La amenaza interior (5 page)

Read La amenaza interior Online

Authors: Jude Watson

BOOK: La amenaza interior
7.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

Al rodear los edificios. Obi-Wan echó un vistazo a todas las clases que pudo. Excepto por su edad, todos los estudiantes parecían exactamente iguales. Las miradas gélidas estaban fijas en las enormes pantallas de las salas. Los adultos introducían lo que sólo podían ser técnicas de trabajo en las mentes de los alumnos. La institución parecía más una instalación de formación laboral que una escuela.

Pero Obi-Wan sabía por experiencia que había muchos tipos de escuela en la galaxia. Recordó de repente el horrible Círculo de Aprendizaje keganita. Pese al calor, se estremeció al recordar el "colegio" en el que Siri, otro padawan y él habían sido retenidos.

En la escuela para el Aprendizaje, los jóvenes recibían un lavado de cerebro para creer cosas que no eran ciertas, y los niños difíciles o enfermos eran encerrados de por vida. Vorzyd 4 no era en absoluto el único sitio en el que a los chicos se les impedía desarrollar sus propias ideas. Por segunda vez en lo que iba de mañana. Obi-Wan se sintió agradecido de que su Maestro le hubiera dejado la libertad de poder determinar el curso de aquella misión. De poder intentar resolver un problema por sí solo, a su manera. No quería decepcionarse a sí mismo ni a su Maestro, y se sintió más decidido que nunca a conseguir que el plan funcionara.

Obi-Wan dobló una esquina y se asomó a un pequeño portal cuadrado. En el interior había una habitación austera. Grath y otros chavales presentes en la reunión de la noche anterior estaban sentados en unas camas. La estancia parecía una enfermería, pero ninguno de los presentes daba señales de encontrarse mal.

De hecho, todos estaban sentados charlando animadamente.

Obi-Wan se acercó más a la puerta, esperando obtener una mejor perspectiva y quizás oír lo que estaban hablando. Pero justo en ese momento la puerta se abrió y una vorzydiana adulta entró en la sala. De repente. todos los chicos se tumbaron, fingiendo encontrarse mal o estar dormidos. La vorzydiana miró a cada alumno cuidadosamente, fijándose especialmente en Grath. Entonces, aparentemente satisfecha, abandonó la estancia.

En cuanto se cerró la puerta, los chicos volvieron a incorporarse en las camas y reanudaron la charla. Una joven se puso en pie y comenzó a gesticular para subrayar sus palabras. Obi-Wan la reconoció como la chica que le había descubierto en la reunión de la noche anterior.

Parecía que estaban planeando algo, y Obi-Wan quería enterarse de qué era.

Se alejó del portal y se concentró en su temperatura corporal. Muy pronto comenzó a sentir un calor cosquilleando en sus miembros: se había provocado una subida de fiebre. Fiebre vorzydiana, o al menos eso esperaba.

Rodeó el edificio y encontró la puerta de la enfermería, la abrió y entró.

—¡El botón! —gritó alguien.

—¡Rápido! —exclamó otra voz.

—¡La puerta!

Tras un momento de confusión. Obi-Wan entendió lo que pasaba. Los chicos querían que mantuviera la puerta abierta para poder salir porque, obviamente, no podían accionarla desde dentro. Al pulsar un botón. Obi-Wan pudo evitar que se cerrara. Los cuatro chavales saltaron de la cama y salieron en tromba hacia la luz del sol.

—¿Qué pasa con Tray? —preguntó Grath, girándose hacia Obi-Wan.

Obi-Wan se encogió de hombros, esperando que eso bastara como respuesta.

—Bueno, me alegro de que alguien se haya encargado de dejarnos salir —dijo la chica que gesticulaba—. Ha sido difícil convencer a la enfermera de que estábamos malos.

—Vamos —dijo Grath mirando a su alrededor—. Salgamos de aquí antes de que alguien nos vea.

Echaron a correr por un camino de durocemento, alejándose de la zona educativa, y su conversación se reanudó.

—Creo que deberíamos intentar sacar a más gente de clase la próxima vez —dijo uno de los más jóvenes—. El formador Nalo está tan obsesionado con sus manuales que no se dará ni cuenta.

—No podemos arriesgarnos a que nos descubran —respondió una chica. Obi-Wan creyó identificarla como la conductora del trasbordador de la noche anterior, pero no estaba seguro.

El grupo ya se había alejado considerablemente de la zona educativa, y aminoraron la marcha para adoptar el típico y acelerado ritmo vorzydiano.

—Este nuevo plan ya es bastante complicado sin tener que contar con más Libres para poder llevarlo a cabo —explicó Grath—. Tienen que concentrarse en la parte del plan que les corresponde: conseguir que los chicos más adiestrados puedan pensar diferente también.

Grath se detuvo y se giró hacia el chico.

—Pero está bien que sigas aportando opiniones, Flip —añadió.

Le dedicó una sonrisa al chico, que sonrió de oreja a oreja. Era obvio que admiraba al líder de los Libres.

Grath dio unas rápidas zancadas y se giró, sin dejar de caminar hacia atrás.

—A trabajar, ¿no? —gritó con una sonrisa.

El grupo soltó una carcajada y echó a correr tras su líder. Obi-Wan sintió una oleada de energía mientras se apresuraba para mantener el ritmo.

Capítulo 9

Qui-Gon veía pasar a toda velocidad los inexpresivos edificios hexagonales por la ventana del trasbordador en el que se dirigía hacia la zona laboral de la ciudad. Las vistas eran de lo más insulsas, y los pensamientos de Qui-Gon se centraron en Obi-Wan.

Qui-Gon había esperado a la puerta de la residencia de los Port y vio a su padawan subirse en el trasbordador rumbo a la zona educativa. No quería espiarle, pero algo le retuvo ahí. Al contemplar a Obi-Wan subiendo con total confianza en el trasbordador, seguro de sus capacidades y de su plan. Qui-Gon sintió la misma punzada emotiva de la noche anterior.

Aquel sentimiento era nuevo para él, y tan desconocido que le desconcertaba. No estaba seguro de por qué se sentía reacio a permitir que Obi-Wan se encargara de la misión por sí solo. ¿Era porque tenía miedo de perderle o porque estaba preocupado por la seguridad del chico?

—Sector de Producción Siete —dijo una voz inexpresiva.

Qui-Gon se sobresaltó al darse cuenta de que era su parada, y agradeció que la anunciaran por megafonía. No había ninguna marca en el paisaje que le ayudara a encontrar el camino a las oficinas de Multycorp en las que había estado el día anterior. Salió del vagón tras unos trabajadores y procuró despejar su mente. Tenía que concentrarse en la misión.

A su alrededor, enjambres de vorzydianos se apresuraban a llegar a sus puestos de trabajo. Qui-Gon se preguntó cómo podían alimentar su entusiasmo por el trabajo los vorzydianos. Parecían tener mucha prisa por llegar al trabajo, y estaban casi frenéticos.

Sin dejar de pensar en cómo parar los pies del presidente, Qui-Gon se subió en el turboascensor, rumbo a la planta veinticuatro. Pero antes de llegar al despacho del presidente percibió que algo no iba bien. De repente se dio cuenta de que los vorzydianos que salían del trasbordador estaban nerviosos por algo que no tenía que ver con llegar pronto al trabajo.

Las puertas del turboascensor se abrieron en la planta veinticuatro. Al salir, Qui-Gon se encontró con una perturbadora escena... y un ruido.

Un zumbido insectoide grave, mucho más enervante que el que había oído la tarde anterior, rebotaba en las paredes y resonaba en la estancia. Los trabajadores se mecían de adelante atrás en sus sillas, como niños confundidos, murmurando en voz baja.

En el interior de la sala de reuniones, el presidente Port daba vueltas alrededor de la mesa. Le temblaban las antenas y sus ojos parecían más grandes de lo normal. Cuando entró Qui-Gon, estuvo a punto de lanzarse sobre él.

—Por fin —dijo en un tono de voz más elevado de lo normal—. Se ha producido otro ataque. ¡Tenemos que contactar con Vorzyd 5 inmediatamente!

—Todo a su tiempo —dijo Qui-Gon con tranquilidad—. Primero cuéntame lo que ha pasado.

—Es horrible —dijo el presidente, caminando cada vez más deprisa alrededor de la mesa—. El peor incidente hasta el momento. El ordenador central. Controla toda la red. Se ha estropeado. Estamos todos desconectados.

A Qui-Gon le dio la impresión de que el presidente se iba a poner a llorar, o a pronunciar aquel zumbido ininteligible. Tuvo que tranquilizar al líder. Sin la ayuda de Port le resultaría imposible calmar a las masas vorzydianas.

Qui-Gon avanzó al extremo opuesto de la sala y se interpuso en el camino del presidente. Port dejó de dar vueltas.

—Primero cuénteme qué es el ordenador central —dijo Qui-Gon con firmeza—. Luego le diré lo que tiene que hacer.

El presidente alzó la vista para mirar al Jedi. Qui-Gon vio que algo cambiaba en su rostro, como si de repente se hubiera dado cuenta de que tenía que controlarse. Pero no estaba seguro de que Port supiera cómo.

—Sí, sí, sí —dijo el presidente Port—. Tenemos que volver a trabajar. A trabajar —las antenas parecieron temblar más lentamente.

—¿Qué es el ordenador central? —repitió Qui-Gon.

—Está en el subsótano. Hay que coger el turboascensor hasta la planta S-uno.

Qui-Gon asintió.

—Llama a los técnicos y avísales de que voy para allá. Y, cuando lo hayas hecho, asigna tareas a los trabajadores. Ponte en contacto con los responsables de sección. Que todo el mundo se mantenga ocupado hasta que vuelva la conexión. Da igual lo que hagan. Pero que estén a salvo y ocupados. Ése es tu trabajo —Qui-Gon hizo especial hincapié en la última palabra.

El presidente asintió. Pareció aliviado de tener por fin una misión, y Qui-Gon esperó que las tareas simples también tranquilizaran a los otros vorzydianos. Pero no tenía tiempo para quedarse a comprobarlo.

El turboascensor estaba lleno de trabajadores confusos. Muchos de ellos se mecían de adelante atrás. Otros estaban tapándose los oídos. En lugar de abrirse paso entre la enloquecida multitud. Qui-Gon se dirigió a las escaleras y comenzó a descender.

Al llegar a la vigésimo tercera planta, se dio cuenta de que muchos de los vorzydianos estaban intentando anular el ruido. Los ordenadores de la planta veintitrés emitían agudos pitidos al encenderse y apagarse. Se dio cuenta de que probablemente era mucho peor para los vorzydianos, por su sensibilidad auditiva. Para él, era un ruido irritante y caótico. Pero escuchó atentamente lo bastante como para darse cuenta de que no era aleatorio.

El caos fue incrementándose a medida que iba bajando plantas. En Montaje ocho, las máquinas de la cadena también estaban encendiéndose y apagándose, emitiendo agudos tonos en el proceso. Los trabajadores eran totalmente incapaces de aguantarlo. Se ponían contra la pared, estremeciéndose, mientras un producto alimenticio pegajoso caía a la cinta transportadora y luego al suelo.

Recepción cuatro tampoco estaba mucho mejor. Unos enormes tanques que había que colocar bajo las tuberías receptoras estaban colapsados. El grano se estaba saliendo, generando pequeñas montañitas en todo el área, así como un resbaladizo peligro para los asustados vorzydianos. Unos cuantos trabajadores que habían caído al suelo yacían allí entre temblores, mientras otros les observaban horrorizados, demasiado confundidos para ofrecerles su ayuda.

Qui-Gon negó con la cabeza. Cuando las cosas no salían según lo planeado, los vorzydianos resultaban extremadamente indefensos. No recordaba haber visto nunca una inflexibilidad de pensamiento semejante. En la vida de un Jedi, las cosas rara vez salían según lo planeado. La improvisación era una necesidad para los Jedi.

Qui-Gon llegó por fin al subsótano. Había menos vorzydianos en esa planta, por lo que Qui-Gon pudo distinguir con mayor claridad la entonación de las máquinas, los tonos y los ritmos. Se detuvo un momento a escuchar y estuvo a punto de echarse a reír, pero se lo impidió un sollozo. Para los vorzydianos aquello no era cosa de risa.

Qui-Gon bajó por el pasillo de durocemento en dirección a una vorzydiana situada junto a una enorme estancia llena de circuitos. Algunos de ellos estaban fallando, y la pobre trabajadora los miraba horrorizada, moviendo los brazos torpemente de arriba abajo. Era obvio que no sabía qué hacer.

A Qui-Gon le hubiera encantado tranquilizarla, pero sabía que sería más útil encontrar el ordenador central. Dio media vuelta y regresó por el pasillo.

El técnico de la gran terminal pulsaba botones como loco, pero los pilotos luminosos continuaban parpadeando. Se asustó cuando vio a Qui-Gon, aunque dio a entender que le estaba esperando.

—No hay nada averiado —chilló—. No hay fallos eléctricos ni mecánicos. No es lógico.

—No es un fallo mecánico —asintió Qui-Gon—, pero sí tiene lógica. El ordenador está poniendo música. Está dirigiendo a las máquinas del edificio para que toquen una melodía determinada.

—¿Una qué? —el técnico dejó de pulsar botones lo suficiente como para mirar fijamente a Qui-Gon.

—Alguien se ha dedicado a juguetear con vuestro sistema —explicó Qui-Gon—. El ordenador está tocando música.

El técnico puso una mueca de disgusto.

—Igual que en Vorzyd 5. Les encanta jugar. Es lo único que hacen —soltó un gruñido—. El juego impide la productividad.

Qui-Gon ayudó en silencio al técnico a encontrar y eliminar el comando erróneo. Cuando supieron lo que buscaban, no tardaron mucho. Y cuando eliminaron el comando, los pitidos agudos del edificio se detuvieron.

Hubo un silencio casi total en el subsótano, y de repente. Qui-Gon escuchó un grito que le resultaba familiar. Abandonó al técnico y corrió por el pasillo. La vorzydiana que había visto antes seguía chillando, pero tenía los brazos y las antenas inmóviles. Parecía estar paralizada de miedo.

Qui-Gon había supuesto que los circuitos estaban conectados con el sistema informático. Y había supuesto que cuando se solucionara el problema informático, los circuitos dejarían de fallar.

Pero se equivocó.

Al acercarse, se dio cuenta de que se hallaba ante los circuitos de toda la zona laboral de la ciudad. Era la red de la que Port le había hablado. El circuito de la red del edificio en que se hallaba funcionaba bien, pero se había producido una reacción en cadena y los circuitos de toda la zona laboral estaban saltando en oleadas. La mujer señaló al siguiente cartucho de la red que iba a saltar.

—Es el hospital infantil —susurró—. No puede quedarse sin luz.

Sin nada más que su mero instinto. Qui-Gon regresó al ordenador central. Si podía controlar el colapso de la red y limpiar el sistema, quizá podría detener el efecto dominó. En caso contrario, aquella trastada provocaría un caos aún mayor.

Other books

Desde mi cielo by Alice Sebold
Linked by Barbara Huffert
Brand of the Pack by Tera Shanley
Walking with Abel by Anna Badkhen
Liquid Fire by Anthony Francis
The Haunted Sultan (Skeleton Key) by Gillian Zane, Skeleton Key
Rape by Joyce Carol Oates