Read La Ciudad Vampiro Online

Authors: Paul Féval

Tags: #Humor, Terror

La Ciudad Vampiro (6 page)

BOOK: La Ciudad Vampiro
8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El circo pareció desplomarse bajo los atronadores aplausos, pero nuestra querida Ann se desmayó, exclamando:

—¡Es Goëtzi! ¡Es Goëtzi! ¡Lo he reconocido!

* * * * *

No existe ningún país en el mundo donde se aplique tan generosamente como en Inglaterra la máxima de la libertad. A pesar de ello, dudo mucho que nuestras leyes permitan exhibir públicamente, en la pista de arena de un circo, a un vampiro que destroza los huesos y bebe la sangre de una joven inocente. Sería excesivo.

Por ese motivo, me parece poder afirmar que la dirección del circo de Southwarck conseguía aquella ilusión utilizando hábiles efectos especiales. La mejor prueba de ello es que la joven amazona, atacada por el vampiro, era destrozada y succionada todas las noches, durante semanas; a pesar de lo cual se encontraba perfectamente.

Respecto a la posibilidad de que aquel monstruo fuese realmente el señor Goëtzi, no me parece probable, a pesar de que esas criaturas excepcionales llamadas Vampiros o Fantasmas poseen, según se dice, el don de la ubicuidad, o al menos del
desdoblamiento
, si se me permite la expresión. El error de Ann puede justificarse con uno de esos parecidos tan comunes en la naturaleza. Además, la mayoría de los expertos en vampiros asegura que éstos tienen entre sí un cierto aire de familia, como si todos fuesen parientes más o menos directos del propio Harasz-Nami-Gul.

Como ustedes podrán ver enseguida, sería muy arriesgado pensar que el señor Goëtzi se había tomado la molestia de abandonar Holanda, donde lo retenían importantes quehaceres, para entregarse a toda clase de espectáculos circenses.

Durante la travesía no hubo ningún incidente destacable. Grey-Jack comió y durmió a partes iguales. Ella, sin embargo, apoyada en la borda, en una de esas posturas nobles y correctas que adoptaba con suma naturalidad, miraba la espuma que se escurría por los flancos del navío. Sus ojos intentaban adentrarse en la inmensa e insondable profundidad de las aguas. Quizá por eso las olas sugieren con tanta frecuencia la idea de infinito.

Después de sobrepasar la desembocadura del Támesis, Grey-Jack se despertó y pidió algo para beber. Ya podía verse tierra en el horizonte.
Ella
le pidió que se sentara a su lado y le contó, con una sencillez casi milagrosa, los relatos incoherentes que habían llegado a sus manos la víspera de la boda.

—Tal es el resumen de estas tristes cartas. Se deduce de ellas que el conde Tiberio, preceptor de mi prima Cornelia, es un libertino, y que sus finanzas se encuentran en el peor de los estados. Respecto a Letizia Pallanti, cualquier joven de alta cuna intentaría no mencionar a este tipo de personas. Entre los dos han raptado a Cornelia para arrastrarla hasta las montañas de la antigua Iliria. ¿Creéis que se puede hacer algo así con nobles intenciones? El canalla de Tiberio es el heredero de mi prima. ¡Oh, Dios mío! No deseo pararme a pensar en lo que podría pasarle a mi querida prima en esa solitaria Dalmacia, donde la civilización sólo llega a duras penas.

—Lo cierto es que cuanto más se piensa, más se alegra uno de ser inglés. Pero, ¿quién se va a ocupar de hacer las almácigas de marzo, en su casa, si me arrastráis a mí de un lado para otro? ¿Seríais tan amable de decírmelo?

—Mientras me hacéis tan absurdas preguntas, Edward Barton, apuñalado por cuatro desalmados a sueldo, es objeto de cuidados mercenarios. En su última correspondencia ni siquiera me hablaba de Merry Bones…

—¡Ese pillo irlandés! —explotó Grey-Jack con inesperada violencia.

—Mi querido amigo —observó Ann con dulzura—, los irlandeses son tan cristianos como nosotros.

¡Pero intenten convencer de una cosa así a un inglés del Este! Jack crispó sus puños ante la simple mención de ese tal Merry Bones, que era, sencilla y llanamente, el criado de Edward Barton.

Merry Bones, enemigo acérrimo del viejo Jack, se parecía levemente a un haz de leña. Su rostro estaba repleto de buenos y recios huesos, sobre los cuales apenas se veía la carne. Cuando se reía, su boca se ensanchaba hasta detrás de las orejas. ¡Ah, viejo zorro! Tenía un sorprendente ojo derecho, y un ojo izquierdo minúsculo, que parecía hijo del anterior. Su pelo rizado era tan abundante que no podía utilizar sombrero, y tan retorcido y ensortijado como la cerda en bruto recién llegada de Chicago. A pesar de haber sido marinero, desempeñaba mejor su vocación de «cabeza de clavo» en un cabaret de Whitefriars, en Londres.

«Cabeza de clavo» es la expresión irlandesa utilizada para definir al que presta su cráneo, por medio chelín, para que algunos caballeros prueben en él sus puños y bastones. El precio de un garrotazo, sin embargo, llega a ser de un chelín entero. Si se lo pedían, Merry Bones era capaz de aceptar hasta un sablazo por media corona.

El navío recaló en Ostende, y prosiguió su ruta hasta Rotterdam. A Ann le hubiese gustado pensar en los importantes acontecimientos históricos que unen el pasado de Holanda con el de Inglaterra, pero mientras costeaban esas regiones tan famosas, y mientras la embarcación subía hacia el norte, sobrepasando las desembocaduras del Escalda, eran los acontecimientos presentes los que iban cobrando cada vez mayor importancia.

Era casi de noche cuando el barco accedió a la desembocadura del Mosa, y cuando llegaron finalmente a Rotterdam la oscuridad ya era total. Sin ser tan amables como hoy en día, los encargados de los hoteles ya eran entonces muy competentes. Sin embargo, Ann respondió de forma inesperada a sus ofertas:

—No deseo alojarme en ningún hotel de la ciudad, pero, ¿sabría decirme alguno de ustedes dónde se encuentra una posada, en las afueras, conocida como
La Cerveza y La Amistad
?

Se hizo un inesperado silencio entre las personas que se encontraban en el muelle ofreciendo sus servicios hoteleros.

Entonces saltó alguien:

—¡Éstas no son las mejores horas para ir a semejante lugar, señora!

Y como si acabasen de desatarse al unísono todas las lenguas, se desató un incesante murmullo, en el que todos se repetían la siguientes palabras:

—¿Por qué motivo habrá escogido precisamente la posada donde desollaron al inglés?

Aquél era un cuadro típicamente flamenco, y de apariencia sosegada, a pesar de que hablasen en él de gente asesinada. Ann pudo ver una docena de rostros honestos, alumbrados al estilo Rembrandt por los faroles de las puertas de los hoteles. En medio de aquel paisaje,
Ella
se mantenía erguida y esbelta, envuelta en su capa y apoyada en el brazo de su fiel Grey-Jack. A unos pasos de allí, algunos botes se balanceaban y chapoteaban pesadamente sobre el Mosa.

Nuestra querida Ann repitió imperturbable:

—¿Alguien sabría indicarme el camino de ese terrible lugar llamado
La Cerveza y la Amistad
?

En medio del silencio absoluto que siguió a su pregunta, pudo escucharse un ruido seco, semejante a una risa burlona.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Ann, sin perder en ningún momento su valiente serenidad.

En vez de contestar, los hombres que la rodeaban se santiguaron.

—Puede oírse reír al viento, desde que degollaron al inglés…

—¡En el nombre del Cielo, joven forastera, no os adentréis por el camino de Gueldre esta noche! ¡Os ocurrirá algo terrible!

—La gran marejada de ayer ha derribado los diques.

—El camino ha desaparecido en más de diez sitios.

—Ya no pasan por ahí ni coches ni caballos.

—¿Habéis oído, señorita? —preguntó Jack, aterrado—. ¡Ni coches ni caballos! ¿No os lo dije?

—Entonces iré en un bote —dijo Ann.

—El derrumbamiento ha acabado también con el Kil de Höer. Las embarcaciones ni siquiera consiguen entrar por el canal.

—Muy bien; en ese caso iré andando —insistió ella—. ¡No hay obstáculo lo suficientemente grande para apartarme de mi deber! Si alguno de ustedes acepta conducirme hasta la posada de
La Cerveza y la Amistad
, le pagaré el precio que me pida, sea el que sea.

El círculo de hombres que la miraba sorprendido permaneció en silencio, y nuevamente pudo escucharse el eco de aquella especie de risa que momentos antes desgarrara la oscuridad de la noche.

En ese preciso instante alguien se abrió paso entre la concurrencia, y un campesino de Isselmonde, vestido con los característicos
calzones
y un jubón de tela blanca, apareció en la zona iluminada. Llevaba sobre la cabeza un gran sombrero flamenco, que le caía hasta los ojos. La luz de los faroles no logró penetrar aquel adorno, y nadie logró verle el rostro. ¡No se veía nada! ¿Cómo explicarlo? Y aquel misterio inspiraba terror.

—¿Quién es ése? —se preguntaron los demás entre murmullos.

Pero nadie lo sabía.

El campesino entró decididamente en medio del círculo expectante y cogió la maleta de la joven de las manos de Grey-Jack, a quien le castañeteaban los dientes.

—¡De acuerdo! —dijo con una voz que ni siquiera Ann lograría describir nunca—. ¡Trato hecho! ¡Seguidme!

Y con estas palabras se lanzó a caminar rápidamente, rígido como una piedra.

Ella
fue tras él, a pesar de las súplicas de Grey-Jack.

La noche se adueñó de la costa, mientras podía verse en la distancia, como un pálido resplandor, el grupo que formaban nuestra querida Ann, el campesino que la guiaba, y el viejo Jack, que seguía a ambos, marchando a toda velocidad.

Daba la impresión de que era el propio campesino el que irradiaba esa especie de resplandor verdoso. Los representantes de los diferentes hoteles notaron cómo se les erizaban los cabellos, y se dispersaron inmediatamente como una bandada de patos.

El hombre avanzaba sin detenerse, atravesando canales y cercas. El camino no le pareció muy difícil a Ann, que pisaba donde él pisaba, mientras Grey-Jack los seguía.

De esa forma, atravesaron la ciudad en un abrir y cerrar de ojos.

La dejaron atrás por el este, por el lado de Alt-ost-thor. Después continuaron caminando sin la menor dificultad, a través de una comarca donde la tierra y el agua se alternaban e incluso se mezclaban en sorprendente confusión. Desde luego, había muchos obstáculos: canales, arroyos o brazos de mar que se extendían frente a ellos como si fuesen tentáculos del mar, pero siempre se encontraban con alguno de los puentes de aquel magnífico sistema de comunicación, que les permitía avanzar sin mojarse siquiera los pies.

Pasados unos minutos, el paisaje cambió. Tendré que pedirles un esfuerzo adicional para que intenten imaginarse a estas tres personas caminando en medio de un sudario casi completamente negro, aunque atravesado por pálidos resplandores. Además había aparecido una densa niebla que escondía tanto la tierra como el cielo.

En medio de aquella bruma, el campesino que los guiaba parecía
brillar
débilmente, como si lo hubiesen embadurnado con fósforo. Desde que partieran del muelle, no había pronunciado una sola palabra. Sólo caminaba.

Y caminaba. El sombrero flamenco ya no le cubría la cabeza, y el viento jugueteaba con su pelo, enredándolo y haciendo que brotasen chispas de él.

Repentinamente la noche se aclaró. Todas las estrellas aparecieron brillantes en el cielo. El camino seguía por allí, recto y llano, hasta donde alcanzaba la vista, en medio de praderas sembradas de charcos de agua, brillantes como espejos.

¿De dónde procedería aquel sonido de campanas, en medio de aquellos parajes, sin campanarios ni iglesias? A pesar de ello, pudieron escuchar nítidamente las doce campanadas de la medianoche. Inmediatamente desapareció el fulgor del cabello del campesino, y el aire se vio poblado de risas burlonas.

—¡Socorro! —gimió un lloroso Grey-Jack.

La tierra acababa de abrirse en aquel punto para tragarlos, obedeciendo de esa forma los presentimientos de nuestra querida joven. Si les parece difícil creer que un abismo pueda formarse en un momento, les diré que a Ann le daba la impresión de que aquel derrumbe se había producido antes, provocado probablemente por las terribles marejadas de la luna nueva de marzo. De hecho, el encanto de un relato como éste reside precisamente en su verosimilitud. Por otra parte, enseguida encontraremos, en medio de este paseo, numerosos accidentes
hiperfísicos
. Porque
Ella
adoraba utilizar esta palabra, que según creo quiere decir sobrenatural.

El fondo de aquella sima estaba lleno de un fango marino de olor acre y repugnante, que era aún más oscuro que la tinta. En lo alto pudieron ver entonces una silueta oscura, que mostraba una perversa alegría mientras arrojaba la maleta al fondo del abismo, lo cual hizo saltar un torrente de barro.

Grey-Jack, que en el fondo era un hombre como otro cualquiera, aprovechó aquel contratiempo para cubrir de amargas críticas a su joven ama.

—¡En menudo lío nos ha metido, señorita! —sollozó—. ¡Y no será porque yo no la haya avisado! ¡Estaba convencido de que este maldito campesino era el propio señor Goëtzi o alguno de sus secuaces! ¡Y ahora vamos a morir en medio de esta cloaca!

Nuevamente pudieron escuchar el eco de aquella risa diabólica, en medio del silencio de la noche, aunque tan lejana en esta ocasión que apenas podía distinguírsela.

Sobre todo porque en ese momento escucharon otros sonidos de naturaleza muy diferente. Una música melodiosa, suave y pastoral, atravesó el aire mezclada con el tronar de una agradable algarabía. Al principio Ann no se atrevió a dar crédito a sus oídos, mientras Grey-Jack pensaba que sufría las alucinaciones fantasmagóricas que anteceden a la muerte.

Pero enseguida vieron que no se equivocaban. Un ruido de pasos, de cascos de caballos y de ruedas de carruajes se les acercaba rápidamente, mientras la noche se iba iluminando con crecientes destellos.

Finalmente, en el borde opuesto del abismo que había surgido bajo sus pies, Ann y el viejo Jack vieron aparecer la más maravillosa de las visiones. En primer lugar divisaron a unas doncellas neerlandesas, con trajes de fiesta y guirnaldas de flores, cuya sonriente hermosura brillaba a la luz de muchas antorchas. Les seguía en igual número un grupo de varones. Después iba un hombre respetable ataviado con ropas eclesiásticas; no con las vestiduras características de un sacerdote papista, sino con el hábito austero, digno y decente, de nuestros típicos
clergymen
de la Iglesia anglicana.

Por fin apareció tras él un joven, con todo el aspecto de un noble inglés; y me refiero a esa nobleza de rango superior al de muchas aristocracias del mundo entero.

BOOK: La Ciudad Vampiro
8Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Fall by Claire Mcgowan
Tangier by Stewart, Angus
Last Leaf on the Oak Tree by Cohen, Adrianna
The Great Detective by Delia Sherman
Valhalla Wolf by Constantine De Bohon
Sanctuary Bay by Laura Burns
The Gathering by William X. Kienzle
Full Blooded by Amanda Carlson
Healing Trace by Kayn, Debra
Oregon Hill by Howard Owen