hechizo del director, le palpitaba tan fuerte el corazón que le resultaba increíble que aún no lo hubiesen descubierto. Si hubiera podido moverse, habría echado una maldición desde debajo de la capa invisible…
—Hazlo, Draco, o apártate para que lo haga uno de nosotros… —chilló la mujer, pero en ese preciso instante la puerta de la azotea se abrió una vez más y apareció Snape, varita en mano; recorrió la escena con sus negros ojos paseando la mirada desde Dumbledore, desplomado contra el parapeto, hasta el grupo formado por los cuatro
mortífagos
, entre ellos el iracundo hombre lobo, y Malfoy.
—Tenemos un problema, Snape —dijo el contrahecho Amycus, con la mirada y la varita fijas en Dumbledore—. El chico no se atreve a…
Pero alguien más había pronunciado el nombre de Snape con un hilo de voz.
—Severus…
Nada de lo que Harry había visto u oído esa noche lo había asustado tanto como ese sonido. Por primera vez, Dumbledore hablaba con tono suplicante.
Snape no dijo nada, pero avanzó unos pasos y apartó con brusquedad a Malfoy de su camino. Los
mortífagos
se retiraron sin decir palabra. Hasta el hombre lobo parecía intimidado.
Snape, cuyas afiladas facciones denotaban repulsión y odio, le lanzó una mirada al anciano.
—Por favor… Severus…
Snape levantó la varita y apuntó directamente a Dumbledore.
—
¡Avada Kedavra!
Un rayo de luz verde salió de la punta de la varita y golpeó al director en medio del pecho. Harry soltó un grito de horror que no se oyó; mudo e inmóvil, se vio obligado a ver cómo Dumbledore saltaba por los aires. El anciano quedó suspendido una milésima de segundo bajo la reluciente Marca Tenebrosa; luego se precipitó lentamente, como un gran muñeco de trapo, cayó al otro lado de las almenas y se perdió de vista.
Harry sintió como si él también saltara por los aires. ¡¡Aquello no era real, no podía haber pasado!!
—Fuera de aquí, rápido —ordenó Snape.
Agarró a Malfoy por la nuca y lo empujó hacia la puerta; Greyback y los achaparrados hermanos los siguieron, estos últimos resollando enardecidos. Cuando desaparecieron por la puerta, Harry se dio cuenta de que ya podía moverse; lo que ahora lo tenía paralizado contra el muro no era la magia, sino el horror y la conmoción. Tiró la capa invisible al suelo en el instante en que el último
mortífago
, el de rasgos brutales, trasponía la puerta.
—
¡Petrificus totalus!
El
mortífago
se dobló como si lo hubieran golpeado con algo sólido en la espalda y se derrumbó, rígido como una figura de cera; pero, incluso antes de que tocara el suelo, Harry le pasó por encima y corrió escaleras abajo en la oscuridad.
El miedo le oprimía el pecho. Tenía que llegar hasta Dumbledore y atrapar a Snape. Sabía que esas dos cosas estaban relacionadas de algún modo: si lograba juntarlos a los dos enmendaría lo sucedido. Dumbledore no podía haber muerto…
Saltó los diez últimos peldaños de la escalera de caracol y se detuvo en seco, varita en ristre. El oscuro pasillo estaba invadido por una nube de polvo, pues se había derrumbado una parte del techo. Vio que había varias personas peleando, pero cuando intentó distinguir quién luchaba contra quién, oyó a aquella voz odiosa gritar: «¡Ya está, tenemos que irnos!», y vio desaparecer a Snape por una esquina al final del pasillo; Malfoy y él se habían abierto paso a través de la pelea y habían salido ilesos. Harry se lanzó hacia ellos, pero alguien se separó de la refriega y se abalanzó sobre él: era Greyback, el hombre lobo. Se le echó encima antes de que pudiera levantar la varita, y Harry cayó hacia atrás sintiendo el mugriento y apelmazado pelo de Greyback en la cara, el hedor a sangre y sudor impregnándole la nariz y la boca, y aquel ávido y cálido aliento en el cuello…
—
¡Petrificus totalus!
Greyback se desplomó sobre Harry, que con un esfuerzo enorme lo apartó y lo tiró al suelo al tiempo que un rayo de luz verde salía disparado hacia él; se agachó para esquivarlo y se zambulló en la pelea. Pisó algo blando y resbaladizo, se tambaleó y distinguió dos cuerpos tendidos boca abajo en medio de un charco de sangre, pero no se detuvo a investigar porque acababa de ver una llameante cabellera roja agitándose unos metros más allá: era Ginny, que peleaba con el
mortífago
chepudo. Amycus le lanzaba un maleficio tras otro y la muchacha los esquivaba como podía. El
mortífago
no paraba de reír, como si estuviera disfrutando enormemente con la pelea:
—
¡Crucio! ¡Crucio!
¡No podrás bailar eternamente, monada!
—
¡Impedimenta!
—bramó Harry.
Su embrujo golpeó a Amycus en el pecho y el hombre soltó un chillido similar al de un cerdo, se elevó del suelo y fue a dar contra la pared opuesta, donde resbaló y cayó detrás de Ron, la profesora McGonagall y Lupin, que peleaban cada uno con un
mortífago
. Un poco más allá, Tonks combatía con un corpulento mago rubio que lanzaba maldiciones a diestro y siniestro, haciendo que los rayos de luz rebotaran en las paredes, resquebrajaran la piedra y destrozaran las ventanas…
—¿De dónde sales, Harry? —gritó Ginny.
Pero él no tuvo tiempo de contestarle. Se agachó y empezó a correr esquivando un estallido que le explotó por encima de la cabeza y esparció fragmentos de pared por todas partes. Snape no debía escapar; tenía que atraparlo…
—¡Toma ésa! —gritó la profesora McGonagall.
Harry vio de reojo cómo la
mortífaga
Alecto corría por el pasillo cubriéndose la cabeza con los brazos, seguida de su hermano. Fue tras ellos, pero tropezó y cayó sobre las piernas de alguien; miró y vio la redonda y pálida cara de Neville, que yacía en el suelo.
—¡Neville! ¿Estás bien?
—Sí, sí… —masculló sujetándose la barriga con las manos—. Harry… Snape y Malfoy han… pasado por aquí…
—¡Ya lo sé, estoy en ello! —Y sin levantarse le lanzó un maleficio al
mortífago
rubio y corpulento, que era el que estaba causando más estragos. Este soltó un grito de dolor cuando el hechizo le golpeó en la cara, giró sobre los talones, se tambaleó y optó por seguir a los dos hermanos.
Harry se levantó y salió disparado por el pasillo, sin prestar atención a las deflagraciones de los hechizos que le lanzaban, los gritos de sus compañeros pidiéndole que volviera y la muda llamada de los cuerpos tendidos en el suelo, cuya suerte todavía ignoraba…
Dobló la esquina derrapando con las suelas manchadas de sangre; Snape le llevaba mucha ventaja. ¿Y si ya había entrado en el armario de la Sala de los Menesteres? ¿O la Orden se habría encargado de vigilar el mueble para que los
mortífagos
no escapasen por él? Harry sólo oía el ruido de sus pasos y los latidos de su corazón mientras recorría el pasillo vacío, pero entonces vio una huella de sangre que indicaba que al menos uno de los
mortífagos
que huían se dirigía hacia la puerta principal. Quizá la Sala de los Menesteres estaba interceptada…