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Authors: Douglas Adams

Tags: #ciencia ficción

Hasta luego, y gracias por el pescado (19 page)

BOOK: Hasta luego, y gracias por el pescado
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- ¿Marvin? - dijo bruscamente Arthur, agachándose a su lado -. ¿Eres tú?

- Tú siempre tenías una pregunta superinteligente que hacer, ¿verdad? - gimió la vieja armadura del robot.

- ¿Qué es esto? - murmuró alarmada Fenchurch, agachándose detrás de Arthur y asiéndole del brazo.

- Es una especie de viejo amigo - contestó Arthur -. Yo...

- ¡Amigo! - graznó miserablemente el robot.

La palabra se perdió en una especie de crujido, y flecos de óxido cayeron de su boca.

- Tendrás que disculparme mientras intento recordar el significado de esa palabra. Mis bancos de memoria ya no son lo que eran, ¿sabes?, y toda palabra que cae en desuso durante algunos millones de años tiene que trasladarse al soporte auxiliar de memoria. ¡Ah, ya viene!

La baqueteada cabeza del robot se elevó un poco, bruscamente, como si recordara.

- Hummm, qué concepto tan extraño. Meditó un poco más.

- No - dijo al fin -. Me parece que nunca me he topado con ninguno. Lo siento, en eso no puedo ayudarte.

Se arañó patéticamente una rodilla en el polvo y luego trató de volverse apoyándose en sus deteriorados codos.

- ¿Hay, quizá, algún último servicio que pueda prestarte? - inquirió con una especie de hueco castañeteo -. ¿Un trozo de papel que quisieras que recogiera por ti? ¿O quizá abrir una puerta?

Alzó la cabeza, que rechinó en los oxidados cojines del cuello, y pareció escrutar el lejano horizonte.

- De momento no parece que haya puertas cercanas, pero estoy seguro de que si esperamos lo suficiente, terminarán poniendo alguna - anunció girando despacio la cabeza para ver a Arthur -. Podría abrirla para ti. Estoy muy acostumbrado a servir, ¿sabes?

- ¿Qué le has hecho a esta pobre criatura, Arthur? - le susurró bruscamente Fenchurch al oído.

- Nada, siempre está así... - Insistió Arthur con tristeza.

- ¡Ja! - soltó Marvin, que repitió -: ¡ja! ¿Qué sabes tú de «siempre»? ¿Me dices «siempre» a mí, que, debido a los estúpidos recaditos que las formas de vida orgánica como tú me mandáis hacer a través del tiempo, soy treinta y siete veces más viejo que el Universo mismo? Elige tus palabras con un poco más de tacto y cuidado.

Tosió con un chirrido áspero y prosiguió:

- Olvídame, sigue adelante y deja que siga penosamente mi camino. Por fin ya casi ha llegado mi hora. Mi carrera llega a su meta. Espero - añadió, agitando débilmente un dedo roto - llegar el último. Sería lo adecuado. Aquí me tienes, con un cerebro del tamaño de...

Entre los dos le incorporaron a pesar de sus débiles protestas e insultos. El metal estaba tan caliente que casi se quemaron los dedos, pero el robot pesaba sorprendentemente poco, y renqueaba fláccido entre sus brazos.

Lo llevaron por el camino que se extendía a la izquierda de la Gran Llanura Roja de Rars hacia la sierra circular de Quentulus Quazgar.

Arthur pretendió dar explicaciones a Fenchurch, pero los dolientes desvaríos cibernéticos de Marvin se lo impidieron.

Intentaron ver si en una de las casetas había alguna pieza de repuesto y aceite suavizante, pero Marvin se negó.

- Todo yo soy piezas de repuesto - repetía monótonamente. - ¡Dejadme en paz! - gimió.

- Cada parte de mí - se lamentó - se ha reemplazado por lo menos cincuenta veces... salvo... - Por un momento pareció animarse de manera casi imperceptible. Su cabeza oscilaba entre los dos con el esfuerzo que hacía por recordar. Al fin dijo a Arthur -: ¿Recuerdas la vez que me conociste? Me habían encomendado la extenuante tarea intelectual de subirte al puente. Te mencioné que me dolían terriblemente todos los diodos del lado izquierdo. Y te dije que había pedido que me pusieran otros pero nunca lo hicieron.

Hizo una larga pausa antes de proseguir. Lo llevaban entre los dos, bajo el sol achicharrante que parecía que nunca iba a moverse, ni mucho menos, a ponerse.

- A ver si adivinas qué partes de mí no se han reemplazado nunca - desafió Marvin cuando consideró que la pausa ya había sido lo suficientemente embarazoso -. Vamos, a ver si lo adivinas. - ¡Ufff! - añadió -. ¡Uf, uf, uf, uf, uf!

Finalmente llegaron a la última caseta, sentaron a Marvin entre los dos y descansaron a la sombra. Fenchurch compró unos gemelos para Russell con incrustaciones de guijarros pulidos de la sierra de Quentulus Quazgar, recogidos justo debajo de las letras de fuego en que estaba escrito el Mensaje Final de Dios a Su Creación.

Arthur hojeó una pequeña hilera de folletos religiosos que había en el mostrador: breves meditaciones sobre el significado del Mensaje.

- ¿Lista? - preguntó a Fenchurch, que asintió. Levantaron a Marvin entre los dos.

Rodearon el pie de la sierra de Quentulus Quazgar, y a lo largo del pico de una montaña vieron el Mensaje escrito con letras llameantes. Había un pequeño puesto de observación con una barandilla que cercaba la gran roca delantera, desde donde se divisaba un buen panorama. Había un pequeño telescopio de monedas para ver el Mensaje con detalle, pero nadie lo utilizaba porque las letras ardían con el divino brillo de los cielos y, si se veían con un telescopio, dañaban gravemente la retina y el nervio óptico.

Contemplaron maravillados el Mensaje Final de Dios, y poco a poco, inefablemente, recibieron una inmensa sensación de paz y de absoluto y definitivo conocimiento.

- Sí - dijo Fenchurch, suspirando -. Era eso.

Llevaban contemplándolo durante diez minutos enteros cuando se dieron cuenta de que Marvin, derrumbado entre sus hombros, tenía problemas. El robot ya no podía levantar la cabeza, no había leído el Mensaje. Le incorporaron, pero se quejó de que sus circuitos de visión habían dejado de funcionar casi por completo.

Encontraron una moneda y le ayudaron a llegar al telescopio. Se lamentó y les insultó, pero le ayudaron a ver las letras, una a una. La primera era una «n», la segunda y la tercera una «o» y una «s». Luego había un hueco. Después venían una «e», una «x», una «c», una «u» y una «s».

Marvin hizo una pausa para descansar.

Tras unos momentos prosiguió y leyó la «a», la «m», la «o» y la «s».

Las dos palabras siguientes eran «por» y «todas». La última era más larga, y Marvin necesitó descansar de nuevo antes de enfrentarse con ella.

Empezaba con «I», y seguía con «a» y «s». A continuación venía «m» y «o», seguidas de «I» y «e», y luego una «s».

Tras una pausa final, Marvin hizo acopio de fuerzas para el último tramo. Leyó la «t», la «i», la «a» y, por último, la «s», antes de derrumbarse otra vez en brazos de Arthur y Fenchurch.

- Creo - Murmuró al fin, con una voz que le salía de su corroído y rechinante tórax -, que esto me ha sentado muy bien.

Las luces de sus ojos se apagaron definitivamente y por última vez, para siempre.

Afortunadamente, cerca había una caseta donde unos individuos con alas verdes alquilaban scooters.

Nos excusamos por todas las molestias.

Epilogo

Uno de los mayores benefactores de todas las formas de vida era un hombre que no podía concentrarse en el trabajo que tenía entre manos.

¿Brillante? Desde luego.

¿Uno de los principales ingenieros genéticos de su generación y de cualquier otra, incluido un montón de los que él mismo había diseñado?

Sin duda alguna.

El problema consistía en que tenía demasiado interés en cosas a las que no debería prestar atención, al menos ahora mismo no, tal como le diría mucha gente.

Asimismo, y en parte debido a ello, era de disposición bastante irritable.

De modo que cuando amenazaron su mundo unos terribles invasores procedentes de un planeta lejano, que aún se encontraban a mucha distancia pero que viajaban de prisa, él, Blart Versenwald III (no se llamaba así, lo que no tiene mucha importancia, pero sí mucho interés porque..., bueno, ése era su nombre y ya diremos más adelante por qué resulta interesante), fue encerrado bajo vigilancia por los dirigentes de su raza con instrucciones para diseñar una especie de superguerreros fanáticos que resistieran y venciesen a los terribles invasores, ordenándole que lo hiciera pronto y aconsejándole: «¡Concéntrate!»

Así que se sentó frente a la ventana, contempló el césped veraniego y se dedicó a diseñar con afán; pero inevitablemente había cosas que le distraían un poco, y cuando los invasores entraron prácticamente en órbita alrededor de su mundo, había inventado una nueva especie de supermosca que, sin ayuda, podía entrar volando por la apertura de una ventana entreabierta, con un interruptor para los niños. Los festejos de tan notable descubrimiento parecían destinados a una breve vida, debido a la inminencia de la catástrofe: las naves extranjeras aterrrizando. Pero sorprendentemente, los temidos invasores que, como la mayoría de las razas guerreras, sólo andaban revueltos porque no podían arreglar los asuntos domésticos, quedaron asombrados por los extraordinarios descubrimientos de Versenwald, se unieron a las celebraciones y se les convenció para que firmasen una amplia serie de convenios comerciales y un programa de intercambio cultural. Y, en asombrosa contradicción con la norma habitual en el desarrollo de tales asuntos, todo el mundo interesado vivió feliz a partir de entonces.

Esta historia tenía una moraleja, pero de momento se le ha escapado al cronista.

FIN
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