—¿Cuál es el alcance de esos trajes pesados suyos, lo sabe, lord Auditor? —preguntó Venn.
—¿Ésos? No estoy seguro. Sirven para que los hombres trabajen fuera de la nave durante varias horas seguidas, así que supongo que, si estaba lleno de oxígeno, combustibles y energía… debe de tener el alcance de una pequeña cápsula personal.
Los trajes de reparaciones se parecían a las armaduras militares, pero con herramientas en vez de armas. Demasiado pesados para que ni siquiera un hombre fuerte pudiera caminar con ellos, pero con mucha energía. El ba podría haber viajado en uno hasta cualquier punto de la Estación Graf. Peor, podría haberse dirigido a cualquier punto del espacio a que lo recogiera algún otro agente cetagandés, o quizás algún ayudante local sobornado o simplemente engañado. El ba podría estar ya a miles de kilómetros, y la distancia aumentaba por segundos. Dirigiéndose a cualquier otro hábitat cuadri bajo otra identidad falsa, o incluso a un encuentro con una nave de salto de paso en la que escapar del Cuadrispacio.
—Seguridad de la Estación está en alerta máxima —dijo Venn—. Tengo a todos mis patrulleros y a todos los milicianos de la Selladora de servicio buscando al tipo…, a la persona. Dubauer no puede haber regresado a la Estación sin ser visto. —Un temblor de duda en la voz de Venn disminuyó la verosimilitud de esta declaración.
—He ordenado poner la Estación en completa cuarentena por biocontaminación —dijo Greenlaw—. Todas las naves y vehículos que venían de camino han sido desviados a la Unión, y ninguno de los que ahora están atracados tiene permiso para partir. Si el fugitivo ya ha subido a bordo de alguna nave… no se marchará.
A juzgar por la expresión gélida de la Selladora, no estaba segura en modo alguno de que aquello fuera buena cosa. Miles la compadeció. Cincuenta mil rehenes potenciales…
—Si ha huido a otra parte…, si nuestra gente no puede localizar pronto a este fugitivo, voy a tener que extender la cuarentena a todo el Cuadrispacio.
¿Cuál sería la tarea más importante para el ba, ahora que había caído el telón? Tenía que comprender que el férreo secretismo en el que se había basado su protección hasta el momento se había esfumado irremediablemente.
¿Se daba cuenta de lo cerca que le habían estado pisando los talones sus perseguidores? ¿Seguiría queriendo asesinar a Gupta para asegurar el silencio del contrabandista de Jackson's Whole? ¿O abandonaría esa caza, reduciría pérdidas y huiría si podía? ¿En qué dirección intentaría moverse?
Miles contempló la imagen vid del traje de faena, congelado sobre la placa. ¿Tenía ese traje el mismo tipo de telemetría que las armaduras espaciales? Aún más…, ¿tenía el mismo tipo de control remoto de algunas armaduras espaciales?
—¡Roic! Cuando bajaste a esos armarios de la sala de máquinas en busca del traje de protección, ¿viste una estación automática de mando y control para esas unidades de reparación?
—Yo… Hay una sala de control ahí abajo, sí, milord. Pasé de largo. No sabía qué podía ser.
—Tengo una idea. Sígueme.
Se levantó del puesto de control y salió del puente de mando al trote, su traje bioprotector moviéndose ridículamente a su alrededor. Roic corrió tras él; los curiosos cuadris los siguieron en sus flotadores.
La sala de control era poco más que una cabina, pero tenía una estación de telemetría para mantenimiento y reparaciones exteriores. Miles tomó asiento y maldijo a la persona alta que la había fijado a una altura que dejaba sus botas colgando en el aire. En funcionamiento permanente había varias tomas vid en tiempo real de zonas críticas de la anatomía externa de la nave, como las antenas direccionales, el generador de masa de escudo y los principales impulsores de espacio normal. Miles sorteó la asombrosa mezcolanza de datos de los sensores de seguridad repartidos por toda la nave. Finalmente, encontró el programa de control de trajes de faena.
Seis trajes en la muestra. Miles pidió telemetría visual de los vids de sus cascos. Cinco mostraron pantallas en blanco, el interior de sus respectivos armarios. El sexto devolvió una imagen más ligera, pero más sorprendente, de una pared curva. Permaneció tan estática como las vistas de los trajes almacenados.
Miles pidió una descarga telemétrica completa del traje. Estaba conectado pero a bajo nivel. Los sensores médicos eran básicos, sólo el ritmo cardiaco y la respiración…, y estaban apagados. Los lectores de soporte vital indicaban que el respirador funcionaba plenamente, la humedad interior y la temperatura eran exactamente las necesarias, pero el sistema parecía no soportar ninguna carga.
—No puede estar muy lejos —dijo Miles por encima del hombro a su público flotante—. Hay un lapso temporal cero en mi enlace comunicador.
—Eso es un alivio —dijo Greenlaw.
—¿Lo es? —murmuró Leutwyn—. ¿Para quién?
Miles estiró los hombros doloridos por la tensión, y se inclinó hacia los controles. El traje tenía que tener un control de anulación externa por alguna parte; era una medida de seguridad común en estos modelos civiles, por si su ocupante resultaba de pronto herido, se ponía enfermo, o quedaba de pronto incapacitado… ah. Ahí.
—¿Qué está haciendo, milord? —preguntó Roic, inquieto.
—Creo que puedo hacerme con el control del traje a través de los sistemas de anulación de emergencia, y traerlo de vuelta a bordo.
—¿Con el ba dentro? ¿Es eso una buena idea?
—Lo sabremos dentro de un momento.
Agarró los controles, resbaladizos bajo sus guantes, se hizo con el control de los impulsores del traje y trató de tirar suavemente. El traje empezó a moverse muy despacio, rozando la pared y luego apartándose. La desconcertante imagen se aclaró: estaba contemplando el exterior de la propia
Idris
. El traje estaba oculto en el ángulo entre dos de los cilindros que formaban las cabinas. Nadie dentro del traje intentó contrarrestar aquel secuestro. Un pensamiento nuevo y enormemente preocupante asaltó a Miles.
Con cuidado, Miles hizo que el traje rodeara el exterior de la nave hasta la compuerta más cercana a ingeniería, en el lado externo de una de las cubiertas de varas Necklin, el mismo lugar por donde había salido. Abrió la compuerta, llevó el traje al interior. Sus sistemas automáticos lo mantuvieron derecho. La luz se reflejaba en su visor, ocultando lo que pudiera haber dentro. Miles no abrió la puerta interior de la cámara estanca.
—¿Y ahora qué? —preguntó a los presentes.
Venn miró a Roic.
—Su ayudante y yo tenemos aturdidores, creo. Si controla usted el traje, controla los movimientos del prisionero. Tráigalo y arrestaremos al bastardo.
—El traje tiene también capacidades manuales. Quienquiera que esté dentro… vivo y consciente, tendría que haber podido combatirme. —Miles se aclaró la garganta, seca de preocupación—. Me estaba preguntando si los hombres de Brun buscaron dentro de esos trajes cuando indagaban el paradero de Solian, el primer día de su desaparición. Y, hum… en qué estado podría estar ahora su cuerpo.
Roic hizo un ruidito y emitió un quejumbroso susurro de protesta. «¡Milord!» Miles no estaba seguro de la interpretación exacta, pero le pareció que tenía algo que ver con el hecho de que Roic quería conservar su última comida en el estómago, y no esparcirla por todo el interior de su casco.
Tras una breve y tensa pausa, Venn dijo:
—Entonces será mejor que vayamos a echar un vistazo. Selladora, magistrado…, esperen aquí.
Los dos funcionarios no discutieron.
—¿Quiere quedarse con ellos, milord? —sugirió Roic.
—Llevamos semanas buscando a ese pobre hombre —replicó Miles con firmeza—. Si es él, quiero ser el primero en saberlo.
Pero permitió que Venn y Roic fueran delante de él al entrar en ingeniería y atravesar las compuertas de la cabina del generador de campo Necklin.
En la compuerta, Venn desenvainó su aturdidor y se preparó. Roic se asomó a la portilla de la puerta interior. Luego bajó la mano hasta el control del cierre, la puerta se abrió y entró. Regresó un momento después, arrastrando el pesado traje de faena. Lo colocó boca arriba en el suelo del pasillo.
Miles se acercó y contempló el visor.
El traje estaba vacío.
—¡No lo abra! —exclamó Venn, alarmado.
—No pensaba hacerlo —repuso suavemente Miles. Ni por todo el oro del mundo.
Venn se acercó flotando, observó por encima del hombro de Miles y maldijo.
—¡El bastardo ya se había escapado! ¿Pero fue a la Estación o a una nave?
Retrocedió, guardó el aturdidor en un bolsillo de su traje verde, y empezó a manipular el comunicador de su casco. Alertó a Seguridad de la Estación y la milicia cuadri de que se localizara, detuviera y registrara cualquier cosa (nave, cápsula o lanzadera) que hubiera cambiado de zona de atraque en los costados de la Estación en las tres últimas horas.
Miles trató de imaginar la huida. ¿Podría el ba haber llegado en el traje de reparaciones a la Estación antes de que Greenlaw declarara la cuarentena? Sí, tal vez. El margen de tiempo era estrecho, pero resultaba factible. En ese caso, sin embargo, ¿cómo había regresado el traje al escondite en el exterior de la
Idris
? Tenía más sentido que el ba hubiera sido recogido por una cápsula personal (había bastantes yendo de un lado para otro a todas horas) y hubiera devuelto el traje a su escondite por medio de un rayo tractor, o hubiera sido remolcado por alguien con otro traje de propulsión para ocultarlo.
Pero la
Idris
, como todas las otras naves de Barrayar y Komarr, estaba vigilada por la milicia cuadrúmana. ¿Tan poco atenta era esa vigilancia exterior? Seguro que no. Sin embargo, una persona, una persona alta, sentada en aquella cabina de control, manipulando los mandos, podía haber sacado el traje por la compuerta y haberlo hecho rodear la cabina, apartándolo de la vista con la suficiente destreza para evitar ser advertido por los milicianos. Luego se había levantado del puesto de control… ¿y?
A Miles le picaban las palmas de las manos, enloquecedoramente por dentro de los guantes, y se las frotó en un inútil intento de conseguir algo de alivio. Habría dado sangre a cambio de poder rascarse la nariz.
—Roic —dijo lentamente—, ¿recuerdas lo que llevaba esto en la mano cuando salió por la compuerta? —Dio un golpecito con el pie al traje de reparaciones.
—Hum… Nada, milord. —Roic se retorció ligeramente y dirigió a Miles una mirada intrigada a través de su visor.
—Eso es lo que pensaba. —«Bien.»
Si Miles no se equivocaba, el ba había descartado el inminente asesinato de Gupta para aprovechar la oportunidad de utilizar a Bel para volver a bordo de la
Idris
y hacer con su cargamento… ¿qué? ¿Destruirlo? Sin duda el ba no habría tardado tanto tiempo en inocular en los replicadores algún veneno adecuado. Podría incluso haberlo hecho en grupos de veinte, introduciendo el agente contaminante en el sistema de mantenimiento de cada grupo. O, aún más sencillo, si lo único que quería era matar sus cargas, podría haber desconectado todos los sistemas de mantenimiento, un trabajo de apenas minutos. Pero extraer y marcar muestras de células individuales para congelarlas, sí, eso podría haberle llevado toda la noche, y todo el día también. Si el ba lo había arriesgado todo para hacer eso, ¿dejaría entonces la nave sin llevar firmemente en las manos su nevera congeladora?
—El ba ha tenido más de dos horas para llevar a cabo su huida. Sin duda no se entretendría… —murmuró Miles. Pero lo decía sin convicción. Roic, al menos, captó la vacilación de inmediato: su casco se volvió hacia Miles, y frunció el ceño.
Tenían que contar los trajes de presión, y comprobar todas las compuertas para ver si alguno de los monitores vid había sido desconectado manualmente. No, demasiado lento… Aquél era un trabajo de recopilación de pruebas bueno para delegar en alguien de haber tenido en quién, pero Miles estaba dolorosamente escaso de subordinados en aquellos momentos. Y en cualquier caso, ¿qué más daba si descubrían que faltaba otro traje? Perseguir trajes sueltos era algo a lo que ya se estaban dedicando los cuadris de la Estación, por orden de Venn. Pero si no faltaba ningún otro traje.
Y el propio Miles acababa de convertir la
Idris
en una trampa.
Tragó saliva.
—Estaba a punto de decir que tenemos que contar los trajes, pero tengo una idea mejor. Creo que deberíamos regresar al puente de mando y aislar la nave por secciones desde allí. Recoger todas las armas que haya a nuestra disposición, y llevar a cabo una búsqueda sistemática.
Venn se agitó en su silla flotante.
—¿Qué, cree que ese agente cetagandés podría estar todavía a bordo?
—Milord —dijo Roic con voz extrañamente aguda—, ¿qué les pasa a sus guantes?
Miles se miró las manos. La respiración se le congeló en el pecho. El fino y resistente tejido de los guantes de su traje de bioprotección estaba cayéndose a tiras; bajo el entramado, sus palmas se veían rojas. El picor pareció redoblarse.
—¡Mierda! —Dejó escapar el aire contenido con una mueca feroz.
Venn se acercó, advirtió el daño con unos ojos como platos, y retrocedió.
Miles alzó las manos y las separó.
—Venn. Vaya a recoger a Greenlaw y Leutwyn y llévelos al puente. Pónganse a salvo ustedes y pongan a salvo la enfermería, por ese orden. Roic. Adelántate hasta la enfermería. Ve abriéndome las puertas.
Sofocó un innecesario grito de «¡Corre!»; Roic, con un jadeo audible por el comunicador del traje, ya se había puesto en marcha.
Recorrió la nave medio a oscuras siguiendo las largas zancadas de Roic, sin tocar nada, esperando que cada latido de su corazón se quebrara dentro de él. ¿Dónde había pillado esta contaminación infernal? ¿Había alguien más afectado? ¿Todos los demás?
No. Tenían que haber sido los mandos de control del traje de energía. Los había notado resbaladizos bajo las manos. Los había aferrado con fuerza, concentrado en la tarea de traer el traje a bordo. Había mordido el anzuelo… Ahora, más que nunca, estaba seguro de que el ba había sacado por la compuerta un traje vacío. Y luego había preparado una trampa para cualquier listillo que lo descubriera demasiado pronto.
Atravesó la puerta de la enfermería, dejó atrás a Roic, quien se hizo a un lado, y se fue derecho a la puerta interna iluminada de azul, al pabellón biosellado. Un tecnomed con traje aislante dio un respingo, sorprendido. Miles llamó por el canal trece y gimió: