Read La aventura de la Reconquista Online
Authors: Juan Antonio Cebrián
Tags: #Divulgación, Historia
En el año 711, las hordas musulmanas cubrieron en pocos meses la península Ibérica. Sólo algunos rebeldes, dirigidos por un noble llamado Pelayo, se opusieron al invasor desde sus refugios en las montañas. Comenzaba así una reconquista que se prolongaría casi ocho siglos en los que se libraron batallas sin igual que ya son leyenda y de los que surgieron los protagonistas por antonomasia del medievo hispano: Don Pelayo, Abderrahman I, el Cid, Abderrahman III, Almanzor, Jaime I el Conquistador, Boabdil o los Reyes Católicos, personajes todos ellos que hicieron de la Reconquista una gesta sin precedentes en la historia.
Juan Antonio Cebrián
La aventura de la Reconquista
La cruzada del sur
ePUB v1.1
Perseo31.05.12
Título original:
La cruzada del sur
Juan Antonio Cebrián, 2003
Diseño/retoque portada: Perseo, basada en una original
Editor original: Perseo (v1.0 a v1.1)
Corrección de erratas: xlakra
ePub base v2.0
Este libro está dedicado con toda justicia a la mejor audiencia y equipo que un programa de radio pudo soñar jamás. Por vosotros La Rosa de los Vientos mantendrá bien alto el estandarte del ideal que nos conduzca a un mundo mejor. Recordad que lo que hacemos en la tierra tiene su eco en la eternidad.
Fuerza y Honor
Nuestra historia arranca en un lugar llamado Hispania, en un tiempo donde diferentes linajes pugnaban por el trono del reino. La guerra civil había devastado buena parte del rico y fértil territorio. La situación era contemplada desde el norte de África por los ojos ambiciosos de una nueva potencia militar y religiosa que tan sólo esperaba a que la fruta madurase para cumplir su minucioso plan de expansión por el continente europeo. Todo sucedió hace 1.300 años, fue entonces cuando un ejército compuesto por tropas árabes y bereberes invadía el reino de los godos. En pocos meses las hordas musulmanas cubrieron la práctica totalidad de la península Ibérica. Sólo algunos rebeldes dirigidos por un noble llamado Pelayo se opusieron al invasor mahometano desde sus refugios de las montañas norteñas. Comenzaba de ese modo una Reconquista que se prolongaría casi ocho siglos.
En este período se libraron batallas sin igual con nombres que han pasado a la leyenda: Covadonga, Clavijo, Simancas, Calatañazor, Sagrajas, Navas de Tolosa, el Salado, etc. Lugares unidos inexorablemente a los personajes más carismáticos del medievo hispano: Don Pelayo, Tariq, Abderrahman I, Sancho III, Abderrahman III, Almanzor, Rodrigo Díaz de Vivar, Fernando III el Santo, Jaime I el Conquistador, Boabdil el Chico, o los propios Reyes Católicos, todos ellos hicieron de lo que se llamó Reconquista, una gesta épica sin precedentes en la historia del mundo conocido.
En
La Cruzada del Sur
viajaremos a los reinos cristianos de Hispania y a la musulmana al-Ándalus, donde encontraremos momentos únicos de respeto entre dominadores y dominados, tensos equilibrios protagonizados por musulmanes mozárabes, muladíes, mudéjares y judíos; diferentes idiosincrasias y formas de entender la existencia; alianzas y desacuerdos en uno de los períodos más fértiles de nuestro acerbo cultural. Dos mundos unidos por la misma idea de amor a la tierra que les acogió.
Les invito por tanto a participar en los principales acontecimientos y vidas de la Edad Media española. Los nacimientos de Asturias, León, Navarra, Aragón y Castilla. El establecimiento de los musulmanes y sus diferentes períodos como el emirato dependiente de Damasco, el independiente de Bagdad, el esplendoroso califato Omeya, los reinos taifas y el reino nazarí de Granada.
Guerras crueles pero, también, largos tiempos de paz que ayudaron al mutuo entendimiento de unos y otros, siempre bajo la mirada atenta de la Cruz y la Media Luna. No es de extrañar que los mejores caballeros hispanos rehusaran ir a combatir a las diferentes cruzadas que se organizaban con el propósito de liberar Tierra Santa, ya que ellos luchaban y morían en la empresa más importante de Europa, una auténtica Cruzada cristiana contra la
yihad
islámica por el control de aquel territorio del sur continental.
El trasiego desde Covadonga a Granada, no sólo dejó muerte y destrucción, sino, también, convivencia, cultura y mestizaje que, a la postre, definieron la personalidad de un pueblo que supo sobreponerse a todo para convertirse en 1492, gracias al descubrimiento de América, en una de las potencias más importantes y luminosas de su tiempo.
La Cruzada del Sur
es una obra que pretende acercar al lector a uno de los momentos más apasionantes de nuestra historia; a diferencia de mi anterior libro
La Aventura de los godos
donde me adentraba en un período muy oscuro de Europa, ahora me encuentro ante una etapa ampliamente difundida e investigada, no es por tanto deseo mío aportar nuevas luces sobre la Reconquista, más bien, lo que me mueve a escribir estas páginas es el mismo propósito que me animó a emprender la divulgación de la epopeya visigoda.
Claro está que si apostara por contar los 780 años que duró la Edad Media hispana necesitaría varios volúmenes y, no es el caso. En esta ocasión he elegido centrarme básicamente en el aspecto militar de estos siglos, aunque no podré sustraerme a la narración de capítulos que ayudarán a entender por qué tantos guerrearon y murieron defendiendo sus ideales.
Desgraciadamente, los vientos de guerra soplan con fuerza en estos años del siglo XXI, otra vez se utiliza el pretexto de la religión para tocar los tambores de la muerte. Ojalá los dioses, se llamen como se llamen, lo impidan favoreciendo una era de armonía entre todos los pueblos de la tierra. Creo que después de tanto sufrimiento merecemos esa oportunidad.
Un despreciable bárbaro, cuyo nombre era Belay, se alzó en las tierras de Galicia y, habiendo reprochado a sus compatriotas su ignominiosa dependencia y su huida cobarde, comenzó a excitar en ellos los deseos de vengar las pasadas humillaciones, y expulsar a los musulmanes de las tierras de sus padres.
Antología de al-Maqqari, donde se reflejaba el desprecio musulmán por las acciones bélicas del rebelde don Pelayo.
El combate resultó atroz, miles de muertos sembraban los campos de batalla cercanos al río Guadalete. En ese lugar invasores musulmanes apoyados por grupos locales desafectos habían batido al cuerpo principal del ejército visigodo dirigido por el propio rey don Rodrigo. Tras la batalla, el valiente don Pelayo, jefe de la guardia personal del Rey, reunió a los hombres que pudo para iniciar una retirada desesperada hacia Toledo, la desguarnecida capital del reino. En el rostro del curtido militar se podía intuir la rabia y la vergüenza provocadas por aquella derrota. Con tan sólo 12.000 efectivos, los árabes vencían a más de 40.000 guerreros godos entre los que se contaba la flor y nata de la aristocracia hispana. A esto se sumaba la traición de Oppas y Sisberto, hermanos del anterior rey Witiza, a los que un confiado Rodrigo había entregado los flancos de su ejército para que posteriormente, en medio de la sorpresa generalizada, se pasaran al enemigo dejando a su suerte al infortunado Rey cuya tropa de confianza tardó muy poco en ser cubierta por lanzas y flechas sarracenas. Corría el 26 de julio del año 711, una fecha que en esos momentos no suponía más que un capítulo en la historia de las guerras, pero que en adelante, se confirmaría como el fin de tres siglos de influencia visigoda en Hispania.
Pelayo, como otros magnates godos, no daba crédito a lo acontecido en las jornadas anteriores, y seguramente, en su angustiosa cabalgada a Toledo, pensó en la traición ejecutada por los disconformes, sin llegar a entender cómo era posible que una ambición personal pudiera hipotecar de esa manera el futuro de todo un reino. Él siempre desconfió de los witizanos, sin embargo, su primo Rodrigo no tuvo dudas a la hora de reclamar una ayuda necesaria ante la avalancha morisca. El peligro de invasión era tan cierto que cualquier habitante de Hispania respondería ante la ofensa mahometana. Eso debió conjeturar el rey Rodrigo pero, finalmente, no fue así.
Ahora, con Rodrigo desaparecido y la mayoría del ejército aniquilado, la situación para la Hispania visigoda bordeaba la tragedia. ¿Quién o quiénes asumirían el mando de los godos? ¿Existiría algún notable facultado para iniciar la resistencia? En todo eso, seguramente, reflexionaba Pelayo, sin ni siquiera imaginar que años más tarde él mismo se convertiría en paradigma de la Reconquista.
Los seguidores de Witiza, auténticos instigadores del conflicto, se frotaban las manos especulando sobre si los ocasionales aliados ismaelitas se conformarían tan sólo con un cuantioso botín de guerra, regresando posteriormente a su tierra de origen sin más preguntas. Nada más lejos de la realidad, dado que los musulmanes habían saboreado las bonanzas de una tierra pródiga en vergeles, paisajes fértiles y geografías propicias para el acomodo de un pueblo obligado a la aridez de los desiertos arábigos y norteafricanos. Las mieles de Hispania serían, por tanto, el magro tesoro que los seguidores de Alá pretendían reivindicar.
El general Tariq Ibn Ziyad había obtenido una luminosa victoria sobre aquellos que él consideraba bárbaros infieles. Sus pérdidas se cifraban en unos 3.000 hombres, la mitad de las sufridas por el enemigo. Su señor, Musa Ibn Nusayr, gran gobernador de todo el norte de África, tendría motivos para estar satisfecho.
Tariq capturó la práctica totalidad del patrimonio que acompañaba a don Rodrigo en aquella campaña, repartiendo la mayoría entre sus hombres y reservando una parte para él y para su señor Musa (Muza). Los 250 dinares que correspondieron a cada uno de los vencedores debió ser una buena cantidad, pues, muy pronto, la noticia animó a miles de bereberes que desde la otra orilla del estrecho, se alistaron pensando en las cuantiosas riquezas que obtendrían en aquella antigua tierra de vándalos. Al-Ándalus, esa era la traducción árabe, se convertía en la tierra prometida para los defensores del Corán. Era tiempo de propagar por Europa el mensaje de Mahoma; Hispania sería cabeza de puente para la invasión del viejo continente.
La expansión árabe en la península Ibérica durante el siglo VIII.