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Authors: Ava McCarthy

Jugada peligrosa (16 page)

BOOK: Jugada peligrosa
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La voz de Jude transmitida por radio era metálica y lejana.

—Creen que tengo un dinero que les pertenece. Doce millones de euros para ser exactos.

—¿Y los tiene?

—Quizá.

Las palas de la hélice, levantadas y extendidas, comenzaron a girar y a dibujar sombras bajo la luz del sol.

—¿Y qué tengo que ver yo con todo esto?

Las palas rotaban cada vez más rápido y producían un ruido sordo que se unía al rugido del motor. Harry contuvo unas irreprimibles ganas de encorvarse. Aquel estruendo se le hacía insoportable incluso con auriculares.

—Pues que es un banquero de inversión —le respondió, tratando de no gritar—. Entiende de operaciones en Bolsa, y sabe cómo se mueve el dinero. —Todo su cuerpo vibraba con el movimiento de la aeronave, y se agarró a los brazos del asiento para mantener las manos quietas—. El tipo que me empujó a la vía del tren me susurró que el dinero pertenece a la organización de tráfico de información privilegiada de mi padre.

El helicóptero se elevó y a Harry se le encogió el estómago. Jude le echó una mirada.

—¿Nunca ha volado en uno de éstos? —preguntó.

Incapaz de articular palabra, Harry negó con la cabeza. Se mantuvieron suspendidos en el aire un momento y después se ladearon muy hacia la izquierda. Harry tragó saliva. El suelo se torcía hacia ella y, por unos instantes, vio el mundo de lado.

Cuando el helicóptero se equilibró, observó a Jude. Pilotaba con seguridad y sutileza. Escrutaba el horizonte inclinándose hacia delante, en sintonía con las señales vitales de la aeronave; su expresión, rebosante de inteligencia, denotaba su estado de alerta.

¿Qué se había hecho de aquella tortuga de miras estrechas que la había acercado al aeropuerto?

—¿Cómo consiguió la organización los doce millones de euros? —inquirió.

—Bueno, le diré lo que pienso —contestó Harry—. La organización recibió información privilegiada sobre la inminente adquisición de Sorohan por parte de Aventus. Compraron acciones de Sorohan cuando estaban baratas, a sabiendas de que su precio se dispararía tan pronto se filtrara la noticia de la OPA. Entonces, cuando ésta se anunció, las vendieron a un precio elevado y se hicieron de oro... —Frunció el ceño. A partir de ahí comenzaban las especulaciones, pero estaba segura de que tenía razón—. De algún modo, mi padre consiguió esconder todos los beneficios obtenidos en aquella operación o al menos parte de ellos, y ahora el resto de miembros de la organización quieren recuperarlos.

—¿Está diciendo que su padre los estafó?

—No me sorprendería en absoluto. Mi padre engañaba a todo el mundo.

Jude la miró un largo instante.

—Bueno, a mí nunca me engañó. Era uno de los banqueros de inversión con más talento que he conocido en mi vida, demasiado inteligente para toda esa mierda.

Harry le devolvió la mirada.

—Está claro que no lo suficiente. Le descubrieron, no lo olvide. —Bajó la vista—. De todos modos, no estamos aquí para discutir su culpabilidad.

De repente, el helicóptero empezó a descender hacia la derecha. Harry vio pasar el suelo a toda velocidad y se quedó paralizada. En el último segundo, se elevaron de forma vertiginosa y el horizonte desapareció de su vista.

Las extremidades de Harry estaban rígidas.

—¿Podría olvidarse de todas estas maniobras de gallito y limitarse a volar en línea recta?

Jude le lanzó una mirada de sorpresa. Equilibró la aeronave y la tierra volvió a su sitio.

—¿Mejor así?

—Sí, gracias.

Ella dejó de agarrarse con tanta fuerza al asiento y cogió aire varias veces. Se hizo el silencio entre ellos y Harry comenzó a pensar que no era posible hablar con aquel tipo sin malhumorarse.

Jude se aclaró la voz.

—Por lo tanto, si su padre tenía ese dinero, puede que también fuera él quien lo ingresara en su cuenta.

Harry cambió de postura en el asiento. Ya había considerado aquella posibilidad. Quizá su padre podía acceder de algún modo a sus fondos desde la cárcel. Quizá necesitaba mover aquel dinero para esconderlo. Era posible, tenía cierto sentido. Pero si aquello era cierto, también quería decir que estaba dispuesto a poner la vida de su hija en peligro.

—A lo mejor —respondió.

—Tal vez resulte obvio, pero ¿por qué no se lo pregunta directamente?

Preguntárselo directamente. Qué sencillo. Qué tentador resultaba ir a visitarlo sin más, hablar de todo lo que había sucedido y finalmente fundirse con él en un cálido abrazo de oso, tal como hacía cuando tenía cinco años.

Harry cruzó y descruzó las piernas. ¿A quién quería engañar? Ella se pondría a un lado de la mesa y su padre en el otro. «No sé nada acerca de esto, Harry, lo prometo», le aseguraría. Entonces se encogería ligeramente de hombros mostrando las palmas de las manos, como si así pudiera demostrar que no tenía nada que esconder.

Harry se volvió hacia Jude y esbozó una sonrisa irónica.

—Créame, preguntarle no es una opción.

Jude suspiró.

—Entonces, ¿qué quiere de mí?

—Necesito entender cómo ejecutaban las operaciones de la organización mi padre y los demás miembros, cómo manejaban el dinero.

—Me habla como si yo debiera saberlo.

—Escuche, sólo le estoy pidiendo que use su imaginación. Piense por un momento que no es un íntegro banquero de inversión que nunca viola las normas, sino un timador, un ladrón. —Harry fijó su mirada en el horizonte—. Imagine que es mi padre.

Jude hizo una breve pausa antes de responder:

—Está bien. Supongamos que soy un banquero de inversión y dispongo de alguna información relativa a los precios de unas acciones. Quiero hacer uso de ella, pero el problema es que no puedo utilizar ninguna de mis cuentas de operaciones habituales.

—¿Por qué no?

—Porque las controlan. Los bancos de inversión vigilan las cuentas de sus empleados. Un solo movimiento sospechoso y saltan las alarmas.

—¿Y qué es lo que haría?

Jude se encogió de hombros.

—Yo abriría una cuenta secreta, probablemente en Suiza, y operaría desde allí.

—¿En Suiza? —Harry levantó una ceja—. ¿No es lo que hacen los espías y los blanqueadores de dinero?

—No necesariamente. No hace falta ser un delincuente para abrir una cuenta bancaria en ese país, cualquier persona que quiera mantener sus asuntos financieros en privado puede hacerlo.

—¿Así que es completamente anónimo?

—No, eso es un mito. No existe ninguna cuenta anónima al cien por cien. Todos los bancos suizos conocen la identidad de sus clientes.

—¿Y qué hay de las cuentas numeradas? Creía que su objetivo era que el nombre del cliente no figure en ningún sitio.

—Y no figura. Pero aun así, el banco posee algún fichero en sus archivos con su nombre y dirección. Sólo unos pocos gestores experimentados pueden acceder a esa información, pero existe.

—¿Y es confidencial?

—Sí, completamente. —Aunque le había costado arrancar, ahora Jude se mostraba bastante conversador—. En Suiza, se considera un delito revelar los datos de los clientes de un banco. Los empleados firman una cláusula de privacidad en su contrato. Con sólo confirmar la existencia de una cuenta determinada se arriesgan a ser encarcelados.

Harry reconoció que aquélla era una buena razón para mantener la boca cerrada.

—Entonces, si un gobierno extranjero le demuestra a un banco suizo que existen pruebas de actividades delictivas en alguna de sus cuentas, ¿qué sucede?

—Bueno, los suizos tienen sus propias ideas acerca de lo que es la actividad delictiva. La evasión de impuestos y los litigios por divorcio les son indiferentes, pero es probable que también cooperen con delitos como el tráfico de drogas y el tráfico de información privilegiada.

—¿Y qué se debe hacer para abrir una de esas cuentas?

Harry miró con atención por la ventana. Debajo, el terreno iba cambiando. La escasa maleza había dado paso a unas discretas colinas, y justo delante se alzaban las suaves laderas de la montaña de Sugarloaf. Volaban en dirección sur hacia las montañas de Dublín.

Jude se encogió de hombros.

—Más o menos los mismos trámites que para abrir cualquier otra cuenta. Rellenas algunos impresos y acreditas tu identidad, normalmente con el pasaporte. Muchos bancos suizos insisten en mantener una entrevista personal. Pero aparte del asunto de la privacidad, el procedimiento es similar al que se sigue para otras cuentas. Te facilitan tarjetas VISA y tarjetas para cajeros automáticos, además de acceso por internet.

—Si mi padre fuera el titular de una de esas cuentas, ¿tendría que haberse desplazado a Suiza para abrirla?

—O al Caribe, a las Bahamas, a Bermudas o a las Islas Caimán. Los bancos suizos tienen sucursales en esos países que operan bajo las mismas leyes de privacidad.

Harry recordó los viajes de negocios transatlánticos que su padre había realizado durante años y supuso que el Caribe era la opción más probable.

—¿Y cómo gestionaba la cuenta desde aquí? ¿Cómo operaba con ella?

Jude no pareció advertir que Harry había pasado de plantear preguntas basadas en hipótesis a dar por hecho que su padre realizó aquellas operaciones.

—Si asumimos que tenía una cuenta numerada, entonces seguramente estaría asignada a un gestor de cuenta personal, es decir, un gestor de atención personalizada —respondió—. Lo más probable es que su padre proporcionara por teléfono las instrucciones de las operaciones a esa persona.

—No parece un método muy seguro. Cualquiera podría haber llamado haciéndose pasar por mi padre.

—Se equivoca. Tendría que haber indicado no sólo el número de cuenta, sino también un código secreto para confirmar su identidad.

—¿Un código secreto? —Otra vez de vuelta al espionaje y los agentes dobles—. ¿De qué tipo?

—De cualquier tipo. Pudo haber acordado que todas las instrucciones incorporaran una frase en particular como... no sé... —Jude se encogió de hombros—. «Mickey Mouse» o «abracadabra». Cualquier cosa que sólo el gestor de atención personalizada y él mismo supieran.

Harry lo miró entrecerrando los ojos.

—Esto suena un poco a James Bond, ¿no?

—Pero es confidencial.

¿Cuál sería el código secreto de su padre? Algo fácil que pudiera recordar sin esfuerzo, relacionado con algún aspecto importante de su vida. Pero su vida se componía de muchas facetas: banquero de inversión, delincuente, jugador de póquer y padre. No necesariamente en aquel orden de prioridad, por supuesto. En honor a la verdad, debía admitir que probablemente era mejor jugador de póquer que delincuente.

Bajó la mirada para contemplar los campos, que ya quedaban muy abajo. Avistó una gran residencia en forma de «U», pero hasta que no vio las espirales celtas de setos no comprendió que se trataba de la casa de Dillon.

Le pareció que el laberinto se aproximaba amenazante hacia ella. Se quedó sin respiración; el pulso, disparado, le martilleaba todo el cuerpo.

—¿Se encuentra bien?

Jude clavó sus ojos en ella.

Asintió e intentó apartar la mirada del laberinto, pero era como si tuviera la cabeza inmovilizada por un collarín. El helicóptero se acercaba a bandazos a los gigantescos setos, y ella trató de alcanzar a ver lo que se escondía en el centro. Sólo pudo distinguir algo grande y oscuro que brillaba bajo el sol por momentos.

Jude se fijó en lo que Harry estaba mirando.

—Es la casa de Dillon Fitzroy, ¿no?

—Sí. —Recordó que, según Felix, Jude y Dillon eran viejos amigos—. ¿Cómo se conocieron?

—Fuimos a la universidad juntos —dijo sin apartar la mirada de la vivienda—. Siempre aseguró que acabaría viviendo en una mansión en el campo. Daba la sensación de que con esa casa quisiera decirle a la gente: «Jodeos».

Harry arqueó las cejas al oír aquella vulgaridad. Viniendo de Jude, parecía totalmente fuera de lugar.

—¿Y eso? —preguntó Harry.

Jude se encogió de hombros.

—Fue adoptado, ¿nunca se lo ha explicado?

—¿Qué tiene que ver?

—Si quiere saber mi opinión, eso le hizo sentir que tenía que demostrar algo. No me pregunte qué.

—A usted no le cae muy bien, ¿verdad?

Jude le echó una mirada e hizo descender bruscamente el helicóptero.

—Es hora de regresar.

La casa de Dillon desapareció del panorama. Harry se recostó en el asiento y respiró profundamente mientras esperaba que descendiera la frecuencia de sus pulsaciones.

—No me ha preguntado por ninguno de los otros miembros de la organización —dijo finalmente ella—. ¿No quiere saber quiénes son?

Jude se encogió de hombros.

—Si tiene previsto decírmelo, asumo que lo hará. Si no, no sirve de nada preguntar.

Harry lo observó un momento. No estaba segura de hasta qué punto podía confiar en él; al fin y al cabo, también era un banquero de inversión. Pero aún necesitaba preguntarle algo más.

—Usted conoce a algunos de ellos.

—¿En serio?

—A Felix Roche, por ejemplo. El de adquisiciones.

El helicóptero dio una sacudida a la izquierda.

—¿Roche era miembro de la organización?

—No exactamente —contestó Harry mirándolo de cerca—. La organización nunca supo de su existencia. Felix espiaba sus mensajes de correo electrónico y utilizó para su propio beneficio parte de la información privilegiada que manejaban.

Jude frunció el ceño y agarró con fuerza las palancas de control intentando recuperar la estabilidad del helicóptero.

—¿Dónde ha oído eso? Y si es cierto, ¿por qué nunca lo detuvieron?

—No hallaron pruebas suficientes. Seguramente, la policía no pensó que tuviera un papel tan destacado, pero yo sí lo creo. —Se inclinó hacia delante—. Quiero ver sus archivos. Su correo electrónico, sus ficheros.

—¿Por qué?

—Porque cabe la posibilidad de que sólo fuera un aprovechado, pero tenía acceso al correo electrónico de los miembros de la organización. Sabía quiénes eran. O si no lo sabía, al menos poseía información que podría resultarme útil para localizarlos.

—Pero usted no puede leer sus mensajes. Son información confidencial.

Harry suspiró. La tortuga había vuelto.

—Ya lo sé, por eso necesito su ayuda.

—¿Qué le hace pensar que voy a ayudarle a hacer algo así?

Harry se volvió y vio cómo la sombra del helicóptero les seguía por las colinas bañadas de sol.

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