El
Manual del Tripulante
siempre había estado destinado a enseñar lo básico, así que su contenido no pudo confirmar la creencia de Geary de que los oficiales y tripulantes de la flota de la Alianza eran, por norma general, jóvenes y escasamente preparados. Pero, como comandante de la flota que era, Geary podía tener acceso a cualquier archivo de personal que quisiese y aquellos que consultó de manera aleatoria sí que confirmaron su teoría. La mayoría del personal de la flota tenía una experiencia absolutamente nimia. Unos pocos habían sobrevivido lo suficiente, bien por suerte o por habilidades innatas, como para saber lo que estaban haciendo, pero eran una pequeña minoría. Cada una de las grandes victorias que se celebraban a bombo y platillo en la historia que había leído Geary habían comportado igualmente un alto número de bajas. Incluso aunque la historia oficial no admitía ninguna derrota, Geary imaginaba que las que se hubieran producido habrían traído consigo un montón de bajas igualmente.
Geary se preguntó cómo oficiales como los capitanes Numos y Faresa habían sobrevivido tanto tiempo cuando tantos otros habían ido pereciendo por el camino. A pesar de que Geary solo había tenido oportunidad de verlos durante unos minutos, no le había dado la impresión de que ninguno de los dos fuera un oficial especialmente habilidoso. Geary sospechaba que Numos y Faresa eran como ciertos oficiales que él había conocido en su tiempo, gente que de alguna manera se las apañaba para dejar que siempre fueran otros los que asumieran los riesgos, que trabajaba arduamente para mantener su reputación y, al mismo tiempo, procuraba evitar cualquier acción que los pudiera poner en peligro a ellos o a esa reputación. Sin embargo, Geary no tenía prueba alguna de aquello, así que por el momento lo único que podía hacer era observar los comportamientos de Numos y Faresa con la esperanza de que la observación confirmase o refutase sus sospechas.
Después de quedarse quieto todo el tiempo que pudo, Geary se armó de valor y pidió el historial del comandante Michael Geary. Como se había imaginado, y como había dejado entrever la manera en la que batalló con su nave, su resobrino había sido uno de esos que habían logrado sobrevivir gracias a su experiencia y habilidades. Y su supervivencia no se debía precisamente a que se hubiera quedado en la retaguardia durante las operaciones. De hecho, Michael Geary se había pasado la vida tratando de estar a la altura de los estándares de heroicidad de
Black Jack Geary.
Al final había logrado su objetivo muriendo en combate.
Un montón de aficionados y unos pocos supervivientes. No, todos eran supervivientes de una guerra que había seguido su curso durante mucho, mucho tiempo, con algún alto el fuego ocasional que, según parecía, solo se había pactado para que ambos bandos pudieran rearmarse después de haber sufrido bajas especialmente graves.
Tengo que hablar con esta gente. Geary miró a la puerta de su camarote, agradecido por la protección que le ofrecía pero también sabiendo que no se podía esconder allí eternamente. Tengo que conseguir conocerlos, saber hasta qué punto pueden seguir trabajando bajo estas condiciones de presión. A juzgar por la gente que he conocido hasta ahora, van a seguir intentándolo durante algún tiempo más porque han depositado en mí una fe irracional, ¿pero qué ocurrirá después de que haya cometido suficientes errores, después de que haya dejado claro que no soy el mítico
Black Jack
Geary sino simplemente el comandante John Geary, ascendido a capitán después de su muerte, alguien que no está muy seguro de qué cojones hacer para conseguir devolverlos sanos y salvos a casa? ¿Qué pasará entonces?
La única manera de saber la respuesta a esa pregunta era franquear la puerta de su camarote.
Durante los siguientes días, Geary dedicó más o menos la mitad de su tiempo a estudiar y la otra mitad a caminar por el interior del
Intrépido
. De manera informal se había fijado el objetivo de tratar de pisar todos los compartimentos de la nave, aunque solo fuera porque sabía que era algo importante para la moral de los miembros de la tripulación dejarse ver entre ellos. También quería a toda costa que lo vieran como humano antes de que volviese a dar señales de su falibilidad, pero no estaba seguro de estar realizando muchos progresos en ese sentido.
En uno de sus paseos, se detuvo junto al compartimento en el que se encontraba el proyector de campos de anulación del
Intrépido
. El personal de campos de anulación se quedó de pie, sonriendo, mientras Geary observaba aquel artilugio enorme y achaparrado. Había algo en el tamaño y la forma de aquella arma que le hizo pensar en un mítico trol gigante posado sobre sus patas a la espera de que la víctima se acercase lo suficiente. Geary escondió lo mejor que pudo sus recelos y devolvió una sonrisa a la tripulación.
—¿El arma está lista para ser utilizada? —preguntó Geary.
—¡Sí, señor! —El jefe del equipo, que parecía tan joven que Geary se preguntó si haría mucho tiempo que había empezado a afeitarse, posó una mano posesiva sobre el monstruo—. Está en perfectas condiciones. Le hacemos revisiones todos los días, exactamente como dicen los manuales, y si algo parece ir mínimamente mal, nos aseguramos de repararlo.
Otra integrante del equipo de campos de anulación tomó la palabra con un tono de voz que alcanzó al del jefe del equipo.
—Estaremos listos, capitán. Cualquier buque de guerra síndico que se acerque lo suficiente como para que lo tengamos dentro de nuestro radio de disparo se va a enterar de lo que es bueno.
Geary tardó un minuto en darse cuenta de que «lo que es bueno» debía de referirse a lo que queda de ellos después de que un disparo del campo de anulación dejara a todos los que estuvieran dentro de la zona fijada reducidos a partículas subatómicas. Por alguna razón, Geary acabó asintiendo con la cabeza y sonriendo a modo de respuesta ante aquella bravata. A los artilleros les encantaba su artillería. Siempre había sido así y probablemente siempre lo sería. Por eso eran artilleros. Y sus antepasados sabían que la flota necesitaba buenos artilleros.
—La próxima vez que nos podamos acercar a los síndicos, veremos si podemos brindarle a usted un buen disparo.
El equipo sonrió de oreja a oreja y cerró los puños en el aire. No tengo agallas para decirles que, si puedo evitarlo, no permitiré que pongamos en peligro al Intrépido. Con todo, sigue habiendo muchas posibilidades de que acabemos acercándonos a los buques de guerra síndicos nos guste o no antes de que todo esto llegue a su fin.
Los equipos responsables de las baterías de lanzas infernales no eran tan entusiastas, pero al contrario que los de los campos de anulación, sus juguetes no eran armas sin estrenar que hubieran sido ellos los primeros en usar. Geary reconoció con facilidad los proyectores de lanzas infernales, a pesar de que su tamaño era tres veces más grande que los que él había conocido.
Un veterano suboficial de la Marina que se encontraba junto a las baterías de lanzas infernales dio unas palmaditas sobre las armas.
—Apuesto que hubiese deseado tener consigo una de estas mozas durante su última batalla, ¿eh, capitán?
Geary volvió a sacar esa sonrisa de cortesía de nuevo.
—No me hubiera venido mal, no —repuso el capitán.
—No quiero decir que a usted le hiciera falta, señor —agregó apresuradamente el jefe—. Esa batalla suya… todo el mundo ha oído hablar de ella. Estas cosas de hoy en día están bien, pero ya no se hacen naves ni tripulantes como aquellos.
Geary sabía hasta qué punto era cierto aquello, pero también sabía otra verdad. Echó un vistazo a la superficie mate de las lanzas infernales durante un momento y después meneó la cabeza.
—Se equivoca, jefe —respondió, levantando una ceja mientras volvía la vista hacia el resto de los presentes—. Una de las ventajas de ser comandante de esta flota es que puedo decirle a un jefe que se equivoca.
Todo el mundo se echó a reír, pero enseguida se volvió a hacer un silencio cuando Geary volvió a tomar la palabra, en esta ocasión con una voz más comedida.
—Todavía se hacen buenas naves y salen buenos tripulantes. Ya vieron todos al
Resistente.
—La voz se le atragantó en la última palabra, pero no pasó nada porque vio las reacciones de los tripulantes y supo que todos lo entendían y se sentían de la misma manera—. Repararemos los daños de nuestras naves, repondremos la artillería que necesite ser recargada y la próxima vez que nos encontremos con la flota síndica les haremos pagar cien veces por lo que le hicieron al
Resistente.
Todos jalearon la arenga. Geary se sentía como un fraude, pues de su boca salían palabras en las que realmente no creía. Pero tenía que creérselas y, atinadamente o no, ellos sí que creían en él.
Cuando Geary ya se estaba dando la vuelta para marcharse, el jefe del equipo lanzó un grito por encima del de sus subordinados.
—¡Haremos que se sienta orgullosos de haberse puesto a nuestro mando, Black Jack! —vociferó.
Que nuestros antepasados me asistan.
Sin embargo, Geary se giró y volvió a referirse a ellos mientras se volvía a hacer el silencio para escuchar sus palabras.
—Yo ya estoy orgulloso de ser su comandante —sentenció el capitán. Nuevos vítores, pero no le importó, porque lo que había dicho esta vez era completamente cierto.
Cuando Geary fue a ver la llave hipernética, protegida en la zona de seguridad, tuvo que ser escoltado por la capitana Desjani. El aparato medía más o menos la mitad que un contenedor de carga y el artilugio en sí ocupaba la mayor parte del compartimento en el que lo habían depositado. Geary dio varios pasos a su alrededor, visualizando los cables que salían de allí y los que estaban dispuestos a modo de elementos de control. Geary se quedó mirándola un buen rato, preguntándose cómo algo de una apariencia tan normal podía ser tan importante.
—Capitán Geary.
Lo único bueno de la expresión de la copresidenta Victoria Rione era que era ligeramente menos fría que el tono de su voz.
—Señora copresidenta. —Geary dio un paso atrás para permitir que Rione entrase en su camarote.
En su intento por dejar de depender de los medicamentos, no se había tomado ninguno en todo el día, lo cual lo había dejado en un estado todavía peor que el de costumbre, además de sin ganas de recibir visitas. Pero, teniendo en cuenta su autoridad sobre algunas de las naves de la flota, Geary era consciente de que no podía dejar de recibir a Rione.
—¿A qué debo el honor de esta visita? —preguntó Geary. Aparentemente, no consiguió eliminar del todo la ironía de su voz, porque la temperatura de la expresión de Rione bajó unos pocos grados más hasta rozar el cero más absoluto. Con todo, la copresidenta caminó hacia el interior del camarote, esperando a que Geary cerrase la puerta y después lo miró sin articular palabra.
Si está tratando de ponerme nervioso, lo está haciendo bastante bien.
Geary trató de no permitir que Rione lo encolerizara, ya que le había dado la sensación de que la copresidenta usaba ese tipo de emociones para confundir a sus oponentes y que acabaran diciendo y haciendo cosas de las que probablemente acabarían lamentándose.
—¿Le gustaría tomar asiento? —inquirió Geary.
—No —zanjó Rione.
La copresidenta se volvió y dio tres pasos hasta llegar al muro más lejano, aparentemente absorta en el ejercicio de estudiar el cuadro que había allí. Se trataba de parte del legado del almirante Bloch, por supuesto, un impresionante paisaje estelar, que era una de esas cosas que uno esperaba encontrar en el camarote de un oficial de navío. Rione pasó quizá un minuto mirando el cuadro para después volverse hacia Geary de nuevo.
—¿Le gustan los paisajes estelares, capitán Geary? —interrogó Rione.
Conversación. Algo que Geary no se había esperado y que lo ponía más en estado de alerta que nunca.
—No especialmente —repuso el capitán.
—Puede cambiarlo. Puede poner cualquier cuadro de la biblioteca gráfica de la nave aquí —apuntó Rione.
—Lo sé —musitó Geary.
Geary no quiso añadir que no había sido capaz de quitar el cuadro porque en cierto modo representaba un legado que daba fe de que el almirante Bloch había estado antes allí.
Rione se quedó mirándolo durante varios segundos antes de volver a tomar la palabra.
—¿Cuáles son sus intenciones, capitán Geary? —inquirió Rione.
Mis intenciones son puras y honestas, señora.
Aquel pensamiento incongruente le invadió la mente sin poder evitarlo, lo que provocó que Geary tuviera que toser fingidamente para no reírse.
—Discúlpeme. Señora copresidenta, como debatimos con anterioridad, pretendo llevar esta flota de vuelta al espacio de la Alianza —respondió Geary.
—No evada la cuestión, capitán. Estamos en ruta hacia el sistema Corvus. Quiero saber qué pretende hacer después —insistió Rione.
Si lo supiera seguro, se lo diría.
Bueno, quizá la visita de Rione no fuera algo tan malo, a fin de cuentas. Según parecía, la copresidenta era una de las pocas personas a bordo de esa nave que no besaba el espacio que surcaba Geary. Rione ya había dejado claro que no iba a tener dudas a la hora de expresar sus propias opiniones y, hasta donde Geary había podido saber a partir de su conversación anterior, tenía la cabeza bien amueblada. Cierto que tampoco se había molestado en ocultar que Geary no le gustaba, pero al contrario de la hostilidad que había visto en gente como los capitanes Numos y Faresa, al menos el desdén de la copresidenta de la República parecía estar tamizado por un cierto grado de sentido común.
—Me gustaría debatirlo con usted —aseveró Geary.
—¿De verdad? —El escepticismo de Rione quedó patente tanto por su tono de voz como por su expresión.
—Sí. Con todo, le rogaría que nuestras charlas sigan siendo privadas. Espero que lo comprenda —aclaró Geary.
—Por supuesto —corroboró Rione.
Geary se acercó un paso hacia la mesa y se las apañó con esfuerzo para manejar los mandos, que aún seguían sin resultarle familiares, y conseguir pedir el visualizador. La primera vez empezaron a refulgir estrellas en el aire, justo encima de la superficie de la mesa, pero después se desvanecieron. Blasfemando entre dientes, Geary volvió a intentarlo, y esta vez el visualizador sí se quedó quieto.
—Tenemos varias opciones —comentó Geary.