«Ahora.» Las dilaciones no favorecían a nadie.
Roic se inclinó, apoyó las manos enguantadas sobre la puerta, empujó. Los servos de su traje gimieron con fuerza. La puerta se apartó entre crujidos reticentes.
Miles pasó. No miró atrás, ni arriba. Su mundo se había reducido a una meta, a un objeto.
La caja congeladora… allí, todavía en el suelo, junto a la silla de control del oficial de comunicaciones ausente. Saltó, la agarró, la alzó, se la llevó al pecho como si fuera un escudo, como si fuera la esperanza de su corazón.
El ba se estaba volviendo, gritando, los labios contraídos, los ojos espantados, la mano hurgando en el bolsillo. Los dedos enguantados de Miles buscaron los cierres. Si está cerrada, tírale la caja al ba. Si no está cerrada…
La caja se abrió. Miles la sacudió con fuerza, la giró.
Una cascada plateada, la mayor parte de un millar de diminutas agujas de muestras de tejidos crioalmacenados, salió de la caja y se desparramó por toda la cubierta. Algunas se rompieron al chocar, produciendo diminutos sonidos cristalinos como insectos moribundos. Algunas giraron. Algunas resbalaron y desaparecieron tras los asientos y en los huecos.
Miles sonrió ferozmente.
El grito se convirtió en un chillido; las manos del ba se dispararon hacia Miles, como suplicando, como negando, desesperadas. El cetagandés se abalanzaba hacia él, el rostro gris distorsionado por la sorpresa y la incredulidad.
Las manos enguantadas de Roic se cerraron sobre las muñecas del ba y lo detuvieron. Los huesos crujieron y se quebraron; manó sangre entre los dedos. El cuerpo del ba se convulsionó mientras lo levantaban en vilo. El chillido se convirtió en un extraño alarido. Sus pies patalearon inútilmente contra la gruesa coraza de las espinilleras del traje de Roic; las uñas se rompieron y sangraron, sin efecto. Roic aguantó firmemente, con las manos alzadas y separadas, sosteniendo al ba indefenso en el aire.
Miles dejó caer la caja congeladora, que golpeó la cubierta. Con un susurro, anunció por su enlace comunicador:
—Hemos capturado al ba. Envíen tropas de refuerzo. Con trajes bioprotectores. Ya no necesitarán sus armas. Me temo que la nave es un verdadero caos.
Le temblaban las rodillas. Se desplomó en la cubierta, riendo incontrolablemente.
Corbeau se levantaba del asiento del piloto. Miles le indicó que se apartara con un gesto urgente.
—¡A un lado, Dmitri! Voy a…
Abrió el visor justo a tiempo. Casi. Los vómitos y espasmos que sacudieron su estómago fueron esta vez mucho peores. «Se acabó. ¿Puedo por favor morirme ya?»
Pero no se había acabado, no del todo. Greenlaw había jugado por cincuenta mil vidas. Ahora le tocaba el turno a Miles de jugar por cincuenta millones.
Miles llegó a la enfermería de la
Idris
con los pies por delante. Lo llevaron dos hombres de la fuerza de asalto de Vorpatril, que se había convertido rápidamente casi en un equipo de primeros auxilios y, como tal, había obtenido permiso de los cuadris. Sus porteadores casi se cayeron por el agujero que Roic había dejado en el suelo. Miles recuperó el control de sus movimientos lo suficiente para levantarse por su propio pie y apoyarse contra la pared del pabellón bioaislado. Roic los seguía, sosteniendo con cuidado una bolsa bioprotectora con el detonador remoto del ba. Corbeau, el rostro envarado y pálido, cubría la retaguardia vestido con una túnica médica suelta y unos pantalones que le quedaban grandes, escoltado por un tecnomed que llevaba el hipospray del ba en otra bolsa bioprotectora.
El capitán Clogston atravesó las zumbantes barreras azules y contempló la nueva riada de pacientes y ayudantes.
—Bien —anunció, mirando el agujero en la cubierta—. Esta nave está tan sucia ya, que voy a declararla Zona de Biocontaminación de Nivel Tres. Así que bien podemos esparcirnos y ponernos cómodos, muchachos.
Los técnicos formaron una cadena humana para pasar rápidamente el equipo analizador a la cámara exterior. Miles aprovechó la oportunidad para tener unas palabras breves y urgentes con los dos hombres con insignias médicas en los trajes que permanecían apartados del resto: los oficiales de interrogatorios militares de la
Príncipe Xav
. De hecho no iban disfrazados; eran simplemente discretos. Y Miles tenía que reconocer que habían recibido formación médica.
Declararon el segundo pabellón celda temporal para el prisionero, el ba, que seguía a la procesión atado a una plataforma flotante. Miles frunció el ceño cuando la plataforma pasó a su lado, guiada por un atento y musculoso sargento. El ba estaba amarrado bien fuerte, pero su cabeza y sus ojos se movían de manera extraña, y sus labios salpicados de saliva se agitaban.
Más que ninguna otra cosa, era esencial mantener al ba en poder de Barrayar. Encontrar dónde había ocultado el ba su sucia biobomba era la primera prioridad. La raza haut tenía cierta inmunidad genética a las más comunes drogas de interrogación y sus derivados: si la pentarrápida no funcionaba con aquel tipo, los cuadris tendrían muy poco que hacer que contara además con el permiso del magistrado Leutwyn. En aquella emergencia, las normas militares parecían más apropiadas que las civiles. «En otras palabras, si nos dejan tranquilos, le arrancaremos al ba las uñas por ellos.»
Miles agarró a Clogston por el codo.
—¿Cómo está Bel Thorne?
El cirujano de la flota negó con la cabeza.
—No está bien, milord Auditor. Al principio pensamos que estaba mejorando, cuando los filtros empezaron a funcionar… pareció que recuperaba la conciencia. Pero luego se puso inquieto. Empezó a gemir y a intentar hablar. Creo que se le ha ido la cabeza. No para de llamar al almirante Vorpatril.
«¿A Vorpatril? ¿Por qué?» Un momento…
—¿Dijo Vorpatril? —preguntó Miles bruscamente—. ¿O sólo llamó al almirante?
Clogston se encogió de hombros.
—Vorpatril es el único almirante que hay por aquí, aunque supongo que el práctico puede estar alucinando. Odio tener que sedar a alguien tan enfermo, sobre todo cuando acaba de salir de los efectos de una droga. Pero si el hermafrodita no se calma, tendremos que hacerlo.
Miles frunció el ceño y corrió al pabellón de aislamiento. Clogston lo siguió. Miles se quitó el casco, sacó de dentro el comunicador de muñeca y agarró con fuerza el vital enlace. Un técnico estaba preparando la segunda cama, despejada rápidamente, al parecer para el infectado lord Auditor.
Bel estaba ahora en la primera cama, seco y vestido con una túnica militar verde claro de paciente, lo cual parecía un avance. Pero el hermafrodita tenía la cara grisácea, los labios púrpura, los párpados temblorosos. Una sonda intravenosa, que no dependía de la gravedad potencialmente errática de la nave, inyectaba un líquido amarillo en su brazo derecho. El brazo izquierdo estaba atado a una plancha; un tubo de plástico lleno de sangre corría por debajo de un vendaje hasta conectar con un aparato híbrido sujeto con cinta plástica. Un segundo tubo hacía el viaje inverso, su oscura superficie húmeda de condensación.
—'S bala —gemía Bel—. 'S bala.
Los labios del cirujano de la flota dibujaron una mueca de descontento tras el visor. Se inclinó hacia delante para observar el monitor.
—La presión de la sangre está subiendo también. Creo que es hora de darle un calmante al pobre diablo.
—Espere.
Miles se acercó al borde de la cama para que el herm pudiera verlo y lo miró lleno de descabellada esperanza. Bel sacudió la cabeza. Los párpados se abrieron, los ojos se ensancharon. Los labios azules trataron de volver a moverse. Bel los lamió, inhaló profundamente y lo intentó una vez más.
—¡Alm'nte! Portento. 'S basta'do loscond'o en el bala. Lo' ijo. Sádic basta'do.
—Todavía cree que habla con el almirante Vorpatril —murmuró Clogston, preocupado.
—Con el almirante Vorpatril, no. Conmigo —susurró Miles. ¿Existía todavía aquella inteligente mente en el búnker de su cerebro? Bel mantenía los ojos abiertos, intentando enfocarlo, como si la imagen de Miles se agitara y se nublara ante su vista.
Bel conocía a un portento. No. Bel estaba intentando decirle algo importante. Bel luchaba con la muerte por la posesión de su propia boca para intentar transmitir un mensaje. ¿Bala? ¿Balística? ¿Balalaika? ¡No…, ballet!
—El ba escondió la biobomba en el ballet… ¿En el Auditorio Minchenko? —le preguntó Miles, impaciente—. ¿Es eso lo que estás intentando decir, Bel?
El tenso cuerpo se relajó, aliviado.
—Sí. Sí. Dilo. En las luces, creo.
—¿Había sólo una bomba? ¿O había más? ¿Lo dijo el ba, podrías asegurarlo?
—No sé. Casera, creo. Comprueba. Compras…
—¡Bien, lo tengo! Buen trabajo, capitán Thorne.
«Siempre fuiste el mejor, Bel.» Miles se dio media vuelta y habló por su comunicador de muñeca, exigiendo que le pasaran con Greenlaw, o Venn, o Watts, o alguien que tuviera autoridad en la Estación Graf.
—¿Sí? —preguntó por fin una entrecortada voz femenina.
—¿Selladora Greenlaw? ¿Está usted ahí?
La voz se tranquilizó.
—Sí, ¿lord Vorkosigan? ¿Tiene algo?
—Tal vez. Bel Thorne nos informa de que el ba dijo que ocultó la biobomba en algún lugar del Auditorio Minchenko. Posiblemente detrás de algunas luces.
Ella contuvo la respiración.
—Bien. Concentraremos nuestra búsqueda allí.
—Bel también cree que la bomba la preparó el propio ba, recientemente. Puede que haya hecho compras por la Estación Graf bajo la identidad de Ker Dubauer. Eso podría darles la pista de cuántas puede haber diseñado.
—¡Ah! ¡Bien! ¡Pondré a trabajar a la gente de Venn!
—Comprenda que Bel está en muy mal estado. También que el ba puede haber mentido. Comuníquemelo cuando sepa algo.
—Sí. Sí. Gracias.
Rápidamente, ella cortó la comunicación. Miles se preguntó si estaría encerrada en su bioaislamiento protector también, como iba a estarlo él, tratando de aplazar el momento crítico lo máximo posible.
—Basta'do —murmuró Bel—. Me paralizó. Me metió en la 'dita unicápsula. Me lo dijo. Entonces la cerró. Me dejó para que me muriera, 'maginando… Sabía… sabía lo de Nicol y yo. Vio mi cubo vid. ¿Dónde está mi cubo vid?
—Nicol está a salvo —le aseguró Miles. Bueno, tanto como cualquier otro cuadri de la Estación Graf en aquel momento: si no a salvo, al menos advertida. ¿Cubo vid? Oh, las pequeñas imágenes de los hipotéticos hijos de Bel—. Tu cubo vid está a salvo.
Miles no tenía ni idea de si eso era o no cierto: el cubo podía seguir en el bolsillo de Bel, destruido con las ropas contaminadas del herm, o podía haber sido robado por el ba. Pero la afirmación tranquilizó a Bel. Los agotados ojos del hermafrodita volvieron a cerrarse y su respiración se regularizó.
«Dentro de unas horas voy a tener ese aspecto. Entonces será mejor que no pierdas más tiempo, ¿eh?»
Con enorme disgusto, Miles soportó que un técnico le ayudara a quitarse el traje de presión y la ropa interior… para llevarlos a incinerar, supuso.
—Si van a atarme aquí, quiero una comuconsola junto a mi cama inmediatamente. No, no puede quedarse con eso. —Miles esquivó al técnico, que intentaba quitarle el comunicador; luego se detuvo a tragar saliva—. Y algo para las náuseas. Muy bien, póngamelo en el brazo derecho, entonces.
En horizontal apenas se sentía mejor que en vertical. Miles se alisó la túnica gris claro y entregó su brazo izquierdo al cirujano, quien personalmente se encargó de pincharle la vena con una lengüeta médica que parecía del tamaño de una pajita para beber. Al otro lado, un técnico apretó un hipospray contra su hombro derecho…, una poción que contrarrestaría el mareo y los calambres que sentía en el estómago, esperaba. Pero no gritó hasta que el primer borbotón de sangre filtrada regresó a su cuerpo.
—Mierda, está fría. Odio el frío.
—No se puede evitar, milord Auditor —murmuró Clogston para tranquilizarlo—. Tenemos que bajar su temperatura corporal al menos tres grados. Nos conseguirá tiempo.
Miles se calló, al recordar incómodamente que todavía no tenían una cura para aquello. Sofocó un gemido de terror que escapaba bajo la presión del lugar donde lo había mantenido encerrado durante las últimas horas. Ni por un segundo se permitiría creer que no había cura, que esa biomierda se lo llevaría al otro barrio y que esta vez no regresaría…
—¿Dónde está Roic? —Se llevó la muñeca derecha a los labios—. ¿Roic?
—Estoy en la cámara exterior, milord. Tengo miedo de pasar este disparador a través de la biobarrera hasta que sepamos con seguridad que han desarmado la bomba.
—Bien, buena idea. Uno de esos tipos de ahí fuera debería ser el técnico artificiero que solicité. Búscalo y entrégaselo. Luego sé testigo por mí de los de interrogatorios, ¿quieres?
—Sí, milord.
—Capitán Clogston.
El doctor alzó la mirada mientras trabajaba con el filtro sanguíneo.
—¿Milord?
—En el momento en que tenga a un tecnomed…, no, a un doctor. En el momento en que tenga a algún hombre cualificado libre, envíelo a la bodega de carga donde el ba tiene los replicadores. Quiero que tome muestras, e intente ver si el ba los ha contaminado o los ha envenenado de alguna manera. Luego asegúrese de que todo el equipo funciona bien. Es muy importante que los niños haut estén vivos y bien.
—Sí, lord Vorkosigan.
Si los bebés haut habían sido inoculados con los mismos viles parásitos que en ese momento campaban por su cuerpo, ¿podrían reducir la temperatura de los replicadores para congelarlos a todos y detener el proceso de la enfermedad? ¿O afectaría el frío a los niños, dañándolos…? Se estaba buscando problemas, sacando conclusiones anticipadas sin tener datos suficientes. Un agente entrenado, condicionado para hacer la correcta desconexión entre acción e imaginación, podría haber realizado una inoculación semejante, eliminando todo el ADN que pudiera incriminar a los altos haut antes de abandonar el escenario. Pero este ba era un aficionado. Este ba tenía otro tipo de condicionamiento. «Sí, pero ese condicionamiento debe de haber salido mal de alguna manera, o este ba no habría llegado tan lejos…»
—E infórmeme del estado del piloto Corbeau, en cuanto lo sepa —añadió Miles mientras Clogston se volvía. El médico alzó una mano, asintiendo.
Unos minutos después, Roic entró en el pabellón. Se había quitado el pesado traje de trabajo, y ahora llevaba un traje bioprotector militar de Nivel Tres, más cómodo.