Inmunidad diplomática (22 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

BOOK: Inmunidad diplomática
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Ella hizo una mueca.

—Supongo que sí. ¿Tengo que hacerlo?

Ni pánico ni ansiedad; bueno.

—Ya veremos. Creo que a continuación haremos inventario. Empezaremos por la enfermería de la
Rudra
.

Y por si lo estaban llevando a seguir una pista falsa, ordenó a los demás que lo siguieran.

Se produjeron más retrasos, mientras Bel negociaba con Venn y Watts a través de la comuconsola para que dieran un permiso temporal a los tecnomeds y se les levantara el arresto domiciliario para que pudieran acudir como testigos expertos. Una vez aprobada la solicitud, la visita a la enfermería de la
Rudra
fue gratificantemente corta, directa y fructífera.

El suministro base de sangre sintética de la tecnomed se había reducido en cuatro litros. Un filopack, con sus cien metros cuadrados de superficie de reacción almacenada en capas microscópicas en un conveniente envoltorio, había desaparecido. Y la máquina sintetizadora de sangre había sido limpiada de manera inadecuada. Miles sonrió enseñando los dientes mientras guardaba personalmente un fragmento de residuo orgánico y lo pasaba del tubo a una bolsa de plástico para deleite del cirujano de la
Príncipe Xav
.

Todo parecía suficientemente probado como para que ordenara a Roic recoger las copias de los archivos de seguridad de la
Rudra
, con particular atención al pasajero Firka, y enviara a Bel con los técnicos a registrar las otras tres enfermerías. Miles regresó a la
Kestrel
y le entregó su nueva muestra al teniente Smolyani para que la enviara rápidamente a la
Príncipe Xav
. Luego se puso a buscar el paradero actual de Firka. Lo localizó en el segundo de los dos hoteles de pasajeros retenidos, pero el cuadri de seguridad que había allí le dijo que el hombre había salido antes de la cena y no había regresado todavía. La anterior salida de Firka ese día había sido más o menos a la hora de la reunión de pasajeros: quizás era uno de los hombres del fondo de la sala, aunque desde luego Miles no había advertido ninguna mano membranosa alzada para hacer preguntas.

Miles dejó órdenes al cuadri de seguridad del hotel de que lo llamara a él o a Roic cuando el pasajero regresara, no importaba a qué hora.

Con el ceño fruncido, llamó al primer hotel para ver cómo estaba Dubauer. El herm/ba/lo que fuera betano/cetagandés había regresado sano y salvo de la
Idris
, en efecto, pero había vuelto a marcharse después de cenar. No era algo extraño: pocos de los pasajeros atrapados se quedaban en el hotel cuando podían evitar el aburrimiento buscando diversión en cualquier lugar de la Estación. Pero ¿no era Dubauer la persona que tenía demasiado miedo para recorrer solo la Estación Graf sin una escolta armada? La preocupación de Miles aumentó, por lo que le dejó la orden al nuevo cuadri de guardia de que le notificara también el regreso de Dubauer.

Repasó los vids de seguridad de la
Idris
rápidamente mientras esperaba el regreso de Roic. Detuvo las imágenes en primeros planos de las manos de varios visitantes de la nave, por lo demás poco notables, pero ninguna tenía membranas. Era casi medianoche cuando Roic y Bel se presentaron.

Bel bostezó.

—Nada interesante —informó el herm—. Creo que sólo hay pistas en una. Envié a los tecnomeds de vuelta al hotel con una escolta de seguridad. ¿Qué hacemos ahora?

Miles se mordisqueó un dedo.

—Esperar a que el cirujano identifique las dos muestras que he enviado a la
Príncipe Xav
. Esperar a que Firka y Dubauer regresen a sus alojamientos, o ir a buscarlos por toda la Estación. O, mejor aún, dejar que lo hagan los patrulleros de Venn, pero la verdad es que no quiero que dejen de buscar a mi asesino hasta que crucifiquen a ese tipo.

Roic, que había empezado a alarmarse, se relajó otra vez.

—Buena idea, milord —murmuró agradecido.

—A mí me parece que es una oportunidad de oro para irnos a dormir —opinó Bel.

Miles, irritado, descubrió que los bostezos de Bel se le estaban contagiando. Nunca había llegado a dominar la formidable habilidad de su antiguo colega mercenario, el comodoro Tung, para dormir en cualquier parte, en cualquier momento, cada vez que lo permitía una pausa en la acción. Estaba seguro de que estaba todavía demasiado excitado para dormir.

—Una cabezadita, tal vez —admitió a regañadientes.

Bel, inteligentemente, aprovechó de inmediato la oportunidad de irse a casa con Nicol durante un rato. Sin hacer caso a las protestas del herm, que argumentaba que él era un guardaespaldas, Miles obligó a Bel a ir acompañado de un patrullero cuadri. Lamentándolo, Miles decidió esperar a tener noticias del cirujano para llamar y despertar al jefe Venn; no podía permitirse cometer errores ante los cuadris. Se lavó y se acostó en su diminuto camarote para dormir un poco. Si podía elegir entre una buena noche de sueño ininterrumpido y una buena noticia, prefería la noticia.

Venn, presumiblemente, se lo haría saber de inmediato si Seguridad arrestaba al cuadri de la máquina remachadora. Algunas estaciones espaciales de tránsito estaban deliberadamente diseñadas para que fuera difícil ocultarse. Por desgracia, la Graf no era una de ellas. Su arquitectura sólo podía ser definida como una aglomeración. Tenía que estar llena de rincones ocultos. La mejor oportunidad de atrapar al tipo sería si intentaba escapar; ¿mantendría la serenidad para ocultarse y pasar desapercibido? O, tras haber fallado la primera vez (fuera quien fuese su objetivo), ¿sería lo bastante apasionado para intentarlo de nuevo? Smolyani había desatracado la
Kestrel
y la había situado a unos pocos metros de la Estación, por si acaso, mientras el lord Auditor dormía.

Sustituir la pregunta de quién podría querer matar a un indefenso herm betano que pastoreaba, bueno, ovejas, por la pregunta de quién podría querer matar a un ba cetagandés que contrabandeaba un cargamento secreto humano (o suprahumano) de valor incalculable, al menos para el Nido Estelar…, abría toda una gama de posibles complicaciones de una manera extremadamente perturbadora. Miles ya había decidido que el tal Firka iba a tener un encuentro con la pentarrápida, con la cooperación de los cuadris, si podía conseguirla, o sin ella. Pero, pensándolo bien, era dudoso que la droga de la verdad le hiciera efecto a un ba. Se entretuvo imaginando los antiguos métodos de interrogatorio. Algo de la época ancestral del emperador Yuri el Loco, tal vez, o de su tatarabuelo el conde Pierre
el Sanguinario
Vorrutyer.

Se dio la vuelta en su estrecho camastro, consciente de lo solitario que era el silencio de su camarote sin la tranquilizadora y rítmica respiración de Ekaterin arriba. Había ido acostumbrándose a aquella presencia nocturna. Esto del matrimonio se estaba convirtiendo en un hábito, y de los mejores. Tocó el crono de su muñeca y suspiró. Ella estaría dormida ya, probablemente. Demasiado tarde para llamar y despertarla sólo para que escuchara sus chistes. Contó los días que faltaban para el nacimiento de Aral Alexander y Helen Natalia. Su margen de viaje se estrechaba cada día que hacía el tonto aquí. Su cerebro estaba recomponiendo la letra de una antigua nana infantil, algo sobre pentarrápida y rabos de cachorritos por la mañana, cuando por fin se quedó dormido.

—¿Milord?

Miles despertó, alerta, al escuchar la voz de Roic en el intercomunicador del camarote.

—Sí.

—El cirujano de la
Príncipe Xav
está en la comuconsola segura. Le dije que esperara, que quería usted que lo despertase.

—Sí.

Miles miró los brillantes números del crono de pared; había dormido unas cuatro horas. Tiempo suficiente por ahora. Tomó su chaqueta.

—Voy para allá.

Roic, de nuevo (no, todavía) uniformado, esperaba en la cada vez más familiar sala de reuniones.

—Creí haberte dicho que durmieras un poco —dijo Miles—. Mañana… hoy, podría ser un día largo.

—He estado comprobando los vids de seguridad de la
Rudra
, milord. Creo que he encontrado algo.

—Muy bien. Muéstramelo después, entonces.

Se sentó ante la consola, conectó el cono de seguridad y activó la imagen del comunicador vid.

El cirujano jefe de la flota, capitán según indicaban las insignias de su uniforme verde, parecía ser uno de los jóvenes y animosos Nuevos Hombres del reinado progresista del emperador Gregor; por sus ojos brillantes y excitados, no lamentaba mucho haber perdido una noche de sueño.

—Milord Auditor. Soy el capitán Chris Clogston. He analizado su muestra de sangre.

—Excelente. ¿Qué ha encontrado?

El cirujano se inclinó hacia delante.

—Lo más interesante fue la mancha de ese pañuelo suyo. Yo diría que es sangre haut cetagandana, sin duda, excepto que los cromosomas sexuales son decididamente extraños. En lugar del par añadido de cromosomas donde suelen desarrollar sus modificaciones genéticas, tiene dos pares añadidos.

Miles sonrió. «¡Sí!»

—Bien. Un modelo experimental. Es un haut cetagandés, en efecto, pero éste es un ba… sin género, y casi con toda certeza procedente del Nido Estelar. Congele una porción de esa sangre, etiquétela como alto secreto, y envíela a los biolaboratorios de SegImp en el primer correo disponible, con mis saludos. Estoy seguro de que querrán tenerla archivada.

—Sí, milord.

No era extraño que Dubauer hubiera intentado quedarse con aquel pañuelo manchado.

Aparte de destruir su tapadera, el trabajo genético de alto nivel del Nido Estelar no era el tipo de cosa que a las damas haut les gustaba que fuera circulando por ahí, no a menos que ellas mismas lo liberaran, filtrado a través de unos cuantos ghem clanes cetagandanos selectos, por medio de sus esposas y madres haut. Cierto, las damas haut reservaban su mayor grado de vigilancia para los genes que atraían a su bien guardado genoma, un trabajo artístico de generaciones. Miles se preguntó qué beneficios económicos podrían obtenerse ofreciendo copias pirata de las células que había recogido inadvertidamente. Tal vez ninguno… Aquel ba no era, evidentemente, su último trabajo. De hecho, casi estaba un siglo pasado de moda.

Su último trabajo se encontraba en la bodega de la
Idris
. «¡Caray!»

—La otra muestra —continuó Clogston—, era Solian II…, es decir, la sangre sintetizada del teniente Solian. Idéntica a la primera…, de la misma hornada, diría yo.

—¡Bien! Ahora estamos llegando a alguna parte. —«¿Adónde, por el amor de Dios?»—. Gracias, capitán. Su ayuda ha sido de un valor incalculable. Vaya a dormir un poco, se lo ha ganado.

El cirujano, con un gesto de decepción pintado en la cara por ser despedido sin más explicaciones, cortó la comunicación.

Miles se volvió hacia Roic a tiempo de pillarlo sofocando un bostezo. El soldado pareció avergonzado, y se enderezó en el asiento.

—¿Qué tenemos entonces? —le instó Miles.

Roic se aclaró la garganta.

—El pasajero Firka se unió a la
Rudra
después de la fecha inicial de partida, durante el retraso causado por las reparaciones.

—Ajá. Eso sugiere que no fue un itinerario planeado de antemano, entonces… tal vez. Continúa.

—He sacado unos cuantos registros del tipo entrando y saliendo de la nave, antes de que fuera inmovilizada y los pasajeros retenidos. Usaba su camarote como alojamiento, parece, cosa que hace un montón de gente para ahorrar dinero. Dos de sus salidas coinciden con los momentos en que el teniente Solian estuvo fuera de la
Idris
… Una coincide con su última inspección rutinaria de la carga, y la otra coincide exactamente con los cuarenta minutos que no podemos explicar.

—Oh, muy bonito. ¿Qué aspecto tiene ese supuesto anfibio?

Roic jugueteó un momento con la consola y recuperó una clara toma de cuerpo entero de los archivos de la
Rudra
.

El hombre era alto, de cutis pálido con aspecto enfermizo y pelo oscuro rapado a trasquilones sobre el cráneo, como liquen en una roca. Nariz grande, orejas pequeñas, expresión lúgubre en un rostro abotargado…, parecía agotado, en realidad, con ojeras y demacrado. Brazos y piernas largos y flacos; una túnica ancha o un poncho ocultaba los detalles de la parte superior de su gran torso. Sus manos y pies eran especialmente llamativos, y Miles los amplió a primerísimo plano. Una mano estaba medio oculta en un guante de tela, con las puntas de los dedos cortadas, que escondía las membranas, pero en la otra, sin guante y alzada, las membranas se notaban claramente, de un color rosa oscuro entre los dedos larguísimos. Los pies quedaban ocultos por botas suaves o borceguíes, atados en los tobillos, pero tenían el doble de tamaño de un pie normal, aunque no eran más anchos. ¿Podía entonces el tipo extender los dedos de los pies palmípedos, cuando estaba en el agua, como podía hacerlo con los de las manos, para nadar?

Recordó la descripción de Ekaterin del pasajero que se había dirigido a Bel durante su paseo, aquel primer día: «Tenía los pies y manos más largos y estrechos que he visto.» Bel tendría que echarle un vistazo a eso. Miles dejó que el vid avanzara. El tipo tenía una forma de andar un poco desgarbada, alzando y posando aquellos pies casi de payaso.

—¿De dónde vino? —le preguntó Miles a Roic.

—Su documentación dice que es aslundés. —Por el modo en que lo dijo, Roic no se lo creía.

Aslund era uno de los vecinos del Nexo de Barrayar, un empobrecido mundo agrícola en un rincón sin salida del Centro Hegen.

—Ja. Casi un paleto local.

—No sé, milord. Sus registros de la aduana de la Estación Graf indican que desembarcó de una nave a la que había subido en Tau Ceti, y que llegó aquí el día antes del señalado para que nuestra flota marchara inicialmente. No sé si es de allí o no.

—Apuesto a que no.

¿Había un mundo acuático en algún lugar de los bordes del Nexo cuyos colonos hubieran decidido alterar a sus hijos en vez de hacerlo con su entorno? Miles no había oído hablar de ninguno, pero tenía que darse el caso alguna vez. ¿O era Firka un proyecto único, un experimento o una especie de prototipo? Se había encontrado con unos cuantos antes. Ninguno era exactamente originario de Aslund. Aunque podría haber emigrado allí… Miles anotó que tendría que pedir a SegImp información sobre el tipo en su próximo informe, aunque cualquier resultado llegaría probablemente demasiado tarde para que le resultara de utilidad inmediatamente. Al menos, esperaba haber resuelto aquel lío antes.

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