Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (52 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CXXXVII: Cómo caminamos con todo nuestro ejército camino de la ciudad de Tezcuco, y lo que en el camino nos avino, y otras cosas que pasaron

Como Cortés vio tan buen aparejo ansí de escopetas y pólvora y ballestas y caballos, y conosció de todos nosotros, ansí capitanes como soldados, el gran deseo que teníamos destar ya sobre la gran ciudad de Méjico, acordó de hablar a los caciques de Tascala para que le diesen diez mill indios de guerra que fuesen con nosotros aquella jornada hasta Tezcuco, que es una de las mayores ciudades que hay en toda la Nueva España, después de Méjico. Y como se lo demandó y les hizo un buen parlamento sobrello, luego Xicotenga el Viejo, que en aquella sazón se había vuelto cristiano y se llamó don Lorenzo de Vargas, como dicho tengo, dijo que le placía de buena voluntad, no solamente diez mill hombres , sino muchos más si los quería llevar, e que iría por capitán dellos otro cacique muy esforzado y nuestro gran amigo, que se decía Chichimecatecle. Y Cortés le dio las gracias por ello, y después de hecho nuestro alarde, que ya no me acuerdo bien qué tanta copia éramos, ansí de soldados como de los demás, un día, después de pasada la pascua de Navidad del año de mill e quinientos y veinte años, comenzamos a caminar con mucho concierto, como lo teníamos de costumbre, y fuimos a dormir a un pueblo que se dice su subjeto, y los del mismo pueblo nos dieron lo que habíamos menester. De allí adelante era tierra de mejicanos; íbamos más recatados, nuestra artillería puesta en mucho concierto y ballesteros y escopeteros, y siempre cuatro corredores del campo a caballo y otros cuatro soldados despada y rodela muy sueltos, juntamente con los de a caballo, para ver los pasos si estaban para pasar caballos, porque en el camino tuvimos aviso questaba embarazado de aquel día un mal paso, y la sierra con árboles cortados, porque bien tuvieron noticia en Méjico y en Tezcuco cómo caminábamos hacia su ciudad. Y aquel día no hallamos estorbo ninguno y fuimos a dormir al pie de la sierra, que serían tres leguas, y aquella noche tuvimos buen frío; y con nuestras rondas y espías e velas corredores del campo la pasamos, y desque amanesció comenzamos a subir un portezuelo, y en unos malos pasos como barrancas estaba cortada la sierra, por donde no podíamos pasar, y puesta mucha madera e pinos en el camino, y como llevábamos tantos amigos tascaltecas, en poco se desembarazó. Y con mucho concierto caminamos con una capitanía de escopeteros y ballesteros delante y nuestros amigos cortando y apartando los árboles para poder pasar los caballos, hasta que subimos la sierra, y aun bajamos un poco abajo a donde se descubrió la laguna de Méjico, y sus grandes ciudades pobladas en el agua. Y desque la vimos dimos muchas gracias a Dios que nos la tomó a dejar ver. Entonces nos acordamos de nuestro desbarate pasado, de cuando nos echaron de Méjico, y prometimos, si Dios fuese servido, de tener otra manera en la guerra desque la cercásemos. Y luego bajamos la sierra, donde vimos grandes ahumadas que habían ansí los de Tezcuco como los de los pueblos sus subjetos; e yendo más adelante topamos con un buen escuadrón de gente, guerreros de Méjico y de Tezcuco, que nos aguardaban en un mal paso, a un arcabuezo adonde estaba una puente como quebrada de madera, algo honda y corría buen golpe de agua; mas luego desbaratamos los escuadrones y pasamos muy a nuestro salvo. Pues oír la grita que nos daban, desde las estancias y barrancas no hacían otra cosa, y era en parte que no podían correr caballos, y nuestros amigos los tascaltecas les apañaban gallinas, y lo que podían roballes no lo dejaban, puesto que Cortés se lo mandaba que si no diesen guerra que no se la diesen, y los tascaltecas decían que si estuvieran de buenos corazones y de paz, que no salieran al camino a darnos guerra, como estaban al paso de las barrancas y puente para no nos dejar pasar. Volvamos a nuestra materia y digamos cómo fuimos a dormir a un pueblo subjeto de Tezcuco, y estaba despoblado; y puestas nuestras velas y rondas y escuchas y corredores de campo, estuvimos aquella noche con bastante cuidado no diesen aquella noche en nosotros muchos escuadrones de guerreros questaban aguardándonos en unos malos pasos, de lo cual tuvimos aviso porque se prendieron cinco mejicanos en la puente primera que dicho tengo, y aquellos dijeron lo que pasaba de los escuadrones, y, según después supimos, no se atrevieron a darnos guerra ni más aguardar, porque, según paresció, entre los mejicanos y los de Tezcuco tenían diferencias y bandos, y también como aun no estaban muy sanos de las viruelas, que fue dolencia que en toda la tierra dio y cunció, y como habían sabido cómo en lo de Guacachula y Ozucar y en Tepeaca y Xalacingo y Castilblanco todas las guarniciones mejicanas habíamos desbaratado, y ansimismo teníamos fama, y ansí lo creía, que iban con nosotros en nuestra compañía todo el poder de Tascala y Guaxalcingo, acordaron de no nos aguardar; y todo esto Nuestro Señor Jesucristo lo encaminaba. Y desque amanesció, puestos todos nosotros en gran concierto, ansí artillería como escopetas y ballestas, y los corredores del campo adelante descubriendo tierra, comenzamos a caminar hacia Tezcuco, que sería de allí de donde dormimos obra de dos leguas. E aun no habíamos andado media legua cuando vimos volver nuestros corredores del campo a matacaballo, muy alegres, e dijeron a Cortés que venían hasta diez indios y que traían unas señas y veletas de oro, y que no traían armas ningunas, y que en todas las caserías y estancias por donde pasaban no les daban grita ni voces como habían dado el día antes; al parescer todo estaba de paz. Y Cortés y todos nuestros capitanes y soldados nos alegramos. Y luego mandó Cortés a reparar, hasta que llegaron siete indios principales, naturales de Tezcuco, y tratan una bandera de oro e una lanza larga, y antes que llegasen abajaron su bandera y se humillaron, ques señal de paz; y desque llegaron ante Cortés, estando doña María y Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, delante, dijeron: «Malínche: Cocoyoacin, nuestro señor y señor de Tezcuco, te envía a rogar que le quieras recebir a tu amistad y te está esperando de paz en su ciudad de Tezcuco, y en señal dello recibe esta bandera de oro, y que te pide por merced que mandes a todos los tascaltecas y a tus hermanos que no les hagan mal en su tierra, y que te vayas aposentar a su ciudad, quél te dará lo que hobieres menester». Y más dijeron, que los escuadrones que allí estaban en las barrancas y pasos malos, que no eran de Tezcuco, sino mejicanos, que los enviaba Guatemuz. Y cuando Cortés oyó aquellas paces, holgó mucho dellas, y ansimismo todos nosotros, e abrazó a los mensajeros, en especial a tres dellos, que eran parientes del buen Montezuma, y los conoscíamos todos los más soldados, que habían sido sus capitanes. Y considerada la embajada, luego mandó Cortés llamar los capitanes tascaltecas y les mandó muy afectuosamente que no hiciesen ningún mal ni les tomasen cosa ninguna en toda la tierra, porquestaban de paz; y ansí lo hicieron como se lo mandó; mas comida no se les defendía, si era solamente maíz y fríjoles y aun gallinas y perrillos, que había muchos todas las casas llenas dello. Y entonces Cortés tomó consejo con nuestros capitanes, y a todos les paresció que aquel pedir de paz y de aquella manera que era fingido, porque si fueran verdaderas no vinieran tan arrebatadamente, y aun trujeron bastimento. Y con todo esto Cortés rescibió la bandera, que valía hasta ochenta pesos, y dio muchas gracias a los mensajeros, y les dijo que no tenía por costumbre hacer mal ni daño a ningunos vasallos de Su Majestad, antes les favorescía y miraba por ellos, y que si guardaban las paces que decían, que les favorescería contra mejicanos, y que ya había mandado a los tascaltecas que no hiciesen daño en su tierra, como habían visto, e que ansí lo cumplirían adelante, y que bien sabía que en aquella ciudad mataron sobre cuarenta españoles, nuestros hermanos, cuando salimos de Méjico, y sobre docientos tascaltecas, y que robaron muchas cargas de oro y otros despojos que dellos hobieron; que ruega a su señor Cuacayutzín y a todos los más caciques y capitanes de Tezcuco que le den el oro y ropa, y que la muerte de los españoles, que pues no tenía ya remedio, que no se les pedirá. Y respondieron aquellos mensajeros que ellos se lo dirían a su señor ansí como se lo mandaba, mas quel que los mandó matar fue el que en aquel tiempo alzaron en Méjico por señor, después de muerto Montezuma, que se decía Coadlavaca, e hobo todo el despojo, y le llevaron a Méjico todos los más de los teules, y que luego los sacrificaron a su Huichilobos. Y desque Cortés vio aquella respuesta, por no los resabiar ni atemorizar no les replicó en ello, sino que fueran con Dios; y quedó uno dellos en nuestra compañía. Y luego nos fuimos a unos arrabales de Tezcuco que se decían Guavtinchán o Guaxuntán, que ya se me ha olvidado el nombre, y allí nos dieron bien de comer y todo lo que hobimos menester, y aun derribamos unos ídolos questaban en unos aposentos donde posábamos. Y otro día de mañana fuimos a la ciudad de Tezcuco, y en todas las calles ni casas no veíamos mujeres, ni muchachos, ni niños, sino todos los indios como asombrados y como gente questaba de guerra; y fuimos aposentar a unos grandes aposentos y salas. Y luego mandó Cortés llamar a nuestros capitanes y todos los más soldados, y nos dijo que no saliésemos de unos patios grandes que allí había, y questuviésemos muy apercebidos porque no se parecía questaba aquella ciudad pacífica, hasta ver cómo y de qué manera estaba. Y mandó a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí e a otros soldados y a mí con ellos que subiésemos a un gran cu, que era bien alto, y llevásemos hasta veinte escopeteros para nuestra guarda, y que mirásemos desde el alto cu la la una y la ciudad, porque bien se parescía toda; y vimos que todos los moradores de aquellas poblazones se iban con sus haciendas y hatos e hijos e mujeres, unos a los montes y otros a los carrizales que hay en la laguna, y que toda iba cuajada de canoas, dellas grandes y otras chicas. Y como Cortés lo supo quiso prender al señor de Tezcuco que envió la bandera de oro, y cuando lo fueron a llamar ciertos papas que envió Cortés por mensajeros, ya estaba puesto en cobro, quel primero que se fue huyendo a Méjico fue él con otros muchos principales. Y ansí se pasó aquella noche que tuvimos grande recaudo de velas y rondas y espías; y otro día muy de mañana mandó Cortés llamar a todos los más principales indios que había en Tezcuco, porque como es gran ciudad había otros muchos señores, partes contrarias del cacique que se fue huyendo, con quien tenían debates y diferencias sobre el mando y reino de aquella ciudad; y venidos ante Cortés e informado dellos cómo y de qué manera y desde qué tiempo acá señoreaba el Cuacoyozín, dijeron que por cobdicia de reinar había muerto malamente a su hermano mayor, que se decía Cuxcuxca, con favor que para ello le dio el señor de Méjico que ya he dicho otras veces que se decía Coadlavaca, el cual fue el que nos dio la guerra cuando salimos huyendo después de muerto Montezuma, y que allí habían otros señores a quien venía el reino de Tezcuco más justamente que no al que lo tenía, que era un mancebo que luego en aquella sazón se volvió cristiano con mucha solenidad, y se llama don Hernando Cortés porque fue su padrino nuestro capitán. E aqueste mancebo dijeron que era hijo legítimo del señor y rey de Tezcuco, que se decía su padre Nezabalpinzintle; y luego sin más dilaciones y con gran fiesta y regocijo de todo Tezcuco le alzaron por rey y señor natural, con todas las ceremonias que a los tales reyes solían hacer, e con mucha paz y en amor de todos sus vasallos y otros pueblos comarcanos, y mandaba muy asolutamente y era obedescido. Y para le mejor industriar en las cosas de nuestra santa fe y ponelle en toda pulicía, y que deprendiese nuestra lengua, mandó Cortés que tuviese por ayo a Antonio de Villa Real, marido que fue de una señora muy hermosa que se dijo Isabel de Ojeda, e a un bachiller que se decía Escobar; y puso por capitán de Tezcuco, por que viese y defendiese que no contratasen con el don Hernando ni ningún mejicano, a un buen soldado que se decía Pero Sánchez Farfán, marido que fue de la buena e honrada mujer María de Estrada. Dejemos de contar su gran servicio de aqueste cacique, y digamos cuán amado y obedescido fue de los suyos, y digamos cómo Cortés le demandó mucha copia de indios trabajadores para ensanchar y abrir más las acequias y zanjas por donde habíamos de sacar los bergantines a la laguna desque estuviesen acabados y puesto a punto para ir a la vela; y se le dio a entender al mismo don Hernando y a otros sus principales a qué fin y efeto se hablan de hacer, y cómo y de qué manera habíamos de poner cerco a Méjico y para todo ello se ofresció con todo su poder y vasallos, y no solamente aquello que le mandaba, sino que enviaría mensajeros a otros pueblos comarcanos para que se diesen por vasallos de Su Majestad y tomasen nuestra amistad y voz contra Méjico. Y todo esto concertado, después de nos hablar aposentado muy bien, y cada capitán por sí, y señalados los puestos y lugares donde habíamos de acudir si hobiese rebato de mejicanos, porquestamos a guarda la raya de su laguna, y porque de cuando en cuando enviaba Guatemuz grandes piraguas y canoas con muchos guerreros, y venían a ver si nos tomaban descuidados. Y en aquella sazón vinieron de paz ciertos pueblos subjetos a Tezcuco, a demandar perdón y paz si en algo habían errado en las guerras pasadas y habían sido en muertes de españoles, los cuales se decían Guatinchan y
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. Y Cortés les habló a todos muy amorosamente y les perdonó. Quiero decir que no había día ninguno que dejasen de andar en la obra y zanja y acequia de siete y ocho mill indios, y lo abrían y ensanchaban muy bien, que podían nadar por ella navíos de gran porte. Y en aquella sazón, como teníamos en nuestra compañía sobre siete mill tascaltecas y estaban deseosos de ganar honra y de guerrear contra mejicanos, acordó Cortés que, pues tan fieles compañeros teníamos, que fuésemos a entrar y dar una vista a un buen pueblo que se dice Iztapalapa, el cual pueblo fue por donde habíamos pasado cuando la primera vez venimos a Méjico, y el señor dél fue el que alzaron por rey en Méjico después de la muerte del gran Montezuma, que ya he dicho otras veces que se decía Coadlavaca. Y de aqueste pueblo, según supimoso, rescebíamos mucho daño, porque eran muy contrarios contra Chalco y Tamanalco y Mecameca y Chimaloacán, que querían venir a tener nuestra amistad y ellos lo estorbaban. Y como hacía ya doce días que estábamos en Tezcuco sin hacer cosa que de contar sea, más de lo por mi ya dicho, fuimos aquella entrada de Iztapalapa, y lo que allí pasó diré adelante.

Capítulo CXXXVIII: Cómo fuimos a Iztapalapa con Cortés, y llevó en su compañía a Cristóbal de Olí y a Pedro de Alvarado, y quedó Gonzalo de Sandoval por guarda de Tezcuco, y lo que nos acaesció en la toma de aquel pueblo, y otras cosas que allí se hicieron

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