Hermosa oscuridad (52 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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—Porque te conozco.

Sujeté su mano. No podía soportar la idea de que le ocurriera algo, pero no podía interponerme en su decisión.

—Lena, tienes que hacerlo. No hay otra opción. Ojalá la hubiera, pero no la hay.

Miramos hacia abajo observando la caverna. Ridley alzó la mirada y por un segundo pensé que nos estaba mirando.

—No puedo permitir que muera —dijo Lena refiriéndose a ella—. Te juro que está tratando de cambiar. Ya he perdido demasiado.

Yo ya he perdido a tío Macon
.

—Fue culpa mía. —Se echó en mis brazos sollozando.

Quise decirlo que estaba vivo, pero recordé lo que él dijo. Su Transición no había concluido. En su interior aún podía quedar cierta Oscuridad. Si Lena sabía que estaba vivo y existía la más mínima posibilidad de perderlo otra vez, nunca escogería la Luz. No podía matarlo por segunda vez.

La luna estaba justo encima de ella. Pronto comenzaría la Cristalización. Debía tomar una decisión, pero yo temía que no lo hiciera.

Ridley apareció a nuestro lado. Había subido las escaleras corriendo y jadeaba. Abrazó a Lena, apretando la cara contra su mejilla, mojada por las lágrimas. Para bien o para mal, eran hermanas. Siempre lo habían sido.

—Lena, escúchame. Tienes que elegir. —Lena, llena de dolor, apartó la mirada.

Ridley cogió su cara y la obligó a mirarla.

—¿Qué le ha pasado a tus ojos? —preguntó Lena.

—Eso no importa. Tienes que escucharme. ¿He hecho alguna vez algo noble? ¿He dejado que te sentaras en el asiento delantero del coche siquiera una sola vez? ¿Te he guardado el último trozo de carta alguna vez en dieciséis años? ¿He permitido que te probaras mis zapatos?

—Tus zapatos nunca me han gustado —dijo Lena, y una lágrima resbaló por su mejilla.

—Mis zapatos te encantan —dijo Ridley sonriendo y limpiando el rostro de Lena con su mano llena de arañazos y manchada de sangre.

—No me importa lo que digas. No pienso hacerlo.

Se miraban a los ojos.

—No hay en mi cuerpo un sólo hueso que no sea egoísta, Lena, y te estoy pidiendo que lo hagas.

—No.

—Confía en mí. Es mejor así. Si aún queda en mí algún resto de Oscuridad, me estás haciendo un favor. Ya no quiero ser Oscura, pero no estoy hecha para ser Mortal. Soy una Siren.

Lena la miró con gratitud y comprensión.

—Pero si eres Mortal, no…

—No hay forma de saberlo. Cuando la Oscuridad se instala en tu sangre, sabes que… —dijo Ridley y se interrumpió.

Recordé las palabras de Macon.
La Oscuridad no nos abandona tan fácilmente como cabría esperar
.

Ridley abrazó con fuerza a Lena.

—Vamos, ¿qué voy a hacer yo con setenta y ochenta años más de vida? ¿Me imaginas saliendo con Gatlin, enrollándome con Link en el asiento de atrás? ¿Intentando averiguar cómo funciona la cocina? —Apartó la mirada, balbuciendo—. Pero si en ese asqueroso pueblo no hay ni un chico decente.

Lena cogió la mano de Ridley, que primero le dio un apretón y luego la soltó poco a poco hasta colocarla en la mía.

—Cuida de ella por mí, Malapata —se despidió, y desapareció por las escaleras antes de que yo pudiera decir nada.

Tengo miedo, Ethan
.

Estoy aquí, L. No pienso irme a ninguna parte. Puedes hacerlo
.

Ethan

Puedes hacerlo, Lena. Tienes que Cristalizar, ser tú. Nadie tiene que mostrarte el camino. Tú sabes cuál es
.

Otra voz se unió a la mía desde una enorme distancia y a la vez también desde mi interior.

La voz de mi madre.

Juntos le dijimos a Lena, en aquel instante robado al tiempo que el destino nos regaló, no que tenía que hacer, sino que podía hacerlo.

Cristaliza
, dije.

Cristaliza
, dijo mi madre.

Yo soy yo
, dijo Lena.
Yo soy
.

De la luna surgió una luz cegadora y un estallido que estremeció la caverna. No pude ver nada salvo aquella luz, pero sentí el miedo y el dolor de Lena, que me invadieron como una ola. Cada perdida, cada error, estaban grabados en su alma como tatuajes indelebles hechos de ira y abandono, de lágrimas y pesar.

La luz, pura y resplandeciente, llenó el lugar. Durante unos momentos no pude ver ni oír nada. Luego miré a Lena y vi su rostro bañado en lágrimas y un destello en sus ojos, que habían adquirido su verdadero color.

Uno era verde, el otro, dorado.

Echó la cabeza hacia atrás para mirar directamente a la luna. Su cuerpo se retorció y los pies quedaron colgando sobre la roca. Abajo, el combate se detuvo. Nadie habló ni movió un músculo. Todos los Casters y demonios que estaban presentes eran conscientes de lo que estaba ocurriendo: la balanza de su destino estaba a punto de inclinarse.

La caverna entera se transformó en una esfera de luz y la luna empezó a vibrar y a crecer. Luego, como en un sueño, se separó en dos mitades, dividiendo el cielo justo encima de Lena. Se formó una mariposa gigante y luminosa, con dos alas resplandecientes. Una verde y la otra dorada.

Un crujido recorrió la caverna y Lena gritó.

La luz se apagó y el Fuego Oscuro desapareció justo con el altar y la pira. Nos encontramos en el suelo, sobre la arena.

El aire quedó inmóvil. Pensé que todo había terminado, pero me equivocaba.

Un rayo rasgó el cielo, se escindió en dos y fulminó a sus blancos simultáneamente.

Larkin hizo una mueca de terror al sentir el impacto y su cuerpo se fue carbonizando poco a poco, como si se quemara de dentro a fuera. Unos cuervos negros le picotearon la piel hasta convertirlo en polvo y despareció por las rendijas de la roca llevado por el viento.

El segundo rayo descendió sobre Twyla.

Puso los ojos en blanco y cayó al suelo, como si su espíritu hubiera salido de su cuerpo dejándolo sin vida. Pero no se convirtió en polvo. Su cuerpo inerte quedó sobre la arena cuando Twyla se elevó por encima de él, temblando y apagándose hasta convertirse en un ser traslúcido.

A continuación la bruma se adensó y cobró forma, adoptando un aspecto semejante al que Twyla había tenido en vida. No dejo ningún asunto pendiente, todo acabó. Si algún día volvía, lo haría por propia elección. Ya no estaba vinculada a este mundo. Era libre. Y parecía en paz, como si supiera algo que los demás desconocíamos.

Se elevó hacía la luna a través de la abertura de la caverna y se detuvo un momento.

Adiós,
cher
.

No sé si lo dijo realmente o lo imaginé. Luego me tendió una mano luminosa y sonrió. Yo extendí el brazo hacía el cielo y observé cómo se disipaba bajo la luz de la luna. Una estrella apareció en el cielo Caster, pude verla un instante. La Estrella del Sur había reencontrado su lugar en el cielo.

Lena había elegido.

Había Cristalizado.

No estaba seguro de lo que eso significaba, pero ella seguía conmigo. No la había perdido.

Cristaliza
.

Mi madre estaría orgullosa de nosotros.

21 DE JUNIO
Luz y tinieblas

L
ENA ESTABA EN PIE y su oscura silueta se recortaba contra la luna. No lloraba y tampoco gritaba. Tenía los pies bien asentados en el suelo a ambos lados de la inmensa grieta que ahora atravesaba la cueva dividiéndola en dos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Liv mirando a Amma y a Arelia en busca de respuesta.

Seguí su mirada a través de las rocas y comprendí su silencio. Observaba conmovida un rostro familiar.

—Al parecer, Abraham ha interferido en el Orden de las Cosas.

Macon se encontraba en la entrada de la caverna enmarcado por la luz de la luna, que empezaba a recobrar su redondez. Leah y Bade estaban a su lado. No sabía cuánto tiempo llevaban allí, pero por la mirada de Macon, era evidente que lo habían visto todo. Macon avanzó despacio, acostumbrándose todavía a la sensación de apoyar los pies en el suelo. Bade iba detrás y Leah lo ayudaba llevándolo del brazo.

Lena se sorprendió al oír su voz. Para ella, una voz de ultratumba. Oí su pensamiento, apenas un susurro. La idea la asustaba.

¿Tío Macon?

Se quedó pálida. Recordé lo que sentí al ver a mi madre en el cementerio.

—Qué número tan impresionante montaron Sarafine y tú, abuelo. He de reconocerlo. ¿Convocar una luna de Cristalización antes de tiempo? Te has superado a ti mismo. —El eco devolvía la voz de Macon. El aire estaba inmóvil, tan quieto que no se oía nada excepto el suave rumor de las olas—. Naturalmente, cuando me he enterado de que venías, no me ha quedado otro remedio más que aparecer. —Macon calló, como si aguardara una respuesta. Al no obtenerla, gritó— : ¡Abraham! Veo tu mano en todo esto.

La caverna tembló. Por la abertura del techo cayeron algunas rocas estrellándose contra el suelo. Daba la impresión de que la cueva entera se derrumbaría. El cielo ennegreció. Macon, el de los ojos verdes, el Caster de Luz —si en verdad lo era—, parecía todavía más poderoso que el Íncubo que antes fue.

Una carcajada estentórea recorrió el lugar. En el suelo de la caverna, donde la luz habría dejado de brillar, Abraham apreció de entre las sombras. Por la barba y el traje parecía un anciano inofensivo en vez del más Oscuro de los Íncubos de Sangre. Hunting avanzaba a su lado.

Abraham se paró ante Sarafine, que estaba tendida en el suelo. Cubierta por una gruesa capa de hielo, estaba totalmente blanca, parecía un capullo helado.

—¿Me llamabas, muchacho? —dijo el viejo, y soltó otra carcajada seca y feroz—. Ah, el orgullo de la juventud. Dentro de cien años sabrás cuál es tu sitio, nieto.

Calculé mentalmente cuántas generaciones los separaban: cuatro, quizá cinco.

—Soy consciente de cuál es mi lugar, abuelo. Por desgracia, lo cual resulta excepcionalmente extraño, creo que voy a ser yo quien te envíe de vuelta al tuyo.

Abraham se mesó la barba.

—Mi pequeño Macon Ravenwood, siempre, desde niño, has estado muy perdido. Cuanto ha sucedido es obra tuya, no mía. La Sangre es Sangre igual que la Oscuridad es Oscuridad. Has olvidado dónde residen tus lealtades —dijo e hizo una pausa para mirar a Leah—. Y tú harías bien en recordarlas, querida. Pero, claro, todo tiene una explicación, como te crió una Caster. —Se estremeció como si le dieran escalofríos.

Leah reaccionó con rabia, pero también con miedo. Tenía ganas de tentar su suerte con la Banda de la Sangre, pero no quería retar a Abraham.

—Hablando de niños perdidos —le preguntó Abraham a Hunting—, ¿dónde está John?

—Se ha ido. Es un cobarde.

—¡John no es capaz de demostrar cobardía! —bramó Abraham—. No está en su
naturaleza
. Y su vida es para mí más importante que la tuya. De modo que te sugiero que vayas a buscarlo.

Hunting bajó la mirada y asintió. No pude por menos que preguntarme por qué John Breed significaba tanto para Abraham, que no sentía nada por nadie.

Macon observó a Abraham detenidamente.

—Qué conmovedor ver cómo te preocupas por tu chico. Espero que lo encuentres, sinceramente. Sé lo doloroso que resulta perder a un niño.

La caverna tembló de nuevo y a nuestro alrededor cayeron más rocas.

—¿Qué le has hecho a John?

Presa de su furor, Abraham ya no parecía un anciano inofensivo, sino el demonio que en verdad era.

—¿Que qué le he hecho? La pregunta es qué le has hecho tú. —Abraham frunció el ceño, pero Macon se limitó a sonreír—. Un Íncubo capaz de soportar la luz del sol y conservar su fuerza sin alimentarse… sólo de una pareja muy especial nacería un niño con esas cualidades. ¿No te parece? Desde un punto de vista científico podría decirse que harían falta las cualidades de un Mortal, pero ese chico posee las virtudes de un Caster. Y como no puede tener tres padres, eso sólo puede significar que su madre era…

—Una Evo —dijo Leah con sobresalto.

Todos los Caster presentes reaccionaron al oírla. La sorpresa se extendió como una ola y un escalofrío recorrió la caverna. Sólo Amma permaneció impasible. Cruzó los brazos y miró a Abraham Ravenwood como si fuera uno más de los pollos que solía desplumar, despellejar y cocer en una de sus abolladas cacerolas.

Intenté recordar lo que Lena me había dicho de los Evos. Eran criaturas metamórficas con la capacidad de reflejar la forma humana. No se limitaban a usurpar un cuerpo Mortal como Sarafine. Los Evos podían convertirse en Mortales por un breve período de tiempo.

—Exacto —dijo Macon con una sonrisa—. Un Caster capaz de adoptar forma humana el tiempo suficiente para concebir un niño, con ADN de un Mortal y un Caster por un lado y el de un Íncubo por otra. No has perdido el tiempo, ¿verdad, abuelo? No sabía que te gustara hacer de alcahuete en tus ratos libres.

Abraham lo miró con ira.

—Eres tú quien ha alterado el Orden de las Cosas. Primero el encapricharte con una Mortal y luego al volverte contra tu propia especie para proteger a esa niña — dijo con tono de reprimenda, como si Macon no fuera más que un chico impetuoso—. ¿Y a qué nos ha conducido? A que esta niña de los Duchannes haya partido la luna en dos. ¿Y sabes lo que eso significa? ¿La amenaza que supone para todos nosotros?

—El destino de mi sobrina no te incumbe. Ya tienes bastante con ese chico fruto de un experimento científico. No obstante, me pregunto qué harás con él —replicó Macon con un brillo en los ojos.

—Cuida tu tono al hablar —dijo Hunting dando un paso adelante. Abraham, sin embargo, lo contuvo con un gesto—. Te maté una vez y volveré a hacerlo.

Macon negó con la cabeza.

—No seas infantil, Hunting. Si estás pensando en hacer carrera como discípulo del abuelo, vas a tener que esforzarte —dijo Macon, suspirando—. De momento lo mejor es que metas el rabo entre las piernas y sigas a tu amo a casa como un buen perro. —Hunting apretó los dientes. Y Macon se dirigió a Abraham—. Y, abuelo, por muchas ganas que tenga de comparar notas de laboratorio, creo que ha llegado el momento de que te vayas.

El viejo se echó a reír y un viento frío empezó a girar a su alrededor silbando entre las rocas.

—¿Crees que puedes tratarme como al niño de los recados? No volverás a pronunciar mi nombre, Macon Ravenwood. Lo vas a llorar, lo vas a sangrar. —El viento sopló a su alrededor, se le desanudó la corbata y se le enroscó en torno al cuerpo—. Y cuando mueras, mi nombre aún será temido y el tuyo nadie lo recordará.

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