Hermoso Final (16 page)

Read Hermoso Final Online

Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Final
9.55Mb size Format: txt, pdf, ePub

Así que todo lo que podía hacer era quedarme allí sentado contemplando el viejo coche y preguntándome cómo algo que había estado perdido durante tanto tiempo podía volver a ser encontrado.

Mi madre respiró hondo, y cerré los ojos antes de que pudiera decir una palabra. Pero eso no la detuvo.

—No creo que sea una buena idea, Ethan. No creo que sea seguro, y no creo que debas ir. Por mucho que diga tu tía Prue. —Su voz sonaba vacilante.

—Mamá.

—Sólo tienes diecisiete años.

—De hecho, no es así. Lo que tengo ahora es nada. —Levanté la vista hacia ella—. Y siento decírtelo, pero es demasiado tarde para ese discurso. Tienes que admitir que la seguridad no es mi primera preocupación en este momento, ahora que estoy muerto y todo eso.

—Bueno, diciéndolo así… —suspiró y se sentó en el suelo a mi lado.

—¿Cómo quieres que lo diga?

—No lo sé. ¿Fallecido? —Intentó no sonreír.

Le devolví la media sonrisa.

—Lo siento. Fallecido, entonces. —Tenía razón. A la gente de donde veníamos no le gustaba decir la palabra
muerto
. Era de mala educación. Como si al pronunciarla, de alguna forma, se hiciera realidad. Como si las palabras en sí mismas fueran más poderosas que nada de lo que pudiera sucederte.

Tal vez lo fueran.

Al fin y al cabo, eso era lo que tenía que hacer ahora, ¿no es cierto? Destruir las palabras de la página de un libro en una biblioteca que habían cambiado mi destino Mortal. ¿Acaso era tan descabellado pensar que las palabras tenían una forma de moldear la vida de una persona?

—No sabes en lo que te estás metiendo, corazón. Tal vez si hubiera sido capaz de intuir todo esto antes de que pasara, ahora no estarías aquí. No habría existido un accidente de coche, ni un depósito de agua… —se detuvo.

—No puedes evitar que me sucedan cosas, mamá. Ni siquiera éstas. —Apoyé la cabeza en el borde del sofá—. Ni siquiera las cosas enredadas.

—¿Y qué pasa si quiero hacerlo?

—No puedes. Es mi vida, o lo que quiera que sea. —Me volví para mirarla.

Ella posó la cabeza en mi hombro, acercando un lado de mi cara con su mano. Algo que no había hecho desde que era un niño.

—Es tu vida. En eso tienes razón. Y no puedo tomar una decisión como ésta por ti, por mucho que quiera. Lo que resulta muy, muy duro.

—Puedo imaginármelo.

Me sonrió con tristeza.

—Apenas acabo de recuperarte. Y no quiero perderte de nuevo.

—Lo sé. Yo tampoco quiero dejarte.

Permanecimos el uno al lado del otro, contemplando la ciudad navideña, tal vez por última vez. Deposité el coche en el lugar al que pertenecía.

Supe entonces que nunca volveríamos a tener otras Navidades juntos, pasara lo que pasara. Podría quedarme o podría irme, pero, en cualquier caso, continuaría moviéndome a alguna parte que no era aquí. Las cosas no podían continuar así para siempre, ni siquiera en este Gatlin que no era Gatlin, fuera o no fuera a recuperar mi vida.

Las cosas cambiaban.

Y luego volvían a cambiar.

La vida era así, y también la muerte, supongo.

No podía estar con las dos, con mi madre y Lena, no en lo que quedaba de una vida. Ellas nunca se encontrarían, aunque ya les había contado todo lo que había que contar sobre la otra. Desde que llegué aquí, mi madre me había hecho describir cada amuleto del collar de Lena. Cada línea de cada poema que ella había escrito. Cada historia sobre las más pequeñas cosas que nos habían sucedido, cosas que ni siquiera sabía que recordaba.

Aun así, no era lo mismo que ser una familia, o lo que fuera que hubiéramos podido ser.

Lena, mi madre y yo.

Nunca se reirían de mí o me ocultarían un secreto o se pelearían por mí. Mi madre y Lena eran las dos personas más importantes de mi vida, o de mi otra vida, y nunca podría tener a las dos juntas.

Eso era en lo que pensaba cuando cerré los ojos. Para cuando volví a abrirlos, mi madre se había ido, como si supiera que no habría tenido valor para dejarla. Como si supiera que no sería capaz de marcharme.

Para ser sinceros, no estaba seguro de haber podido hacerlo.

Ahora nunca lo sabría.

Tal vez fuera mejor así.

* * *

Me guardé las dos piedras en el bolsillo y empecé a bajar los escalones de la entrada, cerrando cuidadosamente la puerta detrás de mí. El olor a tomates fritos me llegó flotando a través de la puerta cuando la cerré.

No me despedí. Tenía el presentimiento de que nos volveríamos a ver de nuevo. Algún día, en alguna parte.

Pero, aparte de eso, no había nada que pudiera decirle a mi madre que ella no supiera ya. Ni tampoco ninguna forma de decirlo y, después, salir por la puerta.

Ella sabía que la quería y también que tenía que marcharme. Más allá de eso, cualquier palabra resultaría superflua.

No sé si me vio partir.

Me dije a mí mismo que sí.

Pero deseaba que no fuera así.

16
Una piedra y un cuervo

U
na vez que dejé atrás el río, me di cuenta de que la carretera a las Verjas del Custodio Lejano no era exactamente una carretera. Se trataba más bien de un tortuoso y abrupto sendero, medio oculto entre las paredes de dos imponentes montañas negras situadas a ambos lados, y creando un acceso natural más peligroso que cualquier cosa construida por Mortales, o Guardianes. Las montañas eran lisas con cornisas afiladas como navajas que reflejaban el sol, como si estuvieran hechas de obsidiana. Daban la impresión de estar asestando negros tajos en el cielo.

Genial
.

La sola idea de recorrer un sendero a través de dentados acantilados recortados a cuchillo era mucho más que intimidante. Fuera lo que fuera lo que estuvieran tramando los Guardianes, definitivamente no querían que nadie lo supiera.

Era toda una sorpresa.

Exu
daba vueltas sobre mi cabeza, como si supiera exactamente adónde se dirigía. Ajusté el paso para poder seguir su sombra en el camino unos metros por delante de mí, agradecido de poder contar con el espeluznante pájaro que era aún más grande que
Harlon James
. Me pregunté qué pensaría
Lucille
de él. Es curioso cómo un cuervo sobrenatural prestado por los Antepasados podía llegar a resultar la única cosa familiar del paisaje.

Incluso con la ayuda del cuervo del tío Abner, me detenía continuamente para consultar el mapa de tía Prue.
Exu
, indudablemente, conocía la dirección del Custodio Lejano, pero a menudo desaparecía unos metros de mi vista. Los acantilados eran altos, el camino enrevesado y
Exu
no tenía por qué preocuparse de cómo atravesar esas montañas.

Un pájaro afortunado.

Sobre el mapa, el sendero había sido trazado por la temblorosa mano de la tía Prue. Cada vez que trataba de dilucidar hasta dónde llevaría, éste desaparecía unos metros más adelante. Empezaba a preocuparme porque su mano hubiera templado demasiado en la dirección equivocada, ya que las indicaciones del mapa no mostraban que hubiera que ir por encima de las montañas o entre ellas, se suponía que tenía que ir
a través
de una de ellas.

—Esto no puede estar bien.

Levanté la vista del papel hacia el cielo.
Exu
planeaba de un árbol a otro delante de mí, aunque ahora que estábamos más cerca de las montañas, los árboles escaseaban cada vez más.

—Venga. Adelante. Deja de restregármelo. Uno de los dos tiene que caminar, ¿sabes?

El animal volvió a graznar. Agité la petaca de whisky por encima de mi cabeza.

—Pero no te olvides de quién tiene tu cena, ¿vale?

Se lanzó en picado hacia mí y me reí, volviendo a guardar la petaca en mi bolsillo.

Pero después de unos cuantos kilómetros ya no me pareció tan divertido.

* * *

Cuando alcancé la escarpada ladera del acantilado, volví a comprobar el mapa. Ahí estaba. Un círculo dibujado en la falda, marcando algún tipo de entrada a una cueva o a un túnel. En el mapa era muy fácil encontrarlo, pero cuando bajé el plano y traté de localizar la cueva, no vi nada.

Sólo una superficie rocosa, tan empinada que prácticamente era vertical, cortando bruscamente el sendero delante de mí, y elevándose tan alta hacia las nubes que parecía no tener fin.

Algo debía de estar mal.

Tenía que haber una entrada al túnel en alguna parte de los alrededores. Avancé a lo largo del acantilado, tropezando con trozos desprendidos de brillante piedra negra.

Nada.

No fue hasta que me separé del acantilado y me fijé en un parche de matorrales secos que crecía a lo largo de las piedras cuando todo encajó.

Las matas crecían de tal forma que recordaban vagamente a un círculo.

Agarré las ramas muertas con ambas manos, tirando de ellas con todas mis fuerzas, y ahí estaba. O algo así. Nada podía haberme preparado para lo que ese círculo trazado en la montaña representaba realmente.

Un pequeño y oscuro agujero —y cuando digo pequeño quiero decir minúsculo—, apenas suficientemente grande para un hombre. Ni siquiera suficientemente grande para
Boo Radley
. Tal vez para
Lucille
, pero incluso ella habría pasado estrecheces. Y su interior estaba oscuro como boca de lobo. Por supuesto.

—Ah. Vamos.

De acuerdo con el mapa, el túnel era el único camino hasta el Custodio Lejano y Lena. Si quería volver a casa, iba a tener que arrastrarme por él. Me sentí enfermo sólo de pensarlo.

Tal vez podría dar un rodeo. ¿Cuánto tiempo me llevaría alcanzar el otro lado de la montaña? Demasiado, eso seguro. ¿A quién quería engañar?

Traté de no pensar en lo que se sentiría si toda una montaña se desplomaba sobre ti, mientras estabas arrastrándote por su interior. Pero si ya estaba muerto, ¿podría aplastarme hasta morir? ¿Dolería? ¿Quedaba alguna cosa que pudiera causarme dolor?

Cuanto más me obligaba a no pensarlo, más lo pensaba, y pronto estuve tentado de dar la vuelta.

Pero entonces imaginé otra alternativa: estar atrapado aquí en el Más allá sin Lena por la «infinidad de los tiempos infinitos», como diría Link. Nada era peor que esa posibilidad. Respiré hondo, me adentré por la ranura y empecé a gatear.

El túnel era más pequeño y oscuro de lo que hubiera podido imaginar. Una vez que me deslicé en su interior, no me quedaban más que unos centímetros de espacio libre por encima y a los lados. Aquello era aún peor que la vez en que Link y yo nos quedamos atrapados en el maletero del coche del padre de Emory.

Nunca había sentido miedo por los espacios pequeños, pero aquí era imposible no tener claustrofobia. Y estaba oscuro. Más que oscuro. La única luz provenía de algunas grietas en la roca, que eran escasas y estaban muy distanciadas entre sí.

La mayor parte del tiempo me arrastraba en una absoluta oscuridad, con el único sonido de mi respiración retumbando en las paredes. Un polvo invisible me llenaba la boca, y hacía escocer mis ojos. No dejaba de pensar que iba a chocarme contra un muro y que el túnel terminaría abruptamente obligándome a recular para poder salir. O que ni siquiera tendría esa posibilidad.

El suelo bajo mi cuerpo era de la misma roca afilada y oscura que la montaña, forzándome a avanzar lentamente para evitar rozarme con los cortantes fragmentos desprendidos. Sentía las manos como si estuvieran hechas jirones; las rodillas como dos sacos de cristales rotos. Me pregunté si los muertos podrían desangrarse hasta morir. En vista de mi suerte, sin duda sería el primer tío en descubrirlo.

Probé a distraerme contando hasta cien, tarareando desafinadas melodías de algunas de las canciones de los Holy Rollers o fingiendo que estaba hablando en kelting con Lena.

No servía de nada. Sabía que estaba solo.

Lo cual no hizo más que incrementar mi resolución de no prolongar más esa situación.

Ya no queda mucho, L. Voy a conseguirlo, encontraré las Verjas. Muy pronto estaremos juntos, y entonces te contaré lo mucho que apestaba todo esto.

Después de eso me quedé callado.

Era demasiado cansado fingir hablar en kelting.

Mis movimientos se volvieron más lentos, y mi mente se ralentizó con ellos, hasta que mis brazos y piernas se desplazaron en una especie de rígido paso sincopado, como el ritmo machacón de una de las viejas canciones de Link.

Atrás y adelante. Atrás y adelante.

Lena. Lena. Lena
.

* * *

Aún estaba pronunciando su nombre en kelting, cuando vi la luz al final del túnel, no una luz en sentido metafórico, sino real.

Escuché el graznido de
Exu
en la distancia. Sentí un amago de brisa, una corriente de aire en mi cara. La fría humedad del túnel empezó a dejar paso a la cálida luz del mundo exterior.

Ya casi había llegado.

Entrecerré los ojos cuando la luz del sol golpeó la boca del agujero. Aún no había sacado mi cuerpo de allí. Pero el túnel estaba tan oscuro que a mi vista le estaba costando mucho adaptarse incluso al más mínimo rayo de luz.

Cuando tenía medio cuerpo fuera, me dejé caer sobre el estómago con los ojos cerrados, con la dura superficie negra presionando contra mi mejilla.
Exu
estaba chillando, probablemente enfadado porque me tomara un respiro. Eso es lo que pensé.

Abrí los ojos para ver el sol reflejándose en un par de botas negras de cordones. A continuación, el borde de una capa de lana apareció ante mi vista.

Genial
.

Levanté lentamente la cabeza, preparado para ver a un Guardián encima de mí. Mi corazón comenzó a latir violentamente.

En cierto modo parecía un hombre. Siempre que ignoraras el hecho de que estaba completamente calvo, con una piel de un imposible tono gris oscuro y unos enormes ojos. La túnica negra estaba ceñida a la cintura por un largo cordón, y el hombre —si es que podía llamársele así— parecía una especie de mísero monje alienígena.

—¿Has perdido algo? —preguntó. Su voz sonaba más propia de un hombre. De un hombre mayor, con un matiz triste o tal vez amable. Era difícil reconciliar las facciones humanas y la voz con el resto de lo que tenía ante mi vista.

Me impulsé contra los laterales de la apertura en la roca y tiré de mis piernas hasta sacarlas del túnel, procurando no chocar con aquello, fuera lo que fuera.

—Estoy tratando de buscar el camino hasta el Custodio Lejano —balbuceé. Intenté recordar lo que Obidias me había contado. ¿Qué es lo que estaba buscando? ¿Puertas? ¿Verjas? Eso era—. Quiero decir, las Verjas del Custodio Lejano. —Me puse en pie, pero aunque quise recular, no había sitio donde hacerlo.

Other books

The Outcast by Calle J. Brookes
Haunting Desire by Erin Quinn
Legacy of Sorrows by Roberto Buonaccorsi
The Sea Grape Tree by Gillian Royes
(1929) The Three Just Men by Edgar Wallace
Nobody's Perfect by Kallypso Masters
Superhero Universe: Tesseracts Nineteen by Claude Lalumière, Mark Shainblum, Chadwick Ginther, Michael Matheson, Brent Nichols, David Perlmutter, Mary Pletsch, Jennifer Rahn, Corey Redekop, Bevan Thomas