Hermana luz, hermana sombra (13 page)

BOOK: Hermana luz, hermana sombra
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—En el Libro está dicho que: Antes de que una niña se convierta en mujer, saludará a las hermanas de su fe en cada Congregación, ya que una niña que no conoce nada del mundo elige en base al miedo y la ignorancia, así como sus hermanas sombra antes de emerger a la luz. —La sacerdotisa alzó la vista del Libro con su sonrisa poco cordial—. ¿Y qué es lo que significa esto, mis niñas?

Jenna permaneció en silencio. Ya no contestaba de inmediato, incluso cuando conocía la respuesta esperada, porque la sacerdotisa siempre se enfadaba cuando ella hablaba primero. Ahora reservaba su opinión hasta el último momento, y la exponía cuando las demás habían terminado, resumiendo y clarificando el tema.

—Significa nuestra misión —dijo Alna aclarándose la garganta en medio de la corta frase, señal segura de que la primavera había llegado.

Al recibir un codazo de Alna, Selinda agregó:

—Pasamos por todas las Congregaciones.

—O al menos todas las que podemos en el término de un año —agregó Pynt.

Madre Alta asintió con la cabeza.

—¿Y tú, Jo-an-enna? ¿No tienes nada que agregar?

Jenna asintió con la cabeza, cogiéndose la trenza izquierda mientras hablaba, como una forma de recordarse que no debía ser demasiado impetuosa.

—Es cierto, Madre, que vamos de Congregación en Congregación. Pero no es sólo para realizar una visita y jugar. Debemos ir con los ojos y los oídos abiertos, al igual que nuestra mente y nuestro corazón. Vamos a aprender, a comparar, a pensar y a... a...

—¡A crecer! —le interrumpió Pynt.

—Muy bien, Marga —dijo Madre Alta—. Y es ese crecimiento el que preocupa a la Madre de cada Congregación. Algunas veces éste llega cuando todas las niñas van juntas y...

Jenna sintió que el frío regresaba a su cuerpo. Se tiró de la trenza hasta hacerse doler para evitar el temblor que amenazaba invadirla.

Madre Alta inspiró profundamente y en forma instintiva las niñas respiraron con ella. Todas salvo Jenna.

—Y algunas veces el crecimiento llega cuando están separadas. Por lo tanto, como vuestra guía y Madre de esta Congregación, es mi decisión que estaréis mejor por separado durante vuestro año de misión. Marga, Selinda y Alna comenzarán por dirigirse a Calla’s Ford. Pero tú, Jo-an-enna...

—¡No! —exclamó Jenna, y la palabra fue como una explosión. Alarmadas, las otras niñas se apartaron de su ira—. Cuando hay más de una muchacha lista para salir en su año de misión, nunca se las separa.

—Eso no está dicho en ninguna parte del Libro —respondió Madre Alta lenta y cuidadosamente, como si hablase con una niña muy pequeña—. El resto es mera costumbre y desidia, sujeto a cambios a discreción de la Madre de la Congregación. —Abrió el Libro en otra página. Ésta no estaba marcada con la cinta pero, evidentemente, era consultada con frecuencia, ya que las páginas permanecían abiertas sin la presión de sus manos—. Toma, niña, lee esto en voz alta.

Jenna se levantó y leyó la frase subrayada por la larga uña de Madre Alta. Sus labios se movieron pero no salió ningún sonido.

—¡Fuerte, Jo-an-enna! —le ordenó la sacerdotisa.

Jenna leyó con voz firme, sin que ésta delatase su ira ni su pena.

—La sabiduría de la Madre se encuentra en todas las cosas. Si hace frío, ella encenderá el fuego. Si hace calor, permitirá que entre el aire en la habitación. Pero todas sus acciones serán por el bien de sus niñas. —Jenna volvió a sentarse.

—Como verás, jovencita —dijo Madre Alta con una sonrisa que, por primera vez, comenzó en su boca y terminó en sus ojos—, harás lo que yo te diga, ya que siendo la Madre sé lo que es mejor para ti y para las demás. Ellas son como pequeñas flores y tú, el árbol. No pueden crecer bajo la sombra que tú proyectas.

Pynt apretó la mano de Jenna, pero ésta no le respondió. Trataba de controlar las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. Trataba de controlar los latidos furiosos de su corazón. Finalmente logró dominar su respiración y observó a Madre Alta mientras pensaba: No la perdonaré por esto, no la perdonaré jamás.

Madre Alta alzó las manos sobre las niñas, y Selinda, Alna y Pynt inclinaron las cabezas obedientemente para recibir sus palabras finales.

Pero la mirada oscura de Jenna siguió fija en los ojos verdes de la sacerdotisa, y de ese modo fue cómo recibió la bendición de Gran Alta.

A la semana siguiente empacaron, en una mañana tan llena de gorjeos que Jenna sintió un gran dolor en el corazón. Había guardado silencio respecto a la resolución de la sacerdotisa, pero en la Congregación todas las demás estaban conmocionadas con ello. Las niñas en especial se habían mostrado desconsoladas, y Pynt en particular había llorado cada noche antes de dormirse. Pero Jenna guardaba la pena para sí misma, pensando que de ese modo no aumentaría la de las demás. No comprendía que las hermanas estaban más preocupadas por su silencio que lo que hubiesen estado por sus lágrimas.

Sólo una vez durante la semana, Jenna se refirió a ello. Mientras las niñas con sus madres realizaban la caminata alrededor de la Congregación, costumbre tradicional antes de la partida, Jenna se llevó a Amalda aparte.

—¿Soy un árbol que proyecta su sombra sobre todas? —le preguntó—. A-ma, ¿no hay nada que crezca alrededor de mí?

Amalda sonrió y estrechó a Jenna entre sus brazos. Entonces la hizo girar y señaló un gran castaño junto al sendero.

—Mira debajo de él —le dijo.

Jenna miró. Junto a las raíces del árbol crecían las violetas mecidas por la brisa.

—Tus amigas no son pequeñas plantas —dijo Amalda. Entonces rió—. Y tú aún no eres un árbol vigoroso. En unos años más, tal vez.

Pero abrazó a Jenna con fuerza y caminaron en silencio el resto del trayecto alrededor de la Congregación.

Jenna recordó ese silencio mientras empacaba, colocando sus mejores polainas en el fondo y su camisa de noche en el medio. Reservó la parte de arriba para los alimentos que le entregaría Donya y para su muñeca. Se preparaba para colocarla en el morral cuando Pynt la detuvo.

—No —le dijo—. Dame tu muñeca, la hermana luz, y yo te daré la mía. Así no nos separaremos en realidad.

Su tono formal convenció a Jenna, quien intercambió muñecas con solemnidad. Pynt acarició el cabello hecho con barbas de maíz antes de colocar la muñeca de Jenna en su propio morral.

Selinda le obsequió a Jenna la concha de caracol que había sido un presente de su madre para el día de La Elección, y Alna le entregó un ramillete de flores secas.

—Son del jardín. Siempre las he guardado bajo mi almohada —dijo tímidamente como si hubiese sido un secreto, a pesar de que todas lo sabían.

Jenna cortó un mechón de sus cabellos para cada una y, mientras colocaba los rizos blancos en las palmas de sus amigas, dijo con suavidad:

—Es sólo un año. Un año. Y luego volveremos a estar aquí, juntas otra vez.

Había pretendido sonar valiente y despreocupada, pero Alna se alejó y, después de darle un rápido abrazo, Selinda abandonó la habitación corriendo. Sólo Pynt permaneció allí, con la vista fija en el rizo blanco que descansaba sobre su palma.

En el patio de las guerreras, Catrona las aguardaba junto al mapa que ocupaba la tabla de la mesa. Las miró por turno a cada una, notando los ojos enrojecidos de Alna, la tez pálida de Selinda y la expresión decidida en el rostro de Pynt. Sólo Jenna parecía tranquila.

Cruzando los brazos, Catrona dijo con energía:

—Repasemos el camino una vez más. Y luego deberéis partir. Recordad... El sol se mueve lentamente, pero cruza la tierra. No debéis desperdiciar la mejor parte del día. El viaje ya es lo suficientemente largo tal cual es.

Las niñas se acercaron a la mesa.

—Ahora mostradme el camino —dijo Catrona. Pynt avanzó.

—Tú no, Marga. Conoces los bosques tan bien, que quiero que sean Selinda o Alna las que me lo indiquen. Sólo por si acaso.

La mano de Alna recorrió el camino rápidamente, primero al oeste del sol por el sendero que conducía hacia Slipskin y a lo largo del río. Al pie de la montaña vaciló unos momentos y Selinda empujó su mano hacia el sur.

—Y allí —las interrumpió Catrona—, es donde debes dejarlas, Jenna. Te dirigirás hacia el norte con rumbo a la Congregación Nill’s. ¿Cuáles son tus puntos de referencia?

Jenna se acercó al mapa y recorrió el camino con mano firme.

—El curso del río se divide en dos. Rodearé el Viejo Ahorcado, la montaña con el peñasco alto que tiene la forma de un rostro de hombre, y luego llegaré hasta El Mar de Campanas, el campo de lirios.

—Bien. ¿Y vosotras? —preguntó Catrona a las demás.

—Seguiremos de espaldas a El Viejo Ahorcado y de frente a los picos gemelos llamados El Seno de Alta —dijo Pynt.

Recitaron el resto del camino de un modo similar, y luego volvieron a hacerlo hasta que, finalmente, Catrona estuvo tranquila. Entonces le dio un abrazo a cada una, reservando el último para Jenna.

Todas las mujeres de la Congregación Selden aguardaban junto a los grandes portones. Hasta las centinelas habían sido alertadas y habían abandonado sus puestos. Todas permanecieron en silencio mientras las niñas se arrodillaron frente a la sacerdotisa para recibir la bendición final.

—Que tu mano las guíe —recitó Madre Alta—. Que tu corazón las proteja. Cobíjalas en tus cabellos para siempre.

—Para siempre —repitieron las mujeres que observaban.

Jenna alzó la cabeza y observó a la sacerdotisa, pero ésta ya se había vuelto hacia el camino.

Las niñas cogieron sus morrales y se alejaron acompañadas por el lamento de las observadoras. El misterioso sonido vibrante las acompañó durante los tres primeros recodos del sendero, pero mucho después de haberse perdido en la distancia, las niñas permanecían en silencio pensando sólo en el camino.

LIBRO TERCERO
HERMANA LUZ, HERMANA SOMBRA
EL MITO:

Entonces Gran Alta tocará a su única hija con una varilla de luz, y la niña se apartará de ella cayendo a la Tierra. Donde quiera que pise, brotarán flores que, como campanas, cantarán hosannas a su nombre.

“Oh, niña de luz —repicarán las campanas—. Oh, pequeña hermana; oh, hija blanca, oh, reina que está por llegar.”

LA LEYENDA:

Una vez, una pastora de Neverston subió por la ladera de El Hombre Viejo para atender a su rebaño. Pero era la primera vez que subía la montaña y la oscuridad todavía teñía sus paredes de granito. La muchacha era joven y tenía miedo. Temiendo perderse, colocó un puñado de guijarros blancos en el bolsillo de su delantal y a cada paso, depositaba uno sobre una hoja verde para marcar su camino.

Durante todo el día observó cómo sus ovejas comían el pasto dulce que constituía la barba de El Hombre Viejo, y rezó para que le fuese posible regresar a salvo.

Mientras la pastora y su rebaño permanecían en la cumbre, los guijarros fueron echando raíces lentamente y se convirtieron en pequeñas campanas blancas.

Cuando llegó la noche y el sol se ocultó detrás de la montaña, la pastora regresó a casa con su rebaño siguiendo el sonido de las campanas tintineantes. O al menos eso es lo que cuentan en Neverston, donde las “campanas-cordero” o los Lirios del Valle del Viejo crecen en gran abundancia.

EL RELATO:

Estaba más fresco a lo largo del agua que en la Congregación, y las niñas se habían detenido en la confluencia de los dos ríos para almorzar y lavarse el polvo del camino. Fue allí donde se despidieron de Jenna.

Selinda y Alna se echaron a llorar, pero Pynt rió en forma extraña y la despidió con un guiño. Jenna se encogió levemente de hombros y le devolvió el guiño, pero mientras se dirigía hacia el norte, a solas por el camino, pensó en el curioso comportamiento de Pynt.

Al caminar, Jenna giraba la cabeza de un lado al otro tal como Amalda y Catrona le habían enseñado. El hecho de que estuviese pensando no significaba que sus ojos estuviesen distraídos. Según gustaba de decir Amalda, “Debes colocar la trampa antes de que pase la rata, no después.”

Jenna vio un par de ardillas que se perseguían la una a la otra entre las copas de los árboles, el rastro de un gran puma y unas huellas de venado.

Un nido de lechuza bajo un árbol contenía la cabeza de un ratón de los bosques. Había mucho que comer si llegaba a necesitarlo, aunque todavía tenía bastante en su morral. Sin embargo, ella lo registró todo tal como una cocinera registraría su despensa.

Deteniéndose un momento para escuchar los gorjeos de un tordo, Jenna sonrió. Le había preocupado la idea de estar a solas pero, aunque echaba de menos a Selinda, a Alna y especialmente a Pynt, descubrió con júbilo y sorpresa que no se sentía sola. Esto la confundió. Deseaba conservar su ira, como si ésta fuese a brindarle las fuerzas suficientes, y por lo tanto repitió como en una oración:

—Nunca la perdonaré. Odiaré a Madre Alta para siempre.

Pero las palabras parecían vacías. Pronunciadas en medio de la alegre cacofonía del bosque, la letanía del odio no tenía ningún poder. Jenna sacudió la cabeza.

—Yo soy el bosque —susurró. Entonces dijo con más fuerza—: ¡Los bosques están en mí! —Jenna rió, no porque el pensamiento fuese gracioso sino porque era cierto y porque, sin saberlo, Madre Alta la había enviado a su verdadero destino—. O... —dijo con tono vacilante—, ¿o ella lo sabría?

No hubo ninguna respuesta del bosque, al menos ninguna que ella pudiese comprender, así que se llevó una mano a la boca y silbó como un tordo. Éste respondió de inmediato a la llamada.

El atardecer llegó antes de lo que Jenna esperaba, porque aún se hallaba internada en el bosque y bajo la imponente sombra proyectada por la cara occidental de El Viejo Ahorcado. Había esperado alcanzar el campo de lirios blancos hacia el ocaso, ya que Catrona le había dado la impresión de que debía pasar la primera noche allí. Pero habían tardado mucho en despedirse y luego ella no se había apresurado en el camino, deteniéndose y disfrutando de su libertad. Ahora tendría que acampar en el bosque en lugar de hacerlo en el campo.

En medio de la penumbra escogió un árbol con una horcadura bien alta, ya que los rastros del puma habían sido recientes. Para no correr el riesgo de encontrarse frente a frente con el felino en medio de la noche, decidió dormir en el árbol. No sería cómodo, pero había sido entrenada para hacerlo. Y, tal como Catrona solía decir, “¡Mejor tener al puma bajo tus talones que sobre tu garganta!”

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