Bel hizo un gesto al sargento cuadrúmano y murmuró un saludo mientras desembocaban en la resonante caverna de la bodega de atraque. El sargento devolvió el saludo, evidentemente tranquilizado, y dedicó toda su atención a los peligrosos barrayareses. Como los peligrosos barrayareses miraban tan boquiabiertos como cualquier otro turista, Miles esperó que el tipo se mostrara pronto menos receloso.
—Esta compuerta de personal de aquí —Bel señaló el lugar por el que acababan de entrar— fue la que abrió la persona no autorizada. El reguero de sangre acababa aquí, en un charco. Empezaba —Bel cruzó la bodega hacia la pared de la derecha— a unos metros de distancia, no lejos de la puerta de la siguiente bodega. Ahí es donde se encontró el charco de sangre más grande.
Miles caminó detrás de Bel, estudiando la cubierta. La habían limpiado, puesto que habían pasado varios días desde el accidente.
—¿Lo vio usted mismo, práctico Thorne?
—Sí, aproximadamente una hora después de que la encontraran. La multitud se había congregado ya, pero Seguridad se portó muy bien y consiguió mantener la zona sin contaminar.
Miles hizo que Bel le mostrara toda la bodega, detallando todas las salidas. Era un lugar estándar, utilitario, sin decoración, práctico: unos cuantos aparatos de carga permanecían silenciosos en el extremo opuesto, cerca de una cabina de control hermética y oscura. Miles pidió a Bel que la abriera y le permitiera echar un vistazo a su interior. Ekaterin también deambuló por la bodega, visiblemente satisfecha de poder estirar las piernas después de varios días encogida en la
Kestrel
. Su expresión, mientras observaba el espacio frío y resonante, era pensativamente nostálgica, y Miles sonrió orgulloso.
Regresaron al lugar donde la sangre indicaba que le habían cortado la garganta al teniente Solian, y discutieron los detalles de las manchas y charcos de sangre. Roic observó con vivo interés profesional. Miles hizo que uno de sus guardias cuadris le prestara su bañera flotante; desprovisto de su concha, el cuadri se sentó en la cubierta sobre sus cuartos traseros y sus brazos inferiores, como un sapo grande y enfadado. Contemplar la locomoción cuadrúmana en un campo de gravedad, sin flotador, era algo perturbador. Los cuadris, o bien avanzaban a cuatro manos, sólo algo más ágiles que una persona a cuatro patas, o conseguían un avance irregular, con los codos hacia fuera y caminando erguidos como un pollo sobre sus manos inferiores. Ambas formas parecían extrañas y forzadas, comparadas con la gracia y agilidad que tenían en cero-ge.
Como Miles calculó a ojo que Bel tenía la complexión de un komarrés, le hizo cooperar haciendo de cadáver, y trataron de resolver el problema de una persona en una silla flotante trasladando hasta la compuerta los setenta kilos o más de carne inerte. Bel no estaba tan delgado y atlético como antes, además; las, ah, masas añadidas hicieron que a Miles le resultara más difícil volver a su antiguo hábito inconsciente de pensar en Bel por defecto como varón. Probablemente daba lo mismo. A Miles le resultó extremadamente difícil, con las piernas torpemente dobladas en un asiento que no estaba diseñado para ellas, intentar mantener una mano en los controles de la silla flotadora más o menos a la altura de la entrepierna y agarrar al mismo tiempo la ropa de Bel. El hermafrodita trató de dejar colgando un brazo o una pierna artísticamente por el lado; Miles dejó de verter agua en la manga de Bel para tratar de reproducir las manchas.
Ekaterin lo hizo un poco mejor que él, y Roic, sorprendentemente, peor. Su mayor fuerza quedó contrarrestada por la incomodidad de tener que introducir su tamaño superior en aquel espacio parecido a una tacita, con las rodillas hacia arriba, y tratar de manejar los controles con tantas restricciones. El sargento cuadri lo consiguió sin dificultad, pero luego le lanzó una mirada fulminante a Miles.
Bel explicó que no era difícil encontrar flotadores, pues eran considerados de propiedad pública, aunque los cuadris que pasaban mucho tiempo en la parte con gravedad a veces eran dueños de sus propios modelos personalizados. Los cuadrúmanos tenían filas de flotadores en las puertas de acceso entre las secciones con gravedad y las de caída libre de la estación, para que cualquiera pudiera tomarlos y usarlos, y dejarlos de nuevo al regresar. Estaban numerados para su mantenimiento pero, por lo demás, no se les seguía la pista. Al parecer, cualquiera podía conseguir un flotador simplemente acercándose y tomándolo, incluso los soldados barrayareses borrachos de permiso.
—Cuando llegamos a la primera abrazadera de atraque del otro lado, advertí la presencia de un montón de naves pequeñas en el exterior de la Estación: impulsores, vainas personales, voladores para el interior del sistema… —le dijo Miles a Bel—. Se me ocurre que alguien podría haber recogido el cadáver de Solian poco después de que fuera expulsado por la compuerta, para eliminarlo sin dejar huella. Ahora podría estar en cualquier parte: una compuerta estanca, o en montoncitos de un kilo, o archivado para que se momifique en el hueco de cualquier asteroide. Lo cual ofrece una explicación alternativa de por qué no lo han encontrado flotando por ninguna parte. Pero para ese supuesto harían falta al menos dos personas con un plan previo, o un asesino espontáneo que actuara muy rápidamente. ¿De cuánto tiempo dispondría una sola persona entre el momento de rebanar el cuello y la recogida?
Bel, alisándose el uniforme y el pelo después del último arrastre por la bodega, frunció los labios.
—Puede que transcurrieran cinco o diez minutos entre el momento en que la compuerta cumplió su ciclo y el momento en que el guardia de seguridad llegó para comprobarlo. Tal vez veinte minutos máximo antes de que todo tipo de gente se pusiera a mirar al exterior. En treinta minutos… sí, una persona podría haber arrojado el cuerpo, corrido a otra bodega, saltado a una nave pequeña y dado la vuelta para recogerlo otra vez.
—Bien. Consígame una lista de todo lo que salió por cualquier compuerta durante ese periodo de tiempo. —Por los guardias cuadrúmanos que escuchaban, se acordó de añadir un formal—: Si es posible, práctico Thorne.
—Por supuesto, lord Auditor Vorkosigan.
—Resulta muy raro tomarse todas esas molestias para eliminar el cuerpo para luego dejar la sangre, ¿no? ¿Falta de tiempo? ¿Intentó volver para limpiar pero fue demasiado tarde? ¿Algo muy, muy extraño que ocultar respecto al cadáver?
Tal vez sólo pánico ciego, si el asesinato no había sido planeado con antelación. Miles podía imaginar a alguien que no fuera espacial empujando un cuerpo por una compuerta, y advirtiendo sólo entonces que aquél no era un buen escondite. Pero eso no encajaba exactamente con hacerse rápidamente con una nave y recogerlo otra vez. Y ningún cuadrúmano podía ser considerado no espacial.
Suspiró.
—Esto no nos está llevando a ninguna parte. Vayamos a charlar de nuevo con mis idiotas.
El Puesto de Seguridad Número Tres de la Estación Graf se encontraba en la frontera situada entre la sección en caída libre y la sección gravitatoria, con acceso a ambas. Cuadrúmanos obreros, con camisas y pantalones cortos amarillos, y unos cuantos planetarios bípedos, vestidos de la misma forma, trabajaban reparando la entrada principal a la zona gravitatoria. Miles, Ekaterin y Roic fueron escoltados por Bel y uno de sus acompañantes cuadris, pues el otro se había quedado de guardia en la zona de atraque de la
Kestrel
. Los obreros volvieron la cabeza para ver pasar a los barrayareses, con el ceño fruncido.
Recorrieron un par de pasillos y bajaron un nivel, donde encontraron la cabina de control en la puerta del bloque de detención de la zona de gravedad. Un cuadri y un planetario colaboraban para colocar en su marco una nueva ventana, posiblemente más resistente al fuego de plasma; más allá, otro cuadri vestido de amarillo daba los toques finales a un grupo de monitores mientras un cuadri uniformado en un flotador de Seguridad, los brazos superiores cruzados, observaba sombríamente.
En la zona cubierta de herramientas situada delante de la cabina encontraron a la Selladora Greenlaw y al jefe Venn, ahora con flotadores, esperándolos. Venn se aseguró de indicarle inmediatamente a Miles todas las reparaciones ya finalizadas y las que estaban todavía en progreso en detalle, con el coste aproximado y una crónica adjunta de todos los cuadris que habían resultado heridos en el embrollo, incluyendo nombres, rangos, diagnósticos y la tensión sufrida por sus familiares. Miles fue haciendo ruiditos de reconocimiento, aunque neutros, y contraatacó mencionando al desaparecido Solian y el siniestro testimonio de la sangre en la cubierta de la bodega de carga, con una breve disertación sobre la logística de su cuerpo expulsado y recogido por un posible conspirador exterior. Esto último hizo que Venn se callara, al menos temporalmente; su rostro se contrajo, como el de un hombre con dolor de estómago.
Mientras Venn se encargaba de facilitar la entrada a Miles al bloque de celdas, éste miró a Ekaterin y, un poco menos dubitativo, contempló el lugar, poco apetecible.
—¿Quieres esperar aquí o acompañarme?
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó ella, con una falta de entusiasmo en la voz que incluso Miles notó—. Ya sé que no traes a nadie si no es necesario, pero seguramente no te hago falta para esto.
—Bueno, tal vez no. Pero puede que sea un poco aburrido esperar aquí fuera.
—No padezco tu alergia al aburrimiento, amor, pero para serte sincera, esperaba poder echar un vistazo a la Estación mientras tú trabajas esta tarde. Las cosas que hemos visto por el camino parecían muy atractivas.
—Pero necesito a Roic. —Miles vaciló, dándole vueltas al problema triangular de seguridad.
Ella estudió a Bel, amistosa.
—Admito que me gustaría tener un guía, ¿pero de verdad crees que necesito un guardaespaldas?
Posiblemente alguien la insultara, pero sólo un cuadri que supiera de quién era esposa. En cualquier caso, Miles tenía que admitir que era improbable que nadie fuera a atacarla.
—No, pero…
Bel le sonrió cordialmente.
—Si acepta mi escolta, lady Vorkosigan, me encantaría mostrarle la Estación Graf mientras el lord Auditor lleva a cabo sus entrevistas.
Ekaterin sonrió aún más.
—Me gustaría mucho, sí, gracias, práctico Thorne. Si las cosas salen bien, como cabe esperar que salgan, tal vez no estemos aquí mucho tiempo. Creo que debo aprovechar la oportunidad.
Bel tenía más experiencia que Roic en todo, desde combate cuerpo a cuerpo hasta maniobras con la flota, y era mucho menos probable que se metiera en líos por ignorancia.
—Bueno…, muy bien, ¿por qué no? Disfruta. —Miles tocó su comunicador de muñeca—. Llamaré cuando esté a punto de terminar. Tal vez puedas ir de compras. —Los despidió, sonriente—. Pero no traigas a casa ninguna cabeza cortada. —Alzó la cabeza y vio a Venn y Greenlaw mirándolo con desazón—. Una… broma familiar —explicó débilmente. La desazón no remitió.
Ekaterin le devolvió la sonrisa y se marchó del brazo que alegremente le ofreció Bel. A Miles se le ocurrió demasiado tarde que Bel era notablemente universal en sus gustos sexuales, y que tal vez tuviera que haberle dicho a Ekaterin que no tenía que ser especialmente delicada a la hora de rechazar las atenciones de Bel, si le dedicaba alguna. Pero seguro que Bel no… Por otro lado, tal vez se probarían la ropa por turnos.
Reacio, volvió al trabajo.
Los prisioneros barrayareses estaban hacinados en grupos de tres en celdas previstas para dos ocupantes, una circunstancia de la que Venn medio se quejó medio se disculpó. El Puesto de Seguridad Número Tres, le dio a entender a Miles, no estaba preparado para una invasión tan anormal de planetarios recalcitrantes. Miles murmuró su comprensión, aunque no necesariamente su simpatía, y se abstuvo de comentar que las celdas de los cuadris eran más grandes que los camarotes de la
Príncipe Xav
, donde dormían cuatro personas.
Miles empezó entrevistando al comandante del pelotón de Brun. El hombre se sorprendió al descubrir que sus hazañas merecían la atención de todo un Auditor Imperial, y como resultado empleó una pesada jerga militar en su relato de los hechos. El panorama que Miles descifró detrás de expresiones tan formales como «penetramos el perímetro» y «fuerzas enemigas concentradas» siguió provocándole escalofríos. Pero, aun admitiendo el distinto punto de vista, su testimonio no contradecía la versión de los estacionarios. Lástima.
Miles comprobó la historia del comandante del pelotón en otra celda llena de tipos, que añadieron detalles desafortunados pero no sorprendentes. Como el pelotón pertenecía a la
Príncipe Xav
, ninguno de ellos conocía personalmente al teniente Solian, destinado en la
Idris
.
Cuando salió, Miles intentó razonar con la flotante Selladora Greenlaw.
—Es impropio que sigan ustedes reteniendo a esos hombres. Las ordenes que seguían, desafortunadas tal vez, no eran de hecho ilegales según la definición militar barrayaresa. Si sus órdenes hubieran sido saquear, violar o masacrar a cuadrúmanos civiles, habrían tenido la obligación militar legal de resistirse a ellas, pero de hecho se les ordenó específicamente que no mataran. Si hubieran desobedecido a Brun, se habrían enfrentado a un consejo de guerra. Es un doble peligro, y una verdadera injusticia con ellos.
—Tendré en consideración su observación —dijo Greenlaw secamente. Lo que no dijo fue: «Unos diez segundos; luego la arrojaré por la compuerta más cercana.»
—Y, previsiblemente —añadió Miles—, no querrá tener a esos hombres retenidos aquí indefinidamente. Sin duda sería preferible que al irnos nos los lleváramos.
Greenlaw pareció aún más seca; Venn gruñó, desconsolado. Miles supuso que Venn se habría alegrado de que el Auditor Imperial se los llevara de inmediato, si el asunto no hubiera tenido consecuencias políticas. Miles no presionó, pero tomó nota del detalle para referencias futuras. Fantaseó un instante con la posibilidad de intercambiar a Brun por sus hombres y dejarlo allí para evidente beneficio del servicio del Emperador, pero no lo dijo en voz alta.
Su entrevista con los dos hombres de seguridad enviados inicialmente a recoger a Corbeau fue, a su modo, aún más espeluznante. El rango de auditor los intimidó lo suficiente para que expusieran una versión completa y sincera, aunque entre murmullos, del contratiempo. Pero expresiones tan poco afortunadas como «no intentaba romperle el brazo, intentaba arrancar a la puta muti de la pared y todas esas manos agarrándome me daban escalofríos… era como tener serpientes vivas enroscándose en mi bota», convencieron a Miles de que estaba frente a dos hombres a quienes no querría hacer testificar en público, al menos no en público en el Cuadrispacio. Sin embargo, pudo establecer el detalle significativo de que, en el momento del enfrentamiento, también ellos tenían la impresión de que el teniente Solian acababa de ser asesinado por un cuadri desconocido.