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Authors: John Scalzi

La colonia perdida (22 page)

BOOK: La colonia perdida
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A través de la ventana, señaló a la calle, que estaba llena de roanoqueños madrugadores que pensaban que su aislamiento había llegado a su fin.

—¿Dónde está Sagan?

—Tiene que decirme qué coño está pasando, general.

Rybicki se volvió a mirarme.

—¿Disculpe? —dijo—. Ya no soy su comandante en jefe, Perry, pero sigo siendo su superior. Un poco más de respeto sería apropiado.

—Un carajo —dije—. Y un carajo para usted también. No ha habido nada en esta colonia con lo que haya sido sincero desde que nos reclutaron.

—He sido todo lo sincero que he podido —dijo Rybicki.

—Todo lo sincero que ha podido —repetí. La incredulidad de mi voz era inconfundible.

—Digámoslo de otra manera —dijo Rybicki—. He sido todo lo sincero que me han permitido.

—Nos mintió a mí y a Jane y a toda la colonia. Nos han largado al puto culo del universo y nos han amenazado con la aniquilación a manos de un grupo cuya existencia ninguno de nosotros conocía. Cogieron a colonos entrenados con equipo moderno y los obligaron a colonizar con máquinas antiguas que apenas sabían usar. Si algunos de nuestros colonos no hubieran sido menonitas, lo único que habría encontrado aquí serían huesos. Y como no exploraron lo bastante este planeta para saber que tiene su propia y puñetera especie inteligente, siete de mis colonos han muerto en los tres últimos días. Así que con todo el debido respeto, general, puede besarme el culo. Jane no está aquí porque, si lo estuviera, usted estaría ya probablemente muerto. Y no crea que yo me siento más caritativo.

—Muy justo —dijo Rybicki, sombrío.

—Quiero respuestas.

—Ya que ha mencionado la palabra aniquilación, está claro que sabe lo del Cónclave —dijo Rybicki—. ¿Cuánto sabe?

—Sé la información que nos mandaron —contesté, olvidando mencionar que sabía algo más.

—Entonces sabe que está buscando activamente nuevas colonias y las está eliminando —dijo Rybicki—. Como puede suponer, eso no le hace mucha gracia a las razas que están quedándose sin sus colonias. La Unión Colonial ha encabezado la resistencia al Cónclave, y esta colonia juega un papel importante en eso.

—¿Cómo?

—Permaneciendo escondida —dijo Rybicki—. Cristo, Perry, llevan ustedes aquí casi un año. El Cónclave se ha vuelto loco buscándolos. Y cada día que no los encuentra, menos aterrador parece. Más parece lo que es: el esquema piramidal más grande del universo. Es un sistema donde unas cuantas razas fuertes están aprovechándose de la credulidad de un puñado de razas más débiles para apoderarse todos los planetas habitables a la vista. Nosotros hemos estado usando esta colonia como palanca para influir en algunas de esas razas. Estamos desestabilizando el Cónclave antes de que pueda alcanzar masa crítica y aplastarnos a nosotros y a todos los demás.

—Y para eso hace falta engañar a todo el mundo, incluyendo a la tripulación de la
Magallanes.

—Desgraciadamente, sí —dijo Rybicki—. Mire, sólo un mínimo grupo de gente podía ser informada de esto: la secretaria de Colonización, yo, el general Szilard de las Fuerzas Especiales y unos cuantos soldados suyos escogidos. Yo supervisé la carga y orquesté parte de la selección colonial. No es un
accidente
que tuvieran menonitas aquí, Perry. Y no es un accidente que tuvieran suficiente maquinaria para ayudarlos a sobrevivir. Es lamentable que no pudiéramos decírselo, y lamento no haber encontrado otro modo de hacerlo. Pero no voy a pedir disculpas, porque
funcionó.

—¿Y cómo va esto en casa? —dije—. ¿Cómo se sienten los planetas natales de nuestra gente al saber que juegan con las vidas de sus amigos y familiares?

—No lo saben —dijo Rybicki—. La existencia del Cónclave es un secreto de Estado, Perry. No le hemos dicho nada a las colonias individuales. No es algo de lo que tengan que preocuparse todavía.

—No piensan que una federación de unos pocos cientos de razas en esta parte del espacio sea algo que le interese saber a la mayoría de la gente.

—Estoy seguro de que querrían saberlo —dijo Rybicki—. Y entre usted y yo, si por mí fuera, probablemente lo sabrían ya. Pero no es cosa mía, ni suya, ni de ninguno de nosotros.

—Así que todo el mundo cree que estamos perdidos.

—Así es. La segunda colonia perdida de Roanoke. Son ustedes famosos.

—Pero acaban de descubrir el juego. Está usted
aquí.
Cuando regresen, la gente sabrá que estamos aquí. Y mi gente sabe lo del Cónclave.

—¿Cómo lo saben?

—Porque se lo dijimos —contesté, incrédulo—. ¿Habla en serio? ¿Espera que le diga a la gente que no pueden utilizar ninguna tecnología más avanzada que un tractor mecánico y no darles un motivo? Yo habría sido el primer muerto del planeta. Claro que lo saben. Y como lo saben, todos los que conocen allá en la Unión Colonial lo sabrán también. A menos que planee dejarnos aislados. En cuyo caso esa misma gente que está ahí fuera saltando de alegría lo colgará por los pulgares.

—No, no van a volver al agujero —dijo Rybicki—. Por otro lado, tampoco han salido del agujero todavía. Estamos aquí por dos cosas. La primera es para recoger a la tripulación de la
Magallanes.

—Por lo que le estarán eternamente agradecidos, aunque supongo que el capitán Zane querría recuperar su nave.

—Lo segundo es hacerles saber que todo el equipo que no han podido usar pueden usarlo ahora —dijo Rybicki—. Despídanse del segundo milenio. Bienvenidos a los tiempos modernos. No obstante, todavía no podrán enviar mensajes a la Unión Colonial. Hay que perfilar unos cuantos detalles.

—Usar equipo moderno revelará nuestra presencia —dije.

—Así es.

—Me está dejando de piedra —dije—. Nos hemos pasado un año escondidos para que ustedes puedan debilitar al Cónclave, y ahora quieren que nos revelemos. Tal vez estoy confundido, pero no llego a comprender cómo hacernos matar por el Cónclave va a ayudar a la Unión Colonial.

—Está dando por hecho que van a ser masacrados —dijo Rybicki.

—¿Hay otra opción? Si se lo pedimos amablemente, ¿nos dejará el Cónclave hacer las maletas y marcharnos?

—No estoy diciendo eso. Estoy diciendo que la Unión Colonial los ha mantenido ocultos porque necesitábamos mantenerlos ocultos. Ahora necesitamos que el Cónclave sepa dónde están. Hemos planeado algo. Y cuando tengamos lista nuestra pequeña sorpresa, no tendría ningún sentido ocultar a las colonias su situación ni la existencia del Cónclave. Porque el Cónclave se habrá desmoronado y ustedes habrán sido la clave.

—Tiene que decirme cómo.

—Muy bien —dijo Rybicki, y lo hizo.

* * *

—¿Cómo te encuentras? —le pregunté a Jane, dentro de la caja negra.

—Ya no quiero seguir apuñalando a la gente, si es eso lo que preguntas —respondió Jane, y se palpó la frente, indicando el CerebroAmigo que había detrás—. Sigue sin hacerme gracia esto.

—¿Cómo es que no sabías que estaba ahí?

—Los CerebroAmigos se activan por control remoto —dijo ella—. Yo no podría haberlo conectado. La nave de Rybicki envió una señal de búsqueda; la señal despertó al CerebroAmigo. Ahora está conectado. Escucha, he revisado los archivos que me dio Hickory.

—¿Todos?

—Sí. Me han rehecho por completo y tengo el CerebroAmigo. Puedo volver a la velocidad de procesamiento de las Fuerzas Especiales.

—¿Y? —pregunté.

—Encajan. Hickory tiene vídeo y documentación sobre las fuentes del Cónclave, lo cual es sospechoso. Pero tiene material complementario para cada caso, de fuentes obin, de las razas cuyas colonias fueron eliminadas y de la Unión Colonial también.

—Podría ser falso —dije—. Todo podría ser una engañifa monumental.

—No. Los archivos de la Unión Colonial tienen un código de verificación en el metatexto. Los revisé con el CerebroAmigo. Son auténticos.

—Bueno, es algo que te hace apreciar al viejo Hickory, ¿no?

—Así es —dijo Jane—. No mentía cuando dijo que los obin no enviaban a cualquiera a cuidar de Zoë. Aunque por lo que veo en esos archivos, Dickory es el superior de los dos.

—Jesús —dije—. Justo cuando crees que conoces a un tipo. O a una chica. O una criatura de sexo indefinido, que es lo que es.

—No es indefinido. Es las dos cosas.

—¿Qué hay de ese general Gau? ¿Tus archivos tienen algo sobre él?

—Algo —dijo Jane—. Sólo lo básico. Es un vrenn, y lo que dice en la cinta ampliada parece correcto: después de la batalla con los keis empezó a hacer ruido para crear el Cónclave. No salió bien al principio. Lo metieron en la cárcel por agitador político. Pero entonces el gobernante vrenn tuvo un desafortunado final y el siguiente régimen liberó al general.

Alcé una ceja.

—¿Asesinato? —pregunté.

—No —respondió Jane—. Desorden crónico del sueño. Se quedó dormido mientras comía y cayó de boca contra el cuchillo de la cena. Se atravesó el cerebro. Murió al instante. El general probablemente podría haber gobernado Vrennu, pero decidió intentar lo del Cónclave. Aún no gobierna Vrennu. Ni siquiera fue uno de los planetas fundadores del Cónclave.

—Cuando hablé con Rybicki, dijo que el Cónclave era un esquema piramidal —dije—. Algunas de las razas que están en lo más alto extraen beneficios y las que están abajo son las jodidas.

—Tal vez. Por lo que vi en los archivos los primeros mundos coloniales que abrió el Cónclave fueron poblados por relativamente pocas razas. Pero no puedo decirte si eso indica que algunas razas aprovecharon la ventaja o bien si es que cotejaron las razas con las posibilidades del planeta. Aunque si es lo primero, no es muy distinto de lo que
está
pasando aquí. La colonia está completamente establecida por las colonias humanas más antiguas, las que existían antes de la Unión Colonial. A nivel étnico y económico, no se parecen en nada al resto de las colonias.

—¿Crees que el Cónclave es una amenaza para nosotros? —le pregunté a Jane.

—Pues claro que lo creo. Esos archivos dejan claro que el Cónclave destruirá a las colonias que no se rindan. Su modo de operar es siempre el mismo: llenar el cielo de naves estelares y que todas y cada una de ellas disparen sobre la colonia. Las ciudades importantes no sobrevivirían a una cosa así, mucho menos una colonia. Roanoke quedaría volatilizada al instante.

—¿Pero crees que es probable que ocurra?

—No lo sé. Tengo mejores datos que antes, pero siguen estando incompletos. Nos falta casi un año de información, y no creo que vayamos a conseguir más. No de la Unión Colonial, al menos. Puedo decirte ahora mismo que no tengo permiso para ver los archivos de la Unión Colonial que me dio Hickory. Y de todas formas, no me siento inclinada a entregar la colonia sin luchar. ¿Le dijiste a Rybicki lo que sabemos?

—No. Y no creo que debamos decírselo tampoco. Al menos no todavía.

—No te fías de él.

—Digamos que tengo mis reservas —dije—. Rybicki no ofreció nada tampoco. Le pregunté si pensaba que el Cónclave nos dejaría marchar de este planeta si quisiéramos, y sugirió que no.

—Te mintió.

—Decidió responder de manera diferente a lo que dictaría la sinceridad total —dije—. No estoy seguro de que sea exactamente una mentira.

—No lo consideras un problema.

—Lo considero una medida táctica —dije. Jane sonrió ante la inversión de la conversación—. Pero también me sugiere que tal vez no querríamos tragarnos todo lo que nos diga. Nos han manipulado antes. Es probable que vayan a manipularnos otra vez.

—Hablas como Trujillo —dijo Jane.

—Ojalá hablara como Trujillo. Él fue el primero que pensó que todo esto era por una refriega política con la secretaria de Colonización. En este punto, eso parece adorablemente ingenuo. Nuestra situación es como un rompecabezas, Jane. Cada vez que creo que se va a solucionar un problema, de pronto aparece otra capa de complicaciones. Sólo quiero resolver este maldito asunto.

—No tenemos suficiente información para resolverlo —dijo Jane—. Toda la información de Hickory encaja, pero es antigua y no sabemos si la política del Cónclave ha cambiado, si están afianzando su poder o si se están desmoronando. La Unión Colonial no ha sido sincera con nosotros, pero no puedo decir si por malicia o porque decidía qué información proporcionarnos para que hiciéramos nuestro trabajo sin distraernos. Tanto el Cónclave como la Unión Colonial tienen sus planes. Pero los datos que tenemos no aclaran ninguno de esos planes, y nosotros estamos atrapados en medio.

—Hay una palabra para eso —dije—. Peones.

—Peones de quién, ésa es la cuestión.

—Creo que lo sé. Déjame que te cuente la última maniobra.

—Se me ocurren una docena de formas diferentes por las que podría salir mal —dijo Jane, después de que yo terminara.

—Lo mismo pienso yo. Y estaría dispuesto a apostar a que no son la misma docena.

10

Una semana después de llegar al cielo de Roanoke, la CUS
Sacajawea
se dirigió a Fénix llevando consigo ciento noventa de los antiguos miembros de la tripulación de la
Magallanes.
Catorce tripulantes se quedaron atrás: dos se habían casado con colonos en el ínterin, otra estaba embarazada y no quería enfrentarse a su marido, uno sospechaba que le estaba esperando una orden de detención si regresaba a Fénix, y los otros diez simplemente quisieron quedarse. Otros dos miembros de la tripulación también se quedaron: habían muerto, uno de un ataque al corazón y otro por sufrir un percance con la maquinaria agrícola cuando estaba borracho. El capitán Zane se despidió de todos los tripulantes vivos, prometiéndoles que encontraría un modo de que cobraran los atrasos de su paga, y luego se largó. Era un buen hombre y no le reproché que quisiera volver al espacio de la UC.

Cuando la
Sacajawea
regresó a Fénix, no se permitió a los tripulantes de la
Magallanes
volver a casa. Roanoke había sido un mundo colonial largamente inexplorado: su flora, fauna y enfermedades eran desconocidas y potencialmente letales para quienes no habían estado expuestos a él. La tripulación entera fue puesta en cuarentena en un ala de las instalaciones médicas de las FDC en la Estación Fénix durante un mes estándar. No hace falta decir que casi estuvieron a punto de amotinarse al conocer la noticia. Llegaron a un acuerdo: los tripulantes de la
Magallanes
permanecerían en cuarentena, pero se les permitiría entrar en contacto con un número limitado de seres queridos con la condición de que éstos guardaran silencio sobre su regreso hasta que la UC diera oficialmente la noticia de que se había encontrado la colonia perdida de Roanoke. Todo el mundo, tripulantes y familiares, accedieron felizmente a los términos.

BOOK: La colonia perdida
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