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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (81 page)

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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Snape contrajo el rostro y farfulló:

—¿Que me salvó? ¿Cómo que me salvó? ¿Crees que Potter se comportó como un héroe? ¡Estaba salvando su propio pellejo y el de sus amigos! No quiero que… No voy a permitirte…

—¿Permitirme? ¿No vas a permitirme qué?

Los verdes y destellantes ojos de Lily se convirtieron en dos rendijas, y Snape rectificó al instante:

—No he querido decir… Es que no quiero ver cómo se ríe de… ¡A James Potter le gustas! —exclamó como si se lo arrancaran a la fuerza—. Y él no es… aunque todo el mundo cree… Se las da de gran héroe de
quidditch
… —La amargura y la aversión de Snape lo estaban haciendo caer en la incoherencia, y Lily se mostraba cada vez más sorprendida.

—Ya sé que James Potter es un sinvergüenza y un engreído —dijo—. No necesito que tú me lo expliques. Pero el concepto del humor que tienen Mulciber y Avery es maléfico. Maléfico, Sev. No entiendo cómo puedes ser amigo suyo.

Harry dudaba que Snape hubiera oído siquiera esas críticas de Lily. Desde el momento en que hubo insultado a James Potter, todo él se relajó, y cuando se marcharon, sus andares tenían una ligereza inusual…

La escena se disolvió…

Harry vio salir a Snape una vez más del Gran Comedor, después de hacer su TIMO de Defensa Contra las Artes Oscuras, y alejarse del castillo, sin que nadie se fijara en él, en dirección al haya bajo la que estaban sentados James, Sirius, Lupin y Pettigrew. Pero esta vez Harry guardó las distancias, porque sabía qué vendría a continuación cuando James levantara a Severus del suelo y se burlara de él; recordaba qué habían hecho y dicho, y no tenía ningunas ganas de volver a oírlo. Asimismo vio cómo Lily se unía al grupo y salía en defensa de Snape, y sí oyó cómo éste, presa de la humillación y la rabia, le gritaba una expresión inolvidable: «sangre sucia».

La escena cambió…

—Lo siento.

—No me interesan tus disculpas.

—¡Lo siento!

—Puedes ahorrártelas.

Era de noche. Lily, que llevaba puesta una bata, estaba de pie con los brazos cruzados frente al retrato de la Señora Gorda, junto a la entrada de la torre de Gryffindor.

—Si he salido es porque Mary me ha dicho que amenazabas con quedarte a dormir aquí.

—Es verdad. Pensaba hacerlo. No quería llamarte «sangre sucia», pero se…

—¿Se te escapó? —No había ni pizca de compasión en la voz de la chica—. Es demasiado tarde. Llevo años justificando tu actitud. Mis amigos no entienden siquiera que te dirija la palabra. Tú y tus valiosísimos amigos
mortífagos
… ¿Lo ves? ¡Ni siquiera lo niegas! ¡Ni siquiera niegas que eso es lo que todos aspiráis a ser! Estáis deseando uniros a Quien-tú-sabes, ¿verdad? —Snape abrió la boca, pero volvió a cerrarla—. No puedo seguir fingiendo. Tú has elegido tu camino, y yo he elegido el mío.

—No… Espera, yo no quería…

—¿No querías llamarme «sangre sucia»? Pero si llamas así a todos los que son como yo, Severus. ¿Dónde está la diferencia?

Snape no encontraba palabras, y ella, con una mirada de desprecio, se dio la vuelta y se metió por el hueco del retrato…

Entonces el pasillo se disolvió, y la nueva escena tardó un poco en volver a formarse. Harry tuvo la impresión de que volaba a través de figuras y colores cambiantes, hasta que el entorno volvió a plasmarse y se encontró en la cima de una montaña, desamparado y muerto de frío en la oscuridad; el viento silbaba entre las ramas de unos pocos árboles pelados. Snape, ya adulto, jadeaba e iba de aquí para allá aferrando la varita mágica, como si esperara algo o a alguien… Y le contagió su miedo a Harry. Aunque el muchacho sabía que no podían hacerle daño, miró hacia atrás, preguntándose qué o a quién esperaba aquel hombre…

De repente, un cegador e irregular chorro de luz blanca surcó el aire. Harry pensó que era un rayo, pero Snape se había arrodillado y la varita se le había caído de la mano.

—¡No me mate!

—Ésa no era mi intención.

El ruido de las ramas agitadas por el viento ahogó el que hizo Dumbledore al aparecerse. Se situó de pie ante Snape, la túnica ondeándole alrededor, mientras la luz de su varita le iluminaba la cara.

—¿Y bien, Severus? ¿Qué mensaje me traes de lord Voldemort?

—¡No, no se trata de ningún mensaje…! ¡He venido por mi cuenta! —Se retorcía las manos, al parecer trastornado, y el alborotado y negro cabello le flotaba alrededor de la cabeza—. He venido para hacerle una advertencia… No, una petición… Por favor…

Dumbledore sacudió su varita. Aunque todavía volaban algunas hojas y ramas, se hizo el silencio alrededor de los dos, cara a cara.

—¿Qué petición podría hacerme un
mortífago
?

—La… profecía… La predicción… Trelawney…

—¡Ah, sí! ¿Cuántas cosas le has contado a lord Voldemort?

—¡Todo! ¡Todo lo que oí! ¡Por eso… es por eso que… cree que se refiere a Lily Evans!

—La profecía no se refería a una mujer —replicó Dumbledore—, sino que hablaba de un niño nacido a finales de julio…

—¡Ya sabe usted lo que quiero decir! El cree que se refiere al hijo de ella, y va a darle caza, los matará a todos…

—Si tanto significa ella para ti —insinuó Dumbledore—, seguro que lord Voldemort le perdonará la vida, ¿no? ¿No podrías pedirle clemencia para la madre, a cambio del hijo?

—Ya se lo he… se lo he pedido…

—Me das asco —le espetó Dumbledore, y Harry nunca había notado tanto desprecio en su voz. Snape se acobardó un poco—. Así pues, ¿no te importa que mueran el marido y el niño? ¿Da igual que ellos mueran, siempre que tú consigas lo que quieres?

Snape se limitó a mirarlo y calló, hasta que por fin dijo con voz ronca:

—Pues escóndalos a todos. Proteja… Protéjalos a los tres. Por favor.

—¿Y qué me ofreces a cambio, Severus?

—¿A… a cambio? —Snape se quedó con la boca abierta y Harry creyó que iba a protestar, pero al cabo dijo—: Lo que usted quiera.

La montaña se desdibujó, y Harry se halló entonces en el despacho de Dumbledore, donde había algo que hacía un ruido espantoso, parecido al gimoteo de un animal herido. Encorvado y con la cabeza gacha, Snape se había desplomado en una butaca; Dumbledore, de pie frente a él, lo contemplaba con gesto adusto. Al cabo de unos instantes, Snape levantó la cara; parecía un hombre que hubiera vivido cien años de desgracias después de abandonar aquella montaña.

—Creía que iba… a protegerla…

—James y ella confiaron en la persona equivocada —afirmó Dumbledore—. Igual que tú, Severus. ¿No suponías que lord Voldemort le salvaría la vida? —Snape respiraba deprisa, muy agitado—. Pero su hijo ha sobrevivido. —Snape hizo un ligero movimiento con la cabeza, como si espantara una mosca molesta—. Su hijo vive y tiene los mismos ojos que ella, exactamente iguales. Estoy seguro de que recuerdas la forma y el color de los ojos de Lily Evans.

—¡¡Basta!! —bramó Snape—. ¡Está muerta! ¡Muerta!

—¿Qué te ocurre, Severus? ¿Remordimiento, acaso?

—Ojalá… ojalá estuviera yo muerto…

—¿Y de qué serviría eso? —repuso Dumbledore con frialdad—. Si amabas a Lily Evans, si la amabas de verdad, está claro qué camino debes tomar.

Dio la impresión de que Snape atisbaba a través de una neblina de dolor, aunque tardó un tiempo en asimilar las palabras del director de Hogwarts.

—¿Qué… qué quiere decir?

—Tú sabes cómo y por qué ha muerto Lily. Asegúrate, pues, de que no haya muerto en vano: ayúdame a proteger a su hijo.

—Él no necesita protección. El Señor Tenebroso se ha ido…

—El Señor Tenebroso regresará, y entonces Harry Potter correrá un grave peligro.

Hubo una larga pausa, y poco a poco Snape fue recobrando la compostura y dominando su respiración. Al fin dijo:

—Está bien. De acuerdo. ¡Pero no se lo cuente nunca a nadie, Dumbledore! ¡Esto debe quedar entre nosotros! ¡Júremelo! No soportaría que… Y menos al hijo de Potter… ¡Quiero que me dé su palabra!

—¿Mi palabra, Severus, de que nunca revelaré lo mejor de ti? —Dumbledore suspiró, escrutando el rabioso y angustiado rostro del profesor—. Está bien, si insistes…

El despacho se disolvió, pero volvió a formarse enseguida. Snape se paseaba arriba y abajo delante de Dumbledore.

—… mediocre, arrogante como su padre, transgresor incorregible, encantado con su fama, egocéntrico e impertinente…

—Ves lo que esperas ver, Severus —sentenció Dumbledore sin apartar la vista de un ejemplar de
La transformación moderna
—. Otros profesores afirman que el chico es modesto, agradable y de considerable talento. Yo, personalmente, lo encuentro muy simpático. —Dumbledore pasó la página y, sin levantar la cabeza, añadió—: No pierdas de vista a Quirrell, ¿de acuerdo?

Se produjo un remolino de color y todo se oscureció. Snape y Dumbledore aparecieron en un rincón un poco apartado del vestíbulo de Hogwarts; los últimos rezagados del Baile de Navidad pasaron cerca de ellos de camino a sus dormitorios.

—¿Y bien? —murmuró Dumbledore.

—A Karkarov también se le está oscureciendo la Marca. Está muy asustado, porque teme que haya represalias; ya sabe cuánta ayuda le prestó al ministerio después de la caída del Señor Tenebroso. —Snape miró de soslayo el perfil de Dumbledore, donde destacaba la torcida nariz—. El planea huir si arde la Marca.

—¿Ah, sí? —susurró Dumbledore. Fleur Delacour y Roger Davies llegaron riendo de los jardines—. ¿Y no estás tentado de hacer tú lo mismo?

—No —contestó Snape con la mirada clavada en Fleur y Roger, que se alejaban—. No soy tan cobarde.

—No, es cierto —concedió Dumbledore—. Eres mucho más valiente que ese Igor Karkarov. ¿Sabes qué? A veces pienso que seleccionamos demasiado pronto a nuestros alumnos…

Se marchó y dejó a Snape con cara de aflicción.

A continuación Harry se halló otra vez en el despacho del director. Era de noche, y Dumbledore estaba ladeado en el sillón detrás de su escritorio, al parecer semiconsciente; la mano derecha le colgaba del brazo del sillón, quemada y ennegrecida. Entretanto, Snape murmuraba conjuros, apuntando con su varita a la muñeca de Dumbledore, mientras con la mano izquierda le daba de beber de una copa llena de una poción densa y dorada. Pasados unos instantes, Dumbledore parpadeó y abrió los ojos.

—¿Por qué? —preguntó Snape sin más preámbulos—. ¿Por qué se ha puesto ese anillo? Lleva una maldición. ¿Cómo no se dio cuenta? ¿Cómo se le ocurrió tocarlo siquiera?

El anillo de Sorvolo Gaunt se hallaba encima del escritorio, frente a Dumbledore. Estaba partido, y la espada de Gryffindor reposaba a su lado.

Dumbledore hizo una mueca.

—Fui… un estúpido. Me sentí tentado…

—¿Tentado de qué? —El director no contestó—. ¡Es un milagro que haya podido regresar aquí! Ese anillo llevaba una maldición extraordinariamente poderosa; a lo único que podemos aspirar es a contenerla. De momento he logrado impedir que se extienda por el brazo…

Dumbledore levantó la ennegrecida e inservible mano y la examinó con la expresión de alguien a quien muestran un objeto curioso.

—Lo has hecho muy bien, Severus. ¿Cuánto tiempo crees que me queda? —preguntó con tono despreocupado, como si quisiera saber el pronóstico del tiempo.

Snape vaciló un momento y contestó:

—No sabría decirlo. Quizá un año. Un hechizo así no puede detenerse de forma definitiva, y acabará extendiéndose; es la clase de maldición que se fortalece con el paso del tiempo.

El director sonrió. La noticia de que le quedaba menos de un año de vida parecía preocuparlo muy poco, o nada.

—Soy afortunado, muy afortunado, por tenerte, Severus.

—¡Si me hubiera llamado antes, quizá habría podido hacer algo más, ganar algo de tiempo! —exclamó Snape con rabia. Miró el anillo roto y la espada—. ¿Acaso creyó que rompiendo el anillo anularía la maldición?

—Algo así… Es evidente que deliraba… —Haciendo un gran esfuerzo, Dumbledore se enderezó en el sillón—. Bueno, esto simplifica mucho las cosas. —Sonrió, y Snape se quedó perplejo—. Me refiero al plan que está tramando lord Voldemort, el plan de obligar al pobre Malfoy a que me asesine.

Snape se sentó en la silla que tantas veces había ocupado Harry, al otro lado del escritorio, y el muchacho notó que quería decir algo más sobre la mano afectada por la maldición, pero el director de Hogwarts hizo un ademán con ella para dar a entender, educadamente, que no quería seguir hablando del asunto. Snape frunció el entrecejo y dijo:

—El Señor Tenebroso no confía en que Draco realice con éxito su misión. Eso es sólo un castigo para Lucius por sus recientes fracasos. Para los padres de Draco es una lenta tortura ver cómo su hijo falla y paga por ello.

—Así pues, ha pronunciado una sentencia de muerte tanto contra el chico como contra mí. Y supongo que el sucesor lógico de esa misión, después de que Draco haya fracasado, eres tú, ¿no?

Se quedaron en silencio un momento.

—Sí, creo que ésas son las intenciones del Señor Tenebroso.

—¿Lord Voldemort prevé que en un futuro próximo ya no necesitará un espía en Hogwarts?

—Cree que pronto se hará con el control del colegio, sí.

—Y si lo consigue —preguntó Dumbledore—, ¿me das tu palabra de que procurarás por todos los medios proteger a los alumnos de Hogwarts? —Snape dio una seca cabezada—. Estupendo. Bien, veamos, lo primero que debes hacer es descubrir qué trama Draco. Porque un adolescente asustado representa un peligro para sí mismo y para otros. Así que ofrécele ayuda y consejo; le caes bien, supongo que los aceptará…

—Ya no le caigo tan bien desde que su padre ha perdido el favor del Señor Tenebroso. Draco me culpa a mí, cree que he usurpado la posición de Lucius.

—Da igual, inténtalo. Las víctimas accidentales de las estrategias que urda Draco me importan más que yo mismo. En última instancia, por supuesto, sólo podemos hacer una cosa para salvarlo de la ira de lord Voldemort.

Snape arqueó las cejas y preguntó con sarcasmo:

—¿Pretende dejar que él lo mate?

—Desde luego que no. Tienes que matarme tú.

Se produjo un largo silencio, interrumpido sólo por unos extraños ruiditos secos:
Fawkes
, el fénix, mordisqueaba un trozo de jibión.

—¿Quiere que lo haga ahora mismo? —preguntó al cabo Snape con ironía—. ¿O necesita unos minutos para componer un epitafio?

—No, todavía no —repuso Dumbledore, sonriente—. Creo que la ocasión se presentará a su debido tiempo. Dado lo ocurrido esta noche —añadió señalando su marchita mano—, podemos estar seguros de que sucederá en el plazo de un año.

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