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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (44 page)

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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El capítulo terminaba así y, tras leer la última frase, Harry alzó la vista. Hermione, que había llegado al final de la página antes que él, le quitó el libro de las manos, un tanto alarmada por la expresión del chico, y lo cerró sin mirarlo, como si tratara de esconder algo indecente.

—Harry…

Él negó con la cabeza. Una especie de íntima certeza se había derrumbado en su interior; sentía lo mismo que cuando Ron se había marchado. El había confiado en Dumbledore, había creído que era la encarnación del bien y la sabiduría, pero ya sólo quedaban cenizas. Ron, Dumbledore, la varita de fénix… ¿qué más podía perder?

—Oye, Harry… —Era como si Hermione le leyera el pensamiento—. Escúchame. Ya sé que no es muy agradable leer…

—¿Que no es muy agradable?

—… pero no olvides que eso lo ha escrito Rita Skeeter.

—Ya has leído la carta que Dumbledore le envió a Grindelwald, ¿no?

—Sí, en efecto. —Hermione vaciló un momento, desazonada; tenía las manos muy frías y las había ahuecado alrededor de la taza de té—. Creo que eso es lo peor. Ya sé que Bathilda pensaba que sólo eran divagaciones, pero «Por el bien de todos» se convirtió en el lema de Grindelwald, lo que justificaba todas las atrocidades que cometió más tarde. Y de ahí se deduce que fue Dumbledore quien le dio la idea. Dicen que ese lema estaba grabado sobre la entrada de Nurmengard.

—¿Qué es Nurmengard?

—La cárcel que Grindelwald construyó para encerrar a sus opositores. Él mismo acabó allí, después de que Dumbledore lo capturara. En fin, es… es horrible pensar que sus ideas ayudaran a Grindelwald a hacerse con el poder. Pero, por otra parte, ni siquiera Rita puede ocultar que la amistad entre ambos sólo duró unos meses, un verano, y que eran muy jóvenes, y…

—Ya me imaginaba que dirías eso. —No quería descargar sobre ella la rabia que sentía, pero le costaba controlar la voz—. Sabía que dirías que eran muy jóvenes. Mira, tenían la misma edad que nosotros ahora. Y aquí estamos, jugándonos la vida para combatir las artes oscuras; en cambio, Dumbledore se dedicaba a conspirar con su mejor amigo y planear su ascenso al poder para dominar a los
muggles
. —No sería capaz de controlar su genio mucho más tiempo, así que se levantó y se puso a andar arriba y abajo intentando calmarse.

—No pretendo defender lo que escribió Dumbledore —protestó Hermione—. Toda esa basura del «derecho a gobernar» está en la misma línea que lo de «la magia es poder». Pero piensa, Harry, que acababa de morir su madre, y estaba solo y atrapado en la casa…

—¿Solo, dices? ¡No estaba solo! Tenía a su hermano y su hermana, una hermana
squib
a la que mantenía encerrada…

—No me lo creo —lo interrumpió Hermione, y también se puso en pie—. Fuera cual fuese el problema de esa chica, dudo que se tratara de una
squib
. El Dumbledore que nosotros conocíamos jamás habría permitido…

—¡El Dumbledore que nosotros creíamos conocer tampoco quería conquistar a los
muggles
por la fuerza! —gritó Harry, y su voz resonó por la desierta cumbre. Unos mirlos emprendieron el vuelo graznando y haciendo piruetas por el cielo de color perla.

—¡Dumbledore cambió, Harry, cambió! ¡Es así de sencillo! ¡Quizá creyera esas cosas cuando tenía diecisiete años, pero el resto de su vida lo dedicó a combatir las artes oscuras! ¡Él fue quien le paró los pies a Grindelwald, quien siempre apostó por la protección de los
muggles
y por defender los derechos de los hijos de
muggles
, quien peleó contra Quien-tú-sabes desde el principio y murió intentando acabar con él!

El libro de Rita yacía en el suelo, entre ambos, y el rostro de Albus Dumbledore les sonreía con tristeza.

—Lo siento, Harry, pero creo que el verdadero motivo de tu furia es que él nunca te contó nada de eso.

—¡Puede ser! —bramó el muchacho y alzó los brazos por encima de la cabeza, sin saber con exactitud si intentaba contener su ira o protegerse del peso de su desilusión—. ¿Te das cuenta de lo que me exigió, Hermione? ¡Pon tu vida en peligro, Harry! ¡Una vez! ¡Y otra! ¡Y otra! ¡Y no esperes que te explique nada, sólo confía ciegamente en mí, confía en que sé lo que hago, confía en mí aunque yo no confíe en ti! ¡Pero nunca me dijo toda la verdad! ¡Nunca! —La voz se le quebró de tanto forzarla.

Se quedaron mirándose en medio de un paisaje blanco y desolado, y Harry sintió que eran tan insignificantes como dos insectos bajo la inmensidad del cielo.

—Te quería —susurró Hermione—. Sé que Dumbledore te quería.

Harry bajó los brazos y repuso:

—Yo no sé a quién quería, Hermione, pero no era a mí. Este caos en que me ha dejado no es amor. Lo que de verdad pensaba lo compartió con Gellert Grindelwald, mucho más que conmigo.

Cogió la varita de Hermione, que antes había dejado caer sobre la nieve, y, volviendo a sentarse en la entrada de la tienda, le dijo:

—Gracias por el té. Voy a terminar la guardia. Tú entra, aquí hace frío.

Ella titubeó, pero comprendió que su amigo quería estar solo. Recogió el libro y se metió en la tienda, pero, al pasar al lado de Harry, le rozó la coronilla con la mano. Él cerró los ojos al notar la caricia, y se odió a sí mismo por desear que lo que ella había dicho fuera cierto: que Dumbledore lo había querido de verdad.

19
La cierva plateada

Nevaba cuando a medianoche Hermione relevó a Harry de la guardia. El muchacho tuvo unos sueños confusos e inquietantes:
Nagini
entraba y salía de ellos, primero a través de un gigantesco y resquebrajado anillo, y luego a través de la corona de eléboro. Despertó varias veces, muy agitado, creyendo que alguien había gritado su nombre a lo lejos, e imaginó que el viento que azotaba la tienda eran pasos o voces.

Finalmente, se levantó a oscuras y se acercó a Hermione, que estaba acurrucada junto a la entrada de la tienda, leyendo
Historia de la magia
a la luz de su varita. Fuera todavía nevaba copiosamente, y ella sintió un gran alivio cuando Harry sugirió levantar el campamento y marcharse de allí.

—Buscaremos un sitio más protegido —dijo Hermione, tiritando, mientras se ponía más prendas de abrigo—. No he dejado de oír ruidos, como si hubiera gente ahí fuera; hasta me ha parecido ver a alguien un par de veces.

Harry, que estaba poniéndose un grueso jersey, se detuvo y le echó un vistazo al silencioso e inmóvil chivatoscopio colocado encima de la mesa.

—Seguro que eran imaginaciones mías —afirmó ella con inquietud—. De noche, la nieve te hace ver cosas donde no las hay… Pero quizá deberíamos desaparecernos bajo la capa invisible, por si acaso.

Media hora más tarde ya habían desmontado la tienda; Harry se colgó el
Horrocrux
y Hermione guardó todas sus cosas en el bolsito de cuentas; estaban listos para desaparecerse. Volvieron a sentir aquel estrujamiento y los pies de Harry se separaron del nevado suelo, para luego estamparse contra una superficie que parecía tierra helada cubierta de hojas.

—¿Dónde estamos? —preguntó él escudriñando un nuevo bosque mientras Hermione abría el bolsito para extraer los postes de la tienda.

—En el bosque de Dean. Una vez vine a acampar aquí con mis padres.

También en ese lugar los árboles estaban cubiertos de nieve y hacía un frío tremendo, pero al menos estaban protegidos del viento. Pasaron casi todo el día acurrucados dentro de la tienda, calentándose alrededor de las útiles llamas azul intenso que a Hermione se le daba tan bien producir y que se podían recoger y llevar de un sitio a otro en un tarro. Harry se sentía como si estuviera recuperándose de alguna breve pero grave enfermedad, y el esmero y la amabilidad de Hermione reforzaban esa impresión. Esa tarde volvió a nevar, y hasta el protegido claro donde habían acampado quedó cubierto de una nieve similar a polvillo.

Después de dos noches durmiendo muy poco, los sentidos de Harry estaban más alertas de lo habitual. Al haber logrado huir por los pelos de Godric's Hollow, tenían la sensación de que Voldemort se hallaba más próximo y más amenazador que antes. Al anochecer, Harry rechazó el ofrecimiento de Hermione de seguir montando guardia y le dijo que fuera a acostarse.

Él colocó un viejo cojín junto a la entrada de la tienda y se sentó encima. Llevaba puestos todos los jerséis que tenía, pero aun así temblaba de frío. La oscuridad fue acentuándose a medida que pasaban las horas, hasta hacerse casi impenetrable. El muchacho se disponía a coger el mapa del merodeador para contemplar un rato el puntito que señalaba la posición de Ginny cuando se acordó de que era Navidad y que ella debía de haber vuelto a La Madriguera.

Cada pequeño movimiento parecía exagerado en la inmensidad de aquel paraje. Harry sabía que el bosque estaba lleno de seres vivos, pero le habría gustado que todos permanecieran quietos y callados para que él pudiese diferenciar sus inocentes correteos y merodeos de otros ruidos que revelaran movimientos más inquietantes. Entonces recordó el sonido de una capa deslizándose sobre hojarasca, muchos años atrás, y al instante le pareció oírlo de nuevo, pero desechó ese pensamiento. Si los sortilegios protectores habían funcionado durante semanas, ¿por qué iban a fallar ahora? Sin embargo, percibía que esa noche había algo diferente.

En más de una ocasión despertó dando un respingo, con el cuello dolorido por haberse dormido en una postura incómoda, desplomado contra la lona de la tienda. La aterciopelada negrura de la noche iba alcanzando tal profundidad que tuvo la sensación de hallarse suspendido en un limbo entre la Desaparición y la Aparición. Acababa de poner una mano delante de la cara para ver si lograba distinguir los dedos cuando ocurrió…

Vio una intensa luz plateada justo delante de la tienda, oscilando entre los árboles. Fuera cual fuese la fuente, se desplazaba sin hacer ruido, y era como si la luz, por sí sola, avanzara hacia él.

Se puso en pie de un salto, con la voz atascada en la garganta y alzando la varita de Hermione. Entornó los ojos a medida que la luz iba haciéndose cegadora, destacando más y más la negra silueta de los árboles, y comprobó que seguía acercándose…

De pronto la fuente de la luz apareció por detrás de un roble. Era una cierva de un blanco plateado, reluciente como la luna y deslumbrante, que avanzaba sin hacer ruido y sin dejar huellas de cascos en la fina capa de nieve. El animal fue hacia él, con la hermosa cabeza en alto, y el muchacho distinguió sus enormes ojos de largas pestañas.

Miró a la criatura maravillado, aunque no por su rareza sino por su inexplicable familiaridad. Tuvo la impresión de que esperaba su llegada pero había olvidado que habían acordado encontrarse. El impulso de llamar a gritos a Hermione, tan fuerte un instante antes, desapareció. Estaba convencido de que aquella cierva, una hembra de gamo, había ido allí únicamente por él; sí, habría puesto la mano en el fuego por ello.

Se miraron el uno al otro largamente, y luego el animal dio media vuelta y se alejó.

—No te vayas —suplicó el muchacho con la voz ronca después de tanto rato sin hablar—. ¡Vuelve!

La criatura continuó alejándose con parsimonia entre los árboles, y los troncos dibujaron gruesas franjas negras sobre el resplandor. Harry, tembloroso, vaciló un segundo. Su sentido de la prudencia le decía que podía tratarse de un truco, un señuelo, una trampa. Pero el instinto, el irresistible instinto, le decía que aquello no era magia oscura, de modo que decidió seguir a la cierva.

La nieve crujía bajo sus pies, pero el animal no hacía ruido alguno al pasar entre los árboles, porque sólo era luz. Fue adentrándose en el bosque, y el chico aceleró el paso, convencido de que cuando la cierva se detuviera, le permitiría acercarse a ella. Y entonces le hablaría y su voz le diría lo que él necesitaba saber.

Por fin la criatura se detuvo. Giró una vez más su hermosa cabeza hacia Harry, que echó a correr hacia ella. Había una pregunta que ardía en su interior, pero, cuando despegó los labios para formularla, la cierva se desvaneció.

Aunque la oscuridad se la tragó por completo, Harry tenía su refulgente imagen grabada en la retina, y eso le dificultaba la visión; cuando cerraba los párpados, se intensificaba y lo desorientaba. Entonces sintió miedo; en cambio, la presencia del animal le había dado seguridad.


¡Lumos!
—susurró, y el extremo de la varita se iluminó.

Aunque la huella de la cierva perdía intensidad cada vez que Harry parpadeaba, él permaneció allí de pie, escuchando los sonidos del bosque en busca de crujidos de ramitas o suaves susurros de nieve. ¿Estaban a punto de atacarlo? ¿Lo había atraído aquel animal hacia una emboscada, o se estaba imaginando que había alguien observándolo más allá de la zona iluminada?

Levantó más la varita. Pero nadie se precipitó hacia él, ni salió ningún destello de luz verde de detrás de ningún árbol. Entonces ¿por qué lo había guiado la cierva hasta ese lugar?

Algo centelleó iluminado por la varita, y Harry se volvió rápidamente, pero lo único que vio fue una pequeña charca helada, cuya resquebrajada y negra superficie brilló cuando él levantó más el brazo para examinarla.

Caminó hacia la charca con cuidado y atisbo el interior. El hielo reflejó su distorsionada silueta y la luz de la varita; en el fondo, bajo la gruesa y empañada capa de hielo gris, brillaba otra cosa: una gran cruz de plata…

Le dio un vuelco el corazón. Se dejó caer de rodillas en la orilla e inclinó la varita para que su luz llegara hasta el fondo. Vio un destello rojo intenso, una… espada con relumbrantes rubíes en la empuñadura. La espada de Gryffindor yacía en el fondo del agua.

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