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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (78 page)

BOOK: Juego de Tronos
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»Y ahora, pensad en la alternativa. Joffrey no tiene más que doce años, y Robert ha puesto la regencia en vuestras manos, mi señor. Sois la Mano del Rey y el Protector del Reino. Tenéis el poder, Lord Stark. Sólo hace falta que estiréis la mano para cogerlo. Haced las paces con los Lannister. Liberad al Gnomo. Casad a Joffrey con vuestra hija Sansa. Casad a la pequeña con el príncipe Tommen, y a vuestro heredero con Myrcella. Aún faltan cuatro años para que Joffrey tenga la mayoría de edad. Para entonces os considerará un segundo padre, y si no es así... bueno, cuatro años dan para mucho, mi señor. Para libraros de Lord Stannis, por ejemplo. Y luego, si Joffrey da problemas, siempre podemos revelar este secretito y poner a Lord Renly en el trono.

—¿Podemos? —repitió Ned.

—Necesitaréis a alguien con quien compartir la carga —dijo Meñique encogiéndose de hombros—. Y mi precio no será elevado, os lo aseguro.

—Vuestro precio. —La voz de Ned era puro hielo—. Lo que estáis proponiendo es una traición, Lord Baelish.

—Sólo si perdemos.

—Olvidáis demasiadas cosas —replicó Ned—. Olvidáis a Jon Arryn. Olvidáis a Jory Cassel. Y olvidáis esto. —Sacó la daga y la puso sobre la mesa, entre ellos: era de huesodragón y acero valyrio; tan afilada como la diferencia entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, entre la vida y la muerte—. Enviaron a un hombre para que le cortara el cuello a mi hijo, Lord Baelish.

—Pues sí, mi señor, había olvidado algunas cosas. —Meñique suspiró—. Os ruego que me perdonéis. Por un momento no me di cuenta de que estaba hablando con un Stark. —Frunció los labios—. Así que optáis por Stannis y por la guerra.

—No se trata de una opción. Stannis es el heredero.

—Lejos de mí entrar en discusiones con el Lord Protector. En fin, ¿qué queréis de mí? Mi consejo no, desde luego.

—Haré lo posible por perdonar vuestro... consejo —replicó Ned, asqueado—. Os he hecho venir para pediros la ayuda que prometisteis a Catelyn. Es un momento peligroso para todos nosotros. Cierto, Robert me ha nombrado Protector, pero a los ojos de todos Joffrey es su hijo y heredero. La Reina dispone de una docena de caballeros y de un centenar de hombres armados que obedecerán sus órdenes; más que suficiente para doblegar a lo que queda de mi guardia. Y quizá su hermano Jaime cabalgue en estos momentos hacia Desembarco del Rey, con un ejército Lannister a sus órdenes.

—Y vos sin hombres. —Meñique jugueteó con la daga que estaba sobre la mesa, la hizo girar lentamente con un dedo—. Lord Renly no siente demasiado afecto hacia los Lannister. Bronze Yohn Royce, Ser Balon Swann, Ser Loras, Lady Tanda, los gemelos Redwyne... cada uno de ellos dispone de un séquito de caballeros y espadas juramentadas aquí, en la corte.

—Renly tiene treinta hombres en su guardia personal, y los otros todavía menos. No son suficientes, ni siquiera aunque estuviera seguro de que todos se iban a aliar conmigo. Necesito a los capas doradas. La Guardia de la Ciudad cuenta con dos mil hombres fuertes, que han jurado defender el castillo, la ciudad y la paz del rey.

—Ya... pero, cuando la Reina proclame un rey, y la Mano, otro, ¿qué paz van a proteger? —Lord Petyr empujó la daga con el dedo y la hizo girar de nuevo. Dio varias vueltas y, cuando al final se detuvo, apuntaba al propio Meñique—. Vaya, aquí tenemos la respuesta —añadió con una sonrisa—. Siguen a aquel que les paga. —Se echó hacia atrás en el asiento y miró de frente a Ned, con los ojos verde grisáceo llenos de burla—. Vestís vuestro honor como si fuera una armadura, Stark. Creéis que os protege, pero en realidad no es más que una carga que os hace moveros despacio. Miraos al espejo. Sabéis por qué me habéis hecho venir. Sabéis qué queréis pedirme que haga. Sabéis que es necesario... pero no es honorable, así que no os atrevéis a decirlo en voz alta.

Ned tenía el cuello rígido por la tensión. Durante un instante se sintió incapaz de hablar, de pura rabia.

Meñique se echó a reír.

—Debería obligaros a decirlo, pero sería una crueldad... así que no temáis, mi buen señor. Por el amor que le profeso a Catelyn, iré ahora mismo a hablar con Janos Slynt, para asegurarme de que la Guardia de la Ciudad os es leal. Con seis mil piezas de oro será suficiente. Una tercera parte para el comandante, una tercera parte para los oficiales y una tercera parte para los hombres. Quizá pudiéramos comprarlos por la mitad de esa suma, pero no es cosa de correr riesgos.

Sonrió, cogió la daga por la hoja y se la tendió a Ned con la empuñadura por delante.

JON (6)

Jon estaba tomando un desayuno a base de pastel de manzana y morcillas cuando Samwell Tarly se dejó caer pesadamente en el banco.

—Me han llamado al sept —dijo Sam con un susurro emocionado—. Me van a sacar del entrenamiento. Me harán hermano al mismo tiempo que a vosotros. ¿Te lo imaginas?

—No, ¿de verdad?

—De verdad. Mi deber será ayudar al maestre Aemon con la biblioteca y con los pájaros. Necesita a alguien que sepa leer y escribir cartas.

—Lo harás muy bien —sonrió Jon.

—¿No tendríamos que ir ya? —Sam miró a su alrededor con ansiedad—. No quiero llegar tarde; puede que cambien de opinión.

Al cruzar el patio cubierto de hierbajos iba casi saltando. Era un día cálido y soleado. Del Muro descendían reguerillos de agua, con lo que el hielo parecía centellear.

En el interior del sept, el gran cristal reflejaba la luz de la mañana que entraba por la ventana orientada hacia el sur y formaba un arco iris sobre el altar. Pyp se quedó boquiabierto al ver a Sam; Sapo le dio un codazo a Grenn en las costillas, pero ninguno se atrevió a decir nada. El septon Celladar movía un incensario que impregnaba el aire de su fragancia. A Jon le recordaba el pequeño sept de Lady Stark en Invernalia. El septon estaba sobrio, por una vez.

Los oficiales de alto rango llegaron todos juntos: el maestre Aemon, apoyado en Clydas; Ser Alliser, con sus ojos fríos y su gesto hosco; el Lord Comandante Mormont, resplandeciente con su jubón de lana negra y broches de plata en forma de zarpas de oso... Tras ellos entraron los miembros mayores del resto de las órdenes: Bowen Marsh, el Lord Mayordomo del rostro enrojecido; el Primer Constructor, Othell Yarwyck, y Ser Jaremy Rykker, que estaba al mando de los exploradores durante la ausencia de Benjen Stark.

—Llegasteis aquí como malhechores —empezó Mormont, que se había situado ante el altar de forma que el arco iris le relucía sobre la calva—. Cazadores furtivos, violadores, deudores, asesinos y ladrones. Llegasteis a nosotros como niños. Llegasteis a nosotros solos, encadenados, sin amigos y sin honor. Llegasteis a nosotros ricos, y llegasteis a nosotros pobres. Algunos ostentáis los nombres de casas orgullosas. Otros tenéis nombres de bastardos, o no tenéis nombre alguno. Nada de eso importa ya. Todo queda en el pasado. En el Muro, todos pertenecemos a la misma Casa.

»Al caer la noche, cuando se ponga el sol y llegue la oscuridad, haréis el juramento. Desde ese momento seréis Hermanos Juramentados de la Guardia de la Noche. Vuestros crímenes quedarán olvidados; vuestras deudas, saldadas. Y de la misma manera deberéis olvidar las antiguas lealtades, dejar a un lado los rencores, desechar amores y enemistades del pasado por igual. Vais a empezar de nuevo.

»Un hombre de la Guardia de la Noche vive su vida por el reino. No por un rey, ni por un señor, ni por el honor de una casa u otra, tampoco por el oro ni la gloria, ni el amor de una mujer, sino por el reino y por todos los que en él viven. Un hombre de la Guardia de la Noche no tiene esposa y no engendra hijos. Nuestra esposa es el deber. Nuestra amante es el honor. Y vosotros sois los únicos hijos que tendremos jamás.

»Ya conocéis la fórmula del juramento. Meditad bien antes de pronunciarla, porque cuando vistáis el negro ya no habrá vuelta atrás. La deserción se pena con la muerte. —El Viejo Oso hizo una pausa antes de continuar—. ¿Hay alguno de entre vosotros que no quiera seguir aquí? Si es así, que se vaya ahora, sin demérito alguno.

Nadie se movió.

—Bien —asintió Mormont—. Prestaréis juramento aquí, al anochecer, ante el septon Celladar y el primero de vuestra orden. ¿Alguno de vosotros adora a los antiguos dioses?

—Yo, mi señor —dijo Jon poniéndose en pie.

—En ese caso supongo que querrás jurar ante un árbol corazón, como hizo tu tío —dijo Mormont.

—Así es, mi señor —asintió Jon.

Los dioses del sept no tenían nada que ver con él; por las venas de los Stark corría la sangre de los primeros hombres.

—Pero aquí no hay bosque de dioses —oyó que susurraba Grenn a su espalda—. ¿Verdad? Yo no lo he visto.

—Tú no verías ni una manada de uros en medio de la nieve hasta que no te embistieran —susurró en respuesta Pyp.

—Sí que los vería —insistió Grenn—. Los vería venir de lejos.

—En el Castillo Negro no hace falta un bosque de dioses. —El propio Mormont confirmó las dudas de Grenn—. El Bosque Encantado está al otro lado del Muro, donde estuvo en la Era del Amanecer, mucho antes de que los ándalos trajeran a los Siete del otro lado del mar Angosto. A media legua de aquí encontrarás un bosquecillo de arcianos, y quizá también a tus dioses.

—Mi señor. —La voz hizo que Jon se volviera, sorprendido. Samwell Tarly se había puesto en pie—. ¿Puedo... puedo ir yo también? ¿Puedo prestar juramento ante ese árbol corazón?

—¿La Casa Tarly también adora a los antiguos dioses? —quiso saber Mormont.

—No, mi señor —respondió Sam con voz aguda, nerviosa. Jon sabía que los oficiales le daban un poco de miedo, y el Viejo Oso más que ninguno—. Me pusieron el nombre a la luz de los Siete, en el sept de Colina Cuerno, al igual que pasó con mi padre, con su padre y con todos los Tarly desde hace mil años.

—¿Y por qué quieres renunciar a los dioses de tu padre y de su Casa? —preguntó Ser Jaremy Rykker.

—Ahora mi Casa es la Guardia de la Noche —dijo Sam—. Los Siete jamás respondieron a mis plegarias. Puede que los antiguos dioses lo hagan.

—Como quieras, muchacho —dijo Mormont. Sam se sentó de nuevo, y Jon hizo lo mismo—. Os hemos adjudicado cada uno a una orden, dependiendo de nuestras necesidades y vuestras habilidades. —Bowen Marsh se adelantó y le tendió un papel. El Lord Comandante lo desenrolló y empezó a leer—: Halder, a los constructores. —Halder asintió en gesto de aprobación—. Grenn, a los exploradores. Albett, a los constructores. Pypar, a los exploradores. —Pyp miró a Jon y movió las orejas—. Samwell, a los mayordomos. —Sam, suspiró de alivio y se secó el sudor de la frente con un pañuelo de seda—. Matthar, a los exploradores. Daeron, a los mayordomos. Todder, a los exploradores. Jon, a los mayordomos.

¿A los mayordomos? Durante un instante Jon no dio crédito a lo que había oído. Seguro que Mormont se había equivocado al leer. Empezó a levantarse, abrió la boca para decir que era un error... y en aquel momento vio los ojos de Ser Alliser, clavados en él como dos esquirlas de obsidiana, y lo comprendió.

—Los primeros de cada orden os explicarán vuestros deberes. —El Viejo Oso enrolló el papel—. Los dioses os guarden, hermanos.

El Lord Comandante los honró con un amago de reverencia y se retiró. Ser Alliser se marchó con él; una sonrisa le aleteaba en los labios. Jon nunca había visto tan contento al maestro de armas.

—Los exploradores, conmigo —exclamó Ser Jaremy Rykker cuando hubieron salido.

Pyp se puso en pie muy despacio sin dejar de mirar a Jon. Tenía las orejas coloradas. Grenn sonreía, sin darse cuenta de que algo iba mal. Matt y Sapo siguieron también a Ser Jaremy para salir del sept.

—Constructores —llamó Othell Yarwyck.

Halder y Albett fueron con él.

Jon miró a su alrededor, mareado, incrédulo. Los ojos ciegos del maestre Aemon estaban alzados hacia la luz que no podían ver. El septon estaba colocando cristales sobre el altar. En los bancos sólo quedaban Sam y Dareon; un chico gordo, un bardo... y él.

—Samwell, tú ayudarás al maestre Aemon con los pájaros y en la biblioteca. —El Lord Mayordomo Bowen Marsh se frotó las manos regordetas—. Chett pasará a las perreras. Ocuparás su celda, así estarás cerca del maestre día y noche. Confío en que lo cuidarás bien. Es muy anciano, y muy valioso para nosotros.

»Dareon, me han informado de que has cantado ante señores de gran alcurnia, y has compartido su pan y su aguamiel. A ti te enviaremos a Guardiaoriente. Puede que tu facilidad de palabra le sea de ayuda a Cotter Pyke cuando lleguen las galeras mercantes para comerciar. Pagamos demasiado por la carne en salazón y el pescado en escabeche, y el aceite de oliva que nos envían es cada vez peor. Cuando llegues, preséntate ante Borcas; te dará algo que hacer entre barco y barco. —A continuación Marsh dirigió su sonrisa hacia Jon—. El Lord Comandante Mormont ha pedido que seas su mayordomo personal, Jon. Dormirás en una celda bajo sus habitaciones, en la torre del Lord Comandante.

—¿Y cuáles serán mis obligaciones? —preguntó Jon con brusquedad—. ¿Serviré las comidas al Lord Comandante, le ayudaré a abrocharse las ropas y le calentaré el agua para el baño?

—Desde luego. —Marsh había fruncido el ceño ante el tono de voz del muchacho—. También llevarás los mensajes que te ordene, mantendrás el fuego encendido en sus habitaciones, le cambiarás a diario las sábanas y las mantas, y harás cualquier cosa que él te ordene.

—¿Acaso me tomáis por un criado?

—No —respondió el maestre Aemon desde el fondo del sept. Clydas lo ayudó a levantarse—. Te tomábamos por un hombre de la Guardia de la Noche... pero puede que fuera un error.

—¿Puedo retirarme? —preguntó Jon con frialdad. Tuvo que controlarse para no marcharse de allí en aquel momento. ¿Esperaban que batiera mantequilla y cosiera jubones como una niña el resto de su vida?

—Como desees —replicó Bowen Marsh.

Dareon y Sam salieron con él. Bajaron al patio en silencio. Ya en el exterior, Jon alzó la vista hacia el Muro, que resplandecía bajo el sol mientras el hielo derretido se deslizaba por su superficie en un centenar de dedos delgados. Jon estaba tan rabioso que parecía a punto de abandonarlo todo.

—Jon —le dijo Samwell Tarly, emocionado—, espera, ¿no te das cuenta de lo que han hecho?

—De lo único que me doy cuenta es de que Ser Alliser está detrás de todo esto —le contestó Jon hecho una furia, volviéndose hacia él—. Quería humillarme y lo ha logrado.

—Los mayordomos están bien para ti o para mí, Sam —dijo Dareon mirando a Jon fijamente—, pero no para Lord Nieve.

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