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Authors: Antonio Buero Vallejo

Tags: #Teatro

Historia de una escalera (6 page)

BOOK: Historia de una escalera
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Trini.
— ¿Dónde va usted?

Señor Juan.
— A acompañar un poco a esas pobres mujeres. (
Pausa breve.
) ¿No has hecho la compra?

Trini.
— (
Llegando a él.
) Bajó madre a hacerla.

Señor Juan.
— Ya. (
Se dirige al I, en tanto que ella se dispone a entrar. Luego se para y se vuelve.
) ¿Viste cómo defendía Rosita a ese bandido?

Trini.
— Sí, padre.

(
Pausa.
)

Señor Juan.
— es indignante… Me da vergüenza que sea mi hija.

Trini.
— Rosita no es mala, padre.

Señor Juan.
— ¡Calla! ¿Qué sabes tú? (
Con ira.
) ¡Ni mentármela siquiera! ¡Y no quiero que la visites, ni que hables con ella! Rosita se terminó para nosotros… ¡Se terminó! (
Pausa.
) Debe de defenderse muy mal, ¿verdad? (
Pausa.
) Aunque a mí no me importa nada.

Trini.
— (
Acercándose
.) Padre…

Señor Juan.
— ¿Qué?

Trini.
— Ayer Rosita me dijo… que su mayor pena era el disgusto que usted tenía.

Señor Juan.
— ¡Hipócrita!

Trini.
— Me lo dijo llorando, padre.

Señor Juan.
— Las mujeres siempre tienen las lágrimas a punto. (
Pausa.
) Y… ¿qué tal se defiende?

Trini.
— Muy mal. El sinvergüenza ese no gana y a ella le repugna… ganarlo de otro modo.

Señor Juan.
— (
Dolorosamente.
) ¡No lo creo! ¡Esa golfa!… ¡Bah! ¡Es una golfa, una golfa!

Trini.
— No, no, padre. Rosa es algo ligera, pero no ha llegado a eso. Se juntó con Pepe porque le quería… y aún le quiere. Y él siempre le está diciendo que debe ganarlo, y siempre le amenaza con dejarla. Y… la pega.

Señor Juan.
— ¡Canalla!

Trini.
— Y Rosa no quiere que él la deje. Y tampoco quiere echarse a la vida… Sufre mucho.

Señor Juan.
— ¡Todos sufrimos!

Trini.
— Y, por eso, con lo poco que él le da alguna vez, le va dando de comer. Y ella apenas come. Y no cena nunca. ¿No se ha fijado usted en lo delgada que se ha quedado?

(
Pausa
.)

Señor Juan.
— No.

Trini.
— ¡Se ve en seguida! Y sufre porque él dice que está ya fea y… no viene casi nunca. (
Pausa.
) ¡La pobre Rosita terminará por echarse a la calle para que él no la abandone!

Señor Juan.
— (
Exaltado.
) ¿Pobre? ¡No la llames pobre! Ella se lo ha buscado. (
Pausa. Va a marcharse y se para otra vez.
) Sufres mucho por ella, ¿verdad?

Trini.
— Me da mucha pena, padre.

(
Pausa.
)

Señor Juan.
— (
Con los ojos bajos.
) Mira, no quiero que sufras por ella. Ella no me importa nada, ¿comprendes? Nada. Pero tú sí. Y no quiero verte con esa preocupación. ¿Me entiendes?

Trini.
— Sí, padre.

Señor Juan.
— (
Turbado.
) Escucha. Ahí dentro tengo unos durillos… Unos durillos ahorrados del café y de las copas…

Trini.
— ¡Padre!

Señor Juan.
— ¡Calla y déjame hablar! Como el café y el vino no son buenos a la vejez…, pues los fui guardando. A mí, Rosa no me importa nada. Pero si te sirve de consuelo…, puedes dárselos.

Trini.
— ¡Sí, sí, padre!

Señor Juan.
— De modo que voy a buscarlos.

Trini.
— ¡Qué bueno es usted!

Señor Juan.
— (
Entrando.
) No, si lo hago por ti… (
Muy conmovida,
Trini
espera ansiosamente la vuelta de su padre mientras lanza expresivas ojeadas al IV. El
Señor Juan
torna con unos billetes en la mano. Contándolos y sin mirarla, se los da.
) Ahí tienes.

Trini.
— Sí, padre.

Señor Juan.
— (
Yendo hacia el I.
) Se los das, si quieres.

Trini.
— Sí, padre.

Señor Juan.
— Como cosa tuya, naturalmente.

Trini.
— Sí.

Señor Juan.
— (
Después de llamar en el I, con falsa autoridad.
) ¡Y que no se entere tu madre de esto!

Trini.
— No, padre.

(
Urbano
abre al
Señor Juan.
)

Señor Juan.
— ¡Ah! Estás aquí.

Urbano.
— Sí, padre.

(El
Señor Juan
entra y cierra.
Trini
se
vuelve, llena de alegría y llama repetidas veces al IV. Después se da cuenta de que su casa ha quedado abierta; la cierra y torna a llamar. Pausa.
Rosa
abre.
)

Trini.
— ¡Rosita!

Rosa.
— Hola, Trini.

Trini.
— ¡Rosita!

Rosa.
— Te agradezco que vengas. Dispensa si antes te falté…

Trini.
— ¡Eso no importa!

Rosa.
— No me guardes rencor. Ya comprendo que hago mal defendiendo así a Pepe, pero…

Trini.
— ¡Rosita! ¡Padre me ha dado dinero para ti!

Rosa.
— ¿Eh?

Trini.
— ¡Mira! (
Le enseña los billetes.
) ¡Toma! ¡Son para ti!

(
Se los pone en la mano.
)

Rosa.
— (
Casi llorando.
) Trini, no…, no puede ser.

Trini.
— Sí puede ser… Padre te quiere…

Rosa.
— No me engañes, Trini. Ese dinero es tuyo.

Trini.
— ¿Mío? No sé cómo. ¡Me lo dio él! ¡Ahora mismo me lo ha dado!
(rosa
llora.
) Escucha cómo fue. (
La empuja para adentro.
) Él te nombró primero. Dijo que…

(
Entran y cierran. Pausa.
Elvira
y
Fernando
suben.
Fernando
lleva ahora al niño. Discuten.
)

Fernando.
— Ahora entramos un minuto y les damos el pésame.

Elvira.
— Ya te he dicho que no.

Fernando.
— Pues antes querías.

Elvira.
— Y tú no querías.

Fernando.
— Sin embargo, es lo mejor. Compréndelo, mujer.

Elvira.
— Prefiero no entrar.

Fernando.
— Entraré yo solo entonces.

Elvira.
— ¡Tampoco! Eso es lo que tú quieres: ver a Carmina y decirle cositas y tonterías.

Fernando.
— Elvira, no te alteres. Entre Carmina y yo terminó todo hace mucho tiempo.

Elvira.
— No te molestes en fingir. ¿Crees que no me doy cuenta de las miraditas que le echas encima, y de cómo procuras hacerte el encontradizo con ella?

Fernando.
— Fantasías.

Elvira.
— ¿Fantasías? La querías y la sigues queriendo.

Fernando.
— Elvira, sabes que yo te he…

Elvira.
— ¡A mí nunca me has querido! Te casaste por el dinero de papá.

Fernando.
— ¡Elvira!

Elvira.
— Y, sin embargo, valgo mucho más que ella.

Fernando.
— ¡Por favor! ¡Pueden escucharnos los vecinos!

Elvira.
— No me importa.

(
Llegan al descansillo.
)

Fernando.
— Te juro que Carmina y yo no…

Elvira.
— (
Dando pataditas en el suelo.
) ¡No me lo creo! ¡Y eso se tiene que acabar! (
Se dirige a su casa, mas él se queda junto al I.
) ¡Abre!

Fernando.
— Vamos a dar el pésame; no seas terca.

Elvira.
— Que no, te digo.

(
Pausa. Él se aproxima.
)

Fernando.
— Toma a Fernandito.

(
Se lo da y se dispone a abrir.
)

Elvira.
— (
En voz baja y violenta.
) ¡Tú tampoco vas! ¿Me has oído? (
Él abre la puerta sin contestar.) ¿
Me has oído?

Fernando.
— ¡Entra!

Elvira.
— ¡Tú antes! (
Se abre el I y aparecen
Carmina
y
Urbano.
Están con
las manos enlazadas, en una actitud clara. Ante la sorpresa de
Fernando, Elvira
vuelve a cerrar la puerta y se dirige a ellos, sonriente.
) ¡Qué casualidad, Carmina! Salíamos precisamente para ir a casa de ustedes.

Carmina.
— Muchas gracias.

(
Ha intentado desprenderse, pero
Urbano
la retiene.
)

Elvira.
— (
Con cara de circunstancias.
) Sí, hija… Ha sido muy lamentable… Muy sensible.

Fernando.
— (
Reportado.
) Mi mujer y yo les acompañamos, sinceramente, en el sentimiento.

Carmina.
— (
Sin mirarle.
) Gracias.

(
La tensión aumenta, inconteniblemente, entre los cuatro.
)

Elvira.
— ¿Su madre está dentro?

Carmina.
— Sí; háganme el favor de pasar. Yo entro en seguida. (Con vivacidad.) En cuanto me despida de Urbano.

Elvira.
— ¿Vamos, Fernando? (
Ante el silencio de él.
) No te preocupes, hombre. (
A
Carmina.
) Está preocupado porque al nene le toca ahora la teta. (
Con una tierna
mirada para
Fernando.
) Se desvive por su familia. (
A
Carmina.
) Le daré el pecho en su casa. No le importa, ¿verdad?

Carmina.
— Claro que no.

Elvira.
— Mire qué rico está mi Fernandito. (
Carmina
se acerca después de lograr desprenderse de
Urbano
.) Dormidito. No tardará en chillar y pedir lo suyo.

Carmina.
— Es una monada.

Elvira.
— Tiene toda la cara de su padre. (
A
Fernando
.) Sí, sí; aunque te empeñes en que no. (
A
Carmina
.) Él asegura que es igual a mí. Le agrada mucho que se parezca a mí. Es a él a quien se parece, ¿no cree?

Carmina.
— Pues… no sé. ¿Tú qué crees, Urbano?

Urbano.
— No entiendo mucho de eso. Yo creo que todos los niños pequeños se parecen.

Fernando.
— (
A
Urbano
.) Claro que sí. Elvira exagera. Lo mismo puede parecerse a ella, que… a Carmina, por ejemplo.

Elvira.
— (
Violenta.
) ¡Ahora dices eso! ¡Pues siempre estás afirmando que es mi vivo retrato!

Carmina.
— Por lo menos, tendrá el aire de familia. ¡Decir que se parece a mí! ¡Qué disparate!

Urbano.
— ¡Completo!

Carmina.
—(Al borde del llanto.
) Me va usted a hacer reír, Fernando, en un día como éste.

Urbano.
— (Con
ostensible solicitud.
) Carmina, por favor, no te afectes. (
A
Fernando
.) ¡Es muy sensible!

(
Fernando
asiente.
)

Carmina.
— (
Con falsa ternura.
) Gracias, Urbano.

Urbano.
— (
Con intención.
) Repórtate. Piensa en cosas más alegres… Puedes hacerlo…

Fernando.
— (
Con la insolencia de un antiguo novio.
) Carmina fue siempre muy sensible.

Elvira.
— (
Que lee en el corazón de la otra.
) Pero hoy tiene motivo para entristecerse. ¿Entramos, Fernando?

Fernando.
— (
Tierno.
) Cuando quieras, nena.

Urbano.
— Déjalos pasar, nena.

(
Y aparta a
Carmina
,
con triunfal solicitud que brinda a
Fernando
,
para dejar pasar al matrimonio.
)

TELÓN

ACTO TERCERO

Pasaron velozmente veinte años más. Es ya nuestra época. La escalera sigue siendo una humilde escalera de vecinos. El casero ha pretendido, sin éxito, disfrazar su pobreza con algunos nuevos detalles concedidos despaciosamente a lo largo del tiempo: la ventana tiene ahora cristales romboidales coloreados, y en la pared del segundo rellano, frente al tramo, puede leerse la palabra QUINTO en una placa de metal. Las puertas han sido dotadas de timbre eléctrico, y las paredes, blanqueadas.

(
Una viejecita consumida y arrugada, de obesidad malsana y cabellos completamente blancos, desemboca, fatigada, en el primer rellano. Es
Paca.
Camina lentamente, apoyándose en la barandilla, y lleva en la otra mano un capacho lleno de bultos.
)

Paca
.

(
Entrecortadamente.
) ¡Qué vieja estoy! (
Acaricia la barandilla.
) ¡Tan vieja como tú! ¡Uf! (
Pausa.
) ¡Y qué sola! Ya no soy nada para mis hijos ni para mi nieta. ¡Un estorbo! (
Pausa.
) ¡Pues no me da la gana de serlo, demonio! (
Pausa. Resollando.
) ¡Hoj! ¡Qué escalerita! Ya podía poner ascensor el ladrón del casero. Hueco no falta. Lo que falta son ganas de rascarse el bolsillo. (
Pausa.
) En cambio, mi Juan la subía de dos en dos… hasta el día mismo de morirse. Y yo, que no puedo con ella…, no me muero ni con polvorones. (
Pausa.
) Bueno, y ahora que no me oye nadie. ¿Yo quiero o no quiero morirme? (
Pausa.
) Yo no quiero morirme. (
Pausa.
) Lo que quiero (
Ha llegado al segundo rellano y dedica una ojeada al I),
es poder charlar con Generosa, y con Juan… (
Pausa. Se encamina a su puerta.
) ¡Pobre Generosa! ¡Ni los huesos quedarán! (
Pausa. Abre con su llave. Al entrar.
) ¡Y que me haga un poco más de caso mi nieta, demonio!

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