Hermosas criaturas (29 page)

Read Hermosas criaturas Online

Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
7.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Tía Marian, ¿de qué estás hablando? —Me había perdido.

—Para que nos entendamos, hay bibliotecas y, además, otro tipo de bibliotecas distintas. Yo doy servicio a todos los buenos ciudadanos de Gatlin, tanto si son
Casters
como mortales. Y todo funciona bastante bien, ya que este segundo tipo es más bien un trabajo nocturno.

—¿A qué te refieres…?

—A la biblioteca
Caster
del condado de Gatlin. Y, evidentemente, yo soy la bibliotecaria también. La bibliotecaria jefe
Caster
.

Me quedé mirando fijamente a Marian como si estuviera viéndola por primera vez. Me devolvió la mirada con sus mismos ojos marrones y la misma sonrisa sabia de siempre. Tenía el mismo aspecto, pero, de alguna manera, era totalmente distinta. Siempre me había preguntado por qué Marian se había quedado en Gatlin todos esos años. Pensé que se debía a mi madre, y ahora comprendía que había otra razón.

No sabía qué era lo que sentía, pero fuera lo que fuera, Lena iba en la dirección contraria.

—Entonces, puedes ayudarnos. Debemos averiguar qué les sucedió a Ethan y a Genevieve, si eso tiene que ver con nosotros, y hay que averiguarlo antes de mi cumpleaños. —Lena la miró con expectación—. La biblioteca
Caster
tiene que tener archivos y a lo mejor guarda
El libro de las lunas
. ¿Crees que podríamos encontrar respuestas ahí?

Marian apartó la mirada.

—Quizá sí, quizá no, pero me temo que no puedo ayudaros, lo siento mucho.

—¿De qué estás hablando? —No tenía sentido lo que decía. Jamás había visto a Marian decir que no a alguien, especialmente a mí.

—No puedo implicarme aunque quiera. Es parte de las obligaciones del trabajo. Yo no escribo los libros ni las reglas, simplemente las protejo. No puedo interferir.

—¿Y el trabajo es más importante que ayudarnos? —Di un paso hacia delante, de modo que tuvo que mirarme a los ojos cuando contestó—. ¿Incluso más importante que yo?

—No es tan sencillo, Ethan. Debe haber un equilibrio entre el mundo de los mortales y los
Casters
, entre los Luminosos y los Oscuros. La Guardiana es parte del equilibrio, parte del Orden de las Cosas. Si desafío las Leyes por las que estoy Vinculada, el equilibrio queda en peligro. —Me devolvió la mirada, con la voz temblorosa—. No puedo interferir, aunque eso me duela. Aunque haga daño a la gente a la que quiero.

No sabía qué estaba diciendo, pero sí sabía que Marian me quería, al igual que había querido también a mi madre. Si ella no podía ayudarnos, había una razón.

—Estupendo. No puedes ayudarnos. Pues llévanos entonces a la biblioteca
Caster
, y allí me las apañaré como pueda.

—Tú no eres un
Caster
, Ethan. No puedes tomar esa decisión.

Lena dio un paso a mi lado y me cogió la mano.

—Es la mía y yo quiero ir.

Marian asintió.

—Vale, os llevaré la próxima vez que abra. La biblioteca
Caster
no tiene el mismo horario que la biblioteca del condado de Gatlin. Es un poco más
irregular
.

Ya lo creo que lo era.

31 DE OCTUBRE
Halloween

L
a biblioteca del condado de Gatlin sólo permanecía cerrada durante los días festivos, es decir, el Día de Acción de Gracias, el de Navidad, el de Año Nuevo y el de Pascua. Por tanto, ésos eran los únicos días que abría la biblioteca
Caster
, algo que Marian aparentemente no podía controlar.

—Tiene que ver con el condado. Como te he dicho, yo no soy la que impone las reglas. —Me pregunté de qué condado estaría hablando, de aquél donde había vivido toda mi vida o del que se me había ocultado hasta ese momento.

Sin embargo, Lena albergaba alguna esperanza. Por primera vez, era como si creyera de verdad que podría haber una manera de impedir lo que ella consideraba inevitable. Marian no podía darnos respuestas, pero nos daba seguridad en ausencia de las dos personas en las que más confiábamos, que, aunque no se habían ido a ninguna parte, las sentíamos muy lejos. No le dije nada a Lena, pero sin Amma yo estaba perdido. Y sin Macon, sabía que Lena ni siquiera encontraría el camino hacia estar perdida.

Marian nos dio algo más, las cartas de Ethan y Genevieve, tan viejas y delicadas que casi parecían transparentes, además de todo lo que mi madre y ella habían encontrado sobre ambos. Un buen montón de papeles guardados en una polvorienta caja de cartón, estampada de tal modo que parecía de madera. Aunque Lena disfrutaría estudiando la prosa —«los días sin ti se desangran uno tras otro hasta que el tiempo se convierte en otro de los obstáculos que tenemos que superar…»—, lo cierto es que lo único que parecía relatar era una historia de amor con un final realmente horrible o, más bien, realmente negro. Pero eso era todo lo que teníamos.

Ahora, lo que teníamos que hacer era averiguar lo que estábamos buscando. La aguja en el pajar o, en este caso, en la caja de cartón.

Así que hicimos lo único que podíamos hacer, es decir, comenzar a buscar.

Al cabo de dos semanas, había pasado más tiempo con Lena enfrascado en los papeles del guardapelo de lo que jamás me habría imaginado. Cuanto más leíamos, más nos parecía que se hablaba de nosotros mismos. Por la noche, nos quedábamos despiertos hasta tarde intentando resolver el misterio de Ethan y Genevieve, un mortal y una
Caster
, desesperados por encontrar una forma de estar juntos, contra todo pronóstico. En el colegio teníamos que enfrentarnos a ciertas dificultades para poder pasar como fuera otras ocho horas más en el Jackson y cada vez era más difícil. Y luego, todos los días había que inventar un nuevo plan para poderme llevar a Lena o que pudiéramos estar juntos. Especialmente si ese día era Halloween.

Halloween era un día de fiesta especialmente señalado en el Jackson. Para un chico, era de esperar que cualquier cosa que implicara tener que vérselas con ropas, saliera mal. Y además, luego estaba siempre la tensión de si estabas o no en la lista de invitados al fiestón anual de Savannah Snow. Pero este año el nivel de estrés se elevaba teniendo en cuenta que la chica por la que estaba loco era una
Caster
.

No tenía ni idea de qué debía esperar cuando Lena me recogió para ir al instituto un par de manzanas más allá de mi casa, protegido por una esquina de los ojos que Amma tenía en la nuca.

—No te has disfrazado —le dije, sorprendido.

—¿De qué me estás hablando?

—Pensé que te ibas a vestir de alguna manera especial. —Sabía que había quedado como un idiota un segundo más tarde de que las palabras salieran de mi boca.

—Oh, vaya, ¿creías que nosotros, los
Casters
, nos disfrazamos para Halloween y volamos por ahí montados en escobas? —Se echó a reír.

—No me refería…

—Siento haberte decepcionado. Sólo nos vestimos para cenar como cualquier otro día de fiesta.

—Así que también es fiesta para vosotros.

—Es la noche más sagrada del año y la más peligrosa… la más importante de las cuatro Celebraciones. Es nuestra versión de la Nochevieja, el final del año pasado y el comienzo del nuevo.

—¿Qué quieres decir con peligrosa?

—Mi abuela decía que era la noche en la que el velo que separa este mundo del Más Allá, del mundo de los espíritus, es más fino. Es una noche de poder dedicada al recuerdo.

—¿El Más Allá? ¿Te refieres a la vida más allá de la muerte?

—Algo así. Es el reino de los espíritus.

—Así que Halloween realmente va de espíritus y fantasmas.

Puso los ojos en blanco.

—Esta noche recordamos a los
Casters
que fueron perseguidos por ser diferentes. Hombres y mujeres a los que quemaron por usar sus dones.

—¿Te refieres a los juicios de las brujas de Salem?

—Supongo que es así como vosotros lo llamáis, pero hubo juicios a brujas por toda la costa este, no sólo en Salem. Incluso por todo el mundo. Los de Salem son los únicos que mencionan vuestros libros de texto. —Remarcó la palabra «vuestros» como si fuera algo sucio y, entre todos los días, quizá hoy fuera el más apropiado para eso.

Pasamos con el coche al lado del Stop & Steal.
Boo
estaba sentado al lado de la señal de stop en la esquina, esperando. Se nos acercó lentamente nada más ver el automóvil.

—Deberíamos subir al perro en el coche. Debe de estar reventado de seguirte día y noche.

Lena echó una ojeada por el espejo retrovisor.

—Nunca quiere subirse.

Sabía que llevaba razón, pero cuando me giré para mirarlo, habría jurado que asintió.

Descubrí a Link en el aparcamiento. Se había puesto una peluca rubia y un jersey azul con un parche de las Wildcats cosido. Incluso llevaba unos pompones en las manos. Tenía un aspecto espeluznante, incluso se parecía un poco a su madre. Este año, el equipo de baloncesto había decidido disfrazarse de animadoras del equipo. Con todo lo que tenía encima se me había pasado, o al menos eso fue lo que me dije a mí mismo. Me la iba a cargar por esto y Earl estaba esperando que le diera una razón para echarse encima de mí. Desde que había empezado a salir con Lena las colaba todas en la cancha, motivo por el cual ahora jugaba de pívot titular en vez de Earl, que no estaba precisamente feliz con el cambio.

Lena juraba que no había nada mágico en ello, al menos, no de magia
Caster
. Vino a verme jugar una vez y me apunté un tanto cada vez que tiré. El inconveniente era que la tuve en mi cabeza a lo largo de todo el partido, preguntándome miles de cosas sobre tiros libres, asistencias y la regla de los tres segundos. Estaba claro que jamás había visto un partido y esto era peor que llevar a las Hermanas a la feria del condado. Después de aquello evitó venir a otro. Sin embargo, tenía claro que ella escuchaba atentamente cuando jugaba. La podía sentir allí dentro.

Por otro lado, quizás ella era la razón por la que el equipo de las animadoras tuviera un año peor de lo habitual. Emily tenía muchos problemas para permanecer en lo alto de la pirámide Wildcats, aunque no le pregunté nada a Lena sobre el tema.

Hoy era un día difícil para reconocer a mis compañeros de equipo, a no ser que te acercaras lo suficiente para ver las piernas peludas y el vello facial. Link se nos acercó y, de cerca, tenía un aspecto aún peor. Había intentado ponerse maquillaje y se había embadurnado con pintalabios rosa. Se subió la falda, tirando de los tensos pantis que llevaba debajo.

—Eres un mierda —dijo, señalándome a través de una fila de coches—. ¿Dónde está tu disfraz? —Lo siento, tío. Lo olvidé.

—Chorradas. Simplemente, no te has querido poner toda esta mierda encima. Te conozco, Wate. Eres un gallina.

—Te lo juro, se me ha olvidado.

Lena le dedicó una sonrisa a Link.

—Creo que tienes un aspecto estupendo.

—No sé cómo las chicas podéis poneros toda esta basura en la cara. Pica que te cagas.

Lena puso mala cara. Ella nunca se ponía maquillaje; no tenía por qué.

—Ya sabes, no todas firmamos un contrato con Maybelline al cumplir los trece.

Link se dio unos golpecitos en la peluca y se arregló uno de los calcetines que llevaba debajo del jersey.

—Dile eso a Savannah.

Subimos los primeros escalones.
Boo
estaba sentado en el césped, al lado del asta de la bandera. Me pregunté cómo aquel perro podía haber llegado antes que nosotros al instituto, pero a estas alturas tenía claro que no merecía la pena molestarse con el tema.

Los pasillos estaban atestados. Parecía como si la mitad del colegio se hubiera saltado la primera clase. El resto del equipo de baloncesto andaba frente a la taquilla de Link, también vestidos de chicas, lo cual tenía su punto, pero no para mí.

—¿Dónde están tus pompones, Wate? —Emory me sacudió uno en la cara—. ¿Qué te pasa? ¿Es que esas patas tuyas de pollo no lucen bien con falda?

Shawn se puso el jersey.

—Te apuesto a que ninguna de las chicas del grupo de animadoras le ha querido prestar una falda. —Unos cuantos chicos se echaron a reír.

Emory me pasó un brazo por los hombros, inclinándose hacia mí.

—¿Eso ha sido, Wate? ¿O como sales con una chica que vive en la Mansión Encantada para ti es Halloween todos los días?

Le cogí de la parte de atrás del jersey. Uno de los calcetines que llevaba en el sujetador se cayó al suelo.

—¿Quieres que nos veamos ahora las caras, Em?

Él se encogió de hombros.

—Como quieras. Total, iba a pasar antes o después…

Link dio un paso y se interpuso entre nosotros.

—Señoras, señoras, estamos aquí para pasarlo bien. No querrás que te estropeen esa cara tan bonita, Em.

Earl sacudió la cabeza, empujando a Emory por el pasillo delante de él. Como era habitual, no dijo ni una palabra, pero yo conocía esa mirada.
«No hay vuelta atrás como sigas por ese camino, Wate».

Si me había parecido que el equipo de baloncesto era la comidilla del instituto, era porque no había visto aún al grupo de animadoras de verdad. Según parecía, mis compañeros de equipo no eran los únicos que habían aparecido con un disfraz colectivo. Lena y yo las vimos cuando íbamos de camino hacia la clase de inglés.

—Mierda. —Link me dio un golpe en el brazo con el dorso de la mano.

—¿Qué?

Marchaban pasillo adelante en fila india: Emily, Savannah, Edén y Charlotte, seguidas por todos los miembros del equipo de animación de las Jackson Wildcats. Iban vestidas exactamente igual, con unas falditas negras ridículamente cortas, por supuesto, botas de punta también negras y gorros de bruja altos con la punta doblada, pero ésa no era la peor parte. Sus largas pelucas negras se rizaban en tirabuzones desordenados. Su maquillaje también era negro, y justo debajo de los ojos derechos de todas había dibujadas minuciosamente unas exageradas lunas crecientes, la marca de nacimiento imposible de confundir. Para completar el efecto, llevaban escobas y simulaban barrerlos pies de la gente con gestos frenéticos mientras avanzaban en procesión por el pasillo.

¿Brujas? ¿En Halloween? Qué originales.

Le apreté la mano. Su expresión no se alteró, pero pude notar cómo temblaba entre mis dedos.

Lo siento, Lena.

Si supieran…

Esperé que el edificio empezara a temblar y las ventanas estallaran o algo parecido, pero no ocurrió nada. Lena simplemente permaneció allí en pie, furiosa.

Other books

Dead City - 01 by Joe McKinney
Family Britain, 1951-1957 by David Kynaston
Immortal Dynasty by Lynda Haviland
The Mavericks by Leigh Greenwood
SHUDDERVILLE SIX by Zabrisky, Mia
A Bone to Pick by Gina McMurchy-Barber
A Deadly Vineyard Holiday by Philip R. Craig