Komarr (24 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Komarr
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Dio un paso atrás y se sacudió las manos en un gesto que indicaba un trabajo sucio bien hecho.

—¿Qué está haciendo? —empezó a decir Miles—. ¿Qué están haciendo ustedes aquí, por cierto? ¿Por qué está la señora Radovas con…?

—Vamos, vamos, lord Vorkosigan —le interrumpió Foscol bruscamente—. No pensará que voy a quedarme aquí a charlar con usted, ¿no?

Vorsoisson se agitó, gruñó y eructó. A pesar del completo desprecio de sus ojos al contemplar su figura encogida, Foscol esperó un momento para asegurarse que no vomitaba dentro de su mascarilla. Vorsoisson la miró sombrío, parpadeando lleno de asombro y, Miles no tuvo ninguna duda, de dolor.

Miles apretó los puños y se agitó contra sus cadenas. Foscol lo miró,

—No se vaya a lastimar intentando soltarse —añadió cortésmente—. Ya vendrá alguien a recogerlos. Sólo lamento no poder quedarme a observar.

Se volvió sobre sus talones y se marchó, perdiéndose tras la esquina del edificio. Después de un minuto, oyeron los leves sonidos del camión de carga revoloteando sobre el edificio. Pero estaban en el otro lado y no pudieron ver la partida.

Soudha es un ingeniero competente. Me pregunto si habrá preparado el reactor para que se autodestruya
, fue el siguiente inspirado pensamiento que se le pasó a Miles por la cabeza. Eso borraría toda evidencia, a Vorsoisson y también a Miles. Si lo calculaba bien, Soudha podría llevarse también por delante al escuadrón de rescate de SegImp… pero parecía que Foscol pretendía que las pruebas que había pegado a la espalda de Vorsoisson sobrevivieran, al menos, lo cual rebatía la idea de convertir la estación experimental en un agujero de cristal brillante en el paisaje, como la ciudad perdida de Vorkosigan Vashnoi. Soudha y compañía no parecían pensar en términos militares. Gracias a Dios. Esta escena parecía preparada para provocar la máxima humillación, y no se podía avergonzar a los muertos.

A sus parientes, sin embargo… Miles pensó en su padre y se estremeció. Y también Ekaterin y Nikolai y, por supuesto, el Lord Auditor Vorthys. Oh, sí.

Vorsoisson, recuperando por fin la conciencia, se estiró y descubrió el límite de sus ligaduras. Maldijo entre dientes, y luego con una claridad de expresión cada vez mayor, tiró de las cadenas. Después de un minuto, se detuvo. Miró alrededor y encontró a Miles.

—Vorkosigan. ¿Qué demonios está pasando aquí?

—Parece que nos han quitado de en medio mientras Soudha y sus amigos terminan de levantar el campamento. Creo que se han dado cuenta de que se les ha acabado el tiempo.

Miles se preguntó si debería mencionarle a Vorsoisson el paquetito que tenía en la espalda, pero decidió no hacerlo. El hombre ya respiraba pesadamente por el esfuerzo de intentar liberarse. Vorsoisson maldijo un poco más, de manera monótona, pero después de un rato pareció darse cuenta de que se estaba repitiendo, y lo dejó correr.

—Hábleme un poco más de ese plan de Soudha —dijo Miles en medio del extraño silencio. Ningún insecto ni el trino de ningún pájaro salpicaba la noche komarresa, y no había hojas de ningún árbol que se sacudieran con la fría brisa. Tampoco llegaba ningún otro sonido del edificio que tenían a su espalda. Lo único que se oía eran los susurros de los filtros, reguladores y extractores de sus mascarillas de oxígeno—. ¿Cuándo lo descubrió?

—A… ayer mismo. Ayer mismo hizo una semana. Soudha se dejó llevar por el pánico, creo, y trató de sobornarme. No quise avergonzar al tío Vorthys haciéndolo público mientras estaba aquí. Y tenía que asegurarme, antes de empezar a acusar a gente a diestro y siniestro.

Foscol dice que mientes
. Miles no estaba seguro de en cuál de ellos confiaba menos. Foscol podría haber inventado las pruebas contra Vorsoisson usando las mismas habilidades que había empleado para ocultar los robos de Soudha. Tendría que dejar que los técnicos especialistas de SegImp analizaran el caso, y con cuidado.

Miles compadecía a Vorsoisson y al mismo tiempo recelaba de su vacilación, una situación desconcertante que se sumaba a la migraña producida por los aturdidores. Nunca había pensado que la pentarrápida pudiera ser un remedio contra el dolor de cabeza, pero en ese instante deseó tener a mano un hipospray que meterle a Vorsoisson por el culo.
Más tarde
, se prometió.
Sin falta
.

—¿Cree que eso es todo lo que pasa?

—¿Qué quiere decir con «todo»?

—No logro… Si yo fuera Soudha y su grupo, y huyera de la escena del crimen… Han tenido tiempo para preparar su retirada. Tal vez unas tres o cuatro semanas, si sabían que era probable que se encontrara allá arriba el cadáver de Radovas.

¿Y qué demonios estaba haciendo el cadáver de Radovas allá arriba de todas formas? Sigo sin tener una pista
.

—Aún más. Si tenían algún plan de emergencia preparado, y Soudha es tan buen ingeniero como creo, seguro que tiene tácticas de contingencia incorporadas en sus planes. No sería más sensato dividirse, viajar ligero, tratar de salir del Imperio en grupitos de dos o de tres… y no marcharse a la carrera con dos camiones llenos hasta arriba de… de lo que sea que necesitan transportar en dos camiones? No será dinero, desde luego.

Vorsoisson sacudió la cabeza, cosa que ladeó un poco su mascarilla; tuvo que frotar la cara contra la baranda para volver a colocarla.

—¿Vorkosigan…? —dijo con voz trémula tras unos minutos.

Miles esperaba, por el tono humilde empleado, que el hombre fuera a confesar por fin.

—¿Sí? —dijo, animoso.

—Casi me he quedado sin oxígeno.

—¿Ha comprobado…?

Miles trató de recordar el momento en que Vorsoisson sacó la mascarilla de su cajón, allá en su despacho, y se la puso. No. No había comprobado nada. Una mascarilla con plena carga podía permitir entre doce y catorce horas de vigorosa actividad exterior, en circunstancias normales. La mascarilla que Miles estaba usando presumiblemente procedía de un almacén centralizado, donde algún técnico se había encargado del trabajo de recarga antes de volver a ponerla en su sitio.
No te olvides poner tu mascarilla en el recargador, le había dicho su esposa a Vorsoisson
, y recibió una reprimenda por ello. ¿Tenía Vorsoisson la costumbre de guardar su equipo sin limpiarlo? En su despacho, la señora Vorsoisson no podía recoger tras él, como sin duda hacía en casa.

En otro momento, Miles podría haber roto los frágiles huesecillos de su muñeca y sacar la mano de la esposa antes de que su carne se hinchara lo suficiente para dejarla otra vez atrapada. Lo había hecho una vez, en una ocasión horriblemente memorable. Pero los nuevos huesos de su mano eran fuertes y sintéticos, más difíciles de romper que el hueso normal. Todo lo que podía conseguir aplicando fuerza era hacer que sus muñecas sangraran.

Las muñecas de Vorsoisson empezaron a sangrar también, mientras se debatía cada vez más frenéticamente contra sus cadenas.

—¡Vorsoisson, aguante! —gritó Miles—. Conserve el oxígeno. Se supone que va a venir alguien. Tranquilícese, respire despacio, haga que dure.

¿Por qué el idiota no había mencionado esto antes, a Miles, a Foscol incluso…? ¿Pretendía Foscol este resultado? Tal vez esperaba que Miles y Vorsoisson murieran de esa forma, uno después del otro… ¿cuánto tiempo pasaría antes de que llegara alguien a recogerlos? ¿Un par de días? Asesinar a un Auditor Imperial durante una investigación estaba considerado un acto de traición peor que asesinar a un Conde de Distrito, y sólo un poco por detrás de asesinar al Emperador en persona. Nada podría haber sido mejor calculado para enviar a todas las fuerzas de SegImp en busca de los fugitivos, con un alcance implacable que se extendería, potencialmente, a lo largo de décadas, distancia y barreras diplomáticas. Era un gesto suicida, o una locura inconcebible.

—¿Cuánto le queda?

Vorsoisson agitó la mandíbula y trató de ver por encima de la nariz, en los oscuros huecos de su chaqueta, la parte superior de la botella situada allí.

—Oh, Dios. Creo que marca cero.

—Esas cosas siempre tienen un margen de seguridad. ¡Tranquilícese, hombre! ¡Tenga un poco de control!

En cambio, Vorsoisson empezó a debatirse cada vez más frenéticamente. Se lanzó hacia delante y hacia atrás con todas sus fuerzas, tratando de romper la barandilla. De la piel rota de sus muñecas manaron gotas de sangre, y la barandilla vibró y se dobló, pero no llegó a romperse. Alzó las rodillas y luego se abalanzó por el metro de abertura entre los postes, tratando de impulsar todo su peso contra las cadenas. Éstas aguantaron, y luego sus piernas no pudieron recuperar la pasarela. Los tacones de sus botas rozaron y arañaron la pared. Su respiración entrecortada, por fin, le hizo vomitar dentro de la mascarilla. Cuando ésta resbaló de su cuello en el paroxismo final, pareció casi un acto piadoso, excepto que así se revelaron sus rasgos distorsionados y púrpura. Pero los gritos y las súplicas cesaron, y luego los ahogos y palpitaciones. Las piernas dejaron de patalear y quedaron colgando, flácidas.

Miles tenía razón: a Vorsoisson podrían haberle quedado veinte o treinta minutos más de oxígeno si hubiera permanecido tranquilo. Miles se quedó muy quieto y respiró despacio, tiritando de frío. Tiritar, recordó vagamente, requería más oxígeno, pero no podía impedirlo. El silencio era profundo, roto solamente por el siseo de los reguladores y filtros de Miles, y el latido de la sangre en sus oídos. Había visto muchas muertes, incluyendo la suya propia, pero sin duda ésta era una de las peores. Los escalofríos le corrían por todo el cuerpo, y sus pensamientos giraban inútiles: volvían a dar vueltas en círculo hacia la absurda observación de que un barril de pentarrápida ya no le serviría de nada.

Si sufría una convulsión y se arrancaba la mascarilla en el proceso, se asfixiaría antes de recuperar la conciencia. SegImp lo encontraría colgando allí, junto a Vorsoisson, ahogado igual que él en su propio vómito. Y sin duda nada provocaría más uno de sus ataques que el estrés.

Miles vio cómo la baba empezaba a congelarse en el rostro abotargado del cadáver, escrutó los cielos oscuros en la dirección equivocada y esperó.

11

Ekaterin dejó sus maletas junto a las de lord Vorkosigan en el vestíbulo, y se volvió para hacer una última comprobación del apartamento, una última ronda a su antigua vida. Todas las luces estaban apagadas. Todas las ventanas estaban cerradas. Todos los electrodomésticos desconectados… La comuconsola trinó cuando salía de la cocina.

Vaciló.
Déjalo correr. Déjalo correr
. Pero entonces pensó que podría tratarse de Tuomonen o de alguien que intentara contactar con lord Vorkosigan. O el tío Vorthys, aunque no estaba segura de que quisiera hablar con él, esta noche. Fue hacia la máquina, pero su mano volvió a vacilar ante la idea de que pudiera ser Tien. En ese caso, simplemente cortaré la comunicación. Si era Tien, con cualquier otro intento de súplica, amenaza o persuasión, al menos era una garantía de que estaba en algún otro sitio, y no allí, y ella podría marcharse de todas formas.

Pero la cara que se formó en la placa vid ante su contacto era la de una mujer komarresa del departamento de Tien, Lena Foscol. Ekaterin sólo la había visto en persona un par de veces, pero las palabras de Soudha de la noche anterior, en esta misma placa vid, saltaron a su mente:
Lena Foscol de Contabilidad es la ladrona más meticulosa que he conocido
. Oh, Dios. Era una de ellos. El fondo estaba desenfocado, pero la mujer vestía una cazadora abierta sobre sus ropas normales, lo que sugería que venía de camino o se hallaba camino a alguna expedición al exterior. Ekaterin la miró con repulsión.

—¿Señora Vorsoisson? —dijo Foscol animosamente. Sin esperar a que Ekaterin respondiera, continuó—: Por favor, venga a recoger a su marido a la estación experimental de Calor Residual. Le estará esperando en el exterior, en la cara norte del edificio de Ingeniería.

—Pero… —Qué estaba haciendo Tien allí fuera a esta hora de la noche?—. ¿Cómo llegó allí, no tiene un volador? ¿No puede volver con alguien más?

—Todos los demás se han marchado —su sonrisa se hizo más amplia, y cortó la comunicación.

—Pero… —Ekaterin alzó una mano en inútil protesta, demasiado tarde—. Rayos. —Y luego—. ¡Maldita sea!

Recoger a Tien de la estación experimental sería una tarea de un par de horas, como mínimo. Tendría primero que tomar un coche-burbuja hasta un depósito de voladores públicos y alquilar un volador, puesto que no tenía autoridad para requisar uno del departamento de Tien. Había llegado a considerar seriamente dormir en un banco del parque esta noche, sólo para ahorrar dinero para los días inciertos que vendrían hasta que encontrara algún tipo de trabajo remunerado, pero los patrulleros de la Cúpula no permitían que los vagabundos acamparan en ninguno de los lugares donde podría sentirse a salvo. Foscol no había dicho si lord Vorkosigan estaba con Tien, lo cual sugería que no. Eso significaba que tendría que volar de regreso a Serifosa a solas con Tien, quien insistiría en llevar los controles. ¿Y si entonces le daba por cumplir en serio una de sus amenazas de suicidio y decidía llevársela por delante también a ella? No. No merecía la pena correr el riesgo. Que se pudriera allí hasta la mañana, o que llamara a otra persona.

Con la maleta en la mano, volvió a pensárselo. Todavía en medio de todo este asunto, y dependiente de la buena conducta de todos, estaba Nikki. La relación de Tien con su hijo era algo descuidada, intercalada con alguna amenaza ocasional, pero con suficientes momentos de atención real para que Nikki, al menos, aún pareciera mostrarle afecto. Los dos iban a tener siempre una relación separada de ella. Tien y Ekaterin se verían forzados a cooperar por el bien de Nikki: una férrea cortesía superficial que nunca debería romperse. La furia de Tien o su potencial brutalidad no amenazaban a su futuro más que sus intentos de afecto o disculpa. Ella podría enfrentarse a ambas cosas con igual dureza.

No estoy aquí para desahogar mis sentimientos. Estoy aquí para conseguir mis objetivos
. Sí. Podía prever que ése iba a ser su nuevo mantra, en las semanas por venir. Con una sonrisa abrió la maleta y saco su mascarilla personal, comprobó sus reservas, se puso la cazadora y se encaminó hacia la estación de coches-burbuja.

Los retrasos fueron tan molestos como Ekaterin había previsto. Los komarreses que compartían su coche-burbuja la obligaron a hacer dos paradas extra. Sufrió un atasco de treinta minutos en el sistema cuando ya estaba cerca de su destino; para cuando llegó a la compuerta situada en la parte más occidental de la cúpula, estaba dispuesta a alterar su plan y volver al apartamento, pero la idea de enfrentarse a otros treinta minutos de retraso en la ruta hizo que se lo pensara dos veces. El volador que le suministraron era viejo y no muy limpio. Sola por fin, mientras recorría el enorme silencio de la noche komarresa, su corazón se tranquilizó un poco, y jugueteó con la fantasía de volar hacia cualquier otro lugar, donde fuera, sólo por ampliar aquella soledad celestial. Tal vez hubiera más placer que la ausencia de dolor, pero no podía demostrarlo en ese momento. La ausencia de dolor, de otros seres humanos y sus necesidades acuciándola, parecía ya el paraíso. Un paraíso fuera de su alcance.

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